Ciencia y Sociedad, Vol. 29, No. 3, 2004 • ISSN: 0378-7680 • ISSN: 2613-8751 (en línea) • Sitio web: https://revistas.intec.edu.do/

LA EPISTEMOLOGÍA Y EL CONOCIMIENTO ÚTIL

EPISTEMOLOGY AND USEFUL KNOWLEDGE

DOI: https://doi.org/10.22206/cys.2004.v29i3.pp329-365

INTEC Jurnals - Open Access

Cómo citar: Cuevas, A. (2004). La epistemología y el conocimiento útil. Ciencia Y Sociedad, 29(3), 329-365. https://doi.org/10.22206/cys.2004.v29i3.pp329-365

Resumen

Se presentará una caracterización epistemológica de las ciencias inge­nieriles, superando la definición clásica de la tecnología como "ciencia aplicada". Con el estudio de caso de la Resistencia de materiales como ejemplo de teoría tecnológica , se reinterpretará el esquema de relacio­nes posibles entre la ciencia y la tecnología. Los resultados pueden ser un factor relevante en los debates éticos y decisiones políticas acerca de los desarrollos tecnológicos.


Palabras clave:

Epistemología, resistencia de materiales, filosofía de la tecnología, éti­ca, teoría tecnológica, relación ciencia y tecnología.

Abstract

An epistemological characterization of the engineering sciences will be presented, surpassing the classical definition of technology as "applied science". With the case study of the resistance of materials as an example of technological theory, the scheme of possible relationships between science and technology will be reinterpreted. The results can be a relevant factor in the ethical debates and political decisions about the technological developments. KEYWORDS epistemology, material resistance, technology philosophy, ethics, technological theory, science and technology relationship.


Keywords:

Epistemology, resistance of materials, philosophy of technology, ethics, technological theory, science and technology.

University of Delaware (acuevas@udel.edu)

nota

1. Introducción

La filosofía ha afrontado los problemas relativos a la tecno­logía desde diversas perspectivas, siendo mayoritarias las in­vestigaciones que se realizan en tomo a los graves problemas éticos y ecológicos que se derivan de su uso. En este sentido, la tecnología es considerada como un conjunto de artefac­tos con los que transformamos el medio sin tener en cuenta las posibles consecuencias negativas para la humanidad y el medio ambiente. Las reflexiones de este corte comenzaron en los años sesenta con figuras como J. Ellul, L. Mumford , y han continuado la labor autores como L. Winner. También en torno a los años sesenta se retomaron las ideas marxistas acerca de la evidente función que desempeña la tecnología en los medios de producción, y su posible responsabilidad en la alienación de los individuos en las distintas sociedades. La Escuela de Frankfurt, con Marcuse y Habermas a la cabeza, abordaron estas cuestiones. Ambos enfoques han contribuido a que muchos filósofos y pensadores muestren hoy una actitud tecnofóbica. Además, de manera más o menos explícita ambas asumen que la tecnología es un proceso autónomo e incontro­lable, que aplica los desarrollos científicos de manera automá­tica y provoca nefastas consecuencias para la sociedad.

Claro está que esas no han sido las únicas reacciones que la tecnología ha suscitado entre los filósofos. También estarían aquellos que, desde una filosofía de la ciencia más positivista, han considerado que la tecnología actual es una prueba del éxito de las investigaciones científicas. Una de las razones más común­mente esgrimidas para mantener las inversiones en las llamadas áreas de investigación científica básica, es que, tarde o temprano, reportarán un beneficio en forma de artefacto tecnológico.

Estas tres grandes líneas de investigaciones, enfrentadas por su postura tecnofóbica o tecnofílica, comparten sin discu­tir dos supuestos que puede resultar interesante reconsiderar. El primero es el de pensar que la tecnología es algo imposi­ble de controlar, ya que los artefactos tecnológicos se generan gracias a la aplicación inmediata de conocimientos científicos neutrales. El segundo, que el conocimiento científico básico intenta comprender las leyes que gobiernan el funcionamiento del mundo, para, una vez establecidas esas leyes, utilizarlas en nuestro afán de dominarlo y transformarlo a nuestro antojo. El problema es que nadie ha explicado satisfactoriamente cómo se da (si es que se da) esa utilización del conocimiento básico en la tecnología; esto es, nadie ha caracterizado de forma sufi­ciente el proceso que hace posible la "ciencia aplicada".

En este artículo se va a cuestionar la corrección de este enfoque, y se va a defender la idea de que la tecnología desarrolla sus propios conocimientos fundamentales, ya que en muchas ocasiones no tiene la posibilidad de emplear los conocimien­tos aportados por las ciencias básicas. Es decir, se intentará mostrar que la noción de "tecnología = ciencia aplicada" no es siempre correcta. Si esto es así, se pueden derivar importantes consecuencias con respecto a las auténticas relaciones que se establecen entre la ciencia y la tecnología, así como sobre la función que desempeñan los conocimientos científicos en el desarrollo de algunas tecnologías. También se pueden extraer con respecto a la controlabilidad del desarrollo tecnológico, y la responsabilidad de los ingenieros en las consecuencias del uso de los conocimientos que desarrollan.

2. El conocimiento técnico en la historia de la filosofía

Aristóteles1 consideraba que el conocimiento técnico es una de las formas de conocimiento posible (junto con la prudencia (frónesis, cppovrims), la ciencia en sentido estricto (episteme, Emcr-rriuri) la inteligencia (vous) y, la sabiduría (crocj>ta). La técnica es la capacidad de producir algo y mediante ella cono­cemos el porqué y la causa de las cosas. Además es un cono­ cimiento universal que puede enseñarse, por lo que es superior a la experiencia. Al hombre que posee este saber le llama el tekhnites, un sophós que tiene "una habitud de hacer las cosas con razón verdadera"2.

Dado que durante la Edad Media la filosofía no prestó de­masiada atención a la forma científica del conocimiento, se podría pensar que la técnica gozó de mejor suerte. Pero, de la misma manera que se pueden encontrar pensadores que re­flexionaron sobre los problemas relativos a la ciencia (Beda el Venerable, Juan Escoto Erigena, Duns Scoto y Guillermo de Occam) así también sucede con la técnica. Una mirada no exhaustiva nos muestra que en el siglo vi, Isidoro de Sevilla en sus Etimológicas (considerada como una de las mejores enciclopedias de la Edad Media) dedica los últimos tomos (del xvi al xx) a las artes mecánicas: la petrografía y la mineralo­gía; la agricultura y la horticultura; el ejército, la guen-a y los juegos; la marina y los vestidos y, por último , la alimentación, las artes domésticas e instrumentos agrícolas. Hugo de San Víctor en el Didascalicon de Studio Legendi por primera vez incluye las técnicas en el conjunto de las artes liberales. En el siglo xii, Domingo Gundisalvo en De Divisiones Philoso­ phiae, influido por los pensadores árabes aristotélicos, con­sideró que la filosofía práctica constaba de política, ética y economía (arte del gobierno familiar)3.

Con la revolución científica del Renacimiento, la técnica pasó a ocupar un lugar preferente en la consideración de algu­nos filósofos. El caso más llamativo es el de F. Bacon, aunque no el único4. La técnica había continuado evolucionando a lo largo de la Edad Media, no sólo en Europa, sino también en Oriente. De allí se importaron algunos artefactos, que unidos a los nuevos inventos occidentales, empujarían a decir a Bacon en el Novum Organum (1620) que la brújula, la imprenta y la pólvora habían transformado la historia. A pesar de este entu­siasmo la técnica siguió recibiendo una consideración inferior a la ciencia, ya que "el mecánico no se toma en absoluto la molestia de investigar la verdad, no presta atención ni pone la mano, más que en aquello que puede facilitar su trabajo."5 El mejor conocimiento posible es proporcionado por la ciencia, que en esa época comienza a superar su relación de obediencia con el pasado. De hecho, la Royal Society, la primera academia científica moderna, se constituye en 1662 bajo el influjo de Bacon. Allí habrían de trabajar juntos científicos y técnicos para el progreso general de la humanidad, aunque a pesar del propósito inicial, lo cierto es que se dio más relevancia al papel de los proyectos científicos que al de los técnicos. Este no fue el único proyecto creado por influencia de la obra de Bacon. Otro fue la Enciclopedia o el Diccionario de las Ciencias, Ar­tes y Oficios de los Ilustrados. En ella se intentaba llenar el vacío dejado por las enciclopedias anteriores en torno al tema de los saberes técnicos, constatada en la queja de D' Alembert de que "se ha escrito demasiado sobre las ciencias; no se ha escrito bastante bien sobre la mayoría de las artes liberales; no se ha escrito casi nada sobre las artes mecánicas" (D' Alembert (1771): 141).

Esta actitud tecnofílica recibió un nuevo revés durante el Romanticismo. La industrialización había transformado la vida en un gran número de ciudades occidentales, y las dife­rencias sociales se hacían todavía más patentes para algunos. Se preconizó entonces una vuelta a la naturaleza, a la vida en el campo, del que se presentó una visión bucólica (que no tenía mucho que ver con la auténtica vida rural) y se la contra­puso con las nuevas condiciones económicas y sociales de las ciudades. Del estudio de los abusos y desmanes generados por la nueva clase en el poder, la burguesía, se encargaron Marx y Engels. No ha de resultar difícil apreciar la persistente influen­cia de estas dos actitudes en reflexiones filosóficas actuales.

En el siglo xx M. Heidegger (1949) y J. Ortega y Gasset (1957), también se ocuparon de la técnica, realizando una in­dagación entre epistémica y ontológica. Ambos autores pien­san la técnica como la transformación humana de la realidad. En el caso de Heidegger esta transformación se produciría en el paso de un estado de ocultación a un estado nuevo de desocultación. Esta desocultación pone y provoca a la natu­raleza exigiéndole liberar energías explotadas y acumuladas. Consecuentemente, la tecnología no es un medio neutral, ya que mediante ella podemos descubrir, transformar, repartir y cambiar el mundo.

Ortega afirma que el hombre transforma el medio para adecuarlo a su circunstancia, que cambia el mundo para hacerlo humano. No acepta (como tampoco lo hizo Heidegger) que la tecnología sea el resultado de la aplicación de las teorías cientí­ficas. La relación técnica con el mundo es anterior a la relación científica. Antes de conocer de forma abstracta conocemos de manera práctica. Antes de tener teorías que explican lo que su­cede, tenemos instrumentos que transforman el mundo.

Es sumamente interesante constatar cuándo y cómo surge la estrecha relación conceptual entre ciencia y tecnología que hoy asumimos. Las nociones de la tecnología como "ciencia aplicada" y de la ciencia como "ciencia pura" o "básica", a pesar de haber sido tan bien acogidas en algunos entornos fi­losóficos, no surgieron dentro de la propia filosofía. Layton (1976) y Kline (1995) muestran cómo aparecieron hacia 1880 en entornos científicos e ingenieriles norteamericanos, y por motivos de carácter más bien espurio. Los primeros perseguían defender la preeminencia histórica de la ciencia con respecto a la tecnología, con el fin de que las investigaciones en ciencia básica no decrecieran; mientras, los ingenieros estaban intere­sados en una caracterización de la tecnología como "ciencia aplicada" porque aumentaba el grado de consideración de su actividad, hasta ese momento vinculada con el trabajo manual y por ello carente de prestigio intelectual.6 La carga epistemo­ lógica que estos nuevos adjetivos traían consigo dibujaba una relación de carácter simbiótico entre la ciencia y la tecnología, pero en la que la tecnología aparecía siempre en situación de dependencia intelectual con respecto a la ciencia.

Al menos en las zonas de mayor influencia anglo-ameri­cana, esta consideración de la tecnología ha sido acogida sin apenas críticas por la filosofía de la ciencia contemporánea. Por un lado, la idea de la ciencia como la mejor forma de conocimiento posible es prácticamente un lugar común para la epistemología, que puede rastrearse hasta Aristóteles. Esas ciencias "puras" o "básicas" tienen mucho que ver con la filosofía: son las ramas de un tronco general de conocimiento, que es la filosofía. Las diferentes ciencias se han ido separando paulatinamente de ella, pero comparten una característica pri­ mordial: la búsqueda del conocimiento por el conocimiento. Aunque existen comprensiones pragmatista s de la ciencia (J. Dewey, C. S. Peirce) que vinculan su estatuto epistemológi­ co con los resultados prácticos que puede generar, lo cierto es que la tecnología no ha terminado nunca de gozar de una consideración semejante a la de la ciencia. Podemos decir que la filosofía ha menospreciado en gran medida a la tecnología, aunque no todos los filósofos, como hemos visto, lo hicieron de igual modo.

Establecida la concepción de la tecnología como ciencia aplicada, y conociendo la tendencia filosófica a estudiar las relaciones entre los distintos fenómenos, podríamos pensar que se han proporcionado variadas caracterizaciones de este mecanismo de aplicación, es decir, la forma en que la ciencia se transforma en tecnología. Pero lo cierto es que no es así. Salvo contadas excepciones, que analizaremos en el siguiente apartado, lo habitual es que se acepte sin más profundización que dicha transformación existe.

Sin embargo puede proponerse una interpretación distinta. No cabe duda de que la tecnología moderna ha adquirido un elevado grado de sofisticación. Sin salir de la cotidianidad, todos nos hemos visto ante un artefacto averiado sin saber ni siquiera por dónde abrirlo. Si para repararlos son necesarios un conjunto amplio de conocimientos, cuántos no serán preci­sos para crearlos. Por otro lado, si tenemos en cuenta el nivel de especialización que existe hoy en la ciencia, en la que entre áreas de la misma disciplina apenas se puede producir algu­na comunicación, ¿cómo puede ser que la ciencia se transfor­me en tecnología? ¿qué conocimiento científico es el que se aplica, las teorías más confirmadas o las más modernas? ¿hay una heurística especial? ¿un método al menos? Por otro lado ¿quién se encarga de ello? ¿qué tipo de formación ha de tener una persona dedicada a este trabajo? ¿dónde lo hace? ¿con qué propósito?

Hay que hacer constar que todas estas preguntas tampoco gozan de la misma consideración filosófica. Las cuatro prime­ras son preguntas de corte epistemológico, y según la visión más clásica, corresponden al contexto de justificación. Las cuatro últimas, en cambio, se responderían con argumentos no necesariamente filosóficos, sino sociológicos o históricos, es decir, tienen que ver con el contexto de descubrimiento. Tradi­cionalmente las investigaciones para dar cuenta de ellas mar­chaban por separado. La filosofía, digamos, no consideraba apropiado analizar las cuestiones del segundo tipo, dado que los datos empíricos que se podían obtener eran por principio irrelevantes para las cuestiones específicamente filosóficas. No obstante, la cuestión de lo que es filosóficamente relevante ha venido experimentando ciertos cambios en los últimos 50 años, en los que se ha apuntado la necesidad de "naturalizar la epistemología" (Quine, W. V. O. (1969)), de estudiar los "pa­radigmas científicos" (Kuhn, T. S. (1962)), de "analizar la vida en el laboratorio" (Latour, B. (1987)), con el ánimo de propor­ cionar una visión integral de la ciencia y del conocimiento.

No quiero ocultar el convencimiento que anima este traba­jo, de que tal epistemología integradora puede proporcionar respuestas más satisfactorias.

3. Las formas de conocimiento y las teorías tecnológicas

M. A. Quintanilla (1999) propone una clasificación gene­ ral de las diferentes formas que puede adoptar el conocimien­ to, en función de su contenido y de su forma. En cuanto al contenido, el conocimiento puede ser: (i) representacional , cuando representa o explica las propiedades, características y regularidades de entidades o procesos; (ii) operacional , cuan­do consta de reglas características de acciones u operaciones para trasformar cosas o procesos. En cuanto a la forma, puede distinguirse entre: (i) Conocimiento explícito, cuando puede ser formulado correctamente mediante un conjunto de afirma­ciones; o, (ii) conocimiento tácito, que es aquel conocimiento personal, que no se puede formular explícitamente por medio de ningún conjunto de afirmaciones. 

En función de esta doble caracterización se articularían las diferentes formas que puede adoptar el conocimiento. Tendríamos por una parte aquel conocimiento que es tácito y operacional : las habilidades o el saber hacer algo. Por otro lado estaría el conocimiento que es explícito y operacional: el saber cómo hacer algo (esto es, saber explicar cómo se hace) . En tercer lugar estaría aquel conocimiento que es representacional y tácito: la intuición (por ejemplo, la vaga noción que un matemático tiene de cómo se puede resol ver un teorema). Y por último el conocimiento representacional y explícito, el saber qué.

Con el esquema a la vista, Quintanilla afirma que la mayor parte del conocimiento científico, entre el que considera tanto el básico como el aplicado, es conocimiento representacional y explícito. Aunque existen ciertos conocimientos científicos que, de manera parecida a como sucede en el arte, son opera­cionales, explícitos y tácitos (los que se implican en el diseño de un experimento y su ejecución, por ejemplo). El conoci­miento técnico será fundamentalmente operacional o prácti­co, con un componente tácito muy importante, sin olvidar la existencia de ciertos conocimientos explícitos, como aquellos que se recogen en los manuales de instrucciones para el uso y el mantenimiento de los sistemas técnicos. Pero interesa es­pecialmente resaltar que, desde la perspectiva de Quintanilla , hay también en la tecnología algunos conocimientos explíci­tos representacionales. Estos conocimientos son las "teorías tecnológicas".

La existencia de las "teorías tecnológicas" ha sido analiza­da por varios autores, de los que a continuación vamos a hacer una breve reseña. Uno de los primeros filósofos que trató el asunto en estos términos fue M. Bunge, y lo hizo en un artícu­lo para la revista Technology and Culture nada menos que en 1966. Allí señalaba lo inadecuado de equiparar tecnología con ciencia aplicada, ya que ésta última es el resultado de aplicar el método científico o teorías de la ciencia con fines prácticos, mientras que la tecnología consta además de otros elementos. A su entender, la aplicación de las teorías científicas sirve de base para la elaboración de un sistema de reglas que prescri­ben el curso de la acción práctica óptima (Bunge, M. (1969)). La tecnología también puede desarrollar sus propias teorías, las cuales pueden ser sustantivas y operativas. La primeras son "esencialmente aplicaciones de teorías científicas a situa­ciones aproximadamente reales (...). Las teorías tecnológicas operativas, en cambio, se refieren desde el primer momento a las operaciones de complejos hombre-máquina en situaciones aproximadamente reales. (...) Las teorías tecnológicas sustan­tivas tienen siempre inmediatamente a sus espaldas teorías científicas, mientras que las teorías operativas nacen en la in­vestigación aplicada y pueden tener poco -o nada- que ver con teorías sustantivas." (Bunge, M. (1969): 684) Estas teorías emplean el método de la ciencia y "pueden considerarse cien­tíficas aunque dirigidas a la acción. Son teorías tecnológicas respecto del objetivo, que es más práctico que cognoscitivo; pero, aparte de eso, no difieren grandemente de las teorías de la ciencia." (Bunge, M. (1969): 685) También señalaba Bunge una serie de propiedades de estas teorías, a saber: (i) tratan so­bre modelos idealizados de la realidad; (ii) emplean conceptos teóricos ; (iii) utilizan la información empírica y permiten rea­lizar predicciones; (iv) son empíricamente contrastables, aun­que no tan rigurosamente como lo tienen que ser las teorías científicas. Desde el punto de vista práctico, las teorías tecnológicas son más relevantes que las teorías científicas, aunque desde el punto de vista conceptual las teorías tecnológicas son más pobres que las de la ciencia. Ello se debe a que han de ser concebidas para que los tecnólogos las empleen y ellos están más interesados por los efectos controlables a escala humana. Una teoría demasiado complicada puede resultar ineficaz a la hora de obtener resultados prácticos.

Esta explicación propuesta por Bunge albergaba ya varias ideas interesantes bajo nuestro punto de vista, y que retoma­remos más adelante. Efectivamente, las teorías tecnológicas emplean conceptos teóricos, así como información empírica para realizar predicciones. No obstante, una de las afirmacio­nes de Bunge que no compartimos es la de que las teorías tec­nológicas sean menos contrastables que las científicas. Como se verá más adelante, este rasgo no parece encajar muy bien con la labor que deben desempeñar estos conocimientos en el trabajo tecnológico, un trabajo que debe plasmarse en ar­tefactos tecnológicos seguros y fiables. Por otra parte, y más importante, su tesis de que la tecnología no es ciencia aplicada se muestra sorprendentemente contradictoria con la caracteri­zación que luego hace de las teorías tecnológicas sustantivas, como efectiva aplicación de teorías científicas. Tampoco apre­ciamos ninguna diferencia entre lo que describe como ciencia aplicada, y lo que serían las teorías tecnológicas sustantivas7.

 Una contribución más reciente a la consideración del ines­table status de las ciencias aplicadas, ha sido la propuesta por I. Niiniluoto (1995), que las distingue en dos clases: ciencias predictivas y ciencias del diseño. Las primeras intentan esta­blecer regularidades dinámicas que ayuden a predecir el esta­do futuro de un sistema natural o social, mientras que las se­gundas intentan establecer normas técnicas o reglas de acción condicionales. En ambos casos se combinan modelos teóricos descriptivos idealizados con información empírica. Las cien­cias predictivas se parecen a las investigaciones básicas en que ambas proporcionan conocimiento descriptivo del mundo. Ese conocimiento puede formularse mediante generalizaciones en forma de leyes, que expresan regularidades causales o nómicas en el comportamiento de un sistema determinista o probabilístico. La ciencias del diseño persiguen encontrar normas técnicas verdaderas. No describen la realidad, sino que nos di­cen cómo debemos comportarnos para conseguir nuestros ob­jetivos. A diferencia de Bunge, para quien las normas técnicas debían estar basadas en teorías científicas, Niiniluoto apunta acertadamente que las normas técnicas no pueden derivarse de las regularidades descritas por la investigación básica, ya que en muchas ocasiones no hay una teoría básica que aplicar.

La principal objeción que planteamos a su explicación es que aunque las normas técnicas no tienen por qué estar basa­das en teorías científicas, no está muy claro el motivo por el que esas normas no pueden describir en cierta manera la rea­lidad, es decir, por qué el conocimiento que se genera a partir de ellas no puede ser conocimiento descriptivo. Menos importante es señalar que según el esquema de Niiniluoto, la ciencia básica sería un conocimiento de regularidades puramente des­criptivo y que no serviría para predecir, caracterización para la que resulta difícil encontrar un modelo real.

En una línea similar pueden enmarcarse las explicaciones de F. Rapp (l981), aunque en lugar de hablar de teorías tec­ nológicas se refiere a las "ciencias de la ingeniería". Presenta la tecnología como un proceso complejo en el que intervienen varios factores: desde un procedimiento o capacidad aprendi­da, pasando por los objetos vinculados a estos procedimientos, el conocimiento necesario para realizarlos, entre los que se in­cluyen las ciencias para la ingeniería y la realización efectiva de los mismos. Las ciencias de la ingeniería, al igual que las naturales, tratarían sobre "las vinculaciones legales a las que están sometidos los procesos del mundo físico". Esas vincula­ciones se conocen gracias a la investigación experimental, se expresan generalmente en lenguaje matemático y tienen una función descriptiva, al mismo tiempo que predictiva. Las ciencias de la ingeniería tienen un carácter normativo "ya que pro­porcionan prescripciones de acción que nos dicen cómo hay que proceder para que se produzcan determinados procesos y fenómenos que no están dados naturalmente". Para conseguir sus objetivos prácticos emplearán conexiones ya conocidas. Es decir, utilizarán teorías científicas ya probadas para desa­rrollar esos enunciados normativos que permiten la fabrica­ción de un cierto artefacto. Así, todos los resultados de las in­vestigaciones llevadas a cabo dentro de las ciencias naturales pueden ser utilizados técnicamente. Es decir, Rapp vuelve a la explicación de las teorías tecnológicas como el resultado de aplicar teorías científicas, pero sin proponer una explicación más satisfactoria de tal "aplicación". Como veremos más ade­lante, y de acuerdo con Niiniluto , no siempre se cuenta con una teoría básica que aplicar.

L. Tondl (1974), en una línea más sociológica, señaló que la diferencia entre las ciencias naturales y las tecnológicas depende de la especialización creciente del trabajo científico. La división entre ciencias naturales o teóricas y ciencias apli­cadas no es satisfactoria, ya que las investigaciones realiza­das dentro del marco de las ciencias naturales tienen como fin ciertos conocimientos para los que es difícil encontrar una aplicación inmediata, mientras que las investigaciones aplica­das buscan como objetivos más inmediatos las posibilidades de rendimiento práctico. De esta manera, las ciencias tecno­lógicas pueden implicar ciertas investigaciones básicas, así como aplicadas y otro tanto ocurre en las ciencias naturales. Si se reserva el ámbito de las investigaciones aplicadas a la tecnología, entonces las ciencias naturales serían las únicas con carácter creativo, pero esto no es correcto desde mi punto de vista. Las ciencias, en general, tienen como objetivo formular nuevas tareas, buscar nuevas soluciones para estas tareas, así como encontrar mejores soluciones para tareas anteriores. Lo que distingue las ciencias naturales de las tecnológicas no es si se realizan más unas tareas que otras en cada una de ellas, sino en el hecho de que, en el caso de las ciencias naturales, se tiene en perspectiva la posibilidad de encontrar una solución, mientras que en el de las ciencias tecnológicas lo que se tiene en mente es la implementación de la solución.

El último autor que vamos a considerar en este repaso es J. Agassi (1980)8, que a nuestro juicio ofrece la propuesta más interesante. Parte de una distinción entre cuatro elementos: la ciencia pura, la ciencia aplicada, la tecnología y la investiga­ción básica o fundamental, que se corresponde con aquellas investigaciones orientadas teóricamente y realizadas por inge­nieros, tecnólogos y científicos aplicados. Las interpretacio­nes comunes de la ciencia y la tecnología tienden a considerar que este tipo de investigaciones básicas pertenecen al conjun­to de las que son realizadas por la ciencia pura, y ya que la tecnología es ciencia aplicada toda investigación tecnológica debe ser un ejercicio de aplicación de la ciencia. Siendo así, la filosofía de la tecnología no sería más que un caso especial de la filosofía de la ciencia. Pero el hecho de que la ciencia y la tecnología impliquen modos diferentes de investigación, con objetivos distintos, permite desmentir esa interpretación. Existe un criterio importante que no ha sido señalado por la filosofía de la ciencia tradicional: mientras que la investiga­ción científica no precisa de corroboraciones exitosas, sino de falsaciones, la investigación tecnológica sí necesita esas corroboraciones, ya que toda invención debe superar ciertos criterios de seguridad con el fin de que el artefacto o proceso pueda ser empleado públicamente. Luego existe al menos una diferencia entre la ciencia y la tecnología lo suficientemente importante como para permitir pensar en la separación en dos áreas distintas. Además, entre la ciencia aplicada y la inven­ción tecnológica existe un salto cuyo vacío sólo puede llenar la existencia de un cuarto elemento: la investigación básica o fundamental. De modo que si: (i) la investigación científica consiste en la búsqueda de conjeturas explicativas que tratarán de ser refutadas, y (ii) la tecnología es la búsqueda de conje­ turas corroboradas, entonces la investigación fundamental ha de ser algo que se sitúa entre ellas. Esta situación intermedia la hace especial: debe resultar exitosa desde los patrones de la ciencia (ofrecer explicaciones contrastables satisfactorias) y desde los de la tecnología (ofrecer corroboraciones a teorías potencialmente útiles). Según este esquema, la investigación fundamental y la ciencia pura se distinguen sólo por sus ob­jetivos: mientras que el principal objetivo de la investigación fundamental es la aplicación de resultados, esto no es más que un subproducto para la ciencia pura. Los fines inmediatos de las dos actividades son idénticos, las diferencias se establecen a largo plazo.

La introducción de este cuarto elemento posibilita la expli­cación de determinados fenómenos que según las perspectivas anteriores caían indistintamente bajo el epígrafe de "ciencia aplicada". Lo único que puede alegarse aquí en contra de la explicación de Agassi es que la identificación que hace entre la tecnología y la creación de artefactos es, al menos, discutible, siendo precisamente esta asimilación la que le lleva a situar en un espacio aparte e intermedio a la investigación fundamental. A nuestro parecer, resulta más conveniente incluir esta forma de conocimiento entre los propios elementos cognitivos tecno­lógicos, junto con los que se requieren en las fase de diseño y fabricación de artefactos. Es decir, las investigaciones funda­mentales forman parte del quehacer tecnológico, no hay nin­gún motivo para mantenerlas fuera de la propia tecnología.

Pretendíamos con este breve repaso dejar constancia de que la cuestión no se puede considerar ni mucho menos cerrada. Con el ánimo de que sirva de marco de referencia a nuestra pro­pia contribución, hemos estudiado un caso particular de teoría tecnológica (Cuevas, A. (2000)), el de la resistencia de materia­ les, para pasar a continuación a dar una caracterización tentati­va de lo que pueden ser las ciencias ingenieriles, así como las relaciones que guardan con las teorías de las otras ciencias.

4. La resistencia de materiales: una ciencia ingenieril

Nuestro análisis de esta teoría se ha basado en varios ma­nuales utilizados por los propios ingenieros.9 En ellos se defi­ne la resistencia de materiales como la ciencia ingenieril que trata sobre la resistencia, la rigidez y la estabilidad de los elementos de las estructuras. Esta ciencia proporciona los mé­todos de cálculo que determinan las dimensiones necesarias y seguras de las diferentes partes de esas estructuras o piezas de máquinas.

Todos los sólidos poseen la propiedad de resistir fuerzas ex­ternas (cargas, en términos de la teoría), sin romperse y sin su­frir grandes variaciones en sus dimensiones geométricas. Ello se debe a que poseen las propiedades de resistencia y rigidez. La mecánica teórica trata acerca de las leyes del equilibrio y del movimiento de los cuerpos absolutamente rígidos, es de­cir, se considera que los cuerpos no cambian a pesar de estar sometidos a ciertas cargas. Pero en realidad, todos los cuerpos se deforman bajo la acción de una fuerza. En muchos casos estas deformaciones son pequeñas y sólo pueden detectarse mediante instrumentos de observación especiales; asimismo, no afectan a las leyes generales sobre el equilibrio y el movi­miento de los cuerpos, por lo que la mecánica teórica no los debe tener en cuenta. Pero sin su consideración y estudio sería difícil resolver importantes problemas con los que se enfrenta el ingeniero en su trabajo, a saber: conocer bajo qué condicio­nes puede ocurrir un fallo, así como conocer las condiciones de seguridad de los diferentes materiales y estructuras.

Los conceptos clave de esta ciencia son los de resistencia, rigidez y estabilidad. "La resistencia es la capacidad de una es­tructura, de sus partes y sus elementos a contrarrestar una car­ga determinada sin descomponerse. La rigidez es la propiedad de una estructura o de sus elementos de oponerse a las cargas exteriores en lo que se refiere a las deformaciones (cambios de forma y dimensiones). (...) La estabilidad es la capacidad de una estructura o de sus elementos de conservar una forma inicial determinada de equilibrio estático." (Pisarenko, G. S. et al (1979):5) La resistencia de materiales se encargará de pro­porcionar los conocimientos suficientes para que los diseños de las estructuras tengan las formas adecuadas y respondan a las exigencias de resistencia, rigidez y estabilidad.

Como cualquier otra teoría, la resistencia de materiales elimina aquellas propiedades de los fenómenos que trata que considera irrelevantes. Sin este tipo de simplificaciones no se­ría posible hallar solución alguna, ya que si intentamos con­siderar todas las propiedades de una estructura nos daremos cuenta de que son inagotables, y en muchos casos irrelevantes para el resultado final.

Estas simplificaciones se harán sobre: (i) las propiedades de los materiales, (ii) la forma de las estructuras y, (iii) los sis­temas de fuerzas aplicados a los elementos de las estructuras. 

  1. El primer conjunto de simplificaciones considerará que los materiales son homogéneos y continuos, indepen­dientemente de sus propiedades internas. Este supuesto se adopta a pesar de que se sabe que ningún material puede ser realmente homogéneo, debido a su compo­sición molecular, pero esto no se considera relevante dado que el tamaño de las estructuras a estudiar son muy superiores al nivel atómico. Si son homogéneos, serán también continuos, ya que la materia ocupa plenamente el volumen del sólido. Gracias a esta propiedad se puede aplicar el cálculo infinitesimal a los sólidos. Asimismo, los materiales se consideran isótropos (las propiedades de cualquier parte del mismo no dependen de la orienta­ción original angular).

  2. Otra de las simplificaciones se realiza sobre la forma geométrica de los sólidos, que se reducen a cuatro figu­ ras elementales: barras, placas, bóvedas y macizos.

  3. Por último, en lo que se refiere a las fuerzas, la resis­tencia de materiales distingue entre fuerzas exteriores y fuerzas interiores. Las primeras se dividen a su vez en: fuerzas de volumen, que están distribuidas en el volu­men del sólido y aplicadas a cada partícula del cuerpo; y fuerzas de superficie, que sólo están aplicadas sobre de­terminadas áreas de la superficie. Las fuerzas interiores están determinadas por la interacción de las partes del cuerpo, dentro de unos límites fijados. Para caracterizar la ley de distribución de las fuerzas interiores se intro­duce el concepto de tensión, que será la medida de la intensidad de las fuerzas interiores.

Como ya se ha comentado, la resistencia de materiales se distingue de otras teorías científicas porque considera que los materiales no son absolutamente rígidos, sino que se deforman bajo la acción de determinadas cargas. Así, distingue entre de formaciones elásticas, que desaparecen después de haberse anulado la carga, y deformaciones plásticas, que no desapa­recen. También se propone una clasificación de las diferen­tes clases de cargas, que serán cuatro en la teoría: tracción (y compresión), torsión, flexión y cizallamiento.

En resumen y recapitulando, la resistencia de materiales asume las siguientes hipótesis:

(1) Hipótesis sobre la continuidad del material. Se supone que el material llena completamente el volumen que ocu­pa. En este caso, la teoría atomística de la composición discreta de la materia no se toma en consideración.

(2) Hipótesis sobre la homogeneidad e isotropía. Se supo­ne que las propiedades del material son iguales en to­dos los puntos y, en cada punto, en todas las direccio­nes. Esta suposición se hace a pesar de que en algunos casos es inaceptable: por ejemplo, la madera, cuyas propiedades son esencial mente diferentes de través y a lo largo de las fibras, es anisótropa como también lo es el papel.

(3) Hipótesis sobre la pequeñez de las deformaciones (hipó­tesis de la rigidez relativa del material). Se supone que las deformaciones son pequeñas en comparación con las dimensiones del cuerpo deformado. En algunos casos se ven obligados a renunciar a este principio, lo que se acuerda especialmente.

(4) Hipótesis sobre la elasticidad perfecta del material. Se supone que todos los cuerpos son absolutamente elásti­cos, aunque se sabe que lo son solamente hasta ciertos valores de las cargas. (5) Hipótesis sobre la dependencia lineal entre las deforma­ciones y las cargas. Se supone que para la mayoría de los materiales es válida la ley de Hooke, que establece la dependencia proporcional directa entre las deforma­ciones y las cargas.

(6) Como consecuencia de las hipótesis sobre la pequeñez de las deformaciones y la dependencia lineal entre las deformaciones y los esfuerzos, durante la solución de la mayoría de los problemas de resistencia de materiales es aplicable el principio de superposición (los esfuer­zos en cualquier parte de la estructura provocados por diferentes cargas son iguales a la suma de los esfuerzos provocados por cada una de esas cargas y no depende del orden de su aplicación).

(7) Principio de Saint-Venant: según este principio, las fuer­zas internas de los puntos de un cuerpo situados a una distancia suficiente del lugar de aplicación de las car­gas, dependen mínimamente de la forma particular en que se aplican esas cargas. Mediante este principio se puede simplificar los cálculos usando la resultante de las fuerzas concentradas en lugar de las fuerzas distri­buidas continuamente sobre un área pequeña (Stepin, P: (1963):15).

Una de las hipótesis hace referencia a la ley de Hooke, ex­puesta por primera vez en 1679 cuando afirmó ut tensio, sicvis o lo que es lo mismo según es la fuerza así será la defor­mación. Según la interpretación moderna de la ley de Hooke, la dependencia lineal se establece entre la tensión y la defor­mación y no entre la fuerza y el desplazamiento. La ley expre­sa las propiedades del material.

Como puede verse, la resistencia de materiales y la mecánica teórica son teorías relacionadas pero muy diferentes, debido fundamentalmente a las hipótesis que se asumen en cada una de ellas. Mientras que la mecánica teórica decide que los materiales no se deforman, es decir, son absolutamente rígidos, la resistencia de materiales asume que se deforman, e incluso que son perfectamente elásticos. Es decir, la propiedad fundamental de los objetos sobre los que trata la resistencia de materiales es su capacidad de deformarse , y por ello ciertas leyes de la mecánica teórica no tienen sentido dentro de la teoría ingenieril. Además de esta hipótesis, que puede consi­derarse como la principal, se asume otro conjunto de hipótesis relacionadas, como son las de homogeneidad, isotropía y elas­ticidad perfecta del material, que servirán para el propósito de caracterizar los fenómenos de los que se ocupa la teoría: serán interesantes aquellos materiales que cumplan estas pro­piedades, e incluso, en algunos casos en los que se sabe que no se cumplen, se puede forzar la definición para ampliar el conjunto de los elementos a estudiar. Así por ejemplo, se sabe que los metales no cumplen la propiedad de isotropía, pero sólo si se analizan a nivel micromolecular. A un nivel mayor el comportamiento de estos materiales es el mismo que el de los puramente isótropos, por lo que se decide que los metales también cumplen la propiedad de isotropía.

Una vez que se acepta la hipótesis de que los materiales se deforman surgen ciertos conceptos relacionados. Entre ellos están los de causa de la deformación, lo que en esta teoría se denomina carga, o el de tensión interna del material, o el de las diferentes formas que pueden adoptar estas cargas, o los tipos de deformaciones que provocan las diferentes cargas. Estos son los conceptos básicos de la resistencia de materia­les y a partir de ellos y mediante la aplicación de métodos experimentales y matemáticos se construye su corpus teórico característico.

La resistencia de materiales mantiene una relación especial con la mecánica teórica y la teoría matemática de la elastici­dad. Las tres ciencias comparten, en cierto sentido, el objeto de estudio, así como algunos principios. La resistencia de materiales y la mecánica teórica tienen en común los teoremas de la estática, y ahí se termina la semejanza, ya que para la teoría ingenieril los materiales se deforman bajo la acción de ciertas fuerzas, mientras que la teoría física asume que los ma­teriales son perfectamente rígidos. La resistencia de materiales y la teoría matemática de la elasticidad participan del mismo objeto de estudio, pero sus objetivos las hacen diferentes: la re­sistencia de materiales intenta encontrar resultados numéricos específicos para resolver problemas prácticos, mientras que los cálculos en la teoría matemática de la elasticidad son demasia­do complejos como para resultar útiles o manejables. Los inge­nieros tienen objetivos prácticos y deben trabajar en ocasiones con aproximaciones, mientras que las matemáticas pueden te­ner como objetivo la búsqueda de un cálculo perfecto.10

5. Consideraciones epistemológicas generales

Sin que haya un fundamento claro para ello, las investiga­ciones que dan lugar a conocimientos de carácter explícito y representacional suelen disociarse de toda actividad realizada dentro de la tecnología. Como ya se ha señalado, en las inter­pretaciones más habituales suele ser la ciencia la encargada de proporcionar conocimientos de carácter fundamental, que la tecnología utiliza para desarrollar diseños y poder fabricar a partir de ellos los artefactos tecnológicos, objetivo último de toda tecnología. De aquí se deriva la conclusión de que mientras que la ciencia tiene como finalidad la obtención de conocimiento, el objetivo de la tecnología es la fabricación de artefactos. El problema es que, a pesar de que la conclusión es correcta, las premisas no lo son. No se quiere negar el carácter epistémico de los objetivos científicos, ni el práctico de los tecnológicos , pero para obtener resultados prácticos puede ser preciso llevar a cabo actividades de índole muy diversa, como es el caso de las investigaciones de carácter fundamental.

Estas investigaciones comparten ciertas características con las investigaciones realizadas en el ámbito de las ciencias na­turales y sociales. Por una parte, buscan la obtención de cierto conocimiento, para lo que aplican un método que les permite indagar en los aspectos de la realidad por los que se interesan. La diferencia sustancial es que, mientras que el objetivo último de las investigaciones de las ciencias naturales y sociales es obtener un conocimiento descriptivo-explicativo, las investigaciones de las ciencias ingenieriles buscan un conocimiento descriptivo-útil para la resolución de problemas que surgen du­rante el diseño de artefactos, aunque no por ello este conoci­miento es menos fundamental que el de las otras ciencias. Son investigaciones que, a pesar de estar motivadas por problemas prácticos, proporcionan conocimientos fundamentales. Es pre­ciso subrayar esta característica, puesto que es la clave para distinguir entre los resultados que se obtienen en las investigaciones realizadas en el seno de las ciencias ingenieriles y tecnológicas en general y los resultados de otras ciencias.

Las investigaciones llevadas a cabo en el ámbito tecnológico han sido posibles gracias a la institucionalización de las inge­nierías y su incorporación al mundo académico. N. Rosenberg y R. Nelson11 han analizado el papel de las investigaciones "básicas aunque con objetivos prácticos" de algunas de estas ciencias ingenieriles: la ingeniería eléctrica, la química, la ae­ronáutica y la informática. A pesar de que existe la tendencia a pensar que estas disciplinas no son más que aplicaciones de los conocimientos desarrollados en áreas afines, como podrían ser la física o la química , lo cierto es que ellas han desarrollado su propio cuerpo de conocimientos fundamentales. En el caso de la ingeniería eléctrica, por ejemplo, problemas relaciona­dos con el alto voltaje, o las propiedades de aislamiento de los materiales, hicieron necesarias investigaciones en las escuelas de ingeniería. O el caso de la ingeniería química, que surgió debido a que las investigaciones que se llevaban a cabo por la química básica no proporcionaban soluciones en la producción de nuevos artefactos a escala comercial. La ingeniería química no es, en contra de lo que muchos podrían creer, química apli­cada. Es más bien una combinación de ingeniería mecánica y química. Desde el momento en que se consigue sintetizar un producto en el laboratorio hasta que puede ser fabricado a nivel industrial es necesario que los ingenieros diseñen dis­tintos procesos que permiten trasladar aquellos resultados a una planta industrial. Del mismo modo cabe hablar acerca de la ingeniería aeronáutica o de la informática , tecnologías que han realizado actividades de investigación de carácter funda­mental y que han conseguido un alto grado de desarrollo.

Las diferentes ciencias ingenieriles están formadas por conjuntos de teorías que tratan de proporcionar conocimien­tos-volviendo a la clasificación de Quintanilla- de carácter representacional y explícito acerca de ciertos aspectos de los fenómenos naturales y artificiales. Para la formulación de es­tas teorías se emplean métodos experimentales , se utilizan herramientas matemáticas y se recurre, cuando es necesario , a los conocimientos teóricos desarrollados por otras ciencias afines. La característica que l as distingue de otro tipo de cien­cias es que, además de un sub-objetivo cognitivo que muestra el aspecto descriptivo propio del conocimiento científico en general, tienen un objetivo general práctico: proporcionar co­nocimientos bien fundamentados que posteriormente puedan ser u tilizados por los diseñadores en la fase siguiente. Este objetivo práctico condiciona la naturaleza de los elementos de las teorías, como la utilización del aparato matemático, menos sofisticado que en las otras ciencias; el empleo de las abstracciones, que escogerán aquellos aspectos de la realidad relacionados con la fabricación de artefactos, y la inclusión de factores de corrección junto con las leyes propuestas, con el objetivo de respetar las medidas de seguridad y que las leyes no fallen en condiciones reales.

Las investigaciones pueden originarse de dos modos dife­rentes , bien a partir de problemas surgidos durante la fase de diseño, o bien a partir de las propias investigaciones llevadas a cabo en el seno de la ciencia en cuestión. El primer caso se produce cuando los ingenieros constatan que la necesidad con la que se enfrentan podría solucionarse con métodos más eficaces, para lo que pueden intentar desarrollar sus propios conocimientos. En el caso de que se obtenga una buena solu­ción, se continuará sobre esa línea, realizando investigaciones e intentando elaborar una teoría acerca de las propiedades y características de ciertos fenómenos relativos a los problemas con los que tratan los diseñadores. Pero también puede suce­der que, dentro de una línea de investigación que ya está abier­ta, se produzcan nuevos conocimientos en la propia marcha de la investigación que también resulten útiles para el diseño de nuevos artefactos.

Una vez que se ha determinado el problema que preten­de resolverse, se seleccionan aquellos aspectos de la realidad relevantes y se identifican las propiedades sobre las que va a tratar la teoría. Para identificar este conjunto de objetos, se ha de recurrir, como en el resto de las ciencias, a ciertas abstracciones y simplificaciones sobre las propiedades del objeto de estudio, que acotarán los fenómenos sobre los que la teoría trate. La diferencia es que mediante distintas simplificaciones y abstracciones se definen objetos de estudio diferentes.

Es decir, las propiedades que se tratan son suficientemente distintas como para determinar dos ámbitos de estudio diferentes.

Por otro lado, las ciencias ingenieriles pueden realizar cier­tas simplificaciones y abstracciones que desde el punto de vis­ta de otras ciencias son inaceptables. Ello se debe a que el objetivo general de las ciencias ingenieriles, la obtención de conocimientos útiles, puede obligar a eludir lo que desde otra teoría sería un planteamiento correcto y exacto. El requisito de conocimientos más correctos y exactos en términos ex­plicativos supondría para el ingeniero elevar la complejidad del fenómeno de tal manera que no podría obtener a partir de ellos una respuesta útil. Una vez más el objetivo práctico de las ciencias ingenieriles está determinando la estructura de sus teorías particulares. La búsqueda de conocimiento útil confie­re de un carácter menos riguroso desde el punto de vista expli­cativo a las simplificaciones de estas ciencias. En las ciencias naturales y sociales se realizan abstracciones generales de los elementos de la realidad sobre los que quieren tratar, de for­ma que pueden dar cuenta de un gran número de fenómenos. En el caso de las ciencias ingenieriles las abstracciones son menos generales y dan cuenta de menos fenómenos debido a que la caracterización de los mismos debe ser más particular y pormenorizada, admitiendo así una reducción en la capacidad explicativa en aras de una mayor capacidad operativa.

Una vez que se posee un conocimiento contrastado acerca del comportamiento de los fenómenos estudiados y sus pro­piedades, se podrán enunciar leyes que tendrán funciones pre­dictivas y descriptivas. La diferencia entre las leyes enuncia­das en el seno de las ciencias ingenieriles y las de las ciencias naturales es que las simplificaciones que se realizan sobre los fenómenos en las ciencias ingenieriles se hacen siempre con el objetivo práctico del que se ha hablado, de tal forma que se consideran también los factores de corrección que permiten modificar esa ley en el caso de que no sea lo suficientemente precisa en algún caso. Además, las teorías suelen presentarse acompañadas con un conjunto bastante amplio de casos parti­culares, concreciones de las teorías y de las leyes que facilitan el trabajo a los diseñadores. Por otro lado, en el caso de que no se conozca con exactitud el comportamiento real de los fenómenos, y si la ley lo único que proporciona es una aproxi­mación a ese estado, pueden acotarse unos valores máximos y mínimos seguros, entre los cuales se sabe que los fenómenos exhibirán un comportamiento adecuado a las necesidades es­tablecidas. Otra posibilidad es generar reglas menos genera­les mediante una descripción de los datos experimentales con los que se cuenta, que intentarán utilizar lo menos posible las suposiciones simplificadas. El problema de esta solución es que el conocimiento así obtenido no tiene un carácter general y está más pegado a los casos particulares que pretende ex­plicar. Pero en resumidas cuentas, aplicando estas soluciones, las leyes de las teorías de las ciencias ingenieriles salvan la distancia que existe entre una formulación abstracta y simplificada de los fenómenos y los hechos reales con los que se enfrentan los ingenieros cuando tienen que diseñar cierto artefacto o proceso.

Las investigaciones fundamentales pueden llevarse a cabo en dos ámbitos diferentes: las universidades y los laborato­rios de investigación y desarrollo (I+ D) de las empresas. Las investigaciones que se realizan en las empresas suelen estar más relacionadas con la solución de problemas concretos que han surgido en las fases de diseño. De esta forma, sus resul­tados tienen un gran impacto en los nuevos artefactos que se fabrican, aunque suele pesar sobre ellas la privacidad de estos conocimientos. El esfuerzo que las empresas partículares tie­nen que realizar para poder llevar a cabo esas investigaciones tiene que verse recompensado económicamente en forma de patentes y de nuevos procesos y artefactos con los que competir en el mercado. Suelen dar como resultado mejoras más o menos sustanciales sobre artefactos y procesos de los que ya existía una línea dentro de la empresa. Las otras investiga­ciones, las realizadas en las universidades, tienen un carácter más general y pueden ser de utilidad. no sólo para resolver problemas concretos dentro de una empresa, sino para un gran número de ellas. A pesar de su carácter fundamental, estas in­vestigaciones están motivadas por la búsqueda de soluciones para problemas prácticos.

6. Las relaciones ciencia - tecnología

Es evidente que las ciencias ingenieriles guardan relaciones con el resto de las ciencias, aunque no hay por qué definirlas en términos de aplicación ni de subordinación. Para com­prender mejor estas relaciones es necesario tener en cuenta la doble naturaleza de la ciencia (como proceso y como resultado), y la complejidad epistemológica de la tecnología. En el caso de la ciencia, podemos distinguir entre aquellas acciones realizadas por los científicos encaminadas a la ob­tención de un resultado, la investigación científica. y por otra parte el resultado mismo, que suele ser cierto incremento en el conocimiento y que puede tener forma de refutación de u na hipótesis, de una ley o de una teoría y el subsiguiente asentamiento de un nuevo conocimiento que las sustituya. En el caso de la tecnología se pueden distinguir dos resul­tados muy diferentes: por un lado estarían los "artefactos tecnológicos", que son el objetivo general de todo proceso tecnológico. Pero este no es el único resultado al que se lle­ga en la tecnología. También se obtienen las "teorías", que no pueden considerarse propiamente como resultados finales (como los artefactos), ya que se desarrollan como uno de los pasos dentro del proceso tecnológico. Debido a su estatuto epistemológico, son uno de los elementos que entra en contacto con la ciencia. Entre estos elementos se establecen cuatro formas de relación distintas:

(i) La primera de estas formas de relación, aquella que se establece entre la tecnología como resultado en forma de ar­tefacto y la ciencia como resultado en forma de teoría o par­te de una teoría, suele pasarse por alto entre los filósofos de la tecnología y de la ciencia. Se correspondería, por ejemplo, con la relación que existe entre la formulación del sistema heliocéntrico (un resultado científico) y una representación a escala de dicho sistema (un objeto o artefacto tecnológico), ejemplos de creación tecnológica que sirven de modelo a una teoría.

Es importante no confundir esta forma de relación con la experimentación, ya que estos artefactos tecnológicos no sirven para contrastar los conocimientos científicos en desa­rrollo, sino que se utilizan como modelos que son útiles a la hora de ejemplificar la teoría.

(ii) La segunda clase de relaciones serían aquellas que se es­tablecen entre la tecnología como artefacto y la ciencia como proceso de investigación y generación de conocimiento. De esta manera se tiene en cuenta la influencia que los artefactos tec­nológicos pueden tener en la generación de explicaciones científicas. Un ejemplo paradigmático es la máquina de vapor y el desarrollo de la termodinámica (ver, por ejemplo, Rosenberg, N. (1982)). Además, los artefactos tecnológicos también permiten la elaboración de experimentos o la observación y medición en la ciencia, fundamentales para la elaboración de conocimientos. O pueden servir de metáfora para la explicación de fenómenos para los que la teoría científica aún no cuenta con una explicación satisfactoria (por ejemplo, la Inteligencia Artificial).

(iii) La tercera clase está formada por aquellas relaciones que se establecen entre las teorías de las ciencias clásicas y la ciencias tecnológicas. Los conocimientos de la ciencia pueden ser útiles a la hora de elaborar nuevos conocimientos funda­mentales de la tecnología, que a su vez proporcionan nuevas posibilidades de creación tecnológica. Hasta ahora esta clase de relaciones eran las que se explicaban en el modelo lineal clásico: la ciencia proporcionaba conocimientos que la tecno­logía aplicaba en la fabricación de artefactos. Pero, para que se produzca esta aplicación es necesario, en primer lugar, que ciertos tecnólogos se den cuenta de la necesidad de nuevos co­nocimientos científicos. Estos tecnólogos deberán ser capaces de buscar y, lo que es más difícil, encontrar dentro de las teo­rías científicas conclusiones útiles para sus propósitos. En se­gundo lugar, y no menos importante, hay que destacar que ese fragmento de conocimiento no puede ser aplicado totalmente, debido a que tanto las leyes científicas como las hipótesis asu­men ciertas propiedades abstractas que las hacen inaceptables para las aspiraciones tecnológicas. Por ello, se deben tradu­cir a un nuevo lenguaje, teniendo en mente esos problemas tecnológicos para los que se busca una solución. Estas tareas no pueden ser realizadas por cualquier tecnólogo, debiendo reunir una serie de cualidades, como son, por un lado, tener un buen conocimiento del estado de la ciencia contemporánea, y por otro, tener la capacidad de seleccionar entre las leyes científicas, las hipótesis y las teorías aquellas potencialmente útiles para sus propósitos. A partir de ellas construirán esas soluciones que no sólo dan una interpretación de la realidad, que es el objetivo de las teorías científicas , sino que además proporcionan respuestas a los interrogantes planteados desde la fase de diseño. El proceso de aplicación no puede inter­pretarse como un proceso mecánico, que vierte directamente los nuevos conocimientos científicos en innovaciones tecno­lógicas. Puede ser preferible utilizar otro concepto, como el de "inspiración", que sugiere una influencia y no una mera traducción. Este sería el caso de la mecánica de fluidos y la teoría de vuelo, la química molecular y la creación de nuevos materiales o la teoría física y la teoría matemática de la elasti­cidad y su relación con la resistencia de materiales.

(iv) La cuarta forma de relación se produce entre las teorías ingenieriles y el proceso de generación de nuevos conocimien­tos científicos. Los conocimientos desarrollados por los tecnó­logos pueden ser un importante estímulo para nuevos desarro­llos científicos. Esta forma de relación no ha sido estudiada por la filosofía de la tecnología, y es el caso, por ejemplo, de la in­fluencia que ejerció la resistencia de materiales en el desarrollo de ciertas explicaciones acerca de las propiedades del éter. Desde las teorías físicas clásicas y sus teoremas no se podía expli­car la existencia de este medio, que debía ser, al mismo tiempo elástico y rígido, elástico porque los planetas debían moverse a través de él, y rígido para poder dar cuenta del comportamiento de la luz. La ciencia ingenieril, al aceptar que los materiales son perfectamente elásticos proporcionaba modelos a partir de los cuales se podían comprender las extrañas cualidades del éter.

7. Conclusiones

La tecnología es un problema acuciante para la filosofía. 

No hay ninguna cultura humana sin técnica, pero el caso de nuestra cultura no admite comparación, la vida gira entor­no a ella como en ningún otro caso: asumimos su actividad acelerada cada vez menos capaces de asombramos ante las posibilidades que abre, y nos acostumbramos rápidamente al confort que nos proporciona aunque, en no pocas ocasiones, las repercusiones de su desarrollo provocan nuestro estupor y rechazo. Creemos preciso analizar estas cuestiones desde la filosofía, y participar en el debate empleando los esquemas proporcionados por la ética, de modo que el desarrollo tecno­lógico no se juzgue como algo fatal e incontrolable. Pero para hacerlo es preciso disponer de una caracterización adecuada de lo que es la tecnología, o si no correremos el riesgo de apuntar soluciones poco factibles, o de identificar erróneamen­te los problemas. Si estamos de acuerdo con la idea de que la tecnología es el resultado de aplicar conocimientos derivados de las ciencias, entonces deberemos ser capaces de explicar cómo se produce esta aplicación, es decir, hemos de proporcionar una caracterización del mecanismo que transforma un conocimiento científico abstracto en un artefacto tecnológico concreto. Si esto fuera así, es decir, si existiera real mente esta aplicación, entonces un buen modo de controlar a la tecno­logía sería a través del control de los proyectos de investiga­ción científica. Por el contrario, en el caso de que se admita la caracterización que hemos esbozado aquí, y consideremos que la tecnología puede realizar sus investigaciones teóricas para encontrar soluciones a problemas derivados del diseño, entonces lo que deberemos controlar es la propia tecnología. Estas investigaciones presentan un elemento nuevo que carac­terizará a los resultados que se obtienen: el objetivo práctico, que como se ha visto, configura las teorías tecnológicas de un modo diferente a las de algunas ciencias naturales y formales, con objetivos puramente cognoscitivos.

He dicho algunas, porque cada vez es más difícil encontrar investigaciones realizadas con un objetivo meramente teórico. La balanza en las investigaciones científicas se está inclinando (y esa inclinación la determinan las inversiones y subvencio­nes) hacia estas ciencias prácticas , quedando muy pocas áreas en las que la investigación se realiza como un fin en sí mismo. No creo que debamos precipitarnos en el juicio epistemológi­co, atrincherarnos en una concepción milenaria de la ciencia como búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo, y afirmar que las auténticas ciencias son sólo las generadas de esa manera.12 Lo que caracteriza al conocimiento científico no es tanto su objetivo como su método y su forma, su carácter público, verificable, contrastable y discutible. Y todo esto se en­cuentra en las ciencias ingenieriles. Otra característica de orden práctico que deberían compartir el conocimiento científico y el tecnológico es que, en la medida en que su desarrollo y conse­cuencias son asunto de interés público, puede y debe ser contro­lado públicamente.13 En este sentido, una de las consecuencias de nuestra perspectiva de las teorías ingenieriles puede ser la de rescatar del anonimato a los ingenieros que las desarrollan, para que así asuman los méritos y las responsabilidades derivadas de su actividad. Lo mismo que su neutralidad, la incontrolabilidad de la tecnología es algo que no está demostrado.

Notas

  1. En la MetaJísica y en la Etica a Nicómaco.
  2. Aristóteles: Ética a Nicómaco, 1.140 a 21.
  3. Mayor detalle excedería los intereses de este trabajo. Para ampliarlo pueden consultarse los excelentes trabajos de A. C. Clrombie y E. Gilson, que aparecen en la bibliografía.
  4. Descartes. por ejemplo, impresionado por los nuevos artefactos, propuso la creación de escuelas en donde los artesanos puedan adquirir los conocimientos necesarios de su oficio, es decir una escuela de Artes y Oficios (citado en P. Rossi ( 1970)); Mersenne en las Questions harmoniques (1634) insiste en que los elementos constitutivos de las nuevas ciencias se debían basar en los métodos desarrollados por las artes mecánicas, es decir, en el conocimiento descriptivo de los fenómenos y la aplicación del método experimental. Galileo, en su Discurso en torno a dos nuevas ciencias, reconoce que las obras llevadas a cabo por los artesanos tienen un valor incalculable, puesto que en ellas se acumula la experiencia de generaciones.
  5. Bacon. F (1620),#99. A pesar de que "los descubrimientos de la pólvora para el cañón. de la seda. de la brújula, del azúcar. del papel y otros semejantes. parecen apoyarse en el conocimiento de algunas cualidades secretas de la naturaleza" no todas las técnicas implican esa clase de conocimientos" como por ejemplo la imprenta. cuyo arte "no tiene por cierto nada de misterioso y que no pueda ocurrirse a la inteligencia de cualquiera." El conocimiento tecnológico continúa siendo considerado inferior al conocimiento científico, incluso por sus principales admiradores.
  6. "Science has traditionally been a high-status occupation. and American engineers have bcen concemed. almost to the point ofobsession, with the low prestige of engineering; an identification as "scientist" was expected to rise status." Layton, (1976), p. 696
  7. Para una discusión acerca de la explicación de Bunge acerca de la transformación de leyes nomológicas en reglas nomopragmáticas, cfr. Cuevas, A. 2000.
  8. Podríamos continuar con Kotarbinski, Vincenty, H. Rumpi G Ropohl, pero por motivos de espacio, se han escogido los más representativos.
  9. Se han usado. entre otros: Pisarenko, G. S., Yakovlel, A. P, Matveev, V V: (1979); Stepin, P.: (1963) l Feodosiev. I.: (1980); Timoshenko. S P.: (1930)l Timoshenko. S. P. Gleason H.: (1935)
  10. El contraste es fácilmente verificable. Los estudiantes de cursos avanzados en mecánica leórica pueden no tener ningún conocimiento de cómo emplear las ecuaciones que aparecen en los manuales de resistencia de materiales. Los estudiantes dentro de la teoria matemática de la elasticidad pueden tener un problema diferente: todas aquellas fórm'- las les pareccrían como "recetas de cocina" y no como auténtica matemática.
  11. Rosenberg. N & Nelson, R. R.: (1994)
  12. Esta actitud normativa no es nada infrecuente entre filósofos de la ciencia, que sostienen una visión tan idealizada de la misma que, cuando tienen que ejemplificarla con algo, siempre recuren a la fisica de Newton, tan acabada y perfecta a su parecer como Kant pensó que lo estaba la lógica aristotélica.
  13. El trabajo de P T. Durbin viene profundizando desde hace tiempo este planteamienro. Cfr Durbin. 1980. 1990, 1991. 1992.

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