1. Concepto de competitividad
En el ámbito nacional predomina la idea de que para que las empresas logren una mayor competitividad se requiere simplemente de un aumento sostenido de la inversión y de la apertura comercial. El análisis del concepto de competitividad visto desde la óptica de diferentes autores, permitirá comprobar que el mismo es mucho más rico que lo que comúnmente se entiende y que conseguir una auténtica competitividad sostenible a través del tiempo exige de la implementación de una diversidad de políticas que permitan la superación de los obstáculos-existentes para lograrla. Entender en toda su dimensión el concepto de competitividad es importante, dado su valor para explicar y abordar la problemática que plantea la creación de los factores necesarios para que en economías de escaso desarrollo resulten viables procesos de desarrollo, o por lo menos, de crecimiento de algunos sectores. Aunque en su sistematización, realizada por Michael Porter (1990), la teoría de la competitividad no tuvo la intención de estudiar los condicionantes internos del subdesarrollo, la misma permite analizar esos condicionantes y proponer estrategias para su superación. Un ejemplo de tal elaboración se encuentra en la teoría de la competitividad desarrollada por los teóricos de la CEPAL, utilizando un enfoque de carácter estructural.
Cuando se explican los determinantes de la competitividad y se habla de la necesidad de crear factores productivos, se está apuntando a un problema largamente discutido en la literatura del desarrollo, pero que había sido reconocido sólo por algunas corrientes. La teoría de la competitividad convierte en generalmente aceptada la idea de que hay la necesidad de crear factores productivos y competencias en economías de escaso desarrollo. Además, tal tarea deber ser asumida tanto por gobiernos como por todos los sectores interesados en el desarrollo nacional.
El concepto de competitividad debe ser rescatado en toda su complejidad porque manejarlo en toda su dimensión reviste especial importancia cuando se busca diseñar estrategias de desarrollo inclusivas y de impacto positivo sobre los procesos sociales y económicos de los países.
Para Michael Porter, el primero en estructurar y sistematizar un cuerpo teórico en tomo al concepto de competitividad, esta consiste en:
“La capacidad para sostener e incrementar la participación en los mercados internacionales, con una elevación paralela del nivel de vida de la población. El único camino sólido para lograrlo, se basa en el aumento de la productividad. (Porter.; 1990).
A pesar de que, como se advierte en la anterior definición, Porter incluye como un elemento importante de la competitividad el factor humano, comúnmente, al abordar este concepto, se omite la necesidad de lograr de manera concomitante la elevación del nivel de vida de la población, elemento que constituye uno de los pilares de la productividad y consecuentemente, de la competitividad. En este sentido afirma:
“La productividad es, a la larga, el determinante primordial del nivel de vida de un país y del ingreso nacional por habitante. La productividad de los recursos humanos determina los salarios, y la productividad proveniente del capital determina los beneficios que obtiene para sus propietarios ” (Porter, 1990).
Según Porter, existe una relación de doble vía entre productividad y niveles de vida de la población. En efecto, sobre la productividad inciden tanto los salarios y las ganancias como la distribución del ingreso, la calidad ambiental, los niveles de gobernabilidad política y las libertades y derechos de las personas. A su vez, la productividad define los niveles de salarios y las ganancias sobre el capital invertido, en otras palabras, los niveles de ingreso que van a determinar el nivel de vida de la población.
Cuando por competitividad se entiende solamente un crecimiento sostenido de la inversión, entonces deja de ser importante la elevación del nivel de vida de la población y la inserción de la misma en procesos de desarrollo.
En el entorno de la empresa, que a la vez determina la capacidad competitiva de ésta, también inciden: la infraestructura, los mercados financieros, la sofisticación de los consumidores, la estructura productiva nacional, la tasa y estructura de las inversiones, la infraestructura científica y tecnológica y otros elementos no menos importantes, como la educación, las instituciones y la cultura. Sin embargo, no es este entorno el que se puede tornar competitivo, sino las empresas ubicadas en él.
Michael Porter clarifica:
“Son las firmas, no las naciones las que compiten en los mercados internacionales ” (Porter, 1990).
La dimensión microeconómica o empresarial se complementa con la dimensión macroeconómica y ambas son condicionadas por los elementos que inciden sobre el entorno. De tal manera que aunque la competitividad de la empresa es el resultado de una gerencia exitosa, también es necesario que el entorno empresarial contribuya a esa competitividad.
Al igual que Porter, los autores de la CEPAL consideran que en el logro de la competitividad inciden múltiples factores. Sin embargo, preocupados por las transformaciones estructurales necesarias en los países latinoamericanos que permitan crear las competencias para generar un clima de competitividad en condiciones de escaso desarrollo relativo del capital privado, ponen especial énfasis en las políticas públicas, potencialmente generadoras de esas competencias. En ese tenor apuntan a que una sola política o una sola acción no son suficientes para generar competitividad. (CEPAL, 1990).
En oposición a lo que denominan competitividad espuria, los autores de la CEPAL introducen el concepto de competitividad auténtica de una economía, entendida como la capacidad de incrementar, o al menos de sostener, la participación en los mercados internacionales con un alza simultánea del nivel de vida de la población. (CEPAL, 1990).
Al igual que los autores antes mencionados, también otros han entendido la competitividad en forma más amplia, como una cuestión que implica algo más que simplemente sostener niveles elevados de inversión, precisando a la par otros determinantes internos de la misma.
Por su parte, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) propone el concepto de competitividad estructural. Éste se entiende como el resultado de la gestión exitosa de las empresas, pero también toma en cuenta la fortaleza y eficiencia de la estructura productiva nacional, las tendencias a largo plazo en la tasa y estructura de la inversión, la infraestructura técnica y otros factores determinantes de las externalidades sobre las que las empresas se apoyan (OCDE, 1992).
Según el Informe de la Comisión Presidencial sobre competitividad industrial de los Estados Unidos de 1985, la competitividad de una nación refleja su habilidad para responder a los desafíos de los mercados internacionales, pero también aumenta el ingreso real de sus ciudadanos.
En consecuencia, se puede observar claramente que existe un consenso en cuanto a que la competitividad auténtica no es simplemente un proceso sostenido de inversión, sino que debe estar ligada también a un aumento sostenido de los niveles de vida de la población, así como a mejoras en la infraestructura y la estructura productiva, entre otras. Estos elementos condicionan a la vez las posibilidades competitivas de las industrias.
La CEPAL (1990) concibe que la generación de auténtica competitividad depende de las posibilidades de elevar la productividad al nivel de las mejores prácticas internacionales. La competitividad en el nivel microeconómico significa alcanzar los patrones de eficiencia vigentes internacionalmente en cuanto a utilización de recursos y calidad del producto o servicio ofrecido. Esto a su vez supone la identificación, imitación y adaptación de nuevas funciones de producción por parte de las empresas. La competitividad microeconómica se logra mediante políticas de modernización de la empresa en lo relativo a tecnología, equipos, organización y relaciones laborales. Pero la empresa requiere también de un entorno competitivo, el cual se logra mediante políticas mesoeconómicas de modernización de los factores. (CEPAL, 1996).
El desarrollo de una auténtica competitividad requiere de políticas elaboradas e implementadas por los gobiernos. Las políticas de investigación, desarrollo e innovación tecnológica permiten elevar los niveles tecnológicos; las políticas de equidad distributiva favorecen el ensanchamiento del mercado interno; las políticas de educación elevan la calidad del capital humano; las políticas crediticias inducen una buena asignación del capital y facilitan el equipamiento y modernización de las empresas.
Adicionalmente, se deben atender los aspectos institucionales, que resultan ser muy importantes dentro del entorno en el cual se desarrollan las empresas. En cuanto al aspecto institucional es importante señalar que el índice de competitividad otorga una mayor ponderación a la evaluación de la calidad de las instituciones y el ambiente macroeconómico en aquellos países que se encuentran distantes de la frontera tecnológica, para los cuales, se entiende es más importante la adaptación de las tecnologías desarrolladas en el extranjero que la misma innovación tecnológica.
En oposición a la competitividad auténtica, la competitividad espúria está basada en una única política de apertura, en bajos salarios y baja productividad, todo lo cual conduce al empobrecimiento de los trabajadores y de las naciones. La CEPAL enfatiza en que la política de apertura y el buen desempeño macroeconómico son insuficientes para lograr crecimiento económico. Por el contrario, es indispensable la creación de competitividad sistémica, que se basa en tres pilares: el desarrollo de sistemas de innovación que aceleren la acumulación de capacidad tecnológica, el apoyo a la diversificación y la creación de encadenamientos productivos, y la provisión de servicios de infraestructura de calidad.
2. Clusters y Competitividad
A raíz de un estudio a las industrias y empresas exitosas que se desarrollaron en los diferentes ámbitos de la geografía mundial, Michael Porter aisló los elementos necesarios para lograr que las industrias se conviertan en competitivas. Estos elementos se agruparon en las cuatro fuentes de la ventaja competitiva que constituye el llamado diamante de la competitividad.
Un elemento fundamental en el análisis de competitividad de Porter es el aspecto geográfico como clave en la generación de ventajas competitivas. En ubicaciones geográficas específicas se establecen los cluster o aglomerados de empresas, entre las cuales existen vínculos con compradores, proveedores y distintas organizaciones ya sea por características comunes o complementarias. El ámbito geográfico puede ser un estado, una ciudad, un país, un grupo de países o cualquier otro.
Las conclusiones de la teoría de la competitividad y los cluster se obtuvieron a partir de un estudio que buscaba encontrar las razones por las cuales ciertas industrias o empresas se convertían en exitosas. Sin embargo, esas conclusiones podrían encontrar una aplicación estratégica importante en los países en vías de desarrollo. Particularmente, el planteamiento de cluster permite seleccionar “sectores de punta” que, a través de encadenamientos hacia adelante y hacia atrás, impulsen el desarrollo de complementariedades interindustriales y de sectores de servicios, así como actividades de ciencia y tecnología, educación y otras, que se desarrollen en forma especializada para servir a los sectores de punta en cuestión.
Esta estrategia de conformación de clusters que abarquen ciertos sectores o regiones con condiciones para ello, se presenta como una alternativa a la conformación de toda una economía interconectada con encadenamientos hacia adelante y hacia atrás que podría exigir una inversión muy por encima de las capacidades de países pequeños de escaso desarrollo.
Esta discusión ya estuvo presente en la teoría del desarrollo que se generara a partir de la propuesta de Rosenstein-Rodan(1943) de crear complementariedades y externalidades en la demanda y en la producción con un esfuerzo masivo y simultáneo de inversiones. Continuando la discusión, Nurske(1953) propone una estrategia de crecimiento equilibrado, combinando ese esfuerzo masivo de inversiones con el excedente generalizado de mano de obra propio de los países en desarrollo.
Tomando en cuenta la escasez de recursos de capital, Hirschman(1958) formula la estrategia de crecimiento desequilibrado. Ésta se lograría invirtiendo en unos cuantos proyectos modernos que generaran desequilibrio entre la oferta y la demanda, para luego corregirlo con inversiones complementarias capaces de viabilizar el retomo al equilibrio. Finalmente, el planteamiento de polos de desarrollo de Perroux(1964) analiza la forma en que las actividades económicas surgen, se desarrollan y caen en decadencia en localidades geográficas específicas.
Si se entiende la estrategia de formación de cluster o aglomerados como una alternativa de desarrollo, se podrían conformar sectores fuertes con efectos de arrastre en toda la economía o en partes de ella, que si bien no constituye una solución a toda la problemática de subdesarrollo, sí podría ser importante para dar solución a escenarios de desempleo, escasa disponibilidad de divisas y necesidad de generación de recursos para fortalecer las economías.
En palabras de Porter:
Las naciones no alcanzan el éxito en sectores aislados, sino en agrupamientos de sectores conectados por medio de relaciones verticales y horizontales. La economía de una nación contiene una mezcla de agrupamientos, cuya composición y fuentes de ventaja (o desventaja) competitiva refleja el estado del desarrollo de la economía (Porter,; 1990).
Otra conclusión importante que se infiere a partir del planteamiento de Porter, aplicable a los países en desarrollo, es el hecho de que ningún país es competitivo en todos los sectores de la economía. Entonces, se debería plantear el fortalecer y hacer competitivos ciertos sectores de la economía con inversiones dirigidas y focalizadas hacia algunos de ellos.
Desde luego, para que los países sean capaces de mejorar la competitividad deben también introducir mejoras en la educación técnica y profesional; mejorar las destrezas para usar adecuadamente los equipos, además de mejorar la infraestructura para contar con flujos de abastecimientos más estables; elevar la eficiencia ecológica y el desarrollo de capacidades nacionales y sectoriales en las áreas tecnológicas y de innovación.
Cuando se olvidan este tipo de inversiones, se cae en la llamada competitividad espuria. Aquí, entonces, se pone de relieve el importante papel que deben jugar las políticas públicas en el proceso, particularmente en países de escaso desarrollo.
Es indispensable subrayar que la competitividad es un problema de largo plazo, porque su consecución requiere de una visión de largo plazo y disponibilidad de recursos a largo plazo. Aquí es precisamente donde convergen las políticas de competitividad con las de desarrollo, porque este último también es un proceso que se construye en el largo plazo. El mismo exige implementar políticas macroeconómicas de productividad y prosperidad, sin descuidar las dimensiones social, ambiental, político-institucional y la calidad de vida de la población.
Por lo anterior, CLADS, en el mismo tenor de la CEPAL, aclara que participar en el comercio internacional es insuficiente; se debe, además, lograr elevar la calidad de vida de la población, a la par de su nivel cultural y educativo. De no ser así, la participación en los mercados internacionales no garantizará que la población pueda hacer suyos los grandes logros de la humanidad en términos tecnológicos y en otros términos, lo que conducirá a que los países no puedan elevar sus niveles de desarrollo. (CLADS, 1999).
3. Vinculación de las teorías del desarrollo con el concepto de competitividad
El paradigma de la competitividad está ligado a una visión particular de desarrollo económico y de las fuentes que originan el mismo.
Para Smith, la ventaja comparativa absoluta de una nación la tienen las industrias que producen con los costos menores. Esta visión supone una percepción estática de la competitividad ya que la fuente de competitividad es la dotación inicial de recursos que permite mantener bajos los precios de los factores abundantes y de los productos creados con esos factores. Dentro de esta visión no está presente la idea de que las capacidades productivas y competitivas de los países se puedan elevar mediante la creación de nuevos factores.
Para Ricardo, la ventaja comparativa relativa la tienen las industrias que producen con mayor productividad.
Los modelos neoclásicos tradicionales postulan la existencia de una función de producción con dos factores, trabajo y capital, con rendimientos constantes a escala y rendimientos decrecientes de cada factor. Dentro de ellos se destaca el modelo de Solow ( 1956,1957) que explica el crecimiento a largo plazo mediante una variable exógena, el progreso técnico. Es precisamente esta variable la que permite oponer la tendencia a los rendimientos decrecientes, pero, como es una variable exógena, no puede ser manipulada por los agentes económicos.
En cambio, las teorías del crecimiento endógeno consideran el progreso técnico como una variable endógena que puede ser manipulada por los agentes económicos mediante decisiones sobre inversión en tecnología. Para ellos, tanto el capital humano como el conocimiento general tienen la capacidad de generar nuevo conocimiento.
En este aspecto es importante destacar que algunas teorías explicativas del fenómeno subdesarrollo ya apuntaban a variables endógenas que debían ser manipuladas para lograr superarlo. La teoría de Prebisch y otros autores de la CEPAL de los años cincuenta y sesenta se refirió a características estructurales diferentes entre los países periféricos latinoamericanos y los países centrales, las cuales causan que los latinoamericanos perpetúen bajos niveles de ahorro y productividad. La solución a esta situación sería la creación de las estructuras productivas adecuadas mediante políticas públicas. Con ello se crearían también los factores de producción ausentes en las economías latinoamericanas. Sin embargo, este pensamiento, al que se denominó estructuralista, no se convierte en generalmente aceptado.
Las teorías del crecimiento endógeno de los años noventa traen de nuevo a la discusión, en primera instancia, la idea de que el proceso de crecimiento resulta de decisiones conscientes, particularmente decisiones de inversión en tecnología. En segunda instancia, como las economías parten de diferentes bases tecnológicas, entonces no se puede suponer que se produzca una convergencia entre las tasas de crecimiento de economías con distinto grado de desarrollo a partir de procesos de apertura comercial.
Los modelos de crecimiento endógeno recomiendan la intervención a través de políticas públicas. En particular, Romer (1993) concluye que las políticas públicas en los países rezagados son fundamentales en la creación del capital humano requerido para acelerar el crecimiento. Le compete al Estado un papel central en la construcción de la base interna necesaria, por la vía de adecuar el sistema de educación y los marcos institucionales, de modo que el mejoramiento del capital físico y humano resulte rentable para las empresas privadas.
Para completar la revisión de las fuentes teóricas que permiten analizar el fenómeno subdesarrollo en sus condicionantes internas, se debe agregar el valioso aporte de la escuela evolucionista. Éste se caracteriza por la importancia que atribuye al progreso técnico y, en particular, al marco institucional en que el mismo se produce, así como al papel de la demanda en el crecimiento económico. Por ejemplo, Nelson (1982) hace una signiñcativa contribución teórica a través de la incorporación del cambio tecnológico en el crecimiento económico.
A modo de conclusión, se puede afirmar que al igual que la teoría de la competitividad, la del crecimiento endógeno y la evolucionista permiten centrar la atención en los elementos que resultan condicionantes internos del subdesarrollo y en los factores que es necesario crear para superarlo. También proporcionan elementos estratégicos importantes para caminar hacia la competitividad y el desarrollo económico de los países subdesarrollados. Viendo la vinculación entre competitividad y teoría del desarrollo desde el diamante de la competitividad de Porter, es posible considerar que las condiciones de los factores se refieren a la productividad como elemento vinculante a las teorías del desarrollo. Los esquemas de estrategia y rivalidad resaltan el progreso técnico y los encadenamientos. Por otro lado, las condiciones de la demanda apuntan al comercio, y las industrias afines y de apoyo se vinculan al enfoque microeconómico y sectorial.
4. Condicionantes generales de la competitividad en la República Dominicana
La República Dominicana tuvo un crecimiento constante del producto interno bruto percápita desde 1994 hasta el 2002, mostrando un crecimiento mayor durante los años de 1997 al 2000, tal cual se puede notar en la tabla I.
El entorno educativo, de salud, cultural y social está llamado a condicionar y potenciar la competitividad de las empresas. Resulta importante, pues, explorar la forma en que ese crecimiento del PIB percápita real logra influenciar en el desarrollo del recurso humano, así como determinar si ese crecimiento logra crear un círculo virtuoso de crecimiento y elevación de los niveles de vida de la población.
El recuadro 1 muestra el gasto público en educación como porcentaje del PIB para algunos países seleccionados. Del mismo se puede inducir que para el período 1999-2001, República Dominicana se encontraba entre los países con uno de los más bajos gastos públicos en educación como porcentaje del PIB.
También, en otros años de alto crecimiento del PIB per cápita, como lo fueron 1997 y 1998, el país registró un gasto público en educación como porcentaje del PIB de 2.2 y 2.5% respectivamente.
Este reducido gasto público solamente se ve compensado por el gasto privado en educación que llega a un monto similar al gasto público en ese renglón, según la proyección hecha por Liz y Ogando(2003). Según estos, sumando el aporte público y el privado se podría hablar de un gasto total en educación de alrededor de un 5.5% del PIB. Sin embargo, no se omite señalar que el gasto privado en educación es definitivamente regresivo, ya que los pobres no pueden gastar en educación.
A la problemática de reducido gasto público en educación es necesario agregar otras características del sistema que no están ausentes en el resto de los sistemas educativos latinoamericanos. Uno de ellas es el hecho de que la mayoría de los recursos se orientan a pagar gastos corrientes, otra, el problema de la baja calidad de la educación. Esto último se puede de mostrar al constatar la calidad y disponibilidad de los textos, la calidad de la enseñanza de las matemáticas y las ciencias, la formación de los maestros. Todo esto afecta en forma más severa a las poblaciones rurales y a los más pobres.
Evidentemente, un entorno educativo con tales características no potencia la capacidad productiva de los recursos humanos para generar ventajas competitivas, ni tampoco facilita la introducción de la innovación en la producción.
En general, el nivel de gasto social tampoco permite la elevación de la calidad de vida .de la población, requisito indispensable para que dicha población se convierta en un factor de estímulo para la elevación de la capacidad productiva.
La tabla II muestra el PNB percápita y el gasto social como porcentaje del PIB de un conjunto de países, incluyendo algunos de la región. Como se puede observar en dicha tabla, el gasto püblico social como porcentaje del PIB en'República Dominicana figura entre los más bajos de los países de la región mostrados. Además, países con un PNB percápita similar, como El Salvador, tienen un gasto social mayor. Así también Panamá, que más que duplica el gasto social como porcentaje del PIB en relación a la República Dominicana. La cifra de gasto de República Dominicana es la mitad de la cifra promedio de América Latina.
La situación en el área de salud también muestra rezago con respecto al promedio de América Latina. Tomando como base las estadísticas en línea del PNUD para el año 2002, llama la atención el comportamiento de algunos indicadores relevantes. El gasto en salud como porcentaje del PIB en República Dominicana es de 2.2%, en tanto, el promedio de América Latina es 3%. Esta situación se refleja en otros indicadores como esperanza de vida al nacer que es, para República Dominicana, de 66.7 años y en promedio para América Latina de 70.5 años. La Repú1 blica Dominicana cuenta con más médicos por 100,000 habitantes (190) que el promedio de América Latina(180). Sin embargo, la mortalidad infantil por 1,000 nacidos vivos es de 32 para República Dominicana y 27 para el promedio de América Latina y el Caribe. La mortalidad materna por 100,000 nacidos vivos en partos asistidos por médicos es de 180 para República Dominicana y de 82 para el promedio de América Latina y el Caribe.
Un panorama social de esta naturaleza difícilmente puede aportar el desarrollo social y los recursos humanos necesarios para producir un entorno creador de competitividad auténtica resultado de una alta productividad generada por la utilización de conocimiento científico y tecnológico potenciador de los recursos humanos. Entonces, solamente queda el camino de la competitividad espuria basada en bajos costos y salarios.
Aquí se ha destacado el papel del desarrollo de los recursos humanos en la generación de entornos competitivos porque, como ha sido reconocido por múltiples autores, en el momento actual, el desarrollo del recurso humano es la fuente principal de ventaja competitiva de las naciones. Sin embargo, existen otros elementos también importantes para la generación de capacidades competitivas.
El desarrollo institucional es también un elemento generador de competitividad auténtica porque implica reglas del juego claras y transparentes que se aplican en forma automática y no dependen de la voluntad de funcionarios. Dentro del ámbito institucional, tambjén se debe incluir el esfuerzo de lucha contra la corrupción, el fortalecimiento de la independencia del poder judicial, la existencia de leyes y reglamentos que garanticen una adecuada defensa de los derechos de propiedad, incluyendo la propiedad intelectual y el desarrollo de instituciones políticas que permitan un proceso de gobernabilidad.1
Para construir capacidad competitiva es indispensable también la preservación y defensa de los recursos naturales.
Una buena disponibilidad de infraestructura es fundamental para aumentar la productividad de las inversiones. El desarrollo de una mejor infraestructura implica tanto a carreteras, puertos, electricidad, tecnologías de información y comunicaciones, como a una adecuada plataforma tecnológica.
La base de cualquier proceso de crecimiento es el logro de estabilidad macroeconómica a través de políticas fiscales y monetarias claras y coherentes. Los mecanismos de mercado deben funcionar apropiadamente, para lo cual se requiere de transparencia en la gestión. Además, los agentes deben recibir señales claras con incentivos apropiados y una política tributaria adecuada.
Después de lograda la estabilidad macroeconómica, la construcción de una macroeconomía competitiva requiere de la disponibilidad de recursos físicos, naturales, institucionales y humanos para crear la plataforma sobre la cual se asienten las reglas de juego necesarias para la asignación de recursos con visión de largo plazo.2
Únicamente habiendo garantizado todo lo anteriormente enumerado, la apertura externa garantizará los mercados y la competencia necesarios para que se desarrollen las empresas.
Notas
- Para ampliar sobre este tópico ver “Informe Nacional de Desarrollo Humano” República Dominicana. 2005. PNUD. 2005 y Vial J. ¿Cuán Competitiva es la República Dominicana? En: “República Dominicana: Estrategia Nacional de Desarrollo y Competitividad” FUNGLODE. 2004.
- Ver: Vial J. ¿Cuán Competitiva es la República Dominicana? En: “República Dominicana: Estrategia Nacional de Desarrollo y Competitividad" FUNGLODE. 2004.
5. Conclusión
El concepto de competitividad debe ser rescatado en toda su complejidad porque manejarlo en toda su dimensión reviste especial importancia cuando se busca diseñar estrategias de desarrollo inclusivas y de impacto positivo sobre los procesos sociales y económicos de los países.
Cuando por competitividad se entiende solamente un crecimiento sostenido de la inversión, entonces deja de ser importante la elevación del nivel de vida de la población y la inserción de la misma en procesos de desarrollo sostenible.
En el entorno de la empresa, que a la vez determina la capacidad competitiva de ésta, también inciden: la infraestructura, los mercados financieros, la sofisticación de los consumidores, la estructura productiva nacional, la tasa y estructura de las inversiones, la infraestructura científica y tecnológica y otros elementos no menos importantes, como el medio ambiente, la educación, las instituciones y la cultura.
La base de cualquier proceso de crecimiento es el logro de estabilidad macroeconómica a través de políticas fiscales y monetarias claras y coherentes.
Después de lograda la estabilidad macroeconómica, la construcción de una macroeconomía competitiva requiere de la disponibilidad de recursos físicos, naturales, institucionales y humanos para crear la plataforma sobre la cual se asienten las reglas de juego necesarias para la asignación de recursos con visión de largo plazo.
Únicamente habiendo garantizado todo lo anterior, la apertura externa garantizará los mercados y la competencia necesarios para que se desarrollen las empresas.
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