Ciencia y Sociedad, Vol. 34, No. 4 Octubre-Diciembre 2009: p.505-515, • ISSN: 0378-7680 (impresa) • ISSN: 2613-8751 (en línea) • Sitio web: https://revistas.intec.edu.do/

DE LA CULPA A LA REDENCIÓN: HACIA UNA NUEVA PSICOLOGÍA

(From Guilt to redemption: towards a new psychology)

DOI: http://dx.doi.org/10.22206/cys.2009.v34i4.pp505-515

* División Gestión de la Docencia, Instituto Tecnológico de Santo Domingo, INTEC, República Dominica. Email: rocio@intec.edu.do
** Area de Ciencias Sociales y Humanidades, Instituto Tecnológico de Santo Domingo, INTEC, República Dominica. Email: berenice@intec.edu.do

Recibido: Aprobado:

INTEC Jurnals - Open Access

Cómo citar: Hernández Mella, R., & Pacheco Salazar, B. (2009). De la culpa a la redención : hacia una nueva psicología From guilt to redemption : towards a new psychology. Ciencia y Sociedad, 34(4), 505-515. https://doi.org/10.22206/cys.2009.v34i4.pp505-515

Resumen

“Eva muda la piel…” aproximó a la construcción de un abordaje terapéutico que propicia que las personas re-encanten su vida. A través del trabajo con un diario de sueños y sentimientos y técnicas artísticas-creativas, profundizó en el concepto de culpa patriarcal, así como en actitudes, prácticas, circunstancias sociales y manifestaciones de la psique profunda que propician la asunción responsable de un proyecto de vida. Se hizo manifiesto que el ser mujer continúa siendo vivido desde la dominación masculina y que la imposibilidad de cumplir con las normativas patriarcales aprendidas y aceptadas, desarrolla sentires de culpa a lo interno de las mujeres, haciendo que no se consideren capaces de realizar sus sueños ni merecedoras de que sus deseos se cumplan. Las vías de la redención verdadera se nos presentan en un doble sentido. Por una parte, a través del diálogo interior y, por otra, el desarrollo de una nueva relación con el mundo que nos rodea, a través de mediaciones simbólicas: gesto, dibujo, danza, poesía, que posibilitan hacer de nuestros actos cotidianos,

verdaderas obras de arte.


Palabras clave:

Abstract

“Eve sheds her skin…” contributed to build a therapeutic intervention that could assist people in re-enchanting their lives. Working through a diary of dreams, feelings and artisticcreative techniques, it delved into the concept of patriarchal guilt, as well as into attitudes, traditions, social circumstances and deep psyche manifestations that encourage taking responsibility in their life project. It became apparent that “being a woman” remains a concept lived from a masculine supremacy perspective and that the impossibility of conforming to learnt and accepted patriarchal norms develops into inner feelings of guilt for women, which prevent them from considering themselves capable of accomplishing their dreams or of being worthy of allowing their wishes to be fulfilled. The ways of real redemption present themselves in a double sense. On one part, through inner dialogue and on another, developing a new relationship with the world around us through symbolic connections (gestures, drawings, dance, poetry) that create the possibility of crafting our daily acts into real works of art.


Keywords:

Psychology, gender roles, deep psique, guilt.

“La psicología tradicional se muestra a menudo muy parca o totalmente silenciosa a propósito de las cuestiones más profundas e importantes para las mujeres: lo arquetípico, lo instintivo, lo sexual y lo cíclico, las edades de las mujeres, la manera de actuar de una mujer, su sabiduría y su fuero creador”. (Pinkola;1998:14).

El pensamiento occidental, que semeja el progreso con la dominación de la naturaleza y todo lo cercano a ella, dicotomiza las experiencias y conocimientos de la humanidad, logrando la exclusión, invisibilización y objetivización de la mujer. Dentro de esto, ha jugado un rol preponderante la asociación de lo femenino a lo natural, salvaje e intuitivo, y lo masculino a la razón que, en tanto asumida como máximo atributo humano, le posiciona como referente de lo humano.

El pensamiento occidental ha sido históricamente un instrumento de legitimación, naturalización y perpetuación de las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres. Es así como la ciencia (hegemónica), tal y como plantea Evelyn Fox Keller (1991), “no sólo ha sido producida por un subconjunto particular de la raza humana, es decir, casi totalmente por hombres blancos de clase media, sino también que ha evolucionado bajo la influencia normativa de un ideal de masculinidad particular” (15).

Esa ciencia hegemónica que, además, parte de la separación entre el sujeto que conoce y el objeto que se intenta conocer, asumiendo la existencia de una verdad universal y que, como parte del mundo físico, obedece a “leyes naturales”, ha producido una manera de hacer Psicología que es, entre otras cosas, reduccionista y controladora y que considera a quienes quedan fuera de los estándares “naturales” como enfermos o patológicos.

A continuación, algunas de las principales críticas a estas corrientes más tradicionales de la psicología, surgidas en la cultura patriarcal imperante:

1. La asunción de la conducta, el comportamiento o lo meramente observable como el principal objeto de estudio de la psicología. Se ha llegado a asumir “que los sujetos podían expresarse como una suma de exterioridades, manejándonos equivocadamente con la concepción de que lo complejo se iguala a la suma de sus partes” (Hernández;1990).

2. La pretensión de comprender al ser humano desde la noción de un sujeto único, universal y ahistórico, a partir del énfasis otorgado en la práctica psicológica a la estandarización y medición de los procesos mentales, quedando reducida y mecanizada la complejidad y diversidad de la experiencia humana.

3. La desvalorización de lo emocional e intuitivo en el ser humano, y junto con esto, la desvalorización o secundarización de las capacidades artísticas y creativas del ser, privilegiando, como ya hemos anotado, las capacidades de pensamiento lógicas y racionales.

4. La desvalorización de lo cotidiano y relacional como espacio de convivencia humana, espacio donde es y está lo psíquico y mental (Maturana;1992) y espacio de construcción de conocimientos.

Dentro de un contexto patriarcal, la psicología ha de asumir un rol activo en el desmonte de la más tradicional construcción de la llamada “identidad femenina”; y esto pasa, por el análisis crítico a las corrientes psicológicas que dicotomizan, reducen, mecanizan y/o patologizan la experiencia humana. Se trata de aportar a la construcción de una psicología que se avoque a la comprensión de la vida humana desde una visión más amplia y que considere el análisis de cómo se han construido históricamente las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres.

Una tarea fundamental es abrir espacios de aceptación que posibiliten la expresión espontánea de la interioridad (compleja y profunda) humana, de manera de recuperar poder para asumir con conciencia y fe el proyecto de auto‐corealización de vida. Otra tarea simultánea es construir conocimientos psicológicos desde nuestra realidad específica en República Dominicana y los distintos grupos sociales.

Nueva mirada psicológica a la culpa

En una sociedad basada en las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres y, asimismo, en la lógica de premio/castigo, la culpa se fundamenta en el sentir martirológico que obstaculiza la asunción responsable de nuestras acciones y omisiones y, por lo tanto, ser las constructoras de nuestra propia historia y destino.

En el patriarcado, se ha construido una normativa de “deber ser femenino” configurada desde ‐y en función para‐ lo masculino, que se produce y reproduce a través de diversas instancias socializadoras: iglesia, familia, escuela, medios de comunicación, estado…

“La feminidad no es un espacio autónomo con posibilidades de igualdad, de autogestión o de independencia, es una construcción simbólica y valórica diseñada por la masculinidad y contenida en ella como parte integrante” (Pisano;2001:21).

Por esta lógica, la “identidad femenina” suele entenderse a partir de una concepción martirologica del amor, el apego a los estereotipos de belleza y la maternidad, por lo que la menstruación, ser esposa, el embarazo y el parto son sólo “medios” para llegar a ser madre, y no procesos en sí mismos.

“La construcción y localización que han hecho de nosotras como género no es neutra: la masculinidad necesita colaboradoras, mujeres/femeninas, funcionales a su cultura, sujetos secundarizados que focalicen su energía y creatividad en función de la masculinidad y sus ideas” (Pisano;2001:25).

En un contexto donde a la mujer le es negada la posibilidad de construirse como ser completo, se configura la culpa en las mujeres a partir del sentirse en incumplimiento ante las expectativas sociales que han sido configuradas desde la masculinidad dominante.

Para Marcela Lagarde, feminista latinoamericana, la culpa viene dictada desde la racionalidad patriarcal. En su libro “Los Cautiverios de las Mujeres” (2003) expresa que, ante los roles estereotipados de género atribuidos a las mujeres y la imposibilidad de cumplir con todos los requerimientos como madre, esposa, amante y doméstica, las mujeres desarrollan tres manifestaciones de culpa: el no sentirse seres humanos completos, tener una identidad estereotipada y el no sentirse en capacidad de cumplir con todas las expectativas sociales.

De este modo, “las enormes contradicciones emanadas de sus modos de vida generan en ellas rabia, dolor y agresión que no encuentran cause positivo de expresión” (Lagarde;2003:768).

Para la antropóloga estadounidense Riane Eisler (1991, 1998) la concepción patriarcal de amor martirológico construye una identidad femenina revestida de culpa: “Las mujeres a veces soportan relaciones abusivas porque han sido eficazmente condicionadas a culparse a sí mismas por su sufrimiento y tienen la esperanza que si de alguna manera logran cambiar para no enfurecer a sus abusadores, todo funcionará bien” (Eisler;1998:123).

Para el biólogo chileno Humberto Maturana, se desarrolla culpa cuando no hay aceptación ni respeto. Para el autor, la culpa guarda una estrecha relación con la imposición de la moral judeo‐cristiana y, a la vez, es un reflejo de una débil autoestima y autoconfianza (s.f.:66).

Entendiendo que “la mayor parte del sufrimiento viene de la negación del amor” (Maturana,1990:23), “para no sentirnos culpables de nuestros actos, hay que vivirlos desde la legitimidad y aceptación de uno mismo” (28).

Para el filósofo Morris Berman (1990), la culpa suele ocultarse en manifestaciones como las drogadicciones, alcoholismo, compulsividades y depresiones. En esto coincide con los planteos de Thomas Moore (1993), psicólogo clínico, quien expone que los problemas emocionales de la época, tal como lo expresan los pacientes, tanto hombres como mujeres, incluyen: el vacío, la falta de sentido, una vaga depresión, la desilusión con respecto al matrimonio, la familia y las relaciones, la pérdida de valores, los anhelos de realización personal y la avidez de espiritualidad.

Ambos autores, hablan de la pérdida del sentido o el “desencantamiento del mundo”, visión en la cual la mujer ha sido doblemente sometida y des‐almada.

Retomando lo específico de la culpa en las mujeres, y desde una visión de la psicología profunda, Clarissa Pinkola Estés (1998) reconoce una gran cantidad de “síntomas emocionales” producto de una ruptura con la fuerza salvaje a lo interno de la psique, ocasionada por la cultura patriarcal que desvaloriza todo lo atribuido a lo femenino. Cita, por ejemplo, “sentirse extremadamente seca, fatigada, confusa, asustada, débil, sin inspiración, impotente, bloqueada; ceder la propia vida creativa a los demás, temor a aventurarse en solitario o revelarse, temor a presentar un trabajo hasta que no se ha conseguido la perfección absoluta, entre otros” (Pinkola;1998:19‐20).

“A lo largo de la historia, las tierras espirituales de la Mujer Salvaje han sido expoliadas o quemadas, sus guaridas se han arrasado y sus ciclos naturales se han visto obligados a adaptarse a unos ritmos artificiales para complacer a los demás.” (Pinkola;1998:11)

Utilizando el concepto jungiano de arquetipo referido a una simbolización personificada de los diferentes componentes de la psique profunda, Clarissa Pinkola Estés (1998) utiliza el arquetipo de mujer salvaje como personificación de la psique profunda femenina, y en alusión a profundas fuerzas de auto‐realización femeninas. Así, el término “salvaje” es utilizado por la autora para significar la vida en una “existencia natural”, más allá de las prescripciones impuestas.

Se introduce así la conceptualización de “culpa inconsciente” para explicar este conflicto profundo. La culpa generada a lo interno de la psique ocurre como producto de un conflicto paradójico: a partir del surgir y resurgir de la naturaleza instintiva salvaje femenina, a pesar del trabajo castrador de la sociedad. Estos deseos de recuperación de lo femenino producen sentimientos de culpa, en tanto la mujer no inicie un proceso de recuperación de la voluntad de vivir una vida más allá de los límites sociales impuestos.

Nuevos abordajes

Desde el feminismo radical, en la década de los 70´s, los grupos de reflexión y toma de conciencia entre mujeres sirvieron para identificar en las vidas cotidianas de las mujeres las manifestaciones de la opresión patriarcal, el carácter colectivo del problema de la opresión a la mujer, la toma de conciencia de ello y la politización de la vida cotidiana.

Como hemos establecido, las corrientes tradicionales de psicología se centran en la patologización del ser, lo que implica una mirada centrada en “el individuo” y no en el contexto social.

Sin embargo, tal y como expresa Morris Berman “no se puede tratar la mente y la conciencia como una entidad independiente de la vida material” (Berman; 1990:16). Por eso es importante situar el contexto cultural e histórico del ser humano, así como partir del rechazo del falso discurso de la naturalización de la dominación. Así, desde nuevas posturas psicológicas, se constituye en un esfuerzo en vano buscar curar almas individuales si dicho proceso no está vinculado a propuestas sociales capaces de generar cambios colectivos.

Ante esto, se visualizan elementos fundamentales que consideramos han de ser aspectos vitales en todo proceso de curación de almas:

1. El desmonte y des‐aprendizaje de los roles estereotipados de género, y los comportamientos, actitudes y sentimientos que tradicionalmente se han asignado a hombres y mujeres por motivos de género. Así, uno de los objetivos de toda terapia psicológica ha de ser el desmonte de los roles estereotipados de género, el desmonte de la masculinidad dominante y el empoderamiento de las mujeres.

Dentro de esta visión, no existe cabida para la patologización de la inversión de los roles de género tradicionales, más bien se estimula a des‐construirlos y transcenderlos.

2. El análisis de los elementos culturales y estructurales de dominación a las mujeres debe considerarse como el punto de partida fundamental para comprender los problemas de la salud mental.

Los problemas de la mente, o de salud mental, han de ser entendidos desde un contexto socio‐político‐económico, reconociendo que los males humanos han surgido del orden social dominador, como establecen autores como Riane Eisler (1991) y Humberto Maturana (1990).

3. La importantización de las experiencias, sentimientos y vivencias de las personas: su propia historia de vida; estableciéndose la importancia de la no re‐victimización en el proceso de terapia.

4. La persona terapeuta o guía también se reconoce como ser en reconstrucción dentro del proceso terapéutico. Asimismo, se opone a que las personas se “acomoden” en el proceso terapéutico; es decir, que hagan de su “mal” un modo de vida que les ayude a concitar compasión, por lo menos.

5. Se trata de visualizar formas terapéuticas que visualizan la transformación individual como un puente para el empoderamiento de otras personas, otras mujeres, y la transformación de la sociedad en general. El objetivo de la terapia debe ser tomar acción, por lo que parte integral del mismo proceso terapéutico consiste en el empoderamiento de otras mujeres.

6. Finalmente, entendemos que las terapias psicológicas han de entenderse como procesos espirituales. Al respecto, Thomas Moore (1993) enfatiza que el cuidado del alma no se relaciona con arreglar, cambiar, devolver la salud ni con la idea de perfección o de mejoramiento que motivan a la mayoría de nociones de la psicología y la psicoterapia. Más bien, Moore (1993) invita a hacer de la espiritualidad una parte más importante de nuestra vida, pues “cuidar el alma no significa solazarte en el síntoma, sino tratar de aprender qué cualidades necesita el alma” (205).

Clarissa Pinkola Estés (1998) explica que pasado un tiempo de trabajo con sus pacientes “acabamos por encontrar el mito o el cuento de hadas que contiene toda la instrucción que necesita una mujer para su desarrollo psicológico. Estas historias contienen el drama espiritual de una mujer” (23).

Para Pinkola Estés (1998), “ya es hora de que se restablezca la antigua sabiduría”. Como ella bien expresa,

“Todas las mujeres y todos los hombres han nacido con ciertos dones. Sin embargo, poco esfuerzo se ha dedicado en realidad a describir las vidas y los hábitos psicológicos de las mujeres inteligentes, talentosas y creativas. En cambio, se ha escrito mucho acerca de las debilidades y las flaquezas de los seres humanos en general y de las mujeres en particular” .

Para la autora, “la naturaleza salvaje acarrea consigo los fardos de la curación: lleva todo lo que una mujer necesita para ser y saber: relatos, sueños, palabras, cantos, signos y símbolos” (1998:21). Trabajar el alma quiere decir, entonces, aceptar la naturaleza salvaje femenina, como camino de redención de la culpa en las mujeres. Para ella, “el ‘oficio de hacer’ constituye una parte importante de mi trabajo. Trato de conferir fuerza a mis pacientes, enseñándoles los antiquísimos oficios manuales…entre ellos, las artes simbólicas de la creación de talismanes, las ofrendas y los retablos…El arte es importante, pues evoca las estaciones del alma o algún acontecimiento especial o trágico del viaje del alma” (1998:23).

Tomas Moore (1993) acota: “El cuidado del alma no consiste en resolver el enigma de la vida; muy al contrario, es una apreciación de los paradójicos misterios que combinan la luz y la oscuridad en la grandeza de lo que pueden llegar a ser la vida y la cultura humanas”.

Entendemos que incorporar lo artístico a lo cotidiano permite recrear la vida, sanar el alma, y re‐inventar lo humano con amplio sentido estético y simbólico. Por otro lado, vivir con un sentido de pertenencia a una colectividad posibilita una existencia “abarcadora” y con un profundo sentido ético. Así, nos situamos ante el arte y la colectividad como caminos redentores del efecto devastador de la culpa patriarcal y profunda; como formas de trascender los “deber ser” y apostar también a nuevas construcciones de nuestro espacio psíquico, que permitan admirar el vasto misterio de existir.

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