Ciencia y Sociedad, Vol. 26, No. 4, 2001 • ISSN: 0378-7680 • ISSN: 2613-8751 (en línea) • Sitio web: https://revistas.intec.edu.do/

MANUEL RUEDA Y LA MUSICA

DOI: https://doi.org/10.22206/cys.2001.v26i4.pp515-45

*Profesor de Ciencias Sociales del INTEC

INTEC Jurnals - Open Access

Cómo citar: Alcántara Almánzar, J. (2001). Manuel Rueda y la música. Ciencia Y Sociedad, 26(4), 515-45. https://doi.org/10.22206/cys.2001.v26i4.pp515-45

I. Los Preludios

Chile (1939-1951)

El 27 de agosto hubiera cumplido ochenta años Manuel Rueda (1921-1999), el artista dominicano mas importante del siglo xx. Su nombre y el de Chile están indisolublemente ligados en el tiempo. Ningún otro ha vivido tantos años en aquel pais, ni quedó marcado como el por la cultura chilena. En 1939, a los dieciocho, ya graduado de profesor de piano en el Liceo Musical, partió Manuel a perfeccionar sus estudios, becado por el Gobierno Dominicano. Dejaba atrás su iníancia montecristeña, de "Niño solo en el viento que lo arrastra"1, ya una madre quejosa "de ausencias del hijo que escribía pocas veces desde Chile",2 casi sin noticias de su salud o sus adelantos en el piano.

El regreso del hijo unico tardaría mucho en producirse. Doña Marina Gonzalez Tavarez, de quien heredó Manuel su sentido del humor y aptitud para la poesía, aprendió a sobrellevar ese vacío, paliando sus lamentaciones con lecturas de Campoamor y Becquer y charlas interminables con Leticia, Consuelo, Luisita, Grecia, Ines, Ana Lidia y Rosita, integrantes del "tial" de Manolo, consentidoras hasta el daño, y a quienes el recuperó, en su ultimo libro, a traves de "Una vision de tías que se acomodan bajo los mosquiteros de la eternidad."3

Para Manuel ese viaje signiñcó un cambio radical en su vida de niño mimado, que muchos años antes había venido con su madre a Santo Domingo en busca de nuevos horizontes. Fue como si de repente olvidara todo lo que dejaba en su isla de palmeras y de huracanes. Estaba decidido a enfrentarse a los retos de un exigente entrenamiento bajo la tutela de su maestra Rosita Renard, aunque a veces, en los ratos de ocio, deambulara solitario, expuesto a la tentación de la noctumidad: "yo paso con mi enigma a la distancia / leve y turbio, inocente y sin iníancia."4

Aquel mozuelo de mirada soñadora y aire lorquiano, eternamente joven en el cuadro que cuelga todavía en una pared de su estudio, permaneció un largo período en la tierra de Gabriela Mistral. Alla, al tiempo que se formaba como pianista, comenzó su carrera literaria de la mano de Vicente Huidobro, a quien su poesía debe buena parte de su rigor y deslumbrante modernidad. En Chile se hizo adulto, con todas las implicaciones del termino, pero se desconocen los nombres de sus primeros amores, que permanecen en el discreto silencio que guardó hasta su muerte, fiel a su propio aforismo: "El secreto es el signo del que nace."5

Salvo anecdotas que repetía de vez en cuando. nadie conoce a ciencia cierta los detalles esenciales de esa etapa fundamental de su vida. Hablaba de Neruda y su torrente de poesía volcanica que el intentó eludir, colocandose a la sombra de Huidobro, el otro coloso de la poesía chilena. Afirmaba que era casi imposible escapar a la magia seductora de Pablo, a la cuota de adhesion que su influencia exigía. En Chile trabó amistad con Enrique Lihn, poeta del exilio interior, el de aquel verso inolvidable por el que sabemos que "No es lo mismo estar solo que estar sin ti",6 ya quien admiraba por su·obra y su generosa integridad. A veces se refería a las irreverencias coloquiales de Nicanor Parra, cuya antipoesía lo marcó, mostrandole un camino nuevo poblado de rebeldías, mordacidades y rupturas. Relataba con emoción sus conversaciones con Heman Diaz Arrieta (Alone), que prologó la edición príncipe de Las noches (1949), y cómo el influyente crítico había encomiado sus sonetos.

Pero tambien llevaba en su corazón al Chile de impresionante geografía, donde parecen coexistir los extremos de frío y lluvia, montafia y lagos, desierto y mar. El Chile de la gente educada que hablaba muy quedo, en contraste con su exuberante personalidad de artista caribeño y su legendario vozarrón. Amaba al Chile del inmenso Claudio Arrau, uno de sus paradigmas. Quería volver al Santiago de Chile cuyas matriarcas dibujó tan sabiamente en sus primeras novelas Jose Donoso, quien, ya convertido en una celebridad hispanoamericana, durante un seminario organizado por el Wilson Center en su sede de Washington, D.C., me aseguró que recordaba a aguel joven escritor y musico dominicano, alto y delgado, que en los años cuarenta había conocido en el ambiente cultural santiaguino.

Chile era para Manuel sinónimo de cocina suculenta, la de los pescados y las sopas, las empanadas y el buen vino, siempre presta a complacer sus gustos y su exigente paladar. Chile fue, en fin, una segunda patria, un hogar que lo acogió como a un hijo, un pais cuya democracia, asentada en una larga tradición, le permitia ser libre. Alla, absorbiendo durante años lo mejor de aquel espacio cultural estimulante, acabó Manuel su especialización musical, hasta alcanzar niveles superiores de perfeccionamiento artistico.

Manuel estuvo brevemente en el pais, en compaíiia de Rosita Renard y Armando Palacios –que lo habia recornendado para la beca–, con el propósito de oírecer una serie de conciertos y recitales en 1944, al conmemorarse el Centenario de la Republica. Fue una pausa importante y llena de emociones para el joven artista, despues de un lustro de ausencia. A fines de octubre de ese año, en funciones oírecidas en los teatros Capitolio, Olimpia y Julia, se presentaron los tres pianistas, con obras de Bach-Liszt, Mozart, Beethoven, Brahms, Saint-Saens y Debussy. Las criticas aparecidas en los diarios locales encomiaban la ejecución del joven talento dominicano, augurandole un futuro promisorio.7

En octubre de 1999, con motivo del Homenaje a Juan Bosch en Chile, regresó Manuel a la tierra de sus primeras ilusiones. Habían transcurrido seis decadas desde su primer viaje. Ahora, en el ocaso de su vida, se hallaba en la cima de las artes y las letras de su pais. Iba enfermo, consciente del final que le aguardaba, aunque pensando que tendria una oportunidad mas: "Advierto, entonces, que ya no hay salida, / pues su mirada clara me importuna / y se que cogere, a sol o a luna, / el camino que lleva a su guarida. // Y aunque empiezo a engafiarla con la vida, / a darme plazos, a pensar en una / tarde feliz de cara a la fortuna, / bien yo se que la muerte no me olvida, // que tengo que tocar, al fin, su puerta / con la valija hecha y el sombrero/ en la mano marchita y entreabierta. // Me despido de todos mis amigos / despues de tanto ardid y a su agujero / humedo me avalanzo, sin testigos."8

La sola idea del viaje en compañía de dona Carmen Quidiello de Bosch lo había llenado de un vigor inusual. Volvió a ser joven y alegre, contando los días con impaciencia, pues le parecía increíble lo que estaba a punto de ocurrir. El 15 de octubre, en la Sala Ercilla de la Universidad de Chile, pronunció el que sería su ultimo discurso. Ante un nutrido publico de academicos e intelectuales hizo esta confesión:

"Es algo inesperado, con mucho de providencial, que yo haya venido de Santo Domingo a participar en un acto tan importante como este. Quien se dirige a ustedes es un escritor dominicano que, por una hermosa circunstancia de su vida, puede decirse que es tambien un hijo de Chile, como tal se considera, porque el destino lo trajo desde muy joven a las zonas del copihue y de la nieve, para que absorbiera las ensefianzas de tierras y de cielos que suelen tener "temblores visibles", como me diría una tarde Vicente Huidobro en un amable verano de Cartagena cuando caminabamos por una de sus playas y al dedicarme su libro "Temblor de cielo".

"Quince años de ansiosa juventud vividos aquí por mí con una intensidad tal que hoy, cuando los recuerdo, cuando trato de revivirlos con una memoria ya atenuada por el tiempo transcurrido, me llenan de una nueva fuerza, de una inquietud de la que ya no me hubiera creído capaz."9

Despues del reencuentro con su pasado chileno –del que aun quedaban huellas visibles, amigos e infinidad de recuerdos–, Manuel se sintió reconfortado y tranquilo: podía morir en paz, sc había hecho realidad el ultimo de sus sueños.

ii Reflejos en el agua

Los años dorados (1952-1982)

Cuando regresó a Santo Domingo en 1951, luego de haber pasado varios lustros en Chile, Manuel Rueda estaba a punto de cumplir treinta años de edad, justo la víspera de su cumpleaños, el 27 de agosto. Era ya un artista completo, el mas completo que tendría el país, con una preparación extraordinaria en musica, poesía y teatro, listo para convertirse en la primera figura del ambito nacional. Llegaba provisto de un sólido bagaje intelectual y artístico, con un premio del Conservatorio de Chile y un libro de sonetos impresionante.

En 1952 fue designado director del Liceo Pablo Claudio, en San Cristobal, e inició una intensa actividad musical Ueno de entusiasmo. En la prensa de la epoca se publicaron reseñas de sus presentaciones, solo o a duo con otros artistas, tales como la pianista Aida Bonnelly, el violista Gino Bauzulli, los violinistas Carlos Piantini y Zvi Zeitlin, el cellista Ennio Orazi, y como acompañante de las sopranos June Preston, Teresa Montes de Oca y Helen Phillips.

En el comentario aparecido en La Nación, el 28 de noviembre de 1953, a raíz de su recital con Piantini, se afirmaba que:

"Manuel Rueda esta dotado de singular poder asimilativo y de un no menos poder transmisivo, con un dominio tecnico que comprende un toque preciso, una claridad diafana en la formación del sonido y un sentido de la belleza tonal y de la formación melódica que le permiten despreciar. como lo demostró la noche del jueves, lo externo de la interpretación, lo puramente tecnico, para internarse en las zonas mas personaJes y, por consiguiente, mas leales y emotivas de la partitura."

Como pianista, su repertorio abarcaba del barroco a los impresionistas, con notables incursiones en la modernidad, pero no era un fanatico de la musica contemporanea, por mas que reconociera la trascendencia de Igor Stravinski o Bela Bartók, como tampoco lo fue de la opera, genero que aceptaba con las debidas reservas, pese a su admiración por las grandes figuras del bel canto. Prefería el lied, la canción lírica de origen germano en la que se funden poesía y musica. De ahí su respeto por cantantes de la estatura de Dietrich Fischer-Dieskau, el legendario barítono aleman.10

Durante la decada de los cincuenta su atención se conc.entró en la musica de camara y en recitales. Organizó, con discípulas del Conservatorio, el ciclo completo de los conciertos de Johann Sebastian Bach para uno, dos tres y cuatro pianos, habiendo interpretado el Concierto en la. Asi mismo, presentó los ciclos de las suites para piano del gran compositor barroco, y los 24 preludios de Claude Debussy.

Su presencia en los escenarios del país se hacía sentir tambien como hombre de teatro. En 1957 obtuvo el Premio Nacional de Literatura por La trinitaria blanca, que marcó el inicio de una nueva concepción teatral entre nosotros y la renovación de la escena dominicana con su impronta expresionista. A esta obra se sumarían despues algunas comedias, como La tia Beatriz hace un milagro y Vacaciones en el cielo, y el drama testimonial Entre alambradas.

Manuel tenía una autentica veneración por Mozart, cuya aparente facilidad es, segun decia, una trampa para los chapuceros y los forzudos del piano, los que aporrean el instrumento en cada ejecución, sin tomar en cuenta el espiritu de sus obras. En La, criatura terrestre (1963) encontramos un poema dedicado al genio de Salzburgo, que revela su concepto de aquella musica ingravida y transparente:

"A ti, oh tempranero, reidor / como los pajaros que inquietan los aleros / fuerza que se recuesta / en tallos o nubes voladoras, / a ti, a ti el regreso, Wolfgang de las velocidades / y los relampagos. (...) Ven con lagrima sola, / huracanado en el salado petalo / que el mar de ahora reconforta. I Ven con risa de entonces, / con alma tuya siempre, / Wolfgang de las velocidades quietas y el relampago."

Mozart ocupaba un sitial unico en sus preferencias, pero Beethoven constituia una torre inalcanzable. Wolfgang Amadeus era el genio travieso y espontaneo, de quien la musica fluia sin esfuerzo aparente, con un don de memoria mas alla de toda comprensión humana. Ludwig era el genio intratable en lucha permanente contra el infortunio de una vida dolorosa que el transformó en belleza, el padre de tantas obras grandiosas que incubaba y corregia largo tiempo antes de darlas a conocer. "Si Mozart encama la alegria del ser paradisiaco –escribió Manuel–, Beethoven llega a la alegria (pienso en la Novena Sinfonia) despues de grandes dolores, por lo que podemos decir que la suya fue una victoria contra el pecado original."11 La musica de Beethoven que ejecutó con pasión -y toda la que no llegó a interpretar pero que conocía muy bien-, es una musica profunda, llena de complejidades y deslumbrante perfección, ante la cual se inclinaba devotamente. No es otra la razón por la que su grandiosa sonata Hammerklavier es un leitmotiv en el cuento "Refracciones", que figura en la obra Papeles de Sara y otros relatos (1985).

En su obra Congregación del cuerpo única (1989), hay un testimonio de gratitud a esos colosos que tanto reverenciaba: "Tantas manos para tus manos. / Tanta ocupación mezquina o desolada / para tus manos. / Pero ahora ellas refulgen. / Ahora los grandes ancianos te sonrien I las toman / te las llenan de tiempo y de sabiduria / se sientan a escuchar lo que tus manos descifran / porque esta es tu hora de abolición y reflexion / donde tu hablas por ellos. / Y vas a ser / no eres. / Te rodean. / El aire agita sus pelucas sus faldones sus frentes / perladas de etemidad. / Sus dulzuras cansancios virulencias te acometen. / Las marcas de viruela del padre sordo se encienden / como lentejuelas en la pagina ardida de signos. / Cada pagina un haz de cicatrices de donde brota una fuente. / Cada compas un faro para alumbrar el camino a sus compaíieros / que han emprendido el viaje / hace siglos / sobre el oceano de las manos / sobre el oceano de oidos elevados al pasmo de las profundidades." ("A la musica. Meditación ante el piano").

Manuel tenia otros dos compositores de cabecera. Uno era Frederic Chopin, "el mago de la armonia", como lo Barnaba, el romantico traicionado por pesimas interpretaciones de novatos torpes y sin criterio. Nunca se cansó de estudiar y tocar esa musica inconfundible por sus contagiosas melodias y su perfección armónica, sus complejidades tecnicas y desafíos para el interprete; una musica cuya esencia es contraria a esa languidez enfermiza con la que se confundió al oyente durante tanto tiempo, hasta que apareció Artur Rubinstein para reorientar el rumbo y darle otro sentido.

El otro portento de su predilección era Debussy, autor de una sonoridad inusitada con la que fundó un nuevo concepto musical. En su "Preludio de verano a Claude Debussy", Manuel transmite una admirable comprensión de su musica:

"Que hermoso puede ser el mundo si la imagen tiene su sonido a quien recurrir, / si los dos hallan compensación en algun )ado/ y a la hoja cabeceante donde un rumor marino se desfleca / responde una mecida blanda y silenciosa, / una dejadez de pausa que no rebasa la in sinuación."12

La decada de los sesenta fue la de su consagración como interprete. En ese lapso estrenó, con exito resonante, grandes obras romanticas y modemas que ampliaron su repertorio, como los conciertos No.2 en fade Chopin, en la menor de Edvard Grieg, en la de George Gershwin, en re para la mano izquierda de Maurice Ravel, y Noches en los Jardines de Espana de Manuel de Falla. Quienes estuvieron presentes en aquellas memorables audiciones aun recuerdan los niveles de excelencia alcanzados por el artista en los inicios de su madurez. Eran despliegues de virtuosismo en obras disímiles por el estilo y las diñcultades tecnicas que cada una presenta, pero que el acometía con absoluta seguridad y brillantez, confiado en sus destrezas.

Por otro lado, las actuaciones como solista no disminuyeron su actividad junto a otros interpretes. Hizo recitales con Piantini, con Jacinto Gimbemard, con la sorprano Olga Azar y el tenor Rafael Sanchez Cestero, y con la mezzo-soprano Morella Munoz. En abril y mayo de 1968 acompaíió a Jessye Norman en seis inolvidables recitales por todo el país. En 1970 repitió la experiencia en Bellas Artes y viajó a Haiti y Jamaica con la cantante norteamericana, que ya se perfilaba como una de las grandes divas del siglo xx.

Junto a su labor interpretativa, desarrolló otras dos lineas matrices que revelan su interes por la superación profesoral y la cultura popular, así como su acendrada religiosidad. A traves de la educación-investigación tuvo el acierto de recomendar al Poder Ejecutivo un proyecto de ley para la uniñcación.

de la enseñanza musical en el país, que fue aprobado por el Congreso Nacional. Creó el primer curso de Pedagogía Musical en el Conservatorio, llegando a formar un nutrido grupo de maestros. Dictó cursos de piano y pedagogía musical en Santiago de los Caballeros y La Vega, oíreció cursillos a los profesores de liceos y academias musicales del país, inició gestiones para organizar la Educación Musical Escolar. Participó, como educador y representante de las instituciones musicales dominicanas, en congresos organizados por el Consejo Interamericano de Educación Musical, en Santiago de Chile, Cartagena, Medellin y Toronto. Por ultimo, realizó una valiosa labor de rescate de obras musicales dominicanas y dio a conocer obras ineditas de compositores del pasado y del presente.

En la vertiente creativa, compuso, junto al maestro Manuel Simo, la Primera Misa Quisqueyana, que fue estrenada en el Palacio de Bellas Artes con el auspicio de la Universidad Nacional Pedro Henriquez Urena, y luego interpretada en la universidad Católica Madre y Maestra de Santiago. Colaboró con el Obispado de esa ciudad en la creación de un Cancionero Liturgico Dominicano, componiendo, ademas, numerosas canciones para la Iglesia inspiradas en el folklore. Produjo obras para piano, para coro, un ciclo de canciones con letra de Gabriela Mistral, un ciclo de canciones con letra propia, varios himnos a solicitud de diversas instituciones, un Pregón del naranjero (en colaboración con Simó), una Tonada del hombre con pena, un Ave María, un Padre Nuestro, y numerosos villancicos, siendo los mas divulgados Ha nacido el Salvador y Navidad, Luz del mundo.13

Durante una decada, desde principios de los setenta, vivió Manuel una etapa de plenitud interpretativa que le permitió seguir expandiendo su repertorio, al tiempo que reponía sus viejos triunfos: Chopin, Gershwin, Falla. Como solista tocó la Rapsodia Sinfónica de Joaquin Turina, el Capricho Brillante de Mendelssohn, la Fantasia Hungara de Liszt y los conciertos de Weinsberg y de Gablenz. Con el violinista Josef Sivo, presentó un recital en Bellas Artes; y en compañía de Oscar Luis Valdez Mena, conciertos para dos pianos y orquesta de Bach, Poulenc, y Mozart. Acompaíió al barítono Abraham Lind Oquendo en la inauguración del Teatro Nacional, en agosto de 1973. Al año siguiente tocó la Fantasia en do para piano, orquesta y coro de Beethoven y el Concierto No.5 en fa de Bach.

Fue en esa decada cuando realizó presentaciones antológicas con el tenor Aristides Inchaustegui y la soprano Ivonne Haza, primero en un recital de canciones dominicanas, en 1977, y en un Concierto de Navidad realizado en el Palacio Nacional en 1979. Con ambos cantantes haría historia, aquí y en el exterior, sabre todo en Cuba y Mexico. Como si fuera poco, presentó un recital con su disdpula predilecta y acompaíiante habitual, Miriam Ariza, con obras de Mozart, Saint-Saens, Debussy, Milhaud y Lutoslawski. Para cerrar este admirable ciclo de su carrera, Manuel tocó, junto a Gimbemard y el cellista Fran ois Bahuaud, bajo la dirección de Julio de Windt, el Triple Concierto de Beethoven, proeza que repitieron en Puerto Rico, invitados por los organizadores del Festival Casals. Torno parte en un concierto realizado en el Carnegie Hall para conmemorar las festividades del 21 de enero, Dia de la Altagracia, yen el concierto dedicado a las madres dominicanas en el Alice Tully Hall de New York. Aquf participó en el homenaje a Luis Rivera y tuvo actuación sobresaliente en los Conciertos de Beethoven, organizados por Artístides Inchaustegui en 1981, cuando era Director General de Bellas Artes.14

La decada de los setenta fue realmente fecunda para Manuel como escritor. Su pasión por el folklore lo impulsó a recorrer los campos del paí s en busca de materiales para sus Adivinanzas dominicanas (1970), considerada la mas extensa de America, y Conocimiento y poesia en el folklore (1971), obras publicadas mientras se desempeñaba como Director de Investigaciones Folklóricas de la Universidad Nacional Pedro Henriquez Urena.

Pero el año de 1974 fue sin duda el mas importante para Manuel. La noche del 22 de febrero pronunció su celebre conferencia en la Biblioteca Nacional, bajo el título de "Claves para una poesía plural", dejando inaugurada una nueva etapa en la literatura dominicana. El Pluralismo, movimiento poetico de vanguardia, nació para vincular la poesía con su fuente primigenia, la musica. En 1975 publicó uno de sus libros mas controversiales, Con el tambor de las islas. Pluralemas, que recogía las experiencias pluralistas. Al año siguiente, como prueba de que no había renunciado a la tradición, dio a conocer su leyenda histórica La prisionera del Alcazar. Por ultimo, en 1980 apareció Toda Santo Domingo, en español e ingles, un libro de divulgación de los valores históricos y las bellezas naturales del país, con mas de doscientas fotografias a color.

iii Intermezzo

El artista en su hogar

No era madrugador, sino un noctambulo empedemido a quien desvelaban sus afanes musicales, literarios o mundanos. Con frecuencia, aun en vigilia, le sorprendía el alba. Entonces, tal vez rumiando el poema que acababa de escribir, se dirigía a su cuarto y allí se tendía en la cama, embalsamado y listo para quedarse inmóvil durante horas. Las diez de la mañana eran para el las diez de la madrugada. Nadie como Manuel disfrutaba tanto de la oscuridad de su refugio y aquel mullido lecho de colchón y almohadas, arrebujado en las sabanas, sin que nada ni nadie pudiera rescatarlo:

"La cama es una tumba para que nos movamos / con sombra y luz y un poco de alardeante conciencia. / Una tumba segura, cotidiana, / en la que caen rostros, ropajes, sacriñcios / y solo queda el alma como el pobre / destello de algun sol quietamente sombrio, / la frente que no pesa, y las ponemos, / cómodamente al fin, a conciliamos / toda la luz del mundo en un instante."15

Manuel era un comensal extraordinario, un "gourmet pantagruelico", si cabe el termino. Apenas si bebía alguna que otra copa de vino ocasionalmente, pero le fascinaba comer y alababa las virtudes de cada plato que complacía su paladar. La mesa debía ser abundante y variada, mas la observancia del protocolo era rigurosa. Había un ritual de manteles y vajillas que su inseparable amiga Aura Marina del Rosario le ayudaba a preservar intacto, con esa fina intuición suya para atender, a menudo sacandolo de apuros. Eran formulas de servicio que luego se disipaban en medio de la alegría, los chistes, la risa contagiosa y las atenciones del anfitrión.

Su tía Grecia, que es una gran cocinera, mantenía viva la tradición culinaria del hogar, en el que todos los días se cocinaba como si fuera domingo. En tomo a la mesa del comedor se podía medir el humor del jefe de la casa, conocer al ultimo huesped, o terminar la conversación que había quedado inconclusa en la galería, porque era de rigor sentarse a las doce en punto. En esa mesa oval donde no faltaba el postre ni nadie se marchaba sin tomar un cafe despues del almuerzo, cesaban sus batallas matutinas con las alumnas de piano que habían tenido que padecerlo en nombre de la perfección, y se extinguian los regaños destemplados a quien no hubiera seguido sus órdenes al pie de la letra. Entonces surgía un clima relajado y ameno para las delicias del yantar, porque "Es bueno que el hambre nos espere / con tenedores desvelados",16 y a nadie le estaba permitido irrumpir en aquella ceremonia intima. El patriarca tomaba asiento a la cabecera de la mesa y hacía una señal para que comenzaran a servir, empleando la platería anti ua desgastada por el uso.

Nunca mejor que ese instante para calibrar su sentido de la hospitalidad y su patemalismo. Las fuentes rebosaban de alimentos y era usual que cualquier pariente o amigo, aparecido a ultimo minuto, fuese invitado a sentarse para compartir. El mismo había comprado, a precio astronómico, el mapuey o la camita "especial" a la marchanta que lo engatusaba con sorpresas bien calculadas y que el recibía con muestras de gratitud.

Ser invitado a comer, en la casa de Manuel, signiñcaba muchas cosas. La mesa, territorio de concordia, era un símbolo de amistad en todas sus vertientes: la apasionada que se consume en un día; la franca y generosa que sus amigos conocían tan bien; la que coronaba un esfuerzo, o sea, aquella con que solía recompensar a los colegas que habían pasado horas trabajando con el en su estudio, a veces en medio de sus severas observaciones; la que suponía una forma de pacto o alianza con sus colaboradores. Por lo general se trataba de una amistad sin propósitos, un tributo a sus seres queridos, con lo mejor que podía oírecer despues de su arte.

Innumerables veces, en tomo a esa mesa de caoba en su hogar del segundo piso de la calle Pasteur 53, fuimos congregados sus amigos para festejar sus cumpleaños, los exitos de un concierto o una conferencia, la llegada de un visitante notable, o simplemente para charlar, agradecer un gesto amable, una actitud solidaria, un compromiso de trabajo. Durante veinte años de amistad entrafiable, pude seguir, paso a paso, las evoluciones de esta figura cimera. Cuando su mesa empezó a languidecer, por la ausencia de la tía Grecia, primero, y la falta de servicio domestico regular, despues, me di cuenta de que había comenzado el ocaso de mi gran amigo y maestro.

Pero faltaban años para que eso ocurriera. Todavía eran los tiempos de celebrar y recibir a los integrantes del Mariachi todos los domingos en la tarde para tomar el te, despues de una lectura, conversar con Margarita Luna recien llegada del Canada, o escuchar a Miriam, que se preparaba para tocar el concierto de Schumann o el de Tchaikovski. Se abría entonces la sesión de los deleites gastronomicos, que Manuel se esmeraba en oírecernos. Sus brindis "franciscanos", como el los llamaba, nos dejaban asombrados por su exquisitez. Era la epoca de disfrutar de la pericia culinaria de Dulce Macarrulla y la ultima receta de Ida; tiempos de ilusiones en que, con la complicidad de su leal amiga, iníaltable los domingos ("mis semanas / que van del lunes hasta aura marina"17 ) , ensayaba formulas hasta dar con la difícil esponjosidad de aquel "Postre Imperial" que ambos habían saboreado en la memorable cena oficial a los Reyes de Espana en su primera visita al país. Siestaba de buen humor, no había quien le ganara en materia de halagos, ni quien se resistiera a sus arrumacos y sus chistes, que prodigaba a quienes deseaba complacer o conquistar. Detras de su voz ríspida y su expresión hosca se escondía el camarada solidario, capaz de ternuras, preocupado por sus amigos y los hijos de sus amigos, siempre presto a complacer y ayudar, aunque no fuese muy bueno en cumplimientos y se olvidara del cumpleaños de los demas y rehuyera los velatorios.

A pesar del panico a los aviones, le gustaba viajar y conocer otros países: Espana, Cuba, Mexico. Iba mucho a Puerto Rico, donde vivían sus hijos de crianza Manolito y Agustín, a quienes auxiliaba pródigamente cada vez que podía. Y aunque las caminatas se convirtieran en una tortura debido a sus pies callosos y sofocación por falta de ejercicio físico, se sobreponía a las circunstancias, sorteaba los escollos y se preparaba para el reencuentro con el gran arte del mundo. Había que oír sus relatos de viaje, cómo la Alhambra, los frescos de la Capilla Sixtina o una piramide maya se convertfan en formidables lecciones de historia.

Paseaba poco en Santo Domingo, excepto cuando tenía un compromiso o invitaciones a cenar, que rara vez despreciaba. Su impericia como conductor le hacía con frecuencia depender de otros para trasladarse a cualquier sitio. Mientras tanto, su automóvil se deshacía lentamente en la marquesina del ediñcio, abatido por el salitre y el polvo, pese a que nada le ilusionaba tanto como un nuevo carro, que por lo general compraba con grandes sacriñcios, como en aquella ocasión en que para adquirir uno de medio uso, vendió, por una cantidad irrisoria, el unico ejemplar de Las noches con dibujos a lapiz realizados por Jaime Colson y que hoy debe costar una fortuna.

Su vida continuó deslizandose durante años por la pendiente de una rutina diaria que no exclufa la creación literaria ni el festejo.Cinefilo a carta cabal, no se perdía los estrenos de la semana en distintas salas de la ciudad, hasta que esos lugares se volvieron indeseables, asaltados por los ruidos, hechos una miseria a causa de servicios deficientes y la epidemia de roedores humanos que en la oscuridad devoran sus palomitas de mafz. Cuando descubrió la television por cable, que le parecía una alternativa ideal, pasaba horas ante su flamante aparato, viendo pelfculas de Greta Garbo, Vivien Leigh o Ingrid Bergman, que lo maravillaban siempre, cuando no algun programa de musica de camara o un ballet.

En fin, pasaba sus días entre el teclado del piano y la pagina en blanco, inmerso en su mundo de soledad creadora, desentendido por completo de los menesteres acuciantes del hogar, que otros debían resolver, aquellos problemas que convierten una casa en un "organismo vivo" que todo lo consume: tiempo, energías, dinero. Nunca sabía si el carro tenía gasolina ni cuando se le había cambiado el aceite la ultima vez. Su despiste era tan abismal, que pagar la electricidad, el telefono o el agua eran cosas que nose le ocurrían, o quiza porque sabía que Vitalia Felix o Aura Marina, convertidas en angeles protectores, iban a resolverlas en su momenta.

Él mismo se definió inmejorablemente en un soneto: "Me levanto, me afeito, me acomodo / a la vida y doy bajo la ducha / a la piel de mis suefi.os tanta lucha / que al sumidero van, vueltos ya lodo. // Retomo mi lugar, mi voz, mi apodo I salgo al día: la luz ahora es mucha. / Hago ruido, me muevo: nadie escucha. / Vuelvo a mi soledad, despues de todo. // Cada hora a mis ritos de hombre sano. / Sonrefr al que pasa. Dar la mano / al amigo, al malvado, al pordiosero. // Pero al fin a mi cuarto nuevamente, / a encontrarme conmigo frente a frente / sin saber si es que vivo o es que muero."18

Genio y figura

Decir que Manuel era un "muchacho grande" equivaldría a una simpliñcación excesiva de su persona. Es cierto que nunca perdió la capacidad creativa, la curiosidad permanente, las respuestas espontaneas tan propias de los espfritus juveniles. Quienes lo conocimos a fondo, sabemos que su aguda perceptividad y su hondura analítica, verdaderamente proverbiales, se sustentaban en una formación coma solo han tenido contados intelectuales en este país. Había pocos libros importantes, de cualquier epoca, que el no hubiera lefdo y de los que no tuviera una opinion autorizada. Loque sorprendía no era su rudición –alga que le parecía detestable–, sino lo bien asimilado del conocimiento, ese orden mental en el que cada cosa parecf a ocupar su lugar exacto; ese don para recordar y relacionar hechos y datos con una lógica envidiable.

De igual modo, su saber musical era de una magnitud asombrosa, llevandolo a niveles de criticidad que resultaban demasiado causticos para la mayoría, coma lo recuerdan colaboradores y alumnos del Conservatorio, que dirigió durante casi dos decenios. El mismo, en una especie de "burla burlando", describió los rasgos de su humor en el poema "El director y callese":

"Ahora llega / mfralo bien / su vozarrón su calva / su cansancio de lunes y programas / de oficios memorandums pedagogos / mecanografistas que teclean su sonata visiva en clave Remington / componiendose el mofio y la sonrisa / llega tarde y exige se retrasa nos urge."19

Era incisivo, hipercrftico, por lo general severo, a veces implacable, poco inclinado al aplauso, y un polemista temible, cualidad que lo llevó a refiir con tanta gente del mundillo literario y musical dominicano, no siempre situada a su altura intelectual o artfstica. Se fue creando un estereotipo de individuo intransitable, capaz de llevar una discusión al rojo vivo. Sabia muy bien que su techo era de cristal y que sus argumentos y razones, por lógicos y contudentes que fuesen, se estrellaban contra un muro infranqueable. Sabia tambien defender sus causas, armado de conocimientos a menudo diñciles de refutar, pero al final la homofobia instrumentada por algunos adversarios como una carta escondida para el momento de la derrota, cuando ya no quedaban mas argumentaciones, terminaba arrojando sobre el un lodo con el que estaba familiarizado. Ante tal situación no le quedaba mas remedio que callar, consciente de su fragilidad personal.

Manuel detestaba la mediocridad y se enfrentaba a ella sin tregua. Adivinaba la falsedad bajo las apariencias, lanzandose a desenmascararla de inmediato, y era muy sensible a la traición y los golpes bajos de gente que sabia aprovecharse de su vulnerabilidad. Pero tuvo que pagar un precio demasiado alto por su comportamiento,-que incluia actitudes rigurosas y reacciones expansivas, en un país donde no se perdona la sinceridad ni la excelencia; un país donde la envidia crece como la mala yerba en los jardines mas cultivados. En muchas ocasiones se inhibió de opinar sobre asuntos de su competencia, pero en muchfsimas otras habló, valoró, enjuició, y lo hizo siempre sin ambages, con las palabras mas descamadas, frente a testigos insidiosos que se hacian pasar por seguidores incondicionales.

Para respetar al otro, Manuel tenia que admirarlo. De lo contrario, lo ignoraba o lo zahería con sus comentarios vitriólicos, que con frecuencia no podia evitar. Sus pequefias guerras, en las que invirtió tanto esfuerzo y de las que a veces se arrepentia despues, le dieron, al final de su vida, una amarga sabiduria que se tradujo en silencio y aumentó su soledad. Vivia en una especie de ostracismo interior, alejado de todas las cosas y los medios sociales. De ahí su expresión adusta, casi ausente, de los ultimos años, o su sonrisa de desencanto, con la que remataba, sin palabras; cualquier problema enojoso.

Con el aprendf aver la literatura con otros ojos, mucho mas abiertos, para bien y para mal, y por tanto, de dolorosas consecuencias en el ejercicio de la creación y la critica. Una vez me dijo que no era muy bueno tener demasiada conciencia de las limitaciones propias, porque eso paraliza al artista, pero tampoco uno debe aceptar un juego de ingenuidades en el que todo lo que se hace resulta maravilloso. Esa acriticidad de los autores y musicos lo irritaba y le hada perder su escasa paciencia. Había que estar preparado para oír sus comentarios, no siempre amables, cuando se acudía a su casa a leerle un escrito o tocar el piano, y en mas de una oportunidad sentí temor de sus reacciones. ¿Pero que satisfacción cuando le parecía bien? Sus palabras eran una verdadera recompensa.

Tambien en compañía suya, en conciertos y a traves de discos, aprendí a escuchar la musica de un modo distinto, pasando de la epidermis melódica a las profundidades sonoras. No toleraba una conversación si había musica, porque esta requería total concentración, total entrega, para poder ser comprendida plenamente. A veces llevaba el ritmo de la melodía tamborileando con los dedos sobre una mesa o en el brazo de su butaca, con la mirada perdida, inmerso en las profundidades del sonido.

Sus manos, largas y un poco delgadas con relación a la robustez de su cuerpo en sus mejores años, eran objeto de un celoso cuidado, no estetico sino profesional. Nunca las cerraba del todo, jamas se transformaban en puños. Por lo general permanedan en posición relajada, medio abiertas, como listas para la próxima ejecución, con el extenso arco que el oficio había estirado. Nunca hada nada practico con ellas y se molestaba cuando alguien le daba un apreton como saludo. El tamaño de las manos no era lo importante, decía convencido, y ahí estaban las de Alicia de Larrocha para probarlo, porque se toca con la cabeza, con el cerebro, que es el conductor de los movimientos. Todo el cuerpo de un pianista, y no solo sus manos, esta envuelto en el proceso de interpretacion. El envaramiento de los brazos y la rigidez de la postura conducen a una ineficacia en los resultados.

Manuel pertenecía a una generacion de pianistas que anteponía la musicalidad a la tecnica. Podía dejarse impresionar por un alarde virtuosistico, como le ocurría con las grabaciones de Martha Arguerich, la fabulosa argentina de velocidades delirantes, aunque de una precision irreprochable. Prefería, en cambio, a los pianistas de la escuela alemana, a Walter Gieseking –consagrado en un poema de La criatura terrestre– o Wilhelm Kempíf, que era su modelo para tocar a Beethoven.

Sentía una viva admiración por leyendas como Artur Rubinstein, Emil Gilels y Alicia de Larrocha, o artistas notables como Glenn Gould, Alexis Weissenberg, Arturo Benedetti Michelangeli y Maurizio Pollini, pero nunca lo vi aceptar incondicionalmente una interpretación. A Gilels, por ejemplo, le criticaba la lentitud de su version del Concierto No. 27 en si bemol de Mozart, que el mismo llego a interpretar en el Teatro Nacional. No le satisfacían las ultimas grabaciones de Rudolf Serkin, que estimaba desacertadas, ni muchas de Vladimir Horowitz, incluidas algunas de su recital en Moscu a mediados de los ochenta.

En sus ultimos años se entusiasmo con la aparición de Murray Perahia, un artista prodigioso de un repertorio vastísimo, y celebro la presencia, en nuestro país, del estupendo Daniel Barenboim, que hizo en Santo Domingo una magnífica interpretación del Concierto No.2 en si bemol mavor de Beethoven. Una sola vez lo vi saltar de su asiento para aplaudir y dar bravos al final de una presentación en el Teatro Nacional. El pianista era un elegante senor cargado de años, que había salido al escenario con paso tardo y figura encorvada. Desde los primeros compases, su imagen se desvaneció para dar paso a aquella musica inigualable que sus manos arrancaban al instrumento. Era Claudio Arrau, en unmemorable recital ante un publico que supo aclamarlo como se merecía.

vi Los Adioses

Sonata de otoño (1983-1999)

En agosto de 1981 alcanzó Manuel Rueda los sesenta años de edad. Había quedado atras la imagen del pianista robusto, ese gigantón que aparece en las fotos de sus mejores años del Conservatorio, vestido de dril blanco, con sonrisa de satisfacción y mirada alerta tras los gruesos cristales de sus espejuelos. En un breve lapso de realce fisico pretendió ser esbelto sometiendose a crueles dietas y tuvo pelo copioso con el auxilio de un bisofie que ocultó su calvicie vergonzante, hasta que desistió, resignado a la realidad. En el poema "Testamento abierto" deja constancia de su nueva etapa:

"Tener 60 años es facil. / La musica te espera / puntual / y el ejercicio de tus dedos la cumplen. / Y esta el verso esperando / trunco sobre la pagina / enfermando de esfuerzo y literatura / esperando ... // Pero es bueno estar con los libros desocupados en las manos / porque la vida cansa sobre la pagina / porque la vida duele / hecha de letras y paginas que pasan / porque tu no comprendes / a los 60 años cumplidos / la literatura / y desprecias la erudición / y te atiborras de ella / consumes montañas de líneas / desbrozas selvas de versos inconclusos / discutes un problema de estetica con los amigos/ lees a Pound."20

Empezaba el otoño de su vida con la conciencia del que no se autoengafia. Se percibe en estos versos cierta fatiga, un cambio personal que sería cada vez mas evidente. Poco a poco se hizo mas sensible e intolerante con ciertas cosas para las que no se sentía preparado, como esos homenajes en honor a su persona, que facilmente se convertían en un epitome de la cursilería. Se tomó mas agresivo con los peticionarios que lo acosaban, negandose a publicar sus textos en Isla Abierta o complacer su vanidad.

Leía cada vez menos las obras actuales, argumentando que no tenía nada que buscar en ellas, por repetitivas, insulsas o mal escritas. Se refugió en las grandes obras de todos los tiempos. Estaba aferrado a El Quijote, volvió a La Divina Comedia con la mirada inocente del primer día, releyó a Proust completo, redescubrió a Dostoievski, a Eliot, a Pessoa, lo vi entusiasmarse con Madame Bovary y las novelas de Jane Austen. Miraba con escepticismo lo que veía como producto de la publicidad. Estaba inmerso en un pasado irrecuperable del que ya no retomaría.

El suceso mas dramatico de aquellos años fue la hernia discal que lo mantuvo en cama durante meses, casi sin esperanzas de recuperarse y volver a moverse con soltura y caminar, circunstancia que le permitió escribir "Papeles de Sara", uno de sus relatos mas hermosos. Sin embargo, a los sesenta era protagonista de realizaciones y logros que consolidaban su posición de primera figura del arte nacional. En esos años fue miembro prominente del jurado de poesía de los Premios Siboney, y su influencia sería decisiva, junto a otros escritores, en el curso de aquella valiosa experiencia de mecenazgo privado a la creación literaria.21

Ademas, los trofeos llegaban a sus manos casi por cada obra literaria que publicara. Así, ganó el primero y tercer premios del Concurso de Cuentos de Casa de Teatro, en 1978, con "La bella nerudeana" y "Palomos", respectivamente; y obtuvo seis Premios Anuales: tres en Poesía: Par las mares de la dama (1976), Las edades del viento (1979) y Congregación del cuerpo unico (1989); uno en Teatro: El rey Clinejas (1979), uno en Cuento: Papeles de Sara y otros relatos (1985), y uno en Novela: Bienvenida y la noche (1994).

Para coronar su trayectoria como autor, se le otorgó, en 1994, el Premio Nacional de Literatura, por la obra de toda una vida de consagración a las letras, y al año siguiente, cuando el mismo creía imposible que un dramaturgo de una islita perdida en el Caribe derrotara a centenares de concursantes de Espana e Hispanoamerica, el Instituto de Cooperación lberoamericana le confirió el prestigioso Premio Tirso de Molina por su Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca.

En el plano personal, su satisfacción mas grande al inicio de los ochenta fue la creación del suplemento Isla Abierta, del periódico Hoy, que se abría como un espacio nuevo en el panorama cultural dominicano, con eníasis en literatura y artes plasticas. Los escritores, pintores y escultores nacionales encontraron allf un ambito de divulgación que el supo dirigir y orientar con espfritu renovador y ojos y oídos atentos a las nuevas corrientes de la creación visual y literaria. A traves de sus ensayos, cada semana incursionaba en temas di versos de arte, musica, folklore, poesía, llevando un registro de nuestras palpitaciones culturales mas importantes. Por otro lado, en su condición de director de la Fundación Corripio, desarrolló un ambicioso programa editorial con la Colección de Clasicos Dominicanos, a fin de rescatar obras y autores representativos de la Republica Dominicana.

En en el campo de la interpretación pianística, continua activo por algun tiempo. Se había producido un renacimiento de Mozart ante la proximidad del bicentenario de su muerte, y Manuel tocó, en dos funciones, bajo el título de Evocando a Mozart, los Conciertos Nos.18 y 27, ambos en si bemol, y repuso, con Miriam, el Concierto para dos pianos y orquesta. Fueron meses de arduo trabajo que en 1986 lo llevaron al borde de la extenuación. Mientras memorizaba las partituras, se entretenía escuchando todo cuanto cayera en sus manos, desde las clasicas versiones de Mozart en manos de sus interpretes mas fieles, hasta las mas recientes y celebradas, como las de Mitsuko Uchida, la japonesa que entonces causaba sensación en todas partes. Recuerdo queen uno de los ensayos generales en el Teatro Nacional, alguien le preguntó cómo se sentía al enfrentar ese nuevo desafío en su carrera y el, aludiendo a las diñcultades, contestó, con un dejo de ironía: "Aquí, pasando las de Quico y Caco".

Tuvo una participación, junta a Miriam, en la celebración de las Bodas de Oro de Piantini con la Musica, con la Suite Scaramouche para dos pianos deMilhaud. Tambien tocó nuevamente el Concierto para la mano izquierda de Ravel, con resultados que lo dejaron complacido. Despues realizó tres presentaciones en publico con la Rapsodia dominicana No. 1 para piano y orquesta de Luis Rivera, en las que exhibió una fogosidad criolla que desmentía su edad.

Su última aparición en el Teatro Nacional fue el 5 de agosto de 1991. El 27 de ese mismo mes cumplió setenta años. Por mucho tiempo se estuvo preparando para tocar la versión pianística del Concierto para violín y orquesta de Beethoven, obra en verdad excepcional y de largo aliento, que requiere profundidad, madurez y resistencia. Dolorosamente, no pudo actuar como se proponía. En el ensayo general se sintió indispuesto y canceló su participación en la temporada. Sólo volvió a tocar en la intimidad de su hogar, para unos cuantos elegidos.

Los amigos de Manuel seguimos de cerca su evolucion personal en sus ultimas años de vida, que cambio sensiblemente al quedarse solo, luego de la muerte de dona Marina en 1993. Nos dolía el ocaso de esa estrella luminosa que iba apagandose lentamente, pese a sus intentos de asirse, si podía, al recurso del humor y las carcajadas estentoreas. La hipertension lo llenaba de zozobra, obligandole a visitar, cuando lo atenazaba el miedo, al doctor Guarocuya Batista del Villar, el cardiólogo que con palabras tranquilizadoras lo recibía en su consultorio.

Su buen apetito se veía interferido por las protesis dentales que lo torturaban, y luego por la diabetes que le obligo a someterse a regimen dietetico. Aunque la doctora Corina De Jesus tenía sobradas razones para prohibirle los dulces y recomendarle moderacion, se peleaba con ella, porque no quería renunciar a sus postres ni a sus habitos alimentarios. De todos modos, enflaquecio. Se puso muy delgado y al caminar su cuerpo oscilaba como un bambu que se balancea al ritmo del viento. Era notorio un ligero temblor de sus manos al sostener una taza, síntoma de alguna enfermedad incipiente. Sus fuerzas aminoraban y se sentía impotente para evitar el declive de la casa bajo el polvo y las telarañas, o impedir el robo de valiosas pinturas casi en sus narices.

El final se aproximaba, pero estaba lleno de ilusiones y proyectos. En 1998, el Banco Central auspicio la publicacion de sus ultimas libros: Imagenes del dominicano, que reune una serie de interesantes ensayos sobre folklore literario y la narrativa; y su obra cumbre de poesía, Las metamorfosis de Makandal, cuya salida provoco un revuelo en nuestro medio, a causa de un fragmento en el que se refiere con sarcasmo al circo politico local. Pocos advirtieron entonces el verdadero tema subversivo de la obra, que no es otro que convertir al negro en sfmbolo de nuestra pluralidad cultural. El desagravio por los sinsabores del Makandal no tardo en llegar. En abril de 1999, se le otorgo el Gran Premio de la Feria del Libro "Don Eduardo Leon Jimenes", para alegría del autor y los editores.

Manuel no cesaba de escribir, sobre todo una poesía donde la muerte se ensefiorea como tema principal, y termino una obra de teatro titulada Un escenario para Brito, que una tarde leyera a sus amigos. Envio a Espana, al concurso de poesía "Juan Ramon Jimenez", su libro Luz no usada. Seguía orientando a María de Fatima Geraldes y a María Irene Blanco para un cercano recital con obras de Beethoven, instando a Miriam a volver al piano, o diciendome que no podía dejar de escribir cuando en octubre fui a leerle la cronica que había preparado sobre mi viaje a Rumanía; dejandonos, en fin, nuestras respectivas tareas para cuando el ya no estuviera.

Los ultimos meses fueron sombríos y monotonos. Practicamente no salía de la casa, ni iba a su oficina en Isla Abierta, ni llamaba a Pilar Albiac, su amiga zaragozana, ni asistía a conciertos, ni aceptaba invitaciones a cenar. Si tenía animo se la pasaba escuchando la coleccion de discos de Pianistas del Siglo xx, que constituía su mas reciente juguete. Las ultimas veces que vino a casa, para mi cumpleaños y en la cena del Mariachi con Mirla Salazar, se le notaba desganado y taciturno, aunque hacía esfuerzos para mostrarse simpatico y bromista. No podiamos evitar la preocupación ni los comentarios higubres acerca de su salud.

Rolando Batista, su compañero en la fase final, era el unico testigo de una vida que se extinguia. Pasaba las mananas en la galeria, desaliñado, con la bata arrugada, sin leer ni hablar. Si alguien llegaba lo recibia sin demasiadas muestras de entusiasmo. No se quejaba, no pedia ayuda. Cuando le pregunte por el resultado de los ultimos analisis medicos, me dijo, con el tono cortante del que esta irritado porque no se atreve a revelar lo inconfesable: "Ahí estan, míralos tu mismo". Me alarmó lo de la hepatitis, pero no creí que fuese concluyente. Habia en el un gran estoicismo y estaba decidido a soportar el sufrimiento sin una mueca, sin estridencias.

Una noche de principios de diciembre, poco antes de su gravedad final, Ida y yo fuimos a visitarlo. Escuchó, con un interes estropeado por el malestar, el artículo de Chopin que yo habia escrito para el sesquicentenario de su muerte. Me hizo un reparo al oír que los valses de Chopin no eran bailables. "¿Quien dijo eso? –preguntó–. En Rusia se bailaban muchísimo". Y luego se puso a dictar providencias que garantizaran protección a los mas necesitados de sus parientes; intentando, con sus palabras, despojarse de todo lo material que ya poco importaba: dinero, cuadros, discos. Pero era tarde para cambiar el curso de los hechos. Cinco años antes habia testado en favor de los mellizos Manolito y Agustin y el documento se hallaba depositado en una caja de seguridad en el banco.

Intentaba componer un villancico que entregaría a Arístides para que lo cantara con Ivonne, e incluso nos dictó una carta dirigida al Cardenal, que copiamos en un folder, en la que le pedia disculpas por sus errores de antaño, rogandole incluir el villancico en la programación navideña de la Catedral. Soledad Alvarez se había afanado inutilmente en ayudarlo a escribir la letra. Eran vanos intentos de aferrarse a la vida a traves del arte, es decir, lo unico que tenía sentido para el, como la introducción que nunca concluyó, pues la debilidad pudo mas que el deseo, a la literatura del disco de María de Fatima sobre compositores dominicanos.

Dias antes de su muerte, Rolando telefoneó una mañana a mi oficina para decirme que Manuel no despertaba y que, tendido en su cama, no respondía a sus llamados, aunque tenía los ojos abiertos. El corazón me dio un vuelco y, ahogado por el susto, corrí a su casa en compañía de un hijo del maestro Bustamante, ex alumno mío, doctor en medicina que trabaja en el Banco Central. Andres Bustamante encontró a Manuel inconsciente, pero con pulso. Su color, amarillo intenso en todo el cuerpo y los ojos, delataba la gravedad de la situación. Al llegar a la Clínica Abreu, el doctor Fernando Contreras, su gastroenterólogo, lo hizo volver en sí con inyecciones, yen un aparte me dijo que era el final y que debíamos preparamos. El cancer del colon había hecho metastasis en los órganos vitales y solo iban a administrarle paliativos. Sentí que un intenso frío recorría mi cuerpo, dejandome sin aliento por unos instantes.

Manuel Rueda pasó cuatro días y medio en la Clínica Abreu, rodeado de amigos íntimos y algunos familiares. Alli estuvimos los que siempre lo habíamos querido y admirado, y desfiló mucha gente que lo conocía. El sabado por la noche llegaron, desde Puerto Rico, Manolito y Agustfn. Los había estado esperando con ansiedad para entregarse a su destino. Murió el lunes 20 de diciembre de 1999, a las tres de la tarde. Al día siguiente, su sepelio fue sencillo, sin guardia de honor, sin polfticos notables, con una representación oficial modesta que pasó casi inadvertida. Se fue como había vivido, con sencillez, sin aspavientos, dejando mucho dolor entre nosotros. Unicamen te la musica, a traves del adagio sostenuto de la Hammerklavier, sirvio de marco sonoro a su adios final en el cementerio, donde reposa junto a dofia Marina.

Años antes, cuando estructuro su antologiaMateria del amor, quiso cerrarla con un poema que era, sin saberlo entonces, su propio epitaño:

"Muerte la luz revuelta por el manto / que apenas cubre la vision del seno. / Muslo en esguince de lo blanco lleno / y la sien verdecida en el acanto. // Si la muerte lo alaba no hay un canto / mayor que ese silencio, que ese treno / duldsimo de piel en que sereno / se hace el son a la curva de otro llanto. // Al fin desnudo esta. Flores y vellos / trenzan delicias en vision de alcores / y su belleza extiendese en destellos. // Lo desnudo la muerte: vellos, flares. // Esta ya sin dolor. Esta completo. / Ahora la etemidad es su secreto."22

Notas

  1. “La criatura terrestre”, en el libro homónimo (1963).
  2. “Mi madre, desde los 9 años”, en Por los mares dela dama (1976).
  3. Fragmento xxxiv del “Libro del comienzo y el fin”, en Lasmetamorfosis deMakandal'(1998).
  4. “Paseo”, en Las noches (1949).
  5. “La criatura terrestre”, op. cit.
  6. Citado por Nicanor Parra en el libro de entrevistas de Juan Andrés Pina, Conversaciones con la poesía chilena, Santiago de Chile, Pehuén, 1990, p.36.
  7. Los programas aparecen en la obra Vida musical en Santo Domingo, 1940-1965,de Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón, publicada en la Colección del Banco de Reservas de la República Dominicana, Santo Domingo, Editora Corripio, 1998.
  8. “Conseja de la muerte hermosa”, 2, en Las edades del viento. Poesía inédita 1947-1979 (1979).
  9. Isla Abierta, domingo 14 de noviembre de 1999, p.2.
  10. Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón, op. cit., p.357.
  11. “Los conciertos de Beethoven y la OSN”, en Isla Abierta, sábado 3 de octubre de 1981.
  12. La criatura terrestre, op. cit
  13. Véase la Cronología de su labor musical y literaria, elaborada por el propio Rueda gracias a la colaboración de Apolinar Núñez y José Alcántara Almánzar, y que incluyó como apéndice de su obra Papeles de Sara y otros relatos, op. cit.» p.343­-351.
  14. Ver Vida musical en Santo Domingo, 1966-1996, de Arístides Incháustegui y Blanca Delgado Malagón.
  15. “Variaciones del ocio”, en La criatura terrestre.
  16. “Ritos cotidianos”, en Congregación del cuerpo único.
  17. “Final de carta”, en Congregación del cuerpo único.
  18. “El enigma”, en Las edades del viento, 1969.
  19. Por los mares dela dama. Poesía 1970-1975,op. cit.
  20. Contregación del cuerpo único, op. cit.
  21. El jurado de poesía estaba compuesto por Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda y Máximo Avilés Blonda; el de literatura por Freddy Prestol Castillo, Virgilio Díaz Grullón y Ramón Francisco; y el de ensayo por Pedro Troncoso Sánchez, Héctor Incháustegui Cabral y Hugo Tolentino Dipp. Cuando fallecieron Prestol Castillo e Incháustegui Cabral, fueron sustituidos por Antonio Zaglul y José Alcántara Almánzar, respectivamente. El secretario del grupo fue siempre el novelista Marcio Veloz Maggiolo.
  22. “Ahora la eternidad”, en Materia del amor. Biblioteca Básica Dominicana, dirigida por Pedro Vergés, Santo Domingo, Editora Taller, 1994.