INTRODUCCIÓN
El problema del desarrollo ha ocupado la atención mediática, la del mundo académico y la de las mujeres y los hombres de la calle a lo largo del siglo xx y continúa siendo un objeto de atención y discusión en los inicios del siglo xxi.
Desgraciadamente, y pese a todos los esfuerzos desplegados por las Naciones Unidas y otras organizaciones supranacionales, como la Unión Europea, así como por algunos Estados que se han destacado en su cooperación y ayuda al desarrollo de los países llamados, de manera eufemística, en vías de desarrollo, el mundo continúa dividido en dos bloques disímiles en cuanto a producción y distribución de la riqueza: los llamados países del Norte y los del Sur.
Los mismos países, o casi, que en la década de los 60, 70, 80 y 90, llamábamos, sin cortapisas países desarrollados y subdesarrollados. Incluso los estudiosos más libres para exponer el resultado de sus investigaciones lo decían con mayor rotundidad: estamos en una espiral que no disminuye sino que aumenta cada vez más, la del hiperdesarrollo de los países desarrollados y la del desarrollo del subdesarrollo.1
La distancia entre esos dos mundos no se ha acortado sino que aumenta. Los países ricos son cada vez más ricos y los países pobres son cada vez más pobres. Y esa distancia a escala mundial se reproduce también a escala nacional. Los pobres de los países pobres lo son cada vez más y tienen una participación menor en la riqueza de sus países, mientras, los que controlan, administran o son propietarios de las riquezas, son cada vez más ricos y tienen un consumo más ostentoso y sofisticado. La desigualdad no es sólo entre países sino dentro del seno de cada país.
En un mundo, el de hoy, en el cuál todo nos invita a abjurar de las ideas, a huir de las llamadas utopías, y a centrarnos en los hechos crudos y desnudos, hay datos y realidades que no resultan vanos recordar. Según la FAO, cada día, unas 100.000 personas mueren de hambre o como consecuencia o secuela del hambre. En el tiempo en que usted ha tardado en leer las frases iniciales de este párrafo, unos siete segundos, un niño menor de diez años ha muerto de hambre. O sea, unos nueve niños mueren, aproximadamente, cada minuto, por hambre en el mundo.
En cuanto a la alimentación, 826 millones de personas están actualmente subalimentadas. Una buena parte de las mismas sufren lo que este organismo técnico llama el «hambre extrema», o sea, consumen diariamente como promedio unas 300 calorías por debajo del régimen estimado como soportable para poder subsistir. Los que más sufren esta hambre extrema son 18 países del África Subsahariana. En el Caribe, Haití. En Asia, Afganistán, Bangla Desh, Corea del Norte y Mongolia. En Latinoamérica un niño menor de 5 años sobre tres está gravemente subalimentado
Sin embargo, con los medios de producción agrícolas disponibles se podría alimentar a 12 mil millones de seres humanos, el doble de la población actual, proporcionando a cada persona el equivalente a 2700 calorías por día. Por cierto, actualmente entre los subalimentados se encuentran 34 millones de personas que viven en los países desarrollados.
De los 6000 millones de personas que vivimos sobre este planeta, 2000 millones viven en la denominada por el PNUD, miseria absoluta, es decir, personas sin ingresos fijos, sin trabajo regular, sin una vivienda adecuada, sin alimentación suficiente, sin acceso a agua potable, sin medicamentos y sin escuelas. Para no mencionar todos los estragos psicológicos y sociales que todo ello conlleva. Esto es, una tercera parte de la población mundial vive en la miseria absoluta.2
Partiendo de esta situación no parece muy oportuno lanzar cohetes y hacer ditirambos sobre los progresos logrados a escala mundial en materia de desarrollo y de lucha contra la pobreza y el hambre. El tiempo ha pasado y se ha fracasado en crear una sociedad más justa, más libre y en la disminución de la desigualdad. Sin embargo, hace apenas unas dos o tres décadas, economistas, políticos, sociólogos, politólogos y burócratas de diferentes organizaciones analizaban y sistematizaban las vías que podían conducir al paso de unas sociedades atrasadas, premodernas y subdesarrolladas a sociedades democráticas y desarrolladas. Veamos a continuación, en apretada síntesis, cómo se planteaban el camino a seguir y en que situación estamos a inicios del siglo xxi.
La vía marxista hacia el desarrollo
El marxismo se convirtió durante buena parte del siglo xx, y especialmente, después de la revolución bolchevique, en uno de los «modelos» de explicación del desarrollo histórico y social. Siendo forzosamente muy breves, lo que vamos a destacar es la versión más socorrida, la que constituyó la «vulgata» del marxismo, sin pretender profundizar en todos los matices de sus diferentes escuelas interpretativas, para lo cual se necesitaría hacer una Enciclopedia de los marxismos, cosa que estaría por realizar, y que quizás emprendan en el futuro equipos multidisciplinarios de redes a escala planetaria, para tratar de que se comprenda la riqueza de lo que para muchos intelectuales del siglo pasado, constituyó el «horizonte intelectual de nuestra época».
Lo cierto es, que de la riqueza intelectual del marxismo originario, se fue haciendo una escolástica, una esquematización, que tuvo dos efectos, lo que se perdió en riqueza interpretativa, se ganó en claridad expositiva y en comprensión asimilable para amplios sectores de población Esto, además, le permitió ser un arma ideológica para la lucha política y para la cohesión de seguidores dispuestos a la lucha social, con la confianza absoluta que proporcionaba que, pese a todas las vicisitudes, nadie podría impedir la inevitabilidad final de la victoria de la causa, el reino del socialismo y del comunismo a escala mundial.
Para ese marxismo simplificado la historia se explicaba, sobre todo, por el nivel de las fuerzas productivas y las relaciones de propiedad de los bienes de producción, para concluir siendo el factor explicativo casi único. La interrelación de estos elementos y las luchas sociales que acompañaban el proceso, daba lugar a que, el desarrollo histórico pasara por las etapas siguientes: sociedades primitivas, esclavismo, feudalismo, capitalismo, socialismo y comunismo.
La evolución de la sociedad es una consecuencia del desarrollo de las condiciones materiales de vida. Las fuerzas y técnicas de producción determinan los modos de producción. El paso de un modo de producción a otro se alcanza cuando el desarrollo de las fuerzas productivas hace necesario el cambio de las relaciones de producción y de la propiedad. Esos modos de producción conllevan unas determinadas relaciones sociales: políticas, jurídicas, religiosas, familiares, de clases. Ese conjunto de relaciones sociales y económicas, es decir, esa infraestructura, producen determinadas maneras de pensar, de sentir, de actuar, y ciertas instituciones políticas, jurídicas y sociales. La infraestructura, condiciona o determina, la superestructura (la política, el derecho, la religión, el arte, etc.).
De esa concepción o teoría del desarrollo histórico, se pueden hacer dos lecturas diametralmente diferentes, una gradualista y reformista (aunque fuera revolucionaria en la meta final), y otra voluntarista y revolucionaria. En la segunda década del siglo xx los segundos se impusieron a los primeros. Kautsky fue derrotado y ganó Lenin.3 Al contrario de lo que la lógica interna de la teoría marxista explicaba, se quiso imponer el socialismo precisamente en uno de los países mas atrasados de Europa, en un país, digámoslo así, subdesarrollado política y económicamente. El futuro del socialismo se vio así hipotecado por el hecho histórico de que no fuera en Alemania, Inglaterra o Estados Unidos –con un capitalismo más desarrollado–, donde se estableciera un proyecto socialista sino en la atrasada Rusia.
En ese país, de tradición política despótica –ese dato es relevante–, se aceleró el crecimiento económico, se creó una sociedad más igualitaria, se quemaron etapas en cuanto al crecimiento de las fuerzas productivas, se dio un movimiento migratorio masivo del campo a la ciudad, se creó una industria pesada, y se pasó de una sociedad semifeudal con islotes capitalistas, a una sociedad industrial en un tiempo récord. Ello se hizo, en medio de un cerco internacional abominable y con una situación, primero de guerra civil fomentada y financiada por las potencias capitalistas, y después de la invasión hitleriana, con la participación decisiva en la ii Guerra Mundial. La URSS pudo superar todos esos desafíos y salió fortalecida políticamente y con prestigio, aunque exhausta, de la segunda guerra mundial.
La infraestructura se desarrolló pero la superestructura continuó conservando su carácter despótico, en la forma de una dictadura burocrática, que se apropiaba y distribuía el excedente económico de manera autoritaria sin la participación de los trabajadores. Empeñada en una carrera armamentista con los EE.UU., impuso la política de producción de cañones en vez de mantequilla, a su pueblo. Limitada en sus relaciones comerciales, privada por decisión centralizada de sus dirigentes, de una inversión suficiente en investigación y desarrollo aplicada a usos no militares, la URSS perdió la batalla del desarrollo de las fuerzas productivas frente a su enemigo americano y los países de Europa Occidental. En 1989 se derriba el muro de Berlín, entrega Alemania del Este, y pocos años después abjuró del llamado ¨socialismo real¨ o ¨comunismo¨ soviético para convertirse en una economía de mercado.
El carácter de aquel tipo de sociedad es y seguirá siendo objeto de discusiones. Entiendo que, durante un periodo, fue un socialismo estatal y autoritario, pero lo que posteriormente se constituyó allí fue un modo de producción burocráticoestatal. Otros son menos sutiles y afirman que fue simplemente un capitalismo autoritario de Estado. Los que detentaban los puestos de mando en el Estado y en las empresas, se apropiaban de manera privada de los excedentes e imponían una férrea disciplina laboral, política y social al resto de la población. Al final, el sistema se derrumbó, incapaz de ser suficientemente productivo, no poder organizar una distribución efectiva de los bienes y no ser políticamente previsor y eficaz, a lo que hay que añadir, la falta de firmeza política de sus dirigentes, interesados en convertirse en dueños jurídicamente de los medios de producción que ya controlaban políticamente. Se paso del capitalismo de Estado al llamado capitalismo mafioso. La nomenclatura se apropió privadamente de la riqueza social, de las industrias, los medios de comunicación, las minas, el petróleo y el gas.
En China el mismo modelo –con sus particularidades propias– ha sabido sobrevivir y está en miras de convertir ese país, en una gran potencia económica mundial. Lo cuál demuestra que el «modelo soviético de desarrollo» no estaba necesariamente agotado en sus posibilidades productivas sino que su bancarrota fue producto de la falta de cohesión interna de la clase política reinante en la ex URSS para plantearse una estrategia de resistencia y supervivencia, empleando más imaginación y una mayor flexibilidad táctica.
Dicho en pocas palabras, se ha demostrado que el capitalismo de Estado, atemperado con el mercado y la concurrencia, mediante un control férreo del poder político, puede ser una vía de crecimiento económico acelerado. Otra cuestión es, hasta cuando podrá contener la superestructura política estatal el desarrollo de las fuerzas productivas, que propicia una sociedad más libre, abierta y políticamente plural.
La civilización industrial: dos tipos de sociedades y un mismo modelo
Unos de los principales teóricos que puso el dedo en la llaga de la diferenciación radical entre las sociedades de la segunda mitad del siglo xx fue el francés Raymond Aron4 quien en uno de sus cursos de la Sorbona en 1955‐56, señaló que, después de realizar un viaje a Asia, había constatado que no había una diferencia fundamental entre las que el llamaba sociedades soviéticas y las capitalistas, ya que ambas eran “especies de un mismo género”, la sociedad industrial, la civilización industrial.
Posteriormente, Galbraith5 se referirá a las sociedades industriales y a las tecno‐estructuras que tienen la gerencia y el mando de las mismas, como un tipo único de sociedad en la que convergen los diferentes tipos de sociedades industriales, la sociedad de tipo soviético y la del capitalismo de libre concurrencia.
Esa teoría de la convergencia era criticada desde la izquierda porque pasaba por alto, o minusvaloraba, la cuestión de la propiedad de los medios de producción. Los gerentes de las empresas, en ambos tipos de sociedades industriales, no eran la misma cosa, unos parece que servían al pueblo y los otros a sus accionistas, o mejor aún, al Consejo de Dirección de la empresa.
La realidad es que, visto desde la perspectiva que da el poco tiempo pasado desde el hundimiento del sistema soviético, la diferencia fundamental no estaba en el para quién de la gestión, sino en otros factores, como la jerarquización autoritaria y la marginación de los trabajadores del proceso de toma de decisiones, además, del destino de las ganancias.
Lo que importa destacar es que ese enfoque quitaba importancia al conflicto entre sociedad “socialista” y capitalista, para ponerlo en el nivel de crecimiento o desarrollo económico. El nivel de la producción era más importante que el asunto de la propiedad jurídica de los medios de producción. La real división del mundo era –y es– entre países desarrollados y países subdesarrollados, o, países en desarrollo.
Esta idea fue trasladada del plano de la lucha de clases interna, entre proletarios y clases dominantes‐propietarias, a la lucha entre naciones “proletarias”‐oprimidas contra naciones ricas‐dominantes. Las naciones pobres constituirían una especie de proletariado exterior al occidente desarrollado, o como afirmaba Herbert Marcuse, un proletariado esencialmente agrario y externo de las naciones imperialistas.
Independientemente de lo científico o verdadero, o bien, propagandístico o falso, que sea la argumentación que el bienestar de las naciones ricas se basa exclusiva o primordialmente en la explotación y saqueo de las naciones pobres, lo que queremos destacar es que esa imagen dual, simple y comprensible, tiene la virtud de exponer la brecha entre los países desarrollados y los países subdesarrollados, y la acumulación de bienestar y pobreza desigual entre sus ciudadanos.
Las etapas del desarrollo económico y los obstáculos al desarrollo
Walt W. Rostov6 publica en 1960 su libro Las etapas del crecimiento económico. Su objetivo fundamental en este libro era establecer una correlación entre las fuerzas económicas y las fuerzas políticas y sociales. Hacia una critica de la explicación de Marx de la relación entre el comportamiento económico y el no económico. Con su análisis de las etapas del crecimiento económico ofrecía una explicación que, según el autor, «podía reemplazar la teoría marxista de la historia moderna».
Rostow también elabora unas etapas en el desarrollo histórico para sustituir las etapas históricas del desarrollo económico social de Marx. Al considerar el grado de desarrollo de la economía, se puede afirmar, que todas las sociedades pasan por las etapas siguientes: la sociedad tradicional, las condiciones previas al despegue, el despegue, la marcha hacia la madurez y la era del consumo de masas. Las dos últimas etapas vendrían a ser fases del desarrollo de la sociedad industrial.
A esta última etapa de la era del consumo de masas se le ha denominado sociedad industrial avanzada, sociedad de consumo o sociedad post‐industrial. Sociedad que en los tiempos actuales se le ha calificado como una sociedad de redes.
Ahora bien, ¿las diferencias en la producción, en el grado de riqueza de las naciones, en los niveles de renta por habitante, influyen también sobre la cuestión política? Esta preocupación conllevará el análisis de la correlación entre el desarrollo económico y la organización política de las sociedades. La sociedad tradicional y la sociedad industrial no se gobiernan de la misma manera. De manera muy simplista se podría decir que, sociedades con situaciones económicas diferentes, tendrían que tener estructuras políticas y formas de gobernabilidad o «gobernanza» diferentes.
Galbraith7, a mediados de los años 60, hizo una contribución que no trataba de meter a todos los países desarrollados en un mismo saco o que dejara la impresión de que todos los países tenían que pasar por las mismas etapas en su camino hacia el desarrollo. Puso el énfasis en las diferencias entre los países subdesarrollados, destacando en su clasificación, los tipos de obstáculos fundamentales al desarrollo de unos grupos de países. Brevemente, los rasgos comunes de todos los países en desarrollo son: la pobreza de la mayoría de su población y el tipo de obstáculos que le impiden sobre pasar esa especie de ”muro de la pobreza”. Según esos criterios, se pueden configurar tres tipos de modelos de obstáculos al desarrollo:
1. El modelo del África subsahariana cuyo obstáculo al desarrollo es la debilidad de la “base cultural” de la sociedad. Alta tasa de analfabetismo, número reducido de profesionales universitarios, un sistema escolar deficiente, gran dificultad de establecer gobiernos eficaces. El modelo no se restringe al África Subsahariana. De hecho hoy, 41 años después, esa situación no ha cambiado radicalmente en África y siguen proliferando los estados frágiles y fallidos e igualmente ocurre con países como Afganistán e Haití, en otros ámbitos geográficos.
2. El modelo latinoamericano, con una base cultural sustancialmente más amplia, que proporciona suficientes profesionales para el personal administrativo y para las diversas profesiones requeridas por la sociedad. Sin embargo, el obstáculo al desarrollo reside en una estructura social dual, con una ínfima minoría que posee la mayor parte de la riqueza social y unas amplias mayorías desposeídas, sobre todo en esa época, de trabajadores agrícolas. Actualmente sigue siendo la estructura social el gran muro de contención del desarrollo y América Latina continúa siendo el continente de mayor desigualdad social a escala planetaria. Aunque Chile, Brasil y México han dado avances importantes en el crecimiento económico que deben ser complementados con una mejor distribución de la renta.
En el caso de Cuba, aunque es uno de los países, estadísticamente, con una base cultural más amplia y mayor igualdad social (en la pobreza), sin extremos de miseria ni riquezas, como ocurre en el resto de América Latina, el muro del desarrollo se encuentra en el factor político y en el modelo escogido, estatal, sin apenas margen para el desarrollo de pequeñas producciones privadas, y obstaculizado económicamente por la potencia hegemónica en el área, y por la carencia de capitales para ser invertidos productivamente. Santo Domingo, comparada con Cuba, tiene una base cultural muy inferior y sigue teniendo tasas de analfabetismo elevado y un sistema educativo deficiente, y aunque ha estado creciendo de manera satisfactoria en los últimos años, pese al parón económico originado por la quiebra de tres de los bancos del país, ha recuperado el crecimiento pero continúa con la asignatura pendiente de la creciente desigualdad social.
3. El modelo de Asia del Sudeste, en el que Galbraith incluía a India, China, Paquistan, Indonesia y Egipto, se caracterizaba porque la base cultural está muy extendida y se encuentran un gran número de profesores, maestros, universitarios, trabajadores de cuello blanco. El obstáculo al desarrollo se encuentra en el desequilibrio entre los factores de producción: el crecimiento de la población va por delante del aumento de la producción y el margen de capitales disponibles para la industrialización es escaso. Pues bien, estos países son los que han avanzado más, sobre todo en China y detrás de ese país, la India e Indonesia. También la zona asiática ha dado lugar a los fenómenos de Singapur, Malasia y la misma Tailandia y Taiwán, que han tenido un crecimiento espectacular y que compiten con éxito en el mercado mundial.
Desarrollo económico y desarrollo político
La atención sobre las cuestiones del desarrollo económico no era ajena a que también se produjera el desarrollo político. Se formulara abiertamente, o no, los desarrollistas pretendían que el crecimiento de la economía condujera a las sociedades en vías de desarrollo a tener unas estructuras políticas semejantes a la de los países industriales. Los males típicos del caudillismo, dictaduras militares, pseudos democracias autoritarias, deberían desaparecer con un crecimiento de la economía que modernizara las sociedades y llevará a instaurar democracias políticas pluralistas con un traspaso pacífico y civilizado del poder de un partido a otro.
Por tanto, el sistema político se comenzaba a percibir no como algo cerrado o independiente de la estructura económica y social, sino interrelacionado, sometido a las influencias de su entorno, tanto interno como internacional. El desarrollo económico y la modernización tendrían su correlato en el desarrollo y modernización políticos.
Ahora bien, el «mecanicismo» y reduccionismo también afectó a este enfoque. Una manifestación extrema de la misma encontró su formulación en la idea de que una sociedad subdesarrollada no podía tener una estructura política democrática sino que estaba condenada a que el poder político se ejerciera de manera dictatorial o autoritario, con la diferencia de que esa dictadura podría ser, la de las oligarquías o la orientada hacia el pueblo. La primera no permitiría salir del círculo vicioso de la pobreza y del subdesarrollo, la segunda, la dictadura popular, pondría las bases para el desarrollo económico, la educación de las capas populares y llevaría a un tipo de sociedad más igualitaria.
Utilizo el término dictadura popular y no el de dictadura con respaldo popular8 porque casi todas las dictaduras, en un momento dado, han tenido respaldo popular. Algunas dictaduras militares tradicionales, no pretendían ni siquiera buscarlo, pero las dictaduras de origen o influencia fascista y nazi trataban de tener un apoyo o respaldo popular y para ello utilizaban sus organizaciones de masas, sus unidades militares, y las instituciones del Estado, para buscar, por la propaganda o por la coerción, un apoyo de parte de la población, mientras más amplio, mejor.
Esta argumentación, de que el subdesarrollo impedía mantener una organización política democrática (en sentido lato), condenaba a los ciudadanos de las sociedades no desarrolladas a vivir, al menos por varias generaciones, dirigidos por sistemas políticos autoritarios, por dictaduras de derechas o de izquierdas. Frente a esta interpretación, algunos estuvimos en contra, ya que entendíamos que la situación política no era un simple reflejo de la situación económica. Que el sistema político no era una variable dependiente de manera absoluta y mecánica del nivel de crecimiento económico.9
La correlación entre el desarrollo económico y el político, no era tan simple. Y en la historia se podían encontrar dictaduras políticas en un contexto económico de desarrollo, cuyo modelo más relevante fue el régimen nacional socialista de Alemania. Y democracias políticas (aunque no fuera el modelo actual) como la ateniense de la Grecia clásica, en un contexto económico de economía esclavista y de exclusión de los metecos o extranjeros, es decir, de los no ciudadanos atenienses. Todo ello sin olvidar que Aristóteles atribuía como una de las condiciones para la democracia, la existencia de una clase media que diera sustento a ese régimen político.
En todo caso, a nivel de los modelos abstractos pero no necesariamente a‐históricos, es concebible la existencia de sistemas políticos democráticos (sobre todo, si reducimos ese concepto de democracia a democracia liberal, ya casi aceptado a‐críticamente por todo el mundo: separación de poderes, elecciones competitivas, y un cierto grado de libertades individuales y públicas), con economías no desarrolladas, y dictaduras políticas (sistemas no democráticos liberales) con desarrollo económico.
Sobre esta cuestión uno de los estudios más brillantes y esclarecedores fue el de Dahl10 al introducir el término operativo de poliarquía. El termino democracia debe reservarse a un ideal teórico que se encarna imperfectamente en la realidad, como es también difícil encontrar una economía que funcione con una «concurrencia perfecta». Por tanto, poliarquía es el gobierno de muchos, del gran número, que permite al pueblo participar en las decisiones (a través de sus representantes y dirigentes), y que busca la solución pacifica y negociada de los diferendos, para lograr acuerdos.
Dicho todo lo anterior, es necesario reconocer que existe una cierta correlación entre el desarrollo económico y el sistema político. Allí donde el crecimiento económico es sostenido y existe una cierta distribución social de la riqueza –aunque persista la desigualdad económica y actualmente se asista a una tendencia a una mayor concentración de la riqueza en el segmento de la población más rica–, es decir, en los países mas industrializados del mundo, las estructuras políticas tienden más a la poliarquía o a la democracia representativa.
Al contrario, en los países más pobres, los sistemas políticos son menos democráticos representativos y tienden hacia regímenes autoritarios, y en esos países las «clases medias» pueden estar a favor de autoritarismos políticos para mantener sistemas de distribución muy desigual de la riqueza, pero son, en general, muy contrarias a gobiernos autoritarios, si estos ponen en prácticas medidas de mayor distribución de la riqueza, que tiendan a igualar a estos sectores con las condiciones de vida de los pobres.
Se puede incluso llegar a la conclusión de que más pobre es un país, más desigual es la distribución de la riqueza, más porcentaje de su población es analfabeta, menos su estructura política está articulada o funciona con un mínimo de eficacia, y no digamos de poliarquía o democracia representativa. En los casos más extremos, nos encontramos con la realidad de los llamados estados frágiles y fallidos, los llamados estados que no proporcionan a sus ciudadanos seguridad, servicios efectivos e instituciones legítimas.
Dentro de una misma realidad general de subdesarrollo económico, podemos encontrar un Estado que funcione como una poliarquía imperfecta y otro «estado» absolutamente fallido e hiper frágil. Casi siempre el estado fallido tiene niveles de subdesarrollo muy acentuados, respecto al estado que funciona más acorde con los imperativos de una democracia representativa. Dentro del territorio de una misma isla se puede observar esta realidad dual, es el caso de Haití y Santo Domingo.
En África encontramos un Estado que era el más próspero de África Occidental, Côte d’Ivoire (Costa de Marfil), y que ahora es un estado frágil como consecuencia de la guerra civil y de la partición de facto del país en dos. Algunos analistas consideran que la raíz de haber llegado a esta situación se encuentra en el hecho de una política migratoria abierta, para proporcionar mano de obra barata para las plantaciones de algodón, café, piña, etc.; que permitió que un alto porcentaje de su población viniera de estados vecinos. Cuando se lanzó la política de «ivoireisation», con la prohibición de que la propiedad de la tierra estuviera en manos de extranjeros, y el no reconocimiento de la condición de ciudadanos de Costa de Marfil a personas de origen extranjero aunque hubieran nacido allí, y por tanto, negándoles el derecho de voto, estalló el conflicto, ya que uno de los principales partidos de oposición tenía su base electoral en este segmento de población de origen extranjero, que tiene un peso demográfico importante. Llegó un momento en que la apelación al nacionalismo marfileño chocaba con los intereses de una población de origen extranjero, ya tan importante en el país, que era tarde para tratar de imponer por decreto su marginalización de la política. El resultado fue una guerra civil y la partición de facto del país.
Por otra parte, y siguiendo con África, un estado frágil como la República Democrática del Congo, sometida a una verdadera guerra civil entre bandos opuestos localizados territorialmente, gracias al apoyo internacional, la voluntad de sus dirigentes y del presidente Joseph Kabila, logró establecer un pacto entre las partes, formar un gobierno conjunto, realizar unas elecciones libres, por vez primera en ese país, que parece encaminarse a una mayor estabilidad política, pese a la negativa a reconocer su derrota y el intento frustrado de recomenzar el conflicto armado, del candidato opositor Bemba. Aunque dicha estabilidad en ese país y en esa zona será siempre precaria, por las diferentes etnias existentes y el apoyo que reciben de estados vecinos para desestabilizar el Congo y controlar sus riquezas mineras.
Hay que destacar que, desde el fin del periodo llamado de la guerra fría, el panorama político africano ha cambiado: una creciente demanda popular de democracia ha conllevado el retroceso de los gobiernos militares, los regimenes de partido único y de autoritarismo. Según un estudio del African Development Bank11 había en 2001 cinco tipos principales de regímenes políticos en África. El de partido dominante, practicado por 22 países con una población de 325 millones. El presidencial parlamentario, que funciona en 12 países con una población de 200 millones. El tercero son las democracias presidenciales legislativas, practicadas por seis países con una población de 81 millones. El cuarto son las dictaduras de origen militar que mandan tres países de 58 millones de habitantes. Por último, los llamados civiles militares que existían en esa fecha en tres países con una población de 65 millones: Por tanto, se puede concluir que en África se han hecho progresos en la democratización.
Otro caso, muy especial, es el de Iraq, que ha pasado de una dictadura despótica pero que mantenía un Estado que funcionaba con mayor o menor eficacia, a que, por obra y gracia de una invasión y ocupación extranjera, y el establecimiento de un gobierno nacional tutelado por los ocupantes, se convierta en un país devastado, dividido, con una guerra civil religiosa, y que ha pasado de la tiranía al caos absoluto.12
Es decir, el intento de instaurar la «democracia liberal» mediante la guerra, supuestamente contra el «terrorismo» (la doctrina Bush) ha resultado en la destrucción de un país que es ahora un Estado fallido inmerso en una generalización de la miseria (más del 50% de la población vive con menos de 1 dólar al día‐ cifra superior a la del África Subsahariana en la cual el 40% de la población vive con menos 1 dólar/día), el desempleo ha alcanzado el 80% de la población activa, 70% de la población no tiene acceso adecuado a agua potable, mas de 2 millones de personas han tenido que dejar su país y se encuentran como refugiados en Siria, Jordania y países vecinos).
Estos ejemplos vendrían a demostrar que la estructura política recibe influencias del conjunto del entorno, del económico, sin duda, pero no solamente, y que se va conformando con todas las interrelaciones de la sociedad nacional e internacional. En ocasiones situaciones de etnias, de conflictos religiosos, de intervencionismo militar, de políticas migratorias o la carencia de ella, etc., juegan un papel importante sobre el sistema político.
No obstante, curados de determinismos económicos absolutos, hay que reconocer que aquellos países que han llegado a industrializarse son los que han instaurado sistemas democráticos pluralistas. El país donde se realiza la primera revolución industrial es donde se implantó el parlamentarismo moderno (Gran Bretaña).
En Francia donde la industrialización fue más tardía, es después de 1815 que se establece el parlamentarismo. En Italia donde el capitalismo moderno se desarrolla posteriormente es después de 1850 que se establecen instituciones parlamentarias. Y en los países nórdicos de Europa, como en Escandinavia, el parlamentarismo funciona verdaderamente en los años cercanos a la primera guerra mundial, cuando se ha producido un proceso acelerado de industrialización.
Y a la inversa, los países europeos que mantuvieron una estructura económica más agraria, menos población urbana y un menor desarrollo industrial, fueron los que tuvieron estructuras políticas autoritarias más tiempo y la democracia moderna se instauró mas tarde. Así pues, se podría decir que la democracia política suele ir a la par con el crecimiento económico, pero sin concluir que este por si sólo produce instituciones democráticas.
El desarrollo económico proporciona las bases sociales de las poliarquías o del desarrollo democrático, si se prefiere. Esto así, porque una sociedad que ha alcanzado un nivel socio‐económico elevado suele tener un nivel de conflictos sociales agudos menor, lo que permite que la resolución de dichos conflictos sea a través de la negociación y no de la violencia. Al haber una redistribución mejor de la riqueza, o simplemente, al permitir el crecimiento económico que un mayor número de personas puedan tener trabajo, se disminuye el nivel de penuria. Esto rompe el ciclo en el cual a la violencia de los privilegiados para mantener sus privilegios se oponía la violencia de los desposeídos para intentar tener un acceso a esos bienes escasos y concentrados en pocas manos.
Así mismo, los llamados recursos políticos, es decir, los medios para poder influenciar a los ciudadanos (dinero, saber, información, relaciones, derecho al voto, poder presentarse a las listas electorales como candidato, mayor movilidad social) están más distribuidos, lo que evita, al menos en principio, que se pueda monopolizar el poder político por los mismos individuos y familias, como ocurre en las sociedades tradicionales.
Es decir, la circulación de los aspirantes a formar parte de la «clase política» se hace más fluida, aunque el fenómeno de las oligarquías que controlan a los partidos políticos limitan el acceso de los aspirantes, ya que seleccionan a sus candidatos ‐más veces de lo que sería deseable‐, en función, no de la excelencia intelectual, del mérito profesional o del comportamiento ético, sino de la simple lealtad personal o grupal, y cada vez más, de los aportes económicos que puedan hacer al partido o al grupo que controla la organización. Constituyendo esto uno de los males de la democracia actual y una incitación al crecimiento de la abstención electoral y a la apatía política de muchos ciudadanos13.
Por otra parte, el desarrollo económico favorece la difusión de los bienes culturales y esta democratización de la enseñanza y del conocimiento, se supone que hace a los ciudadanos más favorables y conscientes de los problemas sociales, económicos y políticos que están en juego en el proceso de toma de decisiones. La cultura de masas, por un lado, y el uso cada vez mayor de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación e Internet, pueden contribuir a la formación de ciudadanos más informados y, en teoría, más libres para decidir en función de sus intereses personales y colectivos. Es decir, la denominada cultura cívica o política (Almond y Powell y S. Verba) debería volverse más secularizada, las actitudes políticas serian menos irracionales y los ciudadanos tenderían a actuar buscando el interés de la comunidad sin detrimento de su interés particular.
La política, es la política, es la política
Por más importante que sea el desarrollo económico para fomentar el desarrollo político, la política ha mostrado siempre un nivel de autonomía bastante elevado. Nos hemos referido al tratar de la teoría marxista y sus etapas de desarrollo histórico que el voluntarismo político de Lenin y sus seguidores fue decisivo para establecer una sociedad socialista en un país cuyo capitalismo estaba bastante subdesarrollado y en el cual la estructura política era un despotismo autocrático.
La experiencia de la URSS mostró que se podía desarrollar una economía industrial partiendo de una economía básicamente agraria, a través de un monopolio del poder político. Y lo mismo hizo Mao y sus sucesores en China, haciendo pasar un país agrario con hambrunas cíclicas que mataban a millones de personas y más atrasado aún que Rusia, en la nueva potencia emergente mundial en menos de 60 años,y con casi 30 años continuados de bonanza económica.
En marzo de 2007 el Congreso del Pueblo aprobó una nueva ley de reconocimiento de la propiedad privada que da a los individuos la misma protección legal de su propiedad que la del Estado. Lo cual es lógico en un país en el cual el sector privado aporta dos tercios del PNB14. La ex URSS, pero sobre todo China, son una muestra de que la superestructura política puede contribuir a fomentar el desarrollo económico acelerado mediante la asignación autoritaria de los recursos, el control de la disidencia política y el monopolio del poder estatal. Estamos ante un caso típico de cómo la política puede tener la primacía sobre los factores económicos, una versión al revés del marxismo clásico.
Ahora bien, si bien el voluntarismo y el poder político pueden realizar la función de acelerador de la sociedad y de la economía, también pueden constituirse en un freno, un bloqueo para el desarrollo económico o político. El caso de los dirigentes de la URSS es paradigmático. No supieron adaptarse a los cambios del mundo circundante y adaptar la economía de su país y fracasaron.
En los países en vías de desarrollo se pueden encontrar ejemplos de cómo la persistencia de estructuras políticas autoritarias influyen en el desarrollo social y político de sus sociedades. Las fortunas de Mobutu calculada en unos 2000 millones de dólares, en un país, Zaire y hoy la RD del Congo, clasificado entre los países menos avanzados (PMA). Ferdinand Marcos en Filipinas o Suharto, en Indonesia, son una muestra de cómo los fenómenos de corrupción de la «clase política» producen efectos perversos y a veces irreparables sobre la economía, porque desvían fondos para inversiones públicas, para la educación y la sanidad, para su apropiación personal o grupal. Otras veces, se utiliza la realización de obras públicas, de utilidad discutible, o sin los estudios previos de factibilidad, para que estas sirvan de fuente de ingresos para sectores de la clase política a través de la sobre evaluación de los gastos y el cobro de comisiones.
Hay otros ejemplos, menos notorios que los señalados –de apropiación de la riqueza nacional por los políticos en el poder–, que causan disfunciones graves en el desarrollo político de un país, y que se llevan a cabo dentro de sistemas formalmente democráticos, al basarse la elección en el sufragio. Son los obstáculos que se interponen desde el poder político a la expansión de una sociedad democrática, mediante la utilización del dinero público en las campanas políticas de los miembros del poder, para distorsionar la voluntad popular a través de la corrupción de los electores. El uso de la ingeniería electoral y constitucional para diseñar circunscripciones que favorezcan al partido en el poder, la modificación de constituciones para permitir las reelecciones sucesivas en países donde la tradición reeleccionista ha sido un factor de retraso del desarrollo político y una fuente de autoritarismo.
El gran peligro de muchas poliarquías en los países en desarrollo es que, el peso de la tradición autoritaria y caudillista es tan fuerte y la falta de madurez democrática de la clase política es tan endeble, que la superestructura política actúa como un super poder que se impone a la sociedad. Sin los contrapesos adecuados esta superestructura política actúa con un ropaje democrático pero con una práctica autoritaria, y por esa vía, por más que las grandes magnitudes económicas y los indicadores señalen que se avanza en el crecimiento económico, el desarrollo político estará a la zaga. Porque la democracia es algo más importante y más profundo que convocar al voto cada cierto periodo de tiempo.
La democracia y el fin de la historia
Con el colapso del autodenominado sistema del socialismo real en 1989, surgió con fuerza la idea de que la democracia liberal y el capitalismo de libre mercado eran el estado supremo del desarrollo histórico de la humanidad. Esto lo expresó y argumentó mejor que nadie el profesor Fukuyama15, con su lectura hegeliana del fin de la historia aplicado al mundo posterior a la caída del muro de Berlín. Hegel fue el filósofo de la historia que dio una explicación coherente de la historia humana como un proceso evolutivo de la razón humana que iría conduciendo a la expansión de la libertad en el mundo.
Marx interpretó y le dio una base materialista a esta filosofía de la historia de Hegel, como un proceso evolutivo que conduciría al fin de la historia, basado no en el avance de la razón en la historia sino de las fuerzas productivas. El proceso histórico concluiría en una sociedad comunista, basada no en el reino de la necesidad económica y la escasez sino en la libertad y el desarrollo de todos los hombres, al combinarse la abundancia material con la comunitarización de los bienes productivos.
Esa sociedad conduciría no a la igualdad total y absoluta y a la indiferenciación entre las personas, sino que, como expresó el filósofo existencialista cristiano Berdiaef, al eliminarse la desigualdad económica, se daría paso a las desigualdades entre las personas basadas en lo verdaderamente esencial: la diferenciación en los gustos, los diferentes talentos, los sentimientos, la preferencia artísticas, literarias o científicas, en fin, en las desigualdades espirituales. Por tanto, no sería una sociedad de la uniformidad y la igualdad absoluta, sino de la pluralidad o diversidad.
Volviendo a Fukuyama, éste explica que lo que demostró la caída del muro y de las sociedades de tipo soviético a partir de 1989, no fue precisamente que el proceso histórico estuviera conduciendo a una sociedad comunista sino a una democracia liberal. No puede haber una sociedad que pueda superar –afirma–, a aquella que se base en estos dos principios gemelos de libertad e igualdad. Se trata de universalizarlos en el mundo. Idea esta contraria a la de S.P. Huntington para quien estos valores no son universales sino que forman parte de la cultura europea occidental y cristiana y no pueden echar raíces fuera de las fronteras de esa cultura, por ejemplo, en los pueblos de cultura islámica, lo que conduce a un choque de civilizaciones.
La cuestión central, por tanto, es si esos valores e instituciones occidentales representan el triunfo temporal de una cultura hegemónica en un momento dado, o tienen una significación universal. Esto tiene una gran importancia porque el primer argumento niega la posibilidad de asentar la democracia, en su sentido occidental, en países de otras raíces culturales (asiáticos, islámicos, africanos, hindúes). La invención del método científico fue también europeo pero una vez inventado se convirtió en una posesión de todos los hombres sean estos europeos, americanos, asiáticos, africanos, indios, árabes o persas.
Fukuyama entiende que los principios de libertad e igualdad que están en los fundamentos de la democracia liberal tienen una aplicación universal y aunque rechaza un determinismo histórico absoluto considera que la evolución social va en el sentido de la instauración de esa democracia en el mundo entero. De la misma manera que la gente desea vivir en sociedades industriales desarrolladas y ricas, más que en sociedades agrarias y pobres, (como lo demuestran los casi 200 millones de personas que emigran en el mundo buscando mejorar sus condiciones materiales de vida), la gente desea vivir en democracias más que en otros tipos de regimenes políticos.
La noción de fin de la historia que emplea Fukuyama16 no es la que algunos le atribuyen erróneamente, de que la historia se detiene, sino que la democracia liberal es lo máximo a que puede llegar el desarrollo político y que se trata, después del colapso del «comunismo», de universalizar la democracia liberal, aunque según las tradiciones culturales, ésta tenga componentes o variaciones respecto a la democracia europea o norteamericana, anclada en la tradición cultural del cristianismo y del liberalismo.
Los males de la democracia en los inicios del siglo xxi
Ahora bien, esa victoria proclamada y generalizada de la democracia en el mundo no se ha logrado, y según la mirada que se haga del mundo actual, más que en auge, se puede decir que está en crisis. El intento posterior más notable de exportar la democracia a Iraq por la fuerza de las armas de EE.UU., de su aliado incondicional el Reino Unido de Blair, y de otros aliados menores, se ha saldado con un rotundo fracaso.
Los Estados Unidos estarían actuando contra los estados delincuentes o «rogue states» en interés de la humanidad y no solo de sus propios intereses y para hacerlo eficazmente tienen que prescindir de todo el sistema internacional de derecho existente. En el colmo de la justificación triunfalista y mesiánica de las actuaciones al margen del derecho, un autor norteamericano escribe lo siguiente: «Pese a nuestras torpezas, el papel desempeñado por Estados Unidos es la mayor bendición que haya recaído sobre el mundo desde hace muchos, muchos siglos, o tal vez la mayor de toda la historia escrita»17.
La cuestión que se presenta ahora es como preservar las libertades públicas y el funcionamiento democrático ante un discurso basado en la seguridad y los intentos de subordinar las libertades a la lucha contra la amenaza del terrorismo. Ya no se trata de los recortes de las libertades en los EE.UU., donde se ha tratado de justificar la práctica de la tortura y los secuestros y detención indefinida sin juicio, de cientos de personas, en la base de Guantánamo, sino incluso en Europa.
En la vieja Europa nos encontramos con los casos del populismo reaccionario de los hermanos Kacinzki en Polonia, haciendo aprobar leyes que tratan de marginar de la vida política a todos aquellos que de una forma u otra colaboraron con el régimen «comunista», y menos folclórico, pero no por ello menos criticable, la actitud del ministro del Interior de Alemania, tratando de recortar ciertas libertades de expresión, en aras de la seguridad pública.
El problema de la democracia hoy, estriba en que la base tradicional de la misma, el Estado‐nación se ve cuestionado por el fenómeno de la globalización y la consiguiente perdida o disminución de la capacidad de los gobiernos nacionales de poder tomar decisiones eficaces en el ámbito reducido de su espacio de soberanía nacional.
Esto puede conducir a que algunos propugnen que, ya que no es posible el funcionamiento de una democracia como la anterior a la globalización, hay que acabar con el mito democrático e imponer formulas demo‐autoritarias, donde una elite burocrática y tecnocrática decida, desde arriba, apoyada por una corporación de los ciudadanos “responsables”, lo que es más beneficioso para el conjunto. Serían los herederos espirituales de los liberales partidarios del voto censitario que estimaban que las libertades individuales eran intocables pero que el gobierno no se podía dejar en manos del populacho, de la chusma, sino de los ciudadanos responsables, es decir, aquellos que tenían propiedad o estudios.
Otro punto de vista es la de los que consideran que la democracia es siempre dinámica, y que tiene que avanzar con los tiempos, de la misma manera que los demócratas –digo demócratas y no liberales–, propugnaban el sufragio universal y no calcar una democracia similar a la ateniense, para lo cuál tuvieron que desplegar una lucha tremenda para que pudieran votar los no propietarios, las mujeres, y las minorías nacionales, en unos países, e incluso las mayorías raciales en otros. Los demócratas de la era global siguen manteniendo el principio fundamental del sufragio universal pero postulan que hay que inventar nuevas formas y prácticas institucionales adecuadas a los nuevos tiempos18.
Necesitamos nuevas formas de democracia que incorporen y no que marginen a los ciudadanos, en nombre de una representación que les aliena la posibilidad de decisión sobre su vida, sobre los asuntos que les importan. Se trata de devolver a los ciudadanos su libertad política conculcada por una representación que los convierte de hecho en sujetos pasivos del hecho político. Los partidos sustituyen el papel activo de los ciudadanos y los representantes parlamentarios están interesados en servir las directrices de las oligarquías partidarias más que los deseos de sus «representados». Este es, según mi punto de vista, el gran fallo de la democracia representativa.
Max Weber lo expresó de manera genial cuando señaló que esta democracia era una democracia plebiscitaria. Los ciudadanos son convocados a votar cada cierto periodo de tiempo. Expresan su voluntad en las urnas. Después entran en una situación de pasividad. Sus representantes y el partido deciden como administran sus votos y que decisiones toman hasta el momento de otras elecciones. En ese momento, los ciudadanos vuelven a jugar un papel activo, y si están descontentos con sus representantes les dan una buena patada en el trasero eligiendo a otros. En eso consiste, en esencia, la democracia representativa.
El argumento principal empleado para sostener este tipo de democracia era la inviabilidad de la democracia directa en una extensión territorial superior a la de la ciudad ateniense, por lo cuál la representación era la solución pragmática al problema.
La revolución científico‐técnica y sobre todo, la revolución de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, han roto las barreras que imponían la geografía y la demografía. Hoy no hay obstáculos materiales o técnicos que impidan el ejercicio de la democracia por todos los ciudadanos y que justifiquen la democracia realmente existente, la democracia plebiscitaria por periodo fijo (votar por sus representantes cada dos, cuatro, cinco o seis años).
Sin embargo, hoy hay la posibilidad de que el pueblo pueda ser consultado para aprobar las leyes importantes de la gobernabilidad del Estado: la ley sobre el presupuesto anual, por ejemplo, las modificaciones a la Constitución; los cambios en las leyes electorales; la adopción de convenios con organismos financieros que imponen medidas draconianas contra los perceptores de menores ingresos, etc.
Esto todavía suena a utópico cuando no a subversivo, y sin embargo, uno de los que desde hace muchos años atrás, relativamente hablando, trataron el tema, incluso antes de que se hubieran desarrollado como hoy las posibilidades de la informática, fue el ex Secretario de Estado norteamericano Brzezinski quien dedicó un trabajo al tema en los inicios de los 70, «La revolución tecnoelectrònica»19. Se trataría de traspasar del plano de la información al de la decisión, las posibilidades que ofrece la informática al escenario político.
Con ello la democracia representativa se podría completar con la democracia semi‐directa, es decir, además de los representantes elegidos, los ciudadanos podrían ejercer su soberanía a través de referéndum sobre leyes de gran importancia, tener la iniciativa popular e incluso, en algunos casos, la revocación de mandatos. Se trataría, por tanto, de corregir los evidentes defectos o males de la democracia representativa con un injerto de democracia semi‐directa, de manera que los ciudadanos compartan con las asambleas legislativas el ejercicio de la toma de decisiones sobre los asuntos públicos.
Es evidente que, apelando al realismo político esta iniciativa no será bien aceptada, ya que se trata de recuperar zonas de soberanía que ahora están monopolizadas por los representantes y no es muy factible imaginar que estos se pongan, a ellos mismos, un contrapeso reduciendo su poder. Pero que no sea aceptada y más aún, que sea criticada como utópica, forma parte del juego político.
Como todas las conquistas democráticas esta no será una «carta otorgada» graciosamente sino algo a conquistar a través de la lucha democrática de los ciudadanos, inclusive contra el parecer de las oligarquías de los diferentes partidos políticos, interesados en mantener este statu quo que les permite manipular las listas electorales a su antojo, para seleccionar a los candidatos, no en función de sus méritos y capacidades y ni siquiera, más vulgarmente, de su «cuota» de mercado político, sino muchas veces de su lealtad o amistad con el grupo dominante en el partido o en el gobierno y su disposición a convertirse, o ser ya, un «yes man», es decir, un individuo servil o como diría Musil, un hombre sin atributos.
Los fallos en la representación están produciendo unos porcentajes de absentismo electoral que comienzan a ser disfuncionales en algunas democracias. Esto sobre pasa el grado de pasividad de los ciudadanos que era visto como algo digno de agradecer por los políticos e incluso algunos politólogos estimaban como beneficiosos para el normal funcionamiento del sistema. Porque en un sistema de democracia representativa, en el cual la votación popular es lo que valida el sistema y le otorga legitimidad, ¿qué autoridad pueden tener unos representantes que son elegidos por sólo un tercio del cuerpo electoral (como la cámara de representantes de EE.UU.), o por apenas del 10 al 20 del electorado en las recientes elecciones locales británicas y al Parlamento europeo e incluso el presidente de Estados Unidos, Bush, elegido por menos de la mitad del 50% de los americanos con derecho al voto?
Los gobiernos de los estados‐nación, hasta ahora, se han basado en tres principios o presunciones: en primer lugar, que ellos además de tener el monopolio de la violencia legítima, tenían más poder que otras entidades actuando en su territorio; segundo lugar, que el gobierno tenía cierta legitimidad y autoridad derivada de su aceptación voluntaria por los ciudadanos, y en tercer lugar, que podían proveer servicios a sus ciudadanos que no podrían ofrecer otras entidades de manera tan eficiente. Sin embargo, estos principios se han visto contradichos por los hechos.
Los Estados en muchos lugares han perdido el monopolio de la violencia, caso de Colombia, como ha sido el caso en Irlanda del Norte e incluso, en menor medida, en España, con la organización terrorista ETA y actualmente en el Reino Unido con la irrupción violenta de grupos dispersos y pequeños de islamistas radicalizados.
Los ciudadanos han perdido buena parte de su lealtad hacia el Estado y por ende su capacidad de obediencia y de respeto a su autoridad, aunque alcance cuotas variables según los países. Un caso sintomático es que los Estados hayan tenido que establecer el ejército profesional en vez del servicio militar obligatorio, porque ya los ciudadanos no están dispuestos a «servir a la Patria». Eso implica un incremento sustancial del presupuesto en gastos militares.
Otra cuestión que ha contribuido a la degradación de la democracia representativa es el auge de las ideas del liberalismo del laissez faire, ese neoliberalismo que critica el papel del Estado y que quiere verlo reducido a su mínima expresión. Estos neoliberales consideran que cualquiera de los servicios que proporciona el Estado puede ser ofrecido mejor y de manera más eficiente por la iniciativa privada, desde las pensiones, hasta la educación a todos los niveles, pasando por la salud, e incluso las prisiones. Desde las instituciones financieras internacionales se impone como un dogma el principio de la privatización cuasi absoluta como la realización de una ley inexorable de la “naturaleza económica”: lo privado es el bien, lo público, el reino del mal, o algo que se acepta sólo para mantener el orden público o se acude en momentos de graves distorsiones económicas, y poco más. Esta lógica ha conducido a la creación de ejércitos privados, como es el caso de Iraq, donde junto a las tropas de EE.UU. hay legiones de «agentes privados» de seguridad (unos 130 mil), subcontratados para realizar tareas militares antes asignadas a los ejércitos20.
De manera, que el modelo al cuál se supone que el Estado debe aspirar, es al de las compañías privadas cuyo principio de funcionamiento es obtener el mayor beneficio. La cuestión es que la soberanía del mercado se convierte no en un complemento de la democracia liberal sino en una alternativa. Es más eficiente saber lo que quiere el público en cada momento a través de la investigación de mercado, que el recurso ocasional al recuento del voto. La participación en el mercado reemplazaría la participación en la política. El consumidor toma el lugar del ciudadano. Esa es la lógica profunda implícita en ese modo de razonamiento, neoliberal o neoconservador, que traspasa la economía de mercado para conducir a una sociedad de mercado. La crítica del Estado desde una óptica neoliberal, conlleva un sistemático descrédito de lo público, como dice Hobsbawn, «con mas convicción teológica que evidencia histórica».
Así pues, estamos asistiendo a un declive de la capacidad de los Estados para movilizar a sus ciudadanos y también, en unos casos, a una crisis de la integridad territorial de ciertos Estados. Hemos expuesto el caso de Costa de Marfil, se puede añadir el de Sri Lanka y los Tamiles, y puede no estar lejano el día en que en alguna república caribeña, la lealtad de sus habitantes se vea dividida, por cuestiones del origen de una parte importante de su población, y el Estado unitario o la «república una e indivisible» –como dicen los constitucionalistas franceses– sea puesta en cuestionamiento.
La era de la globalización: realidad y ficciones en la política de desarrollo
En lo que se refiere a la situación del desarrollo económico, estamos ante una globalización o mundialización que conduce a un sistema mundial dual, por un lado, unos países desarrollados cada vez con mayor riqueza, más elevada renta per capita, y con niveles de vida cada vez más satisfactorios para sus habitantes, inclusive los más pobres y desfavorecidos de esos países, y por otro lado, unos países con una estructura económica que no despega del subdesarrollo, con alto grado de pobreza, desigualdad, carencia de sistemas de sanidad modernos, hambre, falta de empleo decente, y en general, de perspectivas vitales esperanzadoras para su población.
Fukuyama afirma que 6000 dólares de renta per capita es la cifra que separa a los países industriales de las sociedades agrícolas, y que a partir de ese nivel de renta es difícil que no se instaure la democracia liberal. En los años 60 del siglo pasado, esa cifra según algunos políticos tecnócratas era de 1000 dólares. Según el World Bank21 en su clasificación de economías por su renta per capita sobre un total de 208 países hay sólo 75 por encima de 6000 dólares, 5 entre 5000 a 5870, 11 entre 4960 a 4360 y el resto tiene un per capita menor. Los más pobres son países africanos y el más pobre entre los pobres, es Burundi, con 100 dólares de renta per capita.
En todo caso, la respuesta que están encontrando millones de personas para mejorar su vida es “votar con los pies”, es decir, abandonar sus países y regiones de origen para desplazarse a otros países o regiones más prosperas en la cuál puedan encontrar trabajo, realizarse profesionalmente, o no estar sometidos a persecución o violación de sus derechos humanos. Unos 200 millones de personas han emigrado de sus países de origen para escapar de las situaciones antes señaladas, y miles han quedado en el camino, muertos en desiertos, ahogados en el mar, o víctimas de los traficantes de personas.
La globalización no ha traído el bienestar que sus propugnadores anunciaban y si queda alguna duda de ello, las palabras del presidente del Banco Mundial en el año 2002, son muy precisas. Para la mayoría de la población mundial la palabra globalización lo que sugiere es “miedo e inseguridad más que oportunidad e inclusión”. Y el mismo Alan Greenspan y el Secretario del Tesoro Larry Summers consideran que la “antipatía contra la globalización aumenta tan deprisa y es tan profunda“ que “un abandono de las políticas orientadas al mercado y un retorno al proteccionismo” son reales posibilidades.22
Por considerarlo de interés, exponemos a continuación alguna de las reflexiones y críticas de especialistas en políticas de desarrollo que nos parecen interesantes por ser, quizás, menos vulgares o conocidas que las que exponen usualmente los economistas dedicados a estos asuntos.
El flujo de los recursos
En general se piensa que los países ricos transfieren cantidades sustanciales de recursos a los países pobres. Algunos sectores creen que los países ricos no están haciendo lo suficiente para ayudar al desarrollo, pero muy pocos afirman que los países pobres están realmente ayudando a los ricos (Kapoor ).23
Cada año se envía miles de millones de dólares, de los países pobres a los ricos como pago de la deuda, transferencias del sector privado, a través del comercio y de la fuga de capitales. Estos egresos rebajan la inversión local y debilitan el crecimiento.
Por otra parte, los ingresos, bajo la forma de ayuda, préstamos nuevos y corrientes de capital privado, vienen con condicionamientos y restricciones en torno a los tipos de políticas que los países en desarrollo pueden aplicar. Esas limitaciones al espacio político en ocasiones limitan el ejercicio de la democracia y son un obstáculo para la aplicación de políticas auténticamente nacionales. También han debilitado los esfuerzos por reducir la pobreza.
Más de la mitad de la riqueza de África y América Latina está localizada ahora en el exterior, en gran medida en paraísos fiscales y centros financieros tales como Londres y Nueva York. La identificación y repatriación de esos activos –que en su gran mayoría fueron adquiridos o transferidos ilegalmente– así como la reversión de la fuga de capitales, movilizaría recursos importantes para esas economías.
En los últimos veinte años, los países en desarrollo pagaron más dinero bajo la forma de intereses, reembolsos, sanciones y multas por deudas viejas, de lo que recibieron bajo la forma de préstamos nuevos. A pesar de que casi todos los países pobres han pagado más de lo que pidieron prestado, sus deudas continúan aumentando y desviando sus recursos de los gastos cruciales en salud y educación.
Las inversiones, especialmente en el África Subsahariana, generan ingresos de hasta un 30% anual, de manera que los países se ven forzados a tratar de atraer inversiones cada vez mayores para mantener un saldo positivo de las entradas de recursos. Para atraer inversiones los países reducen las tasas fiscales, otorgan exenciones impositivas y alientan la fuga de capitales a través de canales legales e ilegales del sistema bancario.
La creciente amenaza de inestabilidad financiera que surge como resultado de esas políticas ha implicado que los países en desarrollo tengan que acumular una cifra de unos 2 billones de dólares de EE.UU., por concepto de reserva de divisas, para protegerse de la crisis financiera. Dicha acumulación, que en su mayoría se invierte en bonos de países ricos a tasas de interés muy bajas, se produce a expensas de la inversión vinculada al desarrollo, cuya ganancia social es mucho mayor.
Por encima del 50 por ciento del comercio de los países en desarrollo está controlado por empresas multinacionales que pueden manipular los precios de las transacciones comerciales y financieras con sus filiales en paraísos fiscales y en otros países, sacando así miles de millones de dólares de los países pobres.
Considerado en su conjunto, este drenaje cuesta a los países en desarrollo más de 500.000 millones de dólares por concepto de egresos exentos de impuestos, lo cual socava por completo el impacto de la ayuda y de otros ingresos de recursos e impide a estos países transitar un camino de desarrollo sostenible. Más de la mitad de la riqueza de África y América Latina está localizada ahora en el exterior, en gran medida en paraísos fiscales y centros financieros tales como Londres y Nueva York.
El mecanismo de la ayuda al desarrollo
La ayuda real, el dinero de la ayuda que está disponible realmente para financiar el desarrollo de los países más pobres, asciende solamente a alrededor de 30.000 millones de dólares por año, o sea, tan solo un 40% del volumen total de la ayuda.
Los costos administrativos, la ayuda técnica, la contabilización de la mitigación de la deuda, la vinculación de la ayuda con las compras al país donante y la ayuda a países menos necesitados pero con importancia estratégica por su ubicación geográfica, son algunas de las razones por las que más del 60% del volumen actual de ayuda no está disponible como dinero que pueda destinarse a satisfacer necesidades de desarrollo reales y urgentes, como el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Analizando la marcha de los Objetivos de Desarrollo del Milenio diseñado para mejorar el desarrollo y la calidad de vida en los países en desarrollo en 15 años, del 2000 al 2015, la conclusión es que no se avanza lo necesario para alcanzar la meta. Por ello el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, pidió a los países desarrollados que cumplan con sus promesas24.
Los objetivos del ODM son ocho : erradicar la pobreza extrema y el hambre, asegurar la educación primaria para todos, promover la igualdad de sexos y la autonomía de las mujeres, la reducción de la mortalidad infantil, la mejora de la salud maternal, el combate contra el virus del sida, el paludismo y otras enfermedades, la sostenibilidad del medio ambiente, y una estrategia global para el desarrollo.
Uno de los principales es erradicar la pobreza extrema de la gente que vive con menos de un dólar al día (según la ONU se ha caído de 1250 millones de personas en esa situación en 1990 a 980 millones actualmente), pero se ha incrementado la desigualdad entre 1990 a 2004. La participación de los más pobres en el consumo ha pasado del 4,6% al 3,9%. El octavo objetivo es el desarrollo de una estrategia global para el desarrollo, pero la ayuda oficial al desarrollo ha bajado un 5,1% en términos reales entre 2005 y 2006 y solo cinco países destinan el 0,7% del PIB al desarrollo, todo ellos países europeos: Dinamarca, Holanda, Noruega, Suecia y Luxemburgo.
La ayuda es insuficiente, actualmente está apenas en un 0,3% del Ingreso Nacional Bruto de los países donantes. Los principales países en cuanto ayuda al desarrollo son en este orden los siguientes: 1) Holanda, 2) Dinamarca, 3) Suecia, 4) Noruega, 5) Nueva Zelanda, 6)Australia, 7)Australia, 8) Finlandia, 9) Austria, 10) Alemania, 11) Canadá, 12) Suiza, 13) Reino Unido, 14) EE.UU. América, 15) Irlanda, 16) Bélgica, 17) Portugal, 18) España, 19) Francia, 20)Italia, 21) Grecia y 22) Japón.25
Hay una nueva discusión sobre “fuentes innovadoras de financiamiento”, como, entre otras, el impuesto a los pasajes aéreos, impuestos a las transacciones de divisas y a otros tipos de transacciones financieras (la llamada tasa Tobin). Esto ofrece una vía promisoria para mejorar la calidad y cantidad de la ayuda, pero la resistencia para aplicarlas nos hace ser pesimistas.
La deuda tiene un enorme potencial como fuente de fondos para financiar el desarrollo pero no ha sido así, sino que ha terminado siendo una vía para que salgan importantes cantidades de recursos de los países en desarrollo hacia los desarrollados. Por ejemplo, los países de bajos ingresos, que recibieron donaciones de aproximadamente 27.000 millones de dólares en 2003, pagaron casi 35.000 millones por concepto de servicio de la deuda. El África Subsahariana ha visto aumentar el volumen de su deuda en 220.000 millones de dólares a pesar de que pagó 296.000 millones, de los 320.000 millones que había recibido como prestamos desde 1970.
No obstante, la reciente iniciativa del gobierno Noruego acerca del tema de la “deuda odiosa” e ilegítima, brinda una posibilidad promisoria de abordar finalmente las cuestiones reales que están por detrás de la crisis de la deuda. Tiene el potencial de “hacer borrón y cuenta nueva” finalmente, para los países que han estado sufriendo bajo la carga de una deuda injusta e impagable, y permitirles un comienzo nuevo.26
Sobre las inversiones extranjeras
Si bien desde 1992 se ha considerado la inversión extranjera directa como la mayor fuente de entradas en los países en desarrollo, la misma ha estado muy concentrada. China, India, Brasil y México, representan el grueso de los incrementos mientras los países del África Subsahariana, obtienen muy poca Inversión extranjera directa.
Las entradas de inversiones están acompañadas de grandes salidas bajo la forma de repatriación de ganancias. Para el África Subsahariana, por ejemplo, salvo en el periodo de 1994 a 2003, las entradas de fondos de inversión extranjera fueron superadas o igualadas por la salida de fondos como ganancias. Cuando en un país crece el volumen de inversión extranjera, también crece el potencial de la futura repatriación de ganancias. En el África Subsahariana, la tasa promedio de beneficios a partir de la inversión extranjera está entre el 24% y el 30%.
Se afirma que las ganancias generadas por las inversiones extranjeras aumentarán la recaudación fiscal del gobierno. Sin embargo, con el gran aumento de la competencia fiscal entre los enclaves de zonas francas o por promoción de exportaciones, los gobiernos renuncian a este beneficio. Esto ha estado acompañado de una tendencia general y acelerada a la baja en las tasas de los impuestos aplicados a las empresas. De manera, que el único beneficio tangible, es la creación de puestos de trabajo y esto a su vez se ve en peligro por la deslocalización de empresas, en búsqueda de salarios cada vez más miserables.
La OMC, la libertad comercial y el proteccionismo
El comercio tiene un impacto positivo en el desarrollo. Sin embargo, el potencial del comercio actual para generar recursos para invertir en el desarrollo parece exagerado. Lo que es útil para un país, para la generación de recursos externos es obtener más ingresos con las exportaciones que los gastos en importaciones. Cuanto mayor sea el excedente comercial, mayores serán los recursos que genere el comercio que pueden emplearse en el desarrollo27.
Ahora bien, como consecuencia de las directrices de la Organización Mundial del Comercio (OMC),de las instituciones financieras internacionales y de los países desarrollados, los países en desarrollo se han visto forzados a bajar sus aranceles sobre las importaciones y liberalizar el comercio, e incluso a firmar tratados de libre comercio regionales, que teóricamente les beneficiarán al tener acceso a un mercado más amplio, pero como siempre ha ocurrido, esto a quien verdaderamente favorece es a los países con mayor capacidad productiva, mejor productividad y con posiciones dominantes en el mercado. Los países más favorables al libre comercio siempre lo pregonaron después de fortalecer su industria y estar en capacidad de obtener más beneficios que perjuicios del libre mercado, es decir, primero fueron proteccionistas en grado diverso y sólo después libre cambistas.
Actualmente Japón, EE.UU. y la UE mantienen políticas proteccionistas a través de subvenciones agrícolas y restricciones a la entrada de productos de países terceros. La UE pretende a través de su PCD, es decir, política de coherencia con el desarrollo, de restringir su política de subsidios pero hay fuertes presiones de los Estados miembros para mantenerla. Posición que se ha visto reforzada con la actitud pro proteccionista del nuevo presidente francés Nicolás Sarkozy, ya que Francia es el principal beneficiado de la política de subvenciones a la agricultura.
En los países en desarrollo, la política promovida por la OMC y las instituciones financieras internacionales ha conllevado un aumento en las importaciones (incluso las de los artículos no esenciales y suntuarios), pero no ha ocurrido lo mismo con las exportaciones. Las subvenciones y el proteccionismo continuado de los países ricos, especialmente en el sector agrícola y textil, en el cual los países en desarrollo tienen una ventaja competitiva, también han contribuido de manera significativa a la reducción de las exportaciones provenientes de los países en desarrollo.
Numerosos países en desarrollo, especialmente de la región del África Subsahariana y de América Latina, sufren permanente déficit comercial en los cuales se ven obligados a pedir prestado para pagar el exceso de importaciones con respecto a las exportaciones. Esto significa que el comercio, en lugar de crear recursos para la inversión ha actuado como fuente de drenaje de los mismos. Con la excepción de los países en desarrollo que tienen superávit comercial, que son los países exportadores de petróleo.
Tocata y fuga de los capitales
Por cada dólar de ayuda que ingresa a los países en desarrollo, salen diez dólares como fuga de capitales. Se ha estimado que los países en desarrollo pierden más de 500.000 millones de dólares cada año por concepto de egresos ilegales que no son declarados a las autoridades y sobre los cuales no se pagan impuestos.
La vía principal para la fuga de capitales es el comercio, en el cual la fijación del precio de las transacciones por debajo de su valor real, la utilización de transacciones fraudulentas y la transferencia de precios por debajo del valor real entre filiales de la misma compañía, sumadas a la ayuda de los paraísos fiscales y del secreto bancario, socavan por completo la capacidad fiscal de los gobiernos de los países en desarrollo así como su capacidad de movilizar recursos nacionales.
Las personas con riqueza financiera de los países en desarrollos se aprovechan del aparato institucional, de las informaciones privilegiadas, del secreto, de la banca privada y los paraísos fiscales, para sacar miles de millones de dólares de los países en desarrollo. Se ha afirmado que los venezolanos ricos tenían en bancos del exterior dinero suficiente para pagar toda la deuda externa de su país en los años anteriores a la llegada de Chávez al poder.
Las multinacionales, las instituciones financieras, las firmas contables, los centros jurídicos y financieros, todos han sido cómplices en facilitar esta fuga de capitales. Mientras no se ponga coto a esto –y no hay indicios de que se vaya a hacer–no podrán lograrse avances reales en materia de desarrollo sostenible.
El 0,7% del PNB para el desarrollo
En 1970 los países ricos acordaron la meta de destinar el 0,7% del PNB para la asistencia al desarrollo. En 2005 estos países gastaron para la ayuda un promedio de apenas 0,3% del PNB. Y como se ha expuesto sólo cinco países europeos cumplen con el acuerdo. Estados Unidos, la principal potencia mundial, dio a los países pobres el porcentaje más pequeño de su riqueza, el 0,2%, por debajo de la media mundial en ayuda al desarrollo.
Los países en desarrollo deben mantener enormes reservas de dinero ocioso solo para defender sus monedas de la especulación. Para acumular esas reservas, los países pobres reciben préstamos en moneda fuerte de EEUU a tasas de interés de hasta 18%, y lo prestan de nuevo a los EEUU (bajo la forma de intereses sobre los bonos del Tesoro de EEUU) a 3%. La mayoría de los países invierten sus reservas de divisas en títulos relativamente seguros y de corto plazo, como los bonos del Tesoro de EEUU. El rendimiento de este tipo de instrumentos es, actualmente, muy bajo ‐ muy inferior a las tasas de interés que los países en desarrollo pagan sobre su deuda.
La Unión Europea y la política de desarrollo
La Unión Europea (UE) ha fijado un calendario para cumplir la meta que fijara la ONU hace años para gastar el 0,7% del Producto Nacional Bruto en ayuda al desarrollo. La meta para que la UE alcance el nivel mínimo promedio de 0,56% se fijó para 2010.
Este aumento de la ayuda representará fondos adicionales de unos 20 mil millones de euros a partir de 2010. El compromiso actual apunta a que 15 de los “antiguos” Estados miembros alcancen la meta del 0,7% para 2015, en coincidencia con la fecha límite para cumplir muchos de las metas del ODM, incluida la de reducir a la mitad el porcentaje de personas que viven en la pobreza absoluta: (Conclusiones del Consejo de la UE de mayo de 2005).
El compromiso de respaldo a los ODM también se confirma en las declaraciones de políticas de desarrollo adoptadas por la UE a fines de 2005. Tanto el Consenso Europeo sobre el Desarrollo, que fija la política de desarrollo de la UE para los próximos años, como la Estrategia de la UE para África (Consejo de la Unión Europea, 2005) otorgan un lugar destacado al logro de los ODM en las estrategias de cooperación de la UE hacia los países en desarrollo.
Las políticas de la UE coinciden cada vez más en integrar los fondos para el desarrollo de la Comisión Europea y de los Estados miembros, en línea con la Declaración de París sobre la armonización de la ayuda. Además, la Comisión Europea destina fondos considerables a la financiación de obras de transporte e infraestructura. En su programación para los países de África, el Caribe y el Pacífico (ACP), un tercio de los fondos a distribuir son destinados a este tipo de obras. También una parte de los fondos se destinan a acciones para mejorar la gobernabilidad, la gestión de las migraciones, y el respeto a los derechos humanos por los Estados de países ACP. Si bien, cada vez más, la prioridad de la UE en políticas de desarrollo es sobre todo el continente africano, por ser el continente de mayor pobreza y con porcentajes más elevados de enfermos de SIDA. Además, la cumbre de la UE‐África celebrada en Lisboa, concluyó con un partenariado o asociación que implica una colaboración más estrecha entre la UE y los Estados africanos en programas de desarrollo.29
Los intereses comerciales son un tema fundamental para la UE, donde la Comisión Europea desempeña un papel central. Dentro de la actual Ronda de Doha de la Organización Mundial del Comercio (OMC), la UE destacó sistemáticamente que asume un método que define nuevas reglas comerciales en defensa de los intereses de los países en desarrollo. Sin embargo, esa no es la opinión de los países en desarrollo, que critican a la UE por mantener un régimen de subsidios a la agricultura que otorgan ventajas a los productores europeos, lo cual socava la competitividad de los productores en los países en desarrollo.
A manera de conclusión
El repaso a las políticas de desarrollo económico y político de los años 60 hasta nuestros días, los inicios del siglo xxi, nos muestran que las principales metas siguen sin lograrse en los países en desarrollo. Lo cuál no quiere decir que nada se haya logrado. Las posiciones del todo o nada, blanco o negro, nunca han sido mis favoritas, sobre todo, porque reflejan una actitud de incomprensión de la realidad social y política, cuando no, posiciones frívolas o de dramaturgia.
Siempre ha sido más fácil la exageración que tratar de ver la realidad tal como es y hacer todo lo posible por avanzar. Se dice que Marx, un autor ahora en desuso, pero que forma parte fundamental del pensamiento universal, al igual que Adam Smith, decía que un revolucionario tenía que tener la capacidad de oír crecer la hierba en el campo. O sea, que para cambiar la sociedad hay que auscultar los fenómenos sociales y no sobrevolarlos, o sustituirlos por la logomaquia, o por supuestas soluciones que, de hecho, son inviables. Eso es también aplicable al reformador social, que propugna cambios graduales pero sistemáticos para transformar la estructura social.
El mundo tal como está estructurado visto de una perspectiva alejada y centrada en las posibilidades de la tecnología parece un “mundo plano”30, en el cuál, una gran firma de Nueva York o Sydney, puede alimentar sus bases de datos desde Camboya o Laos –naturalmente pagando salarios tres o cuatro o seis veces más bajos que en esas ciudades–, pero si descendemos al plano de la vida cotidiana de la gente, se perciben las tremendas desigualdades, y más que un mundo plano, nos encontramos con un mundo jerarquizado, piramidal, con una cumbre de países donde se aúnan tecnologías de punta, riqueza y bienestar, más o menos generalizado, para su población, y otros países, en los cuales se reproduce esa pirámide, con unas minorías que controlan cada vez un porcentaje mayor de la riqueza social y una mayorías cada vez más depauperadas en la base de la pirámide.
La globalización consiste, hoy por hoy, en la existencia de unas islas de prosperidad y de bienestar, flotando en un océano de pueblos en la pobreza, como escribe Ziegler. Y este mundo se encuentra con una única potencia mundial, los EE.UU. de América que propugnan una teoría del libre cambio, del libre mercado y que, sin embargo, tiene una gran contradicción, ya que el interés de importantes industrias y de medios de negocios, así como de una buena parte de sus votantes, es contrario a ese libre mercado, que haría que ese país sea “invadido” de productos manufacturados de otros países industrializados y también de China.
La primera potencia mundial realmente no puede competir en un mercado libre con otros productores salvo en el tráfico o comercio de armas, que es dónde ese país es absolutamente superior y competitivo respecto a los demás por su alta tecnología de armamento. Los EE.UU. siguen gastando en armas como si estuviera en tiempos de la guerra fría con la URSS, que fracasó económicamente, por no poder seguirla en esa carrera. Esa carrera de armamentos sin competidores, en solitario, es una seria amenaza aunque se argumente que lo que se busca es asegurar la seguridad mundial o global. Misión al que ese país se auto considera destinado.
Aparte de ello, el predominio mundial del inglés y de la industria cultural de masas es otro de los aspectos más competitivos de la potencia hegemónica y lo que le genera ingentes beneficios tanto directos como indirectos.31 Pero la alta tecnología militar es el punto fuerte de EE.UU., lo que significa que pueden invadir y ganar rápidamente una guerra contra un país (tácticamente) pero como se ha visto en Iraq, otra cosa es mantener una ocupación con éxito, y en ese aspecto políticamente (y estratégicamente) no han ganado la guerra, que es siempre política por otros medios.
El resultado de la política de invasión militar es que Oriente Medio está desestabilizado y la situación allí es la peor en más de una decena de años. Han desbancado al único país secular que había en la zona junto a Siria (que está amenazada), y con una política errónea han estimulado que la OLP sea desplazada por Hamas en la preferencia de los palestinos, hartos de la corrupción e inoperancia de los seguidores de Yasser Arafat y de su actual líder Abbas, que no pueden mostrar logros tangibles a su pueblo.
Hamas ganó unas elecciones libres obteniendo 76 escaños sobre los 132 del parlamento, y se trató por todos los medios económicos y políticos evitar que gobernasen, en un ejercicio más de la hipocresía y falta de coherencia democrática tanto de EE.UU. como, en este caso, de la Unión Europea. Hoy los palestinos están divididos no sólo políticamente sino geográficamente: la franja de Gaza está controlada por Hamas y el resto esta en manos de la OLP y Abbas, apoyados por EE.UU., la UE, y por Israel. Este último, con el fin de mantener divididos y en pugna a los palestinos. Los mismos argumentos de terroristas que hoy se aplican a Hamas se les atribuía a Al Fatah y a la OLP años atrás. La idea es que se identifique a los palestinos con terroristas, y se le permita una vía libre a Israel para continuar apropiándose de territorios de los palestinos y forzándoles a emigrar.
Todo ello está conduciendo a que en los propios EE.UU. aumenten los ciudadanos de ese país que no estén interesados en esas políticas de imperialismo militar y de dominación mundial que está debilitando la economía de su país. En ese sentido puede llegar un momento en que el propio gobierno –evidentemente no el de Bush– y los electores de EE.UU. decidan que es más importante para ellos concentrarse en resolver sus asuntos internos que en seguir una política de intervenciones militares que no les beneficia ni está haciendo el mundo más pacifico ni más seguro, ni para ellos ni para los demás. Esta auto contención y la vuelta a reconocer los valores del derecho internacional y de los derechos humanos, puede contribuir a hacer de EE.UU. una potencia respetada e incluso mejor valorada por los otros pueblos del mundo, cosa que no ocurre actualmente. La mejor tradición de la revolución americana de 1776 debe ser recuperada.
Mientras, los países en desarrollo deben seguir tratando de mejorar la gobernabilidad, aumentado la formación de sus capacidades institucionales para que su aparato de estado sea más eficaz, mejorando sustancialmente la formación de sus cuadros y profesionales universitarios –propugnando por la calidad más que por la cantidad de graduados universitarios–, preparando maestros con calidad pedagógica, y universalizando la enseñanza primaria y secundaria y la formación profesional hasta los 16 años. Sin una población con un buen nivel educativo ninguna política de desarrollo puede obtener resultados.
Una política de desarrollo no puede ser sólo económica sino institucional, educacional y política. Nada puede lograrse si no mejora la calidad de la democracia existente, o la instauración de instituciones democráticas en los lugares donde no exista. La lucha decidida contra la corrupción no puede ser dejada a la sola voluntad limitada de los gobernantes –es una contradicción poner el lobo a cuidar a las ovejas–, sino que debe ser asumida por los ciudadanos como uno de sus principales deberes cívicos y políticos. Hay que incrementar la participación de los ciudadanos en el gobierno a través de mayor poder de decisión entre las elecciones.
Es necesario poner coto al uso del dinero público para las campañas políticas electorales que fomentan una reelección sucesiva, sin límite, con sus negativas consecuencias para la calidad democrática: el ejemplo de la democracia americana es en esto ejemplar. La limitación de mandatos en países de regímenes presidencialistas es una necesidad para una buena gobernanza, además de que fomenta la circulación de las elites políticas y evita el nefasto fenómeno del caudillismo y el clientelismo, tan típicos de Latinoamérica, y a la vez, tan negativos, para ambos, el desarrollo económico y el desarrollo político.
Los inicios del siglo xxi no son ciertamente halagüeños pero si hay motivos para mantener la esperanza en que tanto tecnológica, como económica y políticamente, existen medios para reorganizar la sociedad de manera que se aprovechen mejor los recursos humanos existentes para conseguir los objetivos que han marcado los valores de nuestra civilización desde los tiempos de la revolución americana de 1776 y la francesa de 1789: hacer realidad para todos los valores de la libertad, la igualdad jurídica y la democracia. Junto a los valores de las revoluciones sociales del siglo xx: la igualdad y la solidaridad social. Si nos ponemos a trabajar para conseguirlo, este siglo que apenas se inicia, puede ser el de la realización universal de estos valores.
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