Hard Times (Tiempos duros) es una novela de Charles Dickens que critica la sociedad inglesa de 1854. Su autor, que trabajó cuando niño y vivió en la cárcel junto a su padre, denunció la insensibilidad social, la ambición personal, la evasión alienante, la educación represiva y las redes sociales excluyentes con la disyuntiva: “Depende de ti o de mí que estas cosas sucedan o no en nuestras esferas de acción”. Su objetivo no era cambiar el mundo –es éste que nos cambia– sino “recrear” otra realidad posible. Hard Times es también un blues de negros vagabundos que denuncian su dolor y soledad en los Estados Unidos.
Tiempos difíciles es la obra de Carlos Enrique Cabrera, filólogo dominicano, profesor del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) y editor de la revista Caudal. Tiene el tono de la denuncia social de Dickens y el dulce amargo del blues. No es optimista ante tantos problemas, ni pesimista ante tantas posibilidades. Aunque pone buena cara ante el mal tiempo, autor y obra son nada simpáticos. Encara el poder, la economía, las instituciones, el pueblo y la gente con responsabilidad crítica reconociendo que somos parte del problema, pero también de la solución.
Para Carlos Cabrera, una crisis de la cultura y la sociedad nos arrasa y aturde a nivel mundial. Millones de dominicanos no le creen; viven en el país de las maravillas con el campo de golf más grande del mundo, el último lugar en lectura entre 17 países de América Latina y una nueva Constitución que le cambió el nombre original a la ciudad de Santo Domingo, primada de América, por Santo Domingo de Guzmán, un invento de 1966, y todo sigue tan campante…
Nuestros males se esfuman en ondas de radio y de TV, en revistas con la vida íntima de ricos y famosos, en el pan y circo de la política, la farándula y el narcotráfico, en el american idols y la discolight, todo en english. El proyecto de nación parece ser que cada cual se salve en una tabla y se quite la cabeza como en La mancha indeleble de Juan Bosch. Al final ¿no heredarán los “pobres de espíritu” el reino de los cielos? Mentira: es una mala traducción. El Evangelio de Mateo debió decir espíritu de los pobres, nunca pobres de espíritu porque éstos dominan el mundo desde que mataron a Cristo.
Tiempos difíciles de Carlos Cabrera debe leerse como Literatura, Sociología, Antropología y Ética. Excelente para políticos del poder y la oposición, ricos pobres y pobres ricos, sabios ignorantes e ignorantes sabios. El autor nos restriega la crisis en la cara y nos llama a aceptarla y aprender de ella, pues podría propiciar el cambio que anhelamos y necesitamos. El problema no es vivir en crisis; estamos dentro de ella y nos rodea como el agua a nuestra isla. La cuestión es convertirla en acicate para el cambio, la crítica y autocrítica, tema central de este libro.
La crítica como reflexión y pensamiento, forma de vida, bien irrenunciable para el desarrollo social es concepto usado por Carlos en sentido greco-kantiano. Los griegos usaban crisis-críticacriterio como cambio-juicio-decisión. Immanuel Kant creó el “criticismo” en el siglo xviii, una teoría y una actitud del conocimiento que considera la realidad o el mundo desde el punto de vista crítico, no siendo posible ni deseable conocer o actuar en el mundo sin previa crítica o previo examen del conocimiento y la acción. En resumen, todo debe someterse a la crítica (Ferrater 1998: 737). Cabrera nos recuerda con Octavio Paz, premio Nobel mexicano, que la modernidad es obra de la crítica y que sin ella, no es posible un país moderno. El problema dominicano es que detestamos la crítica y cuando la practicamos es negativa y destructiva. Como “higiene social” evitaríamos el “positivismo ingenuo” y el “pesimismo malvado” que consideran al país, respectivamente, como el mejor y el peor del mundo. Ambos juicios, según el autor, no son críticos, ni permiten cambio alguno.
Tiempos difíciles, colección de ensayos sociales, culturales, literarios y filosóficos contiene una variedad de enfoques –a mayor complejidad social, mayor diversidad teórica–, y un formato narrativo flexible abierto a la novedad. Por algo el epígrafe escogido es de M. de Montaigne, pionero del ensayo moderno: “Cuando das un paso hacia lo que no sabes es cuando empiezas a ensayar”. El ensayo es antípoda del tratado y del mega relato que todo lo sabe.
La crítica sola no construye nada. Opera como control de calidad, pero no agrega nada a la obra. Carlos la propone como adjetivo del intelectual, el que produce ideas y conceptos, distingue lo verdadero de lo falso, ideas buenas y malas, alumbra la realidad, revela lo oculto detrás de las palabras, no se arrastra ni se confunde por prejuicios e intereses de empresa, iglesia o partido. Al intelectual crítico el poder no lo calla ni lo hace variar sus juicios. Cabrera reconoce que no todos los intelectuales son “críticos” y que algunos defienden proyectos egoístas, destructivos y poco éticos. Mucha gente cree ingenuamente que las universidades se crearon para transmitir conocimientos. La educación como “pan de la enseñanza”, al margen del control y la reproducción social es ideología para niños dormilones. Las universidades conventuales medievales formaban doctores para la Inquisición. Cuando un intelectual alquila su pluma o vende su dignidad, dice Carlos Cabrera, deja de pensar críticamente. Se trata de un dilema porque al igual que el obrero, el intelectual necesita vender su producto para vivir, un saber articulado al poder. Bolívar recuerda que el talento sin probidad es un azote, mientras Napoleón temía a los ideólogos más que a los cañones. Vida, ética y crítica son lo mismo porque hay que escoger y decidir. Para Rousseau, cuando el ciudadano sólo trabaja para su bien personal es porque hace mucho que no vive en un Estado, al igual que cuando el intelectual alquila su crítica, su nación agoniza. De todas maneras, prefiero que venda su idea a que sea un “lujo cultural de los neutrales”, como dice Gabriel Celaya.
Tiempos difíciles pone la dominicanidad al desnudo, no para un “strep tease”, sino para diagnosticar por qué somos como somos.
Somos autoritarios y nos gusta el autoritarismo, perniciosa manera de convivir, por la falta de orden y disciplina e irrespeto de normas y leyes. En contra de la nostalgia trujillista y del triunfo del pensamiento conservador dominicano, Carlos recuerda que el autoritarismo nunca resultó ser un problema alguno y que está en la raíz de todos.
Nos gusta la política y los políticos. He aquí la gran coartada de los dominicanos porque, según el autor, no basta acabar con la política, ni considerar a los políticos como causa de nuestras desgracias y decadencia moral. Es que somos semejantes a ellos, salimos de la misma tierra y sociedad, como el merengue, el sancocho y la cigua palmera. Ojo con eso. Política se convierte en politiquería, según Bosch, por el escaso desarrollo político dominicano. Cabe preguntar si la democracia es posible con pobreza, desempleo, analfabetismo y educación sin calidad. Más que libertad de prensa lo que existe es libertad de empresa. Algún apoyo condicionado recibió la dictadura de Trujillo, mientras la democracia después de su muerte cuenta con el apoyo del pueblo latente o manifiesto. La “servidumbre voluntaria” de Étienne de la Boétie funciona en ambos regímenes.
Somos seres de ruido. El autor debe vivir cerca de un colmadón escandaloso que le hace la vida imposible. Al ruido lo considera rasgo de nuestra personalidad, segunda naturaleza, patología social de insospechadas consecuencias. “Oigan la bulla…” tronaba Frank Krawinkel en el Palacio de los Deportes cuando jugaban los equipos de baloncesto de Naco y San Carlos. Estos encuentros sobrepasaron la rivalidad de Licey y Escogido porque enfrentaban a ricos y pobres. Este “ruido colectivo” era necesario para botar el golpe y aprender a competir deportivamente. Pero Carlos Cabrera habla de otra bulla, la que nos rodea y persigue a todas partes, la que no tiene sentido, la intrusa que invade calles, iglesias, parques y hasta universidades. En muchos países, aún en los pobres, el ruido es objeto de algún control. Aquí forma parte de nuestra insensibilidad que atenta contra la naturaleza, la sociedad y nosotros mismos. Es indiferente a los niveles de instrucción. La feria del libro es una feria rodeada de ruido por todas partes, sin importar que su director haya escrito un bellísimo libro titulado Filosofía del silencio.
El ruido se conjuga con el chiste prejuiciado e irracional. Este mecanismo generalizado en lo social dominicano, arma en la punta de la lengua, anarquiza el ambiente, impide un discurso con sentido y produce una risa sin pensar. Ante el dato de que sacamos el último lugar en lectura a nivel regional, un tonto desconsolado preguntó si Haití no había participado. Mientras exista Haití no seremos los últimos. Pero, no todo está perdido. A falta de buenos estudiantes y ciudadanos, buenos cómicos como Aristófanes y Plauto. La buena comedia es crítica de la sociedad. Pero no, según Gabriel Atiles, en el país predomina el cómico que se ríe de la gente, no el que se ríe con la gente. Los chistes se hacen a costa del díscolo, bruto, fracasado, alcohólico, discapacitado, pobre, feo, ladrón, estúpido… El pueblo se ríe de su desgracia sin darse cuenta. No puede haber diálogo sin silencio, ni conciencia sin pedagogía. Carlos Cabrera va más lejos: identifica un plan deliberado, una voluntad política de hacer ruido para anular nuestros cerebros, pensamientos y sentimientos. Se trataría, pienso yo, de un lavado de cerebro con opio y bruteína. ¡Wao, esto sí que no produce risa!
Si no podemos pensar, entonces caminemos. El problema es que el peatón no es gente. Caminar por la calle es un campo de batalla donde se puede perder la vida o la dignidad. Se trata de un placer o necesidad que el autor de este texto habría descubierto en Madrid, cuya insatisfacción ahora lo frustra y desencanta. Ante calles y aceras maltrechas, falta de señalización, irrespeto vial y alcantarillas sin tapas, la muerte acecha al peatón con los ojos insensibles de la patana, la yipeta y el motoconcho. Aquí el peatón es como el nómada migrante que no es de aquí ni de allá.
¿Cómo cambiar todo eso? Lo primero, Carlos recuerda que lo dominicano no es una esencia y que si bien somos así, también podemos ser de otra manera. En teoría, buenas instituciones sociales, culturales y educativas podrían convertir al dominicano típico en un auténtico suizo, como el conductismo de J. B. Watson haría de un delincuente un filántropo. En realidad, el autor se conforma con poder reconocer que somos seres únicos e irrepetibles, capaces de engrandecer la dominicanidad y la humanidad. Esta tarea es impensable sin educación, pero no basta la formal. Sin el tejido social de la calle, el barrio, el parque, la casa, el club, nuestro sistema educativo no puede cumplir sus funciones socio-cognitivas.
Cómo cambiar una sociedad de hombres y mujeres llenos de miedo y temor, doblegados, sin curiosidad, que no se interrogan, ni se preguntan sobre nada, ciegos y sordos, que nada comprenden ni quieren comprender, que llevan una vida domesticada. Casi imposible. Pedro Henríquez Ureña sólo enseñaba al que quería aprender. Punto. El problema es qué hacer cuando encontramos este sujeto en el aula. ¿Cómo un niño criado oyendo decir “este muchacho si inventa y pregunta” puede convertirse en un estudiante curioso y crítico? Jamás. La advertencia de Cabrera a la educación superior es que sin intelectuales críticos y preparados, opinión pública instruida, publicaciones, editoriales, instituciones científicas, nuestras universidades no podrán dinamizar la vida intelectual, cultural y científica del país.
Estas críticas no son nuevas ni exclusivas del autor. Para Miguel de Mena, leer y pensar es hacer un harakiri, sobre todo en un país cada vez más excluyente (2010: 2). Agrego: es que llegó el momento de excluir, aislar y ridiculizar a lectores y pensadores. Dice Hamlet Hermann que vivimos en un día postelectoral permanente en el cual los escritores reciben poca atención y se aprovecha la distracción para meter de contrabando publicaciones exigidas por ley, como una norma que permite al Estado y a empresas privadas de telecomunicaciones intervenir “llamadas de interés” para alguna de las partes (2010: 10ª). Según Miguel Sang Ben nunca hemos creído en la justicia y menos en la verdad (2010: 15ª).
La solución de Carlos Cabrera no es la revolución ni el cielo. Eso lo proponen especímenes de nuestra avifauna que él llama Farsante Profesional Nacional y Todólogo Profesional Nacional. Es enfático contra los dualismos monocordes –bueno o malo, democracia o comunismo. Las ideologías que prometen el cielo en la tierra lo primero que crean son inquisiciones y campos de concentración para sus enemigos. La propuesta de del autor está al alcance de cada uno: la pasión por la vida, el arte, la cultura, el amor. Pero, estamos tan deshumanizados que su mensaje suena a “autoayuda”, al monje que vendió su Ferrari, que le comieron el queso y se le oxidó la armadura. La literatura académica –especialmente la Psicología– es tan árida, aburrida y pésimamente escrita que coadyuva con el “boom” de la literatura chatarra.
El amor, Carlos tiene razón, es visionario, y el enamorado, un revolucionario auténtico. Intelectual crítico no significa desapasionado. En tiempos difíciles sería de gran ayuda la “pedagogía de la ternura” de José Martí. Para Freud nadie ha inventado mejor medicina que decirle a otro “te quiero”. El best seller de la Psicología es El arte de amar de Eric Fromm. El amor es fuerza subversiva, pero pocos saben que es categoría histórica reciente. El amor romántico-erótico, como lo conocemos hoy, no lo inventó Jesús, sino los provenzales del sur de Francia, mil años después de él. Surgió con la canción romántica, el amor libre –la pareja que elige libremente a otra– y el inicio de las lenguas romances que hoy hablamos. El poder del Estado y la Iglesia, siempre unido, acusó a los “amorosos” de herejes y los hizo juzgar por la Santa Inquisición dirigida por Santo Domingo de Guzmán y en poco tiempo “cátaros” y “albigenses” murieron bajo un terror no superado por el martirio de los primeros santos. Si no me creen, lean El amor en la Edad Media y otros ensayos de Georges Duby (1992) y La vida amorosa en la época de los trovadores de José María Bermejo (1996).
No estoy seguro de que el libro Tiempos difíciles le guste a mucha gente, sobre todo el final que termina con la muerte. No es que el autor esté enfermo ni que sea necesario recordarnos lo que para muchos es la única verdad de esta vida, que es un soplo la vida, como dice Gardel. No. Carlos muestra que el problema no es la muerte, sino la vida y que hay muchas formas de muerte, cadáveres variados, muertos en vida ambulantes. El peor cadáver: el que no quiere vivir o no vive auténticamente. ¿Para qué quiere otra vida si no vive la que tiene? Dice el autor que en la vida avanzamos con mapas poco confiables y que nadie enseña a vivir. Esta no es asignatura de estudio, ni tema de postgrado. Tampoco hay un doctor en vida experto en el viaje que nos conduce hacia los otros, a nosotros, al corazón del ser humano singular e irrepetible que somos. La educación tradicional no enseña a vivir. Su crítica convirtió a Jean-Jacques Rousseau en precursor de la educación moderna.
Yo digo que la vida no es trágica en sí. Ni siquiera la tragedia es mala, en el sentido griego. La muerte accidental no es una tragedia, sino un hecho azaroso. La tragedia está en contar lo que sucede para, como dice Esquilo, aprender con el dolor. La tragedia de Jesús no es que murió crucificado; está en su última pregunta: Eli, Eli, lamma sabactani, Padre, Padre, por qué me has abandonado. Murió sin escuchar una respuesta.
Algo está pasando y no sabemos lo que pasa, eso es lo que pasa, según José Ortega y Gasset. Mientras tanto, he aquí un buen libro para Tiempos difíciles y un buen autor, Carlos Enrique Cabrera, caudal de agua limpia en medio del charco.
Notas
- Según los lineamientos de esta revista, las reseñas no precisan de aprobación ni de un formato específico.
Referencias bibliográficas
Bermejo, J. M. (1996). La vida amorosa en la época de los trovadores. Madrid: Talleres Gráficos Peñalara.
Cabrera, C. E. (2010). Tiempos difíciles: Ensayos sociales, culturales y filosóficos. Santo Domingo: Instituto tecnológico de Santo Domingo.
De la Boétie, Ë. (2003). Discurso de la servidumbre voluntaria. México: Editorial Sexto Piso.
De Mena, M. (2010, 15 de mayo, p. 2). ¿Tiene vigencia el anti-trujillismo? Hoy-Areíto.
Duby, G. (1992). El amor en la Edad Media y otros ensayos. Madrid: Alianza Editorial.
Ferrater Mora, J. (1998). Diccionario de filosofía. Barcelona: Editorial Ariel.
Hermann, H. (2010, 17 de mayo, p. 14A) El día después. Hoy.
Sang Ben, M. (2010, 17 de mayo, p. 15A) Una necesaria ley de la memoria histórica. Hoy.