1. Introducción
Las diosas vulnerables, según la perspectiva mítica, son Hera, Deméter y Perséfone, quienes representan el matrimonio, la madre y la doncella. Son arquetipos o patrones de energía psíquica, según la Psicología Profunda, orientados a las relaciones. Expresan necesidad de afiliación y vinculación, y de estar armonizadas con otras personas. Son vulnerables debido a que, según la mitología griega, fueron violadas, raptadas, o humilladas por dioses masculinos. Nuestras participantes son diosas –al igual que todas las mujeres– pero ellas, desde la vulnerabilidad sufrida por su condición de VIH, por su situación de exclusión social y económica, y por las experiencias de abuso vividas, se han convertido en las diosas sometidas.
Este trabajo es el primero de una serie que se presenta a partir de una investigación acerca del autoconcepto y la intervención clínica creativa en un grupo de 16 mujeres pobres y excluidas, viviendo con el VIH, y siendo la mitad de ellas, es decir, unas 8 personas, trabajadoras sexuales. El propósito de este primer artículo es desarrollar el marco conceptual que fundamenta la comprensión del autoconcepto de estas mujeres y que sirve de base a los Encuentros Afectivo-Participativos, desde el contexto de la Psicología Profunda y las concepciones críticas acerca del ser femenino y la exclusión.
Se pretende explorar el concepto que tienen de sí mujeres vulnerables, descubriendo las características que lo conforman y las condiciones psicológicas y sociales que han aportado a la construcción del mismo. Esta investigación instaura las bases para ofrecerles una oportunidad de re-conceptualizar su imagen, llevándolas a construir una visión positiva desde su realidad.
Las dos primeras secciones del artículo se abordan desde la teorización que aporta la Psicología Profunda acerca de lo humano. En la primera, Psicología Profunda, arquetipos y mitos, los planteamientos permiten abordar la fuerza de ciertas imágenes interiores sobre el concepto de sí que desarrolla una persona y en la segunda sección sobre arte, emotividad y alma se reconoce el poder que tienen las técnicas artísticas y lúdicas sobre la psique humana. Con estas imágenes especiales se va construyendo el mito personal dentro de cada quien, mientras que con estas técnicas, como parte de un trabajo clínico creativo, aflora el contenido de la psique profunda y, una vez que ocurre, los acontecimientos acaecidos en la vida de la persona se redimensionan, encontrando un sentido de autorrealización. Esto resulta muy significativo para el caso de mujeres excluidas, por su condición de pobreza y de salud, por ser maltratadas, como lo han sido nuestras diosas en su niñez, en su adolescencia y adultez.
A partir de la dimensión social, se reflexiona en torno a las exigencias que recaen sobre las mujeres y que provienen de un mundo constituido a imagen y semejanza de la masculinidad dominante. Este mundo androcéntrico impone un ideal femenino que puede resultar agobiante y que, al no cumplirse, disminuye la estima propia de la mujer. Estas y otras ideas sobre el ser mujer en una sociedad centrada en el valor de lo masculino se exponen en el tercer punto, titulado Ser femenino.
Cuando las mujeres enfrenten situaciones de exclusión, debido a limitados recursos económicos y escasas oportunidades sociales –como ocurre con nuestras participantes–, la sumisión que adopten ante al patriarcado puede presentar niveles de alto riesgo para su desarrollo personal. De modo análogo, resulta relevante conocer y trabajar con ellas el sentimiento de autoexclusión, ya que la no-conciencia de su propia marginación conduce a comportamientos de rechazo hacia otras personas. Y si, además, las mujeres sufren el menosprecio social por su condición de salud –como es el caso cuando se vive con el VIH– la situación puede llegar a ser insostenible. Estos temas se agotan en la cuarta sección relativa a Exclusión y grupos vulnerables.
En esta investigación se asume el autoconcepto como parte integrante del self, por lo que el constructo self se presenta desde varios aportes teóricos y se reflexiona a partir de cómo este se ve afectado por ciertas condiciones que impone la postmodernidad; esta realidad es la que se describe en Self y postmodernidad. El sexto acápite está dedicado propiamente al Autoconcepto. Se repasan los aspectos y dimensiones que lo han conformado a lo largo del tiempo, para concluir con aquellas que se toman de referencia en el Instrumento cuantitativo que se ha utilizado en la investigación.
Para las participantes, nuestras diosas, involucrarse en esta experiencia les ha permitido situarse frente a una sociedad que las excluye, ya que han sido escasas las oportunidades económicas, educativas, sociales y de salud, con las que han contado. Asimismo, han podido ser conscientes de su propio sentimiento de autoexclusión, desde un concepto empobrecido de sí mismas que no contribuye a encontrar formas o alternativas de vida.
Desde la profundización en el autoconcepto de estas mujeres excluidas y vulnerables, se lleva a cabo una intervención por medio de los encuentros participativos con una orientación artístico-creativa que les da la oportunidad de conocer y atender su ser. En el contexto en que estas mujeres se encuentran, los servicios psicológicos no se proveen, de modo que los Encuentros proporcionan un espacio de intervención psicológica en terapia grupal que permite hacer clínica con los recursos con que se cuenta. El resultado de este trabajo clínico creativo se expondrá en próximas entregas.
Como se ha expresado, las intervenciones clínicas efectuadas a nuestras diosas con técnicas lúdicas y creativas están fundamentadas en concepciones sustentadas en la Psicología Profunda, a partir de autores emblemáticos como son Sigmund Freud, Carl Gustav Jung y, más recientemente, representantes de la Psicología Analítica contemporánea como Jean Shinoda Bolen, Ira Progoff y Clarissa Pinkola Estés, entre otros.
2. Psicología profunda, arquetipos y mitos
La Psicología Profunda comprende al ser humano desde su interioridad, concibiendo que las experiencias, los sentimientos, las creencias y las motivaciones que juegan un rol fundamental en el comportamiento se encuentran reconocidos en el nivel consciente, sin embargo, la fuente de su accionar reside en el nivel inconsciente de la persona.
En la teoría analítica de la Psicología Profunda se distingue el inconsciente personal (explicación proveniente de la tradición freudiana) y el inconsciente colectivo (concepto junguiano). En el primer caso, lo inconsciente es resultado de contenidos, experiencias y vivencias que han formado parte de la conciencia pero que por diversas razones, principalmente de índole dolorosa, han sido apartadas de la misma y situadas en lo inconsciente. Para Jung, el inconsciente colectivo está compuesto por instintos y arquetipos, definidos como contenidos universales y heredades que trascienden lo personal y que nunca han sido parte del consciente humano; ejemplo de ello, los mitos culturales. La psique individual participa de este inconsciente colectivo, que es el fundamento del inconsciente personal y que vincula al individuo con el conjunto de la humanidad.
Los arquetipos, se podrían definir como “pautas de comportamiento instintivas comprendidas en un inconsciente colectivo” (Jung, citado por Shinoda Bolen, 2006, p. 18), a partir de las cuales se desenvuelve la existencia de la persona. Los arquetipos sirven de guía a todos los procesos psíquicos, expone Olga Mussons Rojas (2011) siguiendo a Jung. Se trata de enfatizar el poder que tienen ciertas imágenes en la vida de la persona, imágenes que aparecen en los sueños, las meditaciones y las expresiones artísticas, ya que son procesos que interpelan al inconsciente. Mussons Rojas (2011) recalca que “cuando surgen de la psique individual contienen combinación de elementos simbólicos, personales y únicos… Son una forma de combinación de nuestro Sí Mismo… de nuestro mundo interior” (p. 4).
La vivencia de los arquetipos, como fuerzas evolutivas, permite transformar al yo y expandir su conciencia, otorgando sentido a la vida, argumenta Mussons Rojas (2011) recreando a Jung. Para este último autor el ser humano podría soportar un dolor inconmensurable pero no una vida sin sentido. El sentido de la vida se descubriría viviendo los arquetipos que conforman el mito personal, organizado por el Sí Mismo. La perspectiva junguiana indica que los seres humanos están influidos por poderosas fuerzas internas que son patrones universales potenciales de todas las personas; sin embargo, no hay que olvidar que los estereotipos culturales operan como fuerzas externas que refuerzan algunos de esos patrones y reprimen otros (Mussons, 2011).
Es cierto que la cultura es un agente que permea los arquetipos, cada sociedad maneja, tiene pues una serie de mitos fundacionales, basados en estas imágenes arquetípicas universales contenidas en el inconsciente colectivo. Explicar el mito significa considerar todas las realidades que se le han asignado a través del tiempo. En su manera más simple, el mito se define como una historia, cuento o relato, hasta llegar a ser un elemento que crea realidades y que dilucida cómo es la vida y el mundo (Martínez, 2011).
Históricamente, el mito era considerado una verdad incuestionable que ofrecía una explicación y defensa de la estructura de las cosas; se asumía como un contexto vivo, como la base del universo, de sus certezas y de sus casualidades. Por esto, puede decirse que el mito es identidad colectiva, que saber de él y comprenderlo permite adentrarse en el saber de los pueblos y sus comunidades. El origen del mito, entonces, se extravía en el tiempo y su génesis es imprecisa, convirtiéndose así en patrimonio cultural (Martínez, 2011).
Desde la perspectiva junguiana el sueño, las leyendas, los mitos y otras creaciones psíquicas ofrecen desde sí mismos la oportunidad de su interpretación. Cada uno juega un papel en la compresión del ser humano y su accionar, desde el entendido que son las estructuras inconscientes lo que motiva a los individuos y que dichas estructuras se re-convierten y transforman a lo largo de las generaciones, siendo su base el inconsciente colectivo, su medio de transporte los arquetipos y su exteriorización concreta los sueños, leyendas y mitos (Martínez, 2011).
Jung descubre que en los sueños de sus pacientes aparecen imágenes, situaciones y desarrollos que se asemejan y tienen puntos en común con los mitos de diferentes culturas, lo que apoya su propuesta del inconsciente colectivo. Estas imágenes míticas o arquetípicas contienen símbolos cuyos significados no pueden ser expresados racionalmente, pero sí pueden otorgar un sentido profundo, un sentido de autenticidad a los acontecimientos vividos por la persona (Mussons, 2011).
Al enfocar la atención hacia el interior, a lo profundo, queda al descubierto el mito que ha estado conduciendo la vida de la persona a sus espaldas y si se reconoce que una existencia guiada por el mito es una existencia cargada de arte, debido a su fuerza creativa (Pinkola, 1998; Moore, 1993), se comprende que las técnicas artístico-creativas hagan aflorar el contenido de la psique profunda. Como todo arte, el contenido profundo se expresa más bien en forma simbólica y ello remite al misterio, de ahí que se comprenda la frase de Rosalía Montealegre Hurtado (2001) de que “la vivencia estética sigue siendo un enigma, pues existen procesos no solamente conscientes sino inconscientes (afectivos y cognoscitivos) que la determinan” (p. 162). El contenido profundo afecta las motivaciones e intereses de la persona, así como sus valores e intenciones.
El arte se convierte, entonces, en un medio de expresión de la psique de nuestras participantes quienes, al igual que las diosas vulnerables, han sido ultrajadas por medio de experiencias vinculadas al abuso físico, sexual y psicológico. Estas mujeres además han sido excluidas de una práctica educativa completa y de las oportunidades que permiten acceder al estado de bienestar, y se encuentran señaladas por vivir con VIH.
Por sobre estas vicisitudes, nuestras participantes son mujeres, madres, hijas y hermanas cuyo significado e importancia que conceden a las relaciones las han hecho permanecer a pesar de sí mismas. Este andamiaje profundo de dolor se catapulta por medio a las diversas técnicas lúdicas y creativas que hacen del arte el vehículo de las bondades y avatares del alma.
3. Arte, emotividad y alma
El arte al constituirse en puerta de acceso a lo profundo adquiere un poder capaz de reconstruir la psique humana fragmentada, tal y como lo postula María Teresa Pozzoli (2007, p. 9): “El arte puede definirse como una vía de expresión de nuestra conciencia, y como un ámbito de la expresión y de la creación humana en el que podemos reconstruir, expresar o reconocer nuestra interioridad”.
El fundamento psicológico general para la incorporación de técnicas artísticas en el trabajo terapéutico es que el pensamiento o la mente humana [son] de naturaleza creativa. El pensamiento no se produce como una copia del mundo real, ni la mente reacciona sin más a los estímulos ambientales. El ser humano no es reproductor, sino siempre un ente creativo, hasta en el proceso de memoria, los recuerdos se recrean en el pensamiento, llegando a producirse los falsos recuerdos, tal y como explica Jean Piaget (1975, 1986).
La creatividad hace que las personas se desarrollen, es decir, es un proceso inherente al desarrollo humano; pero ¿por qué no abundan las expresiones creativas entre las personas? Porque desde el nacimiento se imponen reglas y preceptos que obligan a la acomodación. En general, tal desequilibrio no persiste gracias al proceso autorregulador que guía el desarrollo humano. Las personas se las ingenian para equilibrarse y es así que inventan los amigos imaginarios en la infancia, que se deleitan con el soñar despiertas de la adolescencia y de personas adultas… de alguna forma hay que lograrlo, de alguna forma hay que meter el arte en la vida.
Freud y sus seguidores, viejos y nuevos, fervorosos y críticos, no dudaron en reconocer la creatividad como una potencialidad humana, explicada como fuerza irreverente del inconsciente, impulsos escapados de la vigilancia moral o fortaleza del consciente, capaz de encontrar el equilibrio entre osadía interior y la represión exterior. La cosa es que, al fin y al cabo, las personas inventan y fantasean para poder subsistir.
Por lo expuesto, puede afirmarse que la persona que participa de forma comprometida en una experiencia de arte o en alguna otra que se realice a través de técnicas artísticas, va profundizando en el reconocimiento de sus capacidades creativas, así como despojándose de limitaciones propias o las producidas por la desigualdad social. Al ejercitarse la expresión creativa se promueve el autoconocimiento y se promueve la mejora de la estima propia.
De ahí que los Encuentros Afectivo-Participativos, EAP, efectuados a partir de técnicas lúdicas y creativas, proveyeron a las participantes de nuestra investigación un espacio idóneo para valorar y recomponer la visión desconfigurada que presentaban de sí mismas. Elevar la autoestima es importante, dada la característica de autodesvalorización que pueden presentar las personas menos favorecidas, producto de la reiterada descalificación de la que son objeto continuamente. Esto es explicado por Freire (1970/1980) en la sistematización analítica de su trabajo educativo con personas analfabetas.
Desde el arte, el acceso a lo interior hace surgir, en unos casos, y reconocer, en otros, la emotividad, que es un aspecto constitutivo del desarrollo del ser humano. La emotividad, como expresión de la subjetividad cognoscitiva y afectiva, consigue distinguir entre las personas y dar vida al mundo que las rodea. Edgar Morin (1999) importantiza lo afectivo, si bien vinculado a la cabeza que piensa. En este punto, es imprescindible hacer referencia a los planteamientos de Humberto Maturana (1992) acerca del entrelazamiento entre emoción y razón en lo cotidiano y como característico de lo humano.
Para Maturana (1992), todo sistema racional tiene un fundamento emocional y es la emoción la que define el dominio de acción que la persona ejerce cotidianamente. Una cita: “Decir que la razón caracteriza a lo humano es una anteojera, y lo es porque nos deja ciegos frente a la emoción que queda desvalorizada como algo animal o como algo que niega lo racional. Es decir, al declararnos seres racionales vivimos una cultura que desvaloriza las emociones, y no vemos el entrelazamiento cotidiano entre razón y emoción que constituye nuestro vivir humano...” (p. 14).
Se desprende de las explicaciones precedentes que la interioridad de la persona o psique profunda se revela más bien de manera simbólica que de forma conceptualizada. Cuando una persona está atenta al interior entra en contacto con fuentes de conocimiento profundo, y ello le abre la posibilidad de crear una realidad alterna de vida (Progoff, 1992). Referirse a la construcción de una realidad de vida distinta no significa más que encontrar la fuerza vital que posibilita la expresión a un más alto grado de desarrollo y esto constituye una posibilidad para cualquier persona que acepte su interioridad como algo sagrado.
En esta investigación se recuerda que el término psicología proviene del griego alma, concepto complejo que alude tanto a lo trascendente como a lo profundo, con lo cual, si asumimos la psique profunda como el alma, hay que decir, junto a Thomas Moore (1993), que “no está hecha para que se la entienda” (p. 14). El autor afirma que “la tradición” enseña que está “a medio camino entre el entendimiento y la inconsciencia” (p. 21-22).
Las participantes, nuestras diosas sometidas, provienen de experiencias de vida dolorosas que han dejado huellas profundas en sus almas fragmentadas. No solo han sido vulnerables por ser mujeres pobres, excluidas y maltratadas, sino que el significado de su esencia de mujer ha estado pre-figurado a partir de la visión de un varón, tanto así que varias veces han sido despojadas de sus cuerpos. Esa imagen interna y externa de vulnerabilidad las ha colocado y las sigue situando en una posición donde su ser de mujer sigue siendo cuestionado constantemente.
4. Ser femenino
El ser femenino, dentro del pensamiento occidental, se configura de la mano del androcentrismo y, por lo tanto, se constituye a imagen y semejanza de la masculinidad dominante. Este pensamiento da forma y sustenta la estructura y cultura de la dominación que caracteriza las actuales configuraciones sociales. Se construye una normativa de deber ser femenino configurada desde –y en función de– lo masculino (Pisano, 2001; citado por Pacheco, 2004), y basada en valores y roles que dan sostén al patriarcado y que van desde la abnegación, hasta la imposición de la maternidad, como vía para la redención femenina, y las tareas domésticas y de cuidado, que no se valorizan ni remuneran. Todo esto aprendido y perpetuado desde las diversas instituciones socializadoras de los roles estereotipados de género: familia, escuela, iglesia, estado, medios de comunicación… (Pacheco, 2004).
Esta devaluación de lo femenino se asume como una costumbre, muy a pesar de los cambios que se han dado en materia de igualdad de la mujer. En el imaginario social siguen existiendo, de forma simbólica, los prejuicios, las ideas irracionales y falsas, y los mitos con respecto a la personalidad de la mujer, enraizados en las creencias y transmisiones colectivas desde todas las clases y grupos sociales; prejuicios, creencias y mitos que no cejan frente al razonamiento (Caruncho & Mayobre, 1998).
Lo que se concibe como femenino y masculino continúa hoy en día estando sujeto a muchos estereotipos, aunque las personas no sean conscientes de ese hecho. El patriarcado, como forma de subyugación de la mujer, sigue ejerciendo un efecto contrario tanto a la masculinidad sana como a la feminidad integral (Ruiz, 2004). La desigualdad de la mujer, no solo se ampara en los contextos políticos, sociales, económicos y profesionales del hombre, sino que es una exclusión que ella mantiene en el entorno inmediato y personal.
Asumir la realidad desde la dicotomía entre lo femenino y lo masculino ha contribuido a un sinnúmero de discriminaciones hacia la mujer en distintos ámbitos, como son, las relaciones, el trabajo, la salud, la educación, el afecto y la participación (Ruiz, 2004).
Cómo entonces se ve la mujer desde la óptica social y a sí misma, qué es lo femenino, qué es ser mujer; son preguntas de siempre, que en el marco de los nuevos cambios provocados por la globalización, tanto en los ámbitos locales como internacionales, han producido la creación de nuevos espacios sociales y culturales que alimentan el nacimiento de nuevas identidades caracterizadas por las reglas del mundo globalizado y la diversidad cultural. En este sentido, Zambrini & Ladevito (2009) recreando a Jameson y Žižek (1998) plantean lo siguiente:
En la actualidad, el proceso de conformación de las identidades se ha reestructurado y el “don de la flexibilidad” es uno de los requisitos indispensables para su adaptación a los escenarios de la imprevisibilidad (Bauman, 1999). Estas profundas transformaciones socioeconómicas y culturales encuentran –como correlato una acentuación de los particularismos, es decir, una tendencia creciente a la diferenciación que se manifiesta en la emergencia de nuevas identidades políticas, multiculturales, étnicas, religiosas y sexuales, entre otras. Así, los “nuevos sujetos” del mundo globalizado definen sus formas de vida a partir de anclajes identitarios heterogéneos(p. 165).
Estos particularismos de la identidad, tanto personal como social, se expresan en una diferenciación validada entre el Sí Mismo y el Otro (sobre todo eso Otro varón) y la aceptación de la diversidad como fundamento de la comprensión de esas identidades flexibles y heterogéneas, como lo postula, desde la antropología y psicología analítica, Clarissa Pinkola Estés (1998) al hablar del ser femenino, afirmando que se puede recuperar la vitalidad o fuerza salvaje en las mujeres “efectuando amplias excavaciones psíquico-arqueológicas en las ruinas del subsuelo femenino” (p. 12). Esta autora reclama que “ya es hora de que se restablezca la antigua sabiduría” y está convencida de que se logrará a través de una interpretación llena de alma de los relatos, mitos, cantos y sueños.
Al incursionar en lo profundo de su psique, a través de los Encuentros Afectivo-Participativos, las mujeres participantes lograron rescatar sus potencialidades y sabiduría interior, disminuidas debido a que ellas han sido subyugadas y vejadas. La discriminación se produce no solo por su condición de mujer, sino, además, por ser mujeres pobres y en exclusión. Dado lo anterior resulta relevante considerar cómo dicha situación de vida afecta la visión que tienen de sí mismas y cómo influye en su manera de comportarse en los diferentes ámbitos de su vida.
5. Exclusión y grupos vulnerables
Al parecer, las sociedades han tenido serias dificultades en establecer el modelo de integración social que permita a los ciudadanos llegar a un estado de bienestar. La situación actual tanto en el ámbito económico, social, como en el cultural, sigue favoreciendo a los nuevos grupos de trabajadores que no logran ser parte de la súper estructura. A causa de esto solo consiguen el mínimo de la subsistencia y se convierten en ciudadanos mutilados. Estos grupos de minorías, en contraste con una mayoría satisfecha, explican el conflicto social moderno, donde los primeros están condenados a la exclusión social.
La exclusión social es un fenómeno dinámico y complejo, tal y como es definido por Laparra, Obradors, Pérez, Pérez, Renes, Sarasa, Subirats & Trujillo (2007, p. 29):
Proceso de alejamiento progresivo de una situación de integración social en el que pueden distinguirse diversos estadios en función de la intensidad, desde la precariedad o vulnerabilidad hasta las situaciones de exclusión más graves. Situación en la que se produce un proceso de acumulación de barreras o riesgos en distintos ámbitos (laboral, formativo, socio-sanitario, económico, relacional y habitacional) por un lado y de limitación de oportunidades de acceso a los mecanismos de protección por el otro.
Otros factores excluyentes existentes son la educación, desde la falta de acceso hasta la pobre calidad de la misma, así como los problemas familiares, conductuales, legales, sociales y de salud. Otro elemento significativo es el personal-relacional, que implica un déficit en los vínculos personales y sociales (Zayas, 2000; Bárez, 2010).
En la encuesta Latinobarómetro realizada por la CEPAL en el año 2007, con respecto a la exclusión social los resultados fueron que no únicamente la privación material se encuentra vinculada a las percepciones y sentimientos de exclusión, sino también aspectos como: ser parte de una minoría étnica, tener un logro educativo mínimo, poseer déficit en las competencias relativas a las sociedades basadas en la información y el conocimiento, falta de integración a las instituciones habituales y retraimiento social. Estos factores se vinculan con mayores niveles de exclusión percibida (Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 2008).
Al hablar de exclusión como un fenómeno heterogéneo, se quiere enfatizar los grados distintos de intensidad respecto al distanciamiento de los individuos frente al núcleo de la sociedad; esto quiere decir que existen diferencias en los variados espacios que coexisten al interior de la exclusión. En este sentido, Laparra (2000), García Serrano Malo y Rodríguez Cabrero (2000), Sarasa (2004) y Pérez Yruela, Rodríguez, Cabrero y Trujillo (2004), en sus diferentes estudios e indagaciones del fenómeno, exponen que las poblaciones excluidas, sin darles atributos de sub-clases con respecto a la mayoría, presentan diferencias importantes en relación al resto de la sociedad, tanto en su estatus como en sus condiciones de vida. Así, algunos grupos excluidos son estudiados a partir de sus características específicas, en las que se encuentran: mujeres víctimas de maltrato, toxicómanos, prostitutas, presos, personas sin hogar, jóvenes en situaciones de riesgos, minorías étnicas y personas con VIH, entre otros (Laparra et al., 2007).
Como se ha indicado, dentro de las poblaciones excluidas se encuentran las personas que viven con VIH. Para finales del 2011, se estimaba que a nivel mundial 34.2 millones de personas vivían con el VIH, de las cuales se consideraba que unos 6.8 millones son mujeres con esta condición (Joint United Nations Programme on HIV/AIDS, 2012). En la región del Caribe, que ocupa el segundo nivel más alto de prevalencia del VIH en personas adultas, las enfermedades relacionadas con el SIDA ocuparon el quinto lugar en las causas de mortalidad entre mujeres, en el año 2008.
En la República Dominicana, la epidemia del VIH en la población general tiene una tendencia a la estabilización. En el 2010 se estimaba que había 57,740 personas viviendo con el VIH, de las cuales 34,630 eran mujeres y 22,910 eran hombres (Programa conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA, 2011).
Nuestras participantes son mujeres pobres y, al decir de ONUSIDA (s.f.) la pobreza incrementa la incidencia de VIH. Investigaciones efectuadas por esta organización han evidenciado que existe una asociación directa entre pobreza y riesgo de adquisición del virus. Como hemos visto, desde los estudios efectuados a lo interno de las ciencias sociales, en general, y de género, en particular, puede concluirse que nuestras participantes se encuentran en un estado de exclusión, sufriendo vejaciones de toda índole, destacándose, entre ellas, el rechazo por vivir con el VIH.
El descarte social que sufren nuestras participantes las ha llevado a desarrollar una identidad fragmentada. Reconocerse como diosa fragmentada, dividida, rota, implica reflexionar acerca del papel que desempeña el autoconcepto en el desarrollo de la vida de las personas y, necesariamente, conlleva a adentrarse en los procesos de constitución del self, dentro de las condicionantes que impone la postmodernidad en este siglo.
6. Self y postmodernidad
La preocupación por el sentido de la vida a través de vivenciar el mito personal organizado por el arquetipo de sí-mismo, ha dado origen a uno de los constructos más importantes de la Psicología Profunda que es el self, entendido como la estructura transversal de la vida psíquica de una persona. Términos como el self, así como el de autoestima y autoconcepto, que son utilizados para referirse a la interioridad humana, han tenido a lo largo del desarrollo de la Psicología como ciencias múltiples y variadas formas teóricas que los explican. Esto debido a que representan constructos evolutivos, dinámicos, multidimensionales y complejos que funcionan como un sistema intrincado para tratar de explicar la visión que las personas tienen de sí mismas.
Se entiende el self como la visión total de la experiencia psicológica, la cual está compuesta de elementos conscientes e inconscientes y a su vez funciona como un ente organizador y estructurante de la personalidad (Jung, 1928). Asimismo, se considera al self en dos vertientes, uno verdadero y otro falso. El primero está sujeto a una estructura psíquica e implica el estar vivo y la existencia como un continuo, la cual es posible a partir del hecho de que exista una madre calificada como buena o una figura que funja como la misma y dé soporte al desarrollo y bienestar del infante. El self falso más bien corresponde al desarrollo adaptativo del yo del individuo relacionado a su contexto social y cultural (Winnicot, 1960; citado por Sassenfeld, 2011).
Todo el planteamiento que contiene la Psicología del Self es de gran interés debido a que ubica el ámbito afectivo como un aspecto constitutivo del mismo. Como lo puntualiza Riera: “Los afectos adquieren automáticamente una especial relevancia, en particular aquellos afectos que tienen que ver con la self-experiencia, es decir la experiencia que el paciente tiene de sí mismo, su sentimiento de sí” (p. 98 citado por Sassenfeld, 2011, p. 265).
Otro de los aspectos relacionados con el self es lo relativo al cuerpo. Así, se entiende que el cuerpo, con sus sensaciones y en combinación con las manifestaciones psicológicas es el yo (Jung, 1907, citado por Sassenfeld, 2011). Sin estrictamente referirse al self, Freud (1923, citado por Sassenfeld, 2011) planteó el ego como cuerpo, ya que este se encuentra constituido por las manifestaciones sensoriales ubicadas en el mismo. Estos criterios vinculan el yo, el cuerpo y las emociones como fenómenos que son mayormente e ineludiblemente corporales (Sassenfeld, 2011).
Se puntualiza el self como el análisis consciente del proceso de identidad del individuo, como un ente independiente de los otros como objetos y con respecto a su medio circundante (Villasmil, 2012). En los años sesenta, el self era agrupado en cuatro clasificaciones básicas que fueron: autoconcepto, autoevaluación, autopercepción y autoestimulación. A partir de la fecha, se ha ampliado el número de categorías relativas al self. La conceptualización que los individuos tienen de sí mismos es producto de un sinfín de elementos y la mayoría están vinculados al ámbito cultural, a la circunstancia histórica y a la sociedad donde ese individuo crece (Seoane, 2005). De ahí la importancia de reflexionar acerca de la postmodernidad y su impacto en lo subjetivo.
La sociedad postmoderna actual se halla definida por la ley del mercado que regula los intercambios entre los seres humanos. De modo que impera una competitividad excluyente como máximo valor social, significando al otro u otra como un rival que hay que excluir o destruir. Esto produce una alteración en los procesos de identificación, y fractura los lazos solidarios que son absolutamente necesarios como sostén del sujeto, de su condición psíquica y de su historia.
De acuerdo con Quiroga (2002), esa ruptura genera un debilitamiento del yo que obstaculiza, tanto una identificación madura como el encuentro con el Otro, “en tanto diferente y semejante” (p. 11). La relación fructífera entre el yo y el Otro es el fundamento de nuestra condición ética, que al quedar lesionada desarrolla un falso yo. Las características esenciales de ese falso yo son el sometimiento y la subjetividad fragmentada, produciendo una sobreadaptación alienante a las situaciones de vida.
En esta modalidad de fragmentación, .el sujeto parece quedar disperso en la superficie de las cosas, en una relación de exterioridad consigo mismo, banalizando sus relaciones con esos Otros presumiblemente significativos. Pero también puede quedar atrapado en una vivencia de futilidad y vacío propias de una depresión silenciosamente instalada. La depresión puede ser tan fuerte como para llegar a la melancolía, cuando el sujeto rompe con sus lazos sociales y se aísla, condensando “en sí todo el caudal de impotencia y pérdida –por las que se responsabiliza lo cual puede llevarlo a distintas formas de autodestrucción” (Quiroga, 2002, p. 13).
Mercedes Oraison (2010) reflexiona sobre el proceso de individuación o creación de la identidad individual, dentro de este contexto de postmodernidad, coincidiendo con lo argumentado por Quiroga (2002).
Para Oraison:
El resquebrajamiento de los grandes relatos que enmarcaban la incorporación de normas y valores, la desintegración de la trama social y el desmoronamiento de las agencias de acción colectivas han impactado de manera profunda e irreversible en la constitución de la subjetividad, instaurando un nuevo escenario, en el que la individuación se vuelve conflictiva y contradictoria (p. 93).
La autora sostiene que se da el tránsito de lo colectivo a lo individual en la definición de la identidad, puesto que ocurre a partir del sujeto, y que esta pregunta acerca de ¿quién soy? ocurre en un mundo desarraigado y lleno de incertidumbres. Se destaca “el carácter ambivalente o bipolar de la individuación” (p. 94), que la autora sostiene siguiendo a autores como Bauman, Castells o Svampa, ambivalente porque a la par del rasgo de independencia está la desconexión y un sentido de fragilidad, entre otras manifestaciones de vulnerabilidad.
Esta subjetividad afectada, desvinculada y desarraigada como ente constitutivo del self en la postmodernidad implica un marco de referencia en la reflexión del autoconcepto, como uno de los componentes significativos de la estructura del self.
7. Autoconcepto
El autoconcepto, al igual que el self no posee una definición única y general, pero sí entre los teóricos hay cierta correspondencia en su definición; se acepta que el autoconcepto se refiere a la percepción que tiene la persona sobre sí misma y que se apoya grandemente en sus vivencias con los demás y las apreciaciones que hace de su comportamiento (Jacob & Loureiro, 1999; Marsh, 1984; Marsh, Byrne & Shavelson, 1988; Shavelson, Hubner & Stanton, 1976; Stevanato & Loureiro, 2000; Sisto & Martinelli, 2004; Sossai, 1975; Vaz Serra, 1988; Loureiro, 2001 citado por Fernández, Bartholomeu, Marin, Boulhoça, & Fernándes-Sisto, 2005).
William James planteó el autoconcepto como una configuración multidimensional, lo que enfatiza el origen social del mismo (Burns, 1982). Estas concepciones fueron apoyadas por Mead (1934), quien entendía que existen varios Yo y que los mismos se desarrollan con respecto a las diversas experiencias sociales, las cuales llevan a considerar que los autoconceptos de las personas, de cierta forma pueden incidir y ser receptores del entorno social que los evalúa y al cual están circunscritos. Por esto, se habla de un Yo social, en relación al grupo en que se desenvuelve, un Yo familiar, relativo a las actitudes hacia la familia, un Yo escolar, conformado por los vínculos entre maestros y compañeros, y un Yo personal, correspondiente a cómo se percibe el individuo (Fernández, Bartholomeu, Marin, Boulhoça, & Fernándes-Sisto, 2005).
En el marco de esta investigación se asumirá el modelo de autoconcepto de Shavelson, Hubner & Stanton (1976) quienes resaltan dos rasgos fundamentales del autoconcepto: su carácter multidimensional y su nivel jerárquico. En este sentido explican el autoconcepto en siete aspectos:
a) Es un sistema estructurado, el individuo asume una clasificación de sus experiencias particulares y las organiza, incorporando así otras nuevas experiencias.
b) Es multidimensional, expresa aspectos bastantes diferenciados.
c) Es jerárquico, debido a que las visiones del comportamiento individual en circunstancias particulares se encuentran ubicadas dentro de la estructura en el escalafón bajo, las suposiciones sobre uno mismo en el escalafón medio y el autoconcepto universal y total en el escalafón superior.
d) El autonconcepto universal es estable y experimental, pero a medida que se desciende sobre los escalafones de la estructura se convierte en más concreto y, dependiendo de los acontecimientos, por ende, en menos estable.
e) El autoconcepto desarrolla e incrementa su multidimensionalidad a medida que van pasando los años, manifestándose estable en sus factores esenciales, profundos y flexibles con respecto a las situaciones que dependen del entorno social.
f) El autoconcepto, como la visión de la persona sobre sí misma, muestra elementos valorativos, descriptivos y evaluativos.
g) El autoconcepto es un constructor de identidad propia, este se diferencia de otros constructos con los cuales conceptualmente se relaciona (Pappalettera & Kepic, 2005; Pérez, Vidal & Villaran, 2005; Esnaola, Rodríguez & Goñi, 2011).
Estos aspectos fundamentan, entonces, que el autoconcepto pueda ser evaluado en las siguientes dimensiones: autoconcepto académico/laboral, autoconcepto social, autoconcepto emocional, autoconcepto familiar y autoconcepto físico (García, Musito & Veiga, 2006).
Entre las investigaciones antecedentes efectuadas, relacionando la variable autoconcepto con otras, como son VIH, género y autoestima, se destacan las siguientes:
Persons with HIV in Ijebu-Ode, Nigeria: Self-concept and Information Needs de Aderoto, Oyefuga & Simisaye (2010), donde se encontró que las personas que viven con VIH muestran un alto autoconcepto, lo cual supone que la consejería psicológica y los programas de rehabilitación han tenido con relación a la visión y evaluación de sí-mismos que efectúan las personas afectadas.
Juegos de guerra: El enfoque genérico-cultural de la respuesta al VIH-SIDA de De Moya (2003), en la cual se plantea que las trabajadoras sexuales han sido concientizadas y organizadas por diversas instituciones de mujeres, cuyos objetivos han sido reivindicar el sentido y la dignidad de esta mujer, “casi siempre joven, bella, negra, pobre y madre y combatir la visión machista de que la mujer es la peor enemiga de la mujer” (p. 152), importantizando así, los vínculos de amistad y solidaridad. Sin embargo, a pesar de esto, ellas siguen reivindicando las visiones tradicionalistas de género.
Carga psicosocial del estigma sentido entre las personas que viven con el VIH/SIDA en la República Dominicana: autoestima, depresión y percepción de apoyo social de Marija Miric (2009) quien encontró que “las personas con altos niveles del estigma sentido, tienden a manifestar una autoestima más baja y a percibir menos apoyo social proveniente de su ambiente social, presentando, a la vez, una mayor incidencia de la sintomatología depresiva” (p. 9). Dentro del estigma sentido por la condición de VIH se encuentra la auto-estigmatización, que en este estudio presentó relaciones estables con la baja autoestima y síntomas depresivos, lo cual es explicado por la autora indicando lo perjudicial del auto-estigma para la valoración de sí mismo.
En nuestra investigación se utilizó el Cuestionario Autoconcepto AF5, instrumento estandarizado con el cual se determinó el autoconcepto de las participantes en sus cinco dimensiones, laboral/académico, familiar, social, emocional y físico. A su vez, se utilizaron las técnicas cualitativas, entrevista semi-estructurada y grupos de enfoques, para indagar de manera profunda en las historias de vida de las participantes, a fin de ampliar la información obtenida a partir del Instrumento aplicado.
El instrumento AF5 se basa en la percepción cognoscitiva y social de la valoración de sí que tienen las participantes. En cambio la entrevista y los grupos de enfoques evidenciaron relatos, experiencias y situaciones vividas que expresan las dinámicas relacionales con los objetos-self primarios, que son madre o padre o figuras que funjan como tales, que desde la perspectiva de la Psicología Profunda se convierten en la plataforma de construcción de la subjetividad interior, que es el self.
La percepción de sí mismas que presentaron nuestras participantes, las diosas, están insertas en una cultura específica, la dominicana, con sus características androcéntricas y discriminatorias, además de propiciar la desconexión social. Una cultura con una aparente sociabilidad que excluye el real contacto y la vinculación de las personas con su emocionalidad.
La fundamentación teórica explicitada en este artículo es el marco de referencia para la comprensión de los aspectos relevantes que han conformado el concepto de sí de nuestras participantes, en el desarrollo de sus vidas. La expresión del autoconcepto, tanto desde la perspectiva profunda, como desde el ámbito social será expuesta en próximos artículos, cuando se aborden, específicamente, tanto el aspecto cuantitativo como en el cualitativo según el enfoque mixto utilizado en esta investigación.
El estudio, Las diosas sometidas: autoconcepto en mujeres de grupos vulnerables. Encuentros afectivo-participativos y sus efectos en el self, se apoya en la visión compleja de ser humano. Desde esta perspectiva es necesario articular diversos constructos que la Psicología ha manejado de forma independiente, en la búsqueda de explicar al individuo. El vincular estas acepciones, que en nuestro caso surgen de un contexto social concreto, como la exclusión, la pobreza, la experiencia de maltrato y el vivir con el VIH, sobre un amplio marco conceptual fundamentado en la Psicología Profunda, el arte, la emotividad, y en lo inconsciente, tanto personal como colectivo, nos lleva de la mano a un ejercicio de compresión del ser humano que se acerca de manera más fidedigna a su particularidad, importantizando, de este modo, su cotidianidad y su vivir desde su momento histórico particular hasta lo transgeneracional y lo trascendente.
Notas
- Primera parte: La fundamentación teórica.
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Datos de filiación
Rocío Hernández Mella. Profesora-Investigadora del Área de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, INTEC. Candidata a doctora en Psicología Social; tiene una maestría en Planificación y Administración de la Educación, especialización en Psicología Educativa; licenciatura en Psicología. Consultora en Psicología y Educación para OEI-República Dominicana y el MINERD. Vice-presidenta de la Fundación Tonucci: educando para la Diversidad. Entre las publicaciones recientes están: Vivir feliz como propuesta para un quehacer docente imaginativo e inclusivo (2012). Es coautora de los artículos ya publicados: El arte salva (2011); La sobreedad escolar: De la exclusión a la oportunidad (2011); Nuevas miradas psicológicas al “ser mujer”: despertar, transgredir y renacer en el arte (2009); De la culpa a la redención: hacia una nueva psicología (2009).
Email: rocio.hernandez@intec.edu.do
Patricia Liranzo Soto. Profesora Área de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto Tecnológico de Santo Domingo, INTEC. Maestría en Psicología Clínica, especialización en Psicología Clínica; curso Experto en Peritaje Psicológico e Intervención Judicial; curso en Diagnóstico y Rehabilitación Neuropsicológica en Neurología Conductual; curso en Evaluación e Intervención Psicofisiológica en Medicina Conductual; licenciatura en Psicología. Se desempeña como facilitadora en OEI-República Dominicana. Asesora de tesis; coordinadora de diplomados y asistente de investigación en el INTEC. Entre sus publicaciones están: Apego y autoestima en estudiantes femeninas en Psicología (2012); El proceso de descentralización escolar y sus condiciones de posibilidad (2006).