Ciencia y Sociedad, Vol. 50, No. 1, enero-marzo, 2025 • ISSN (impreso): 0378-7680 • ISSN (en línea): 2613-8751

EL DESAFÍO ANTILLANO O LA PRESENCIA HAITIANA EN LA REPRESENTACIÓN DOMINICANA

The Antillean challenge or the Haitian presence in Dominican representation

DOI: https://doi.org/10.22206/cys.2025.v50i1.3324

Fernando Ferrán Brú

Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). República Dominicana.
fferran1@icloud.com
https://orcid.org/0000-0001-6584-2530

Recibido: 3/10/2024 ● Aprobado: 9/3/2025

INTEC Jurnals - Open Access

Cómo citar: Ferrán Brú, F. (2025). El desafío antillano o la presencia haitiana en la representación dominicana. Ciencia y Sociedad, 50(1), 129-153. https://doi.org/10.22206/cys.2025.v50i1.3324

Resumen

Este ensayo, de naturaleza bibliográfica y proceder inductivo, sustenta que, en la República Dominicana, la población experimenta una versión antillana del “choque de civilizaciones”, dado el impacto socio-cultural e institucional de la inmigración irregular procedente mayoritariamente de Haití. No se trata ya de la idea occidental genérica, tal y como la expuso Samuel P. Huntington, sino de la presunción de hispanidad y de modernidad occidental que voluntariamente adopta el pueblo dominicano desafiado por la supuesta barbarie presente a su alrededor tras su imagen del haitiano. Al igual que el insigne profesor adujo que el nacionalismo nos lleva indefectiblemente a la barbarie, esta es resentida, cada día, en la isla antillana, por efecto de la presencia de una inmigración en condiciones de irregularidad que procede de una Haití, sumida en su propia agonía. El proceso estudiado incluye los principales hitos culturales e históricos que configuran, a nivel antropológico, la conciencia y la comprensión del dominicano respecto a su otro, el haitiano. Finalizada la evaluación, queda por responder, ante un avenir incierto de ambos grupos étnicos, lo que aquí se denomina como la cuestión cartesiana subyacente a la capacidad de respuesta civilizadora del pueblo dominicano.

Palabras clave: inmigración, transculturación, civilización, conflicto cultural, identidad nacional.

Abstract

This essay, of a bibliographical nature and inductive procedure, argues that in the Dominican Republic, the population experiences an Antillean version of the “clash of civilizations”, given the socio-cultural and institutional impact of irregular immigration, mostly from Haiti. It is no longer a question of the generic Western idea, as Samuel P. Huntington put it, but of the presumption of ‘Hispanicness’ and Western modernity that the Dominican people voluntarily adopt, challenged by the supposed barbarism present around them behind their image of the Haitian. Just as the distinguished professor argued that nationalism inevitably leads us to barbarism, this barbarism is resented, every day, on the Antillean island, due to the presence of immigration in irregular conditions coming from a Haiti, immersed in its own agony. The process studied includes the main cultural and historical milestones that configure, at an anthropological level, the conscience and understanding of the Dominican regarding his other, the Haitian. Once the evaluation is complete, what remains to be answered, given the uncertain future of both ethnic groups, is what is here called the Cartesian question underlying the capacity for civilizing response of the Dominican people.

Keywords: immigration, transculturation, civilization, cultural clash, national identity.

“Aquiles: Pasarán mil años y aún se hablará de esta guerra.

Héctor: Para entonces no quedará ni el polvo de nuestros huesos.

Aquiles: Es verdad, pero sí nuestros nombres”

Homero1

Introducción

La apreciación dominicana de todo lo que concierne a Haití, en y desde la República Dominicana, tiende a dividirse actualmente en dos grupos: quienes radicalizan su discurso de defensa a la patria, dado el número de inmigrantes haitianos indocumentados que no dejan de poner entre paréntesis la institucionalidad, las tradiciones y el sistema axiológico predominante en la parte oriental de la isla de la Española; y el que procura otra representación, tanto de sí mismos en tanto que dominicanos, como de todo lo que nos vincula al mundo haitiano. Estos últimos se acogen a las virtudes del agradecimiento histórico y a los valores universales de la solidaridad humana.

Enmarcadas por esa contraposición, en la conciencia dominicana figuran -a lo largo y ancho de los últimos decenios del siglo XX y lo que va del XXI- cuatro representaciones sintéticas2 que articulan lo que es y significa el sujeto haitiano para buen número de dominicanos. Esas representaciones, según la percepción dominante en dicha conciencia, serán expuestas en este ensayo de raigambre antropológica, en los siguientes apartados:

(I)Desde la composición social haitiana, el otro del dominicano;

(II)Pasando por sus manifestaciones históricas, en tanto que invasores y usurpadores,

(III)Sin por ello olvidar su propia institucionalidad y frágil formación estatal;

(IV)Hasta llegar a sus más cimeras apariciones cívicas y culturales, en tanto que contrapuestas -en la República Dominicana- a las dominicanas.

Finalizado el recorrido, la conclusión a la que se llega por la vía lógica de la inducción3, permite reconocer, en la tradición teórica de Samuel Huntington (1993), pero redimensionada exclusivamente en y desde la República Dominicana, el choque antillano dominicano-haitiano. Ese conflicto diferencia la modalidad en función de la cual el dominicano contemporáneo percibe, evalúa y procede, al momento de incorporar a su sociedad, y aculturar en su modo de vida, al inmigrante haitiano, a diferencia de la experiencia tenida con los más diversos flujos migratorios en el país y en contraposición a lo que se tiene por dominicano.

La cuestión es crucial. El porvenir dominicano, así como su propio avenir, está entrelazado -desde el presente- con el del haitiano, ante todo el del inmigrante no documentado y su descendencia, por una simple razón: la hasta ahora indispensable dependencia del mercado laboral dominicano del ingreso indiscriminado de una mano de obra no calificada e indocumentada procedente de Haití. De ahí, la gran alternativa que enfrenta la sociedad dominicana como tal.

El haitiano, diverso al dominicano

“Ulises: Si alguna vez cantaran mi historia

cuenten que caminé entre gigantes.”

Homero

Contexto

El pasado dominicano es de índole compleja. Tan intrincado que, como un lago profundo, se sustenta a sí mismo a partir de tres corrientes fluviales.

Por veces deja la impresión que -en términos políticos- la sociedad dominicana se considera un fraude, un fracaso (León, 2019, pp. 227-247), al compararse a naciones más institucionalizadas como la estadounidense y otras tantas europeas. En otras tantas ocasiones, sin embargo, se descubre a sí misma en lo escrito con valor y espíritu combativo como fruto de su propia “ficción” (Jimenes Grullón, 2020) narrativa. Pero hoy día nada de eso es frecuente. Lo más usual y significativo es lo que aparece como sedimento arrastrado por la corriente de los hechos, cuantas veces esa misma sociedad se beneficia, se perjudica o simplemente encuentra su propio paño de consolación con el otro-de-sí-misma.

El otro

En ese contexto, el conglomerado social dominicano parece descubrir una de sus razones de ser teniendo al otro de sí mismo en el haitiano y en todo lo que a este se refiera. Ese sujeto y lo que a él le significa sustentan a un “Otro-Primitivo” (Valerio-Holguín, s.f.).

Así, el haitiano pasa a ser, no ante todos los dominicanos, por supuesto, aunque sí un número significativo de estos, ese otro que merodea el país en su condición de “bárbaro vago” (Yri Hosten, 2008)4.

En cualquier escenario, a modo cercano, aunque no idéntico al clásico ‘scapegoat’ que reaparece en uno y otro capítulo de la historia occidental, el haitiano pasa a ser “el otro de los dominicanos” (Lora, 2014).

En tanto que ser extraño y ajeno a lo que es propio a la dominicanidad y al dominicano, de conformidad con la autorrepresentación imaginaria de este, él y lo haitiano quedan indisolublemente ligados a la concepción decimonónica de raza negroide, tal y como se reconoce constitucionalmente, en términos genéricos, en Haití5. Solo que, a partir de ese hecho, la cuestión haitiana se complica. Al tratar al otro de los dominicanos como “negros”, pareciera ser que camuflajeamos nuestro dejo de racismo y apañamos la fobia étnica que foráneos endilgan -independientemente de razones- a la sociedad dominicana. Antihaitianismo, racismo y xenofobia del dominicano, tanto más censurables, cuanto que la sociedad dominicana carece de angelicales caucásicos.

Claro está, todo el que viva “en la luna”, acusará de racista y xenófobo al dominicano. Por ello, el contraargumento no se hace esperar. “Haití es el único Estado fundado sobre la base del odio racial de la negritud. Ciertamente aquí, como en todas partes, existen minorías racistas, pero aquí no hay racismo estructural; por el contrario, somos ejemplo verdadero de Estado y Nación multirracial” (Vargas, 2024).

Apología aparte, empero, lo significativo a propósito del otro-del-dominicano es que, “el dominicano no es racista: es peor. La idea del ‘dominicano’ es la de un ser blanco, católico, hombre. Pero resulta que este ‘buen dominicano’ no es una de las dos primeras cosas. Más que estar enfrentado a un “otro”, nos situamos frente al espejo y nuestro pecado original será el haber nacido en el mulataje” (Mena, 2024). Para el autor, una vez confundido negro con haitiano, es como si el antihaitianismo mutara y se convirtiera en autodesprecio6.

En la segunda mitad del siglo XIX se crearon unos lugares comunes que mantuvieron plenamente su vigencia en el siglo XX e incluso en el siglo XXI. Fue allí cuando adquiría su forma el canon nacionalista, entendido como los dispositivos de poder que sirven para “fijar” los conocimientos en ciertos lugares, haciéndolos fácilmente identificables y manipulables. Ese canon quedará finalmente estructurado en el siglo XX y específicamente en la dictadura de Rafael L. Trujillo” (Lora, 2014)7.

De manera que, independiente que sea otro, primitivo, bárbaro, vago u otros motes como mendaz, pedigüeño, supersticioso, violento, traicionero y análogos, esas y otras calificaciones fueron utilizadas -desde las clases dominantes e ilustradas- para presentar y hacer valer la dominicanidad como antihaitianismo o negación de la diversidad de los otros. He ahí el “antihaitianismo de Estado” (Moya Pons, en Acento, 2022)8.

Frente a aquel otro ser incivilizado y dechado de antivalores y contrariedades, está un sujeto nuevo, pero esta vez liberado de cualquier atisbo del otrora ‘gran pesimismo’ dominicano. Es como si, gracias a la otredad haitiana, el pesimismo decimonónico y de inicios del siglo XX de “los letrados de la nación dominicana” (Fornerín, 2013), en tanto que enraizado en el campesinado tradicional, fuera redimido de una vez y por todas de las lacras del alcohol, del juego de azar, del libertinaje moral, del afán lúdico, de la pobreza, de la poltronería, de la doblez y de la pulsión pasional del sexo, gracias a la obra del Benefactor y Padre de la Patria Nueva, Trujillo, en contraposición, a partir de ahora, con la miseria material y espiritual figurada en la haitianidad de seres decadentes y necesitados9.

En cualquier hipótesis, la otredad del haitiano frente al dominicano no justifica alguna concepción maniquea. Se trata de algo más objetivo y fundamental: una “isla de dos memorias”, según la genial intuición de Manuel Rueda en La Metamorfosis de Makandal (1999, pp. 125, 171, 213)10.

Lo hispánico al rescate de lo dominicano

En la memoria histórica dominicana, su razón de ser frente a la haitiana estriba en la presumible herencia hispánica del pueblo dominicano. Cierto, en la actualidad -estando inmersos en un mundo fundamentalmente tecnificado y en vías de globalización comercial y de estilos de vida- ese legado puede resultar más cuestionable que antaño. No obstante, para efectos de identificación de los dominicanos frente a Haití y al conglomerado haitiano, la herencia hispánica hizo y sigue haciendo de principio y fundamento de la dominicanidad.

La versión hispanista invocada al rescate de la originalidad de lo dominicano, se justifica en esta especie de argumentación:

a.La Madre Patria proveyó a su prole en La Española y en el resto de sus colonias americanas de idioma, historia, religión, carácter, costumbres, derecho, e incluso cierta cosmovisión personalista y quijotesca.

b.La población indígena -léase bien, la que no fue exterminada en la isla por enfermedades incurables en aquellos tiempos- finalizó evangelizada e incluso no mantuvo ni difundió su habla aborigen; aún más, se cruzó y enriqueció genéticamente con la intervención hispánica.

c.En ese contexto, la colonia española de Santo Domingo es dónde ‘todo comenzó’. Ella, más que colonia despoblada y abandonada, simboliza lo que es: cuna de la civilización hispánica en el hemisferio americano.

d.La historia, la lengua, las costumbres dominicanas evidencian que ya desde antes y, por supuesto, después de 1844, la memoria, el modo de vida, las costumbres y los valores de la población sortean el mundo indígena, ocultan sus raíces afro-caribeñas y se refugian en la hispanidad.

e.El novelado Enriquillo pasa a ser la sombra del `buen salvaje´ de Rousseau, precursor del dominicano, al que había que civilizar; y el negro, esclavo o liberto, no deja de ser la encarnación de la africanidad que hay que ocultar si no rechazar.

f.A tal extremo llega el ocultamiento que resignadamente se repite, todavía hoy día, que el dominicano es ‘indio’ y tiene ‘al negro detrás de la oreja’11.

Será por ingenuidad o por pura inocencia, pero en esa percepción de hispanidad, en contrapunteo al otro de simiente africana, quedan ocultos tres hechos irrefutables:

1)Siglos de total abandono de La Hispaniola y, por vía de consecuencia, el erosionado proceso de civilización venido a menos al que se vio expuesta una exigua población sumida en su propia miseria desde antes y después de las Devastaciones de Osorio.

2)Lo que salta a la vista detrás de aquella oreja dominicana es la pigmentación caucásica, ninguna otra.

3)Como forma de ocultamiento, se ideologiza literariamente al aborigen -a modo de saga del “salvaje” de raigambre roussoniana- y, al mismo tiempo, se priva de esa opción al negro, oriundo del África o del oriente u occidente de una misma isla repartida originalmente por dos metrópolis europeas.

El referido marco de referencia fáctico depende de una visión maniquea en la que predomina la idea12 de que Europa encarna el progreso y América, sea esta indígena, mestiza o afrodescendiente, el obstáculo por excelencia para progresar y modernizarse. Así, el dominicano y la dominicanidad se tienen y quieren entender a sí mismos como herederos espirituales de la pretendida hispanidad, civilizada y europea13. Y, por tanto, el valor del ser-dominicano no vale por sí mismo, sino como atributo de otra instancia, sin la cual no hubiera cómo hablar del ‘dominicano’ como tal.

En cualquier hipótesis, el conglomerado dominicano preserva con orgullo y dignidad algo más que su estado político, atrofiado y mísero. Los pobladores, sumidos y consumidos en una existencia material repleta de penurias, se percatan de que se reproducen a sí mismos, gracias al contrabando y los sitiados, al tiempo que llegan a tenerse como sinónimo de civilización, ajenos al desorden e incivilidad que comenzó a significar Haití y su negritud -paradójicamente- tras el 1º de enero de 1804.

El cosmopolitismo racial

La singularidad dominicana -enraizada en su condición de ser no una, sino “la comunidad mulata” (Pérez Cabral, 1976)- pone en evidencia que, aun cuando se quiera ocultar la negritud, no por ello se practica “el exclusivismo racial” que reina en el ámbito propiamente dicho de los haitianos. Por demás, tal y como se esgrime al menos desde tiempos de Bonó (1980, p. 219), el “cosmopolitismo racial” dominicano es sinónimo de convivencia pacífica y signo de adaptabilidad y superioridad dominicana ante aquel exclusivismo.14

En verdad, el dominicano no solo devino por sí mismo diferente del haitiano, sino que es -o mejor, asume y presume que llegó a ser- de raigambre cultural hispánica y, por tanto, indudablemente superior a su otro. Encarnada la otredad de sí mismos en los pobladores de Haití, a estos se les respeta su diferencia e incluso se les agradece su relativa cooperación histórica15 a la causa dominicana. Pero, no, por tanto, dejan de ser diferentes y divergentes al dominicano y lo suyo.

La autocomprensión dominicana permite coexistir con Haití y con los haitianos, sin que estos sean percibidos con la animadversión que se le reserva exclusivamente al enemigo. Eso así, a menos que el pueblo limítrofe asuma, de conformidad con variados libretos, el papel de inmigrante invasor. En esta instancia, se salvaguarda aquello de que “somos pueblos vecinos pero no pueblos hermanos… De ahí que no creamos en la mentirosa confraternidad dominico-haitiana” (Balaguer, 1927).

En cualquier hipótesis, el otro del dominicano muta de manera irremediable e indefinida, hasta ser encauzado, con el paso del tiempo y de los hechos, en una isla y dos memorias: una de ellas civilizada, por vía de su herencia española, la otra bárbara, sin cánones occidentales de civilización, a pesar del indiscutible “bovarismo” galo16 de su clase letrada y dirigencial. Cada una de ellas es la otra de la diversa y, por ende, ambas permanecen irreducibles y contrapuestas entre sí.

El invasor

“No hay pacto que valga entre leones y hombres.”

Homero

La frontera

Previo a adentrarnos en este punto, no perdamos de vista que “las fronteras son las cicatrices de la historia”, como recuerda el catalán Joseph Borrell; o bien, recordando al intelectual y canciller cubano Jorge Mañach, “las fronteras están ahí… uno de esos hechos tercos con los cuales no hay más remedio que entenderse, siquiera sea para sacarles el mejor partido posible, para compensar su inevitable particularidad con un propósito universalista17.

Se trate de una cicatriz o de un hecho terco hasta la obsesión o del fanatismo, lo inobjetable es que la frontera dominico-haitiana aparece aún hoy día acaparada por visiones contrapuestas.

“No olvidéis que la situación (fronteriza) tiene peculiaridades extraordinarias y que todas ellas conspiran contra nuestro destino: para los dominicanos la frontera es una valla social, étnica, económica y religiosa absolutamente infranqueable; en cambio, para los vecinos, la frontera es un espejismo tanto más seductor cuanto mayor sea el desarrollo del progreso y más levantado el nivel colectivo en la parte del este” (Peña Batlle, 1950)18.

La percepción dominicana

Esa frontera multifacética da pie a las más divergentes acepciones. Una de ellas, la de un número significativo de dominicanos que, impregnados de memoria histórica, reitera, en todo, tanto los litigios fronterizos, como la concepción haitiana relativa a la indivisibilidad de la isla. Esa aprensión al haitiano fundamenta “la mentalidad de una gran parte de la población dominicana que vive aún cautiva del espectro del colonialismo y del trujillismo” (Maríñez, 2016, p. 65).

Sin embargo, la cuestión tiene raíces históricas más antiguas. Según Dilla y Carmona (2010, pp.36 y ss.), desde fines del siglo XIX y comienzos del XX, la élite dominicana miró la zona fronteriza con Haití con suma desconfianza, debido a la pretensión haitiana de unificar políticamente la isla19.

Durante esos períodos, el Estado dominicano se mostró incapaz de exhibir control de su propio territorio y la franja dominicana de la frontera terrestre entre ambos países experimentó un proceso demográfico de haitianización y de brotes autonomistas protagonizados por caudillos militares o por líderes sociales dominicanos. Las consecuencias no se hicieron esperar.

Finalmente, fue durante los gobiernos de Horacio Vásquez y los 31 años de Rafael L. Trujillo que la línea fronteriza pasó a ser objeto de atención del Estado dominicano. A pesar de -o quién sabe si debido a- todo lo ocurrido en aquellos tiempos, el proceso fronterizo culminó en la delimitación territorial de la zona20. Este solo hecho, marcó el final de la preponderancia haitiana en la isla y la caracterización muy significativa de los más diversos gobiernos dominicanos empeñados por ejercer el control fronterizo y fomentar el dominio de las relaciones comunitarias transfronterizas.

“La fase actual”, siempre según los autores de referencia (ver, Op. Cit.), inicia en la última década del siglo pasado y llega al presente. Durante esa treintena de años se instaura un proceso de transición hacia una frontera interdependiente, aunque muy asimétrica, en razón de la preponderancia comercial de la parte dominicana sobre la haitiana. Sobre el tapete queda obnubilada la normatividad y la institucionalidad comercial de los mercados municipales dominicanos, y ni hablar del sinfín de puestos de tráfico de mercancías aún más informales e improvisados a lo largo de toda la línea divisoria.

Vulnerabilidad dominicana

El antedicho circunloquio a propósito de la frontera permite reconocer tres hechos incuestionables. El primero: “Hoy no existe ningún diferendo fronterizo. La frontera está perfectamente delineada por el Tratado de 1929 y el Protocolo de 1936. Lo que ha existido en las últimas dos décadas, hasta hoy, es un estado de laissez faire que tiene como contrapartida un descuido permanente de la seguridad fronteriza por parte de las autoridades dominicanas”, (Moya Pons en Acento, 2022).

Segundo, lo que se perpetúa es una realidad limítrofe controvertida por su vulnerabilidad. De un lado, el incesante flujo de inmigrantes haitianos calificados como indocumentados, en condiciones de irregularidad; y, del otro lado, la impunidad que asiste a quienes en el país receptor propician dicho éxodo, a la vista, sin fin ni control. Esos últimos son los verdaderos invasores, “los que hacen dinero con su tragedia (la del empobrecido inmigrante haitiano) o procuran gracia frente a los gobiernos extranjeros para acreditar bonos políticos” (Taveras, 2018).

Independiente de su valla divisoria, y de cuerpos armados que todo lo militarizan, por esa línea -que no es la de Pizarro ni el Rubicón, sino la de Maginot- cada día ingresa al país una fuerza laboral haitiana requerida, pero no por ello bienvenida por todos21.

La imitación de una frontera disoluta termina de rarificarse con un tercer evento que apela al entendimiento. Desde predios urbanos, apuntalado por ciertos intelectuales, gobernantes y opinadores, se habla con insistencia de la “invasión” y, también pero menos, de “ocupación” haitiana. Por medio de estas, Haití y su aglomerado poblacional pretenderían, todavía en pleno siglo XXI, la usurpación y dominación del territorio dominicano.

¿Cómo se manifiesta dicha terquedad? Repitiendo, sin temor a errar, que “el sueño de la isla una e indivisible es una pesadilla que ha echado hondísimas raíces en el África tenebrosa de la conciencia nacional haitiana”; después de todo, “en el palacio Presidencial de Haití han habitado y habitan los peores enemigos de la viabilidad de nuestro ideal Republicano” (Balaguer, 1927).

Para mejor entender esas y otras afirmaciones a propósito de los haitianos, en su rol de invasores, es menester no pasar por alto la forma “burda” en que “nuestra historia con Haití” (Vega, 2024) ha sido tergiversada por intelectuales sobresalientes y astros del poder dominicano. Mediando esas desfiguraciones, toma peso el hecho de que el territorio oriental de la Española estuviera 22 años dominado por Haití. Más aún, el que no fuera con la independencia dominicana de 1844, sino hasta el año de 1867 que la Constitución haitiana fue modificada y dejó de decir que “la Isla de Santo Domingo es única e indivisible”, para por fin establecer en su primer artículo: “La República de Haití es una e indivisible, esencialmente libre, soberana e independiente. Su territorio y los de sus islas adyacentes son inviolables y no pueden ser enajenados por ningún tratado o convención” (Haití, Constitution 1867) 22.

En resumen, es difícil minimizar o soslayar las consecuencias en el espíritu dominicano en construcción durante aquellos años decimonónicos de ocupación e incursiones haitianas, en la parte oriental de la isla. “La persistente intención de recuperar la parte Este por los dirigentes haitianos facilitó a la República Dominicana la obtención de legitimidad hacia dentro y hacia fuera. También contribuyó a la recreación de un discurso antihaitiano como elemento constitutivo del canon nacionalista” (Lora, 2014).

Inseguridad nacional

El peligro de invasión -en razón de la otrora plétora de emperadores, reyes y sucesivos presidentes haitianos, en el imaginario colectivo dominicano- pasó a ser comidilla de una invasión -ahora pacífica- protagonizada por una hueste anónima y silenciosa de inmigrantes empobrecidos. “Si no se frena la masiva inmigración haitiana, en un plazo de entre 10 a 20 años podríamos perder el país, sin tirar un tiro” (García, 2021)23.

El subsecuente sentimiento de impotencia ante la ocupación de furtivos inmigrantes en condiciones de irregularidad se ve reforzado por el controversial designio de la comunidad internacional, a propósito del rol que ha de jugar la República Dominicana en el futuro de Haití24.

Uno de los asideros más objetivos de la conjura anti dominicana está relacionado con la recomendación de una misión técnica de Naciones Unidas a Haití en 1949. Consciente de la alta densidad demográfica de un Haití de limitados recursos naturales, dicha misión técnica consideró como una alternativa de solución posible la emigración de familias haitianas enteras hacia países de la cuenca del Caribe de baja densidad demográfica y “que han dado a conocer su disposición y deseo de recibir inmigrantes para ayudar a desarrollar sus recursos naturales” (Naciones Unidas, 1949, p. 12; ver, Vega, 2024). El reporte de referencia no especifica qué países supuestamente han dado a conocer su disposición y deseo de acoger a esos inmigrantes; tan solo menciona una serie de países como Cuba, la República Dominicana, Jamaica y otros, unos con más y los demás con menos presión demográfica que la haitiana (Naciones Unidas, 1949, pp. 29 y 31).

En ese contexto, sobresalen los reparos doctos de autores como Manuel Núñez ante toda una serie de organizaciones sin fines de lucro (ONG´s) y personeros que, como por ejemplo Sonia Pierre o MUDHA, trabajan “para la expansión de la colonización haitiana en el país” (Núñez, 2001, p. 87), pues “las maniobras diplomáticas, las montañas de reclamaciones de la diáspora haitiana, los esfuerzos de las ONG prohaitianas establecidas en el país, mantienen encriptado un solo objetivo: la República Dominicana es la tierra que han de colonizar las masas de hambrientos y analfabetos que no puede absorber Haití” (Núñez, 2001, p. 107).

Independientemente de los avales que ampara tales asertos25, lo decisivo es que de nuevo señala hacia el haitiano, en gala de invasor y adversario, pues atenta subrepticiamente en contra de la existencia y los mejores intereses de la patria dominicana.

Pasado y presente se dan la mano en ese punto26. En la actualidad solo queda en el espejismo imaginario la indefinición a propósito de si la ola de inmigrantes haitianos irregulares que entran al territorio dominicano lo hacen a sabiendas de que el simbólico río que a decir de Freddy Prestol Castillo (1979)se pasa a pie”, ha perdido, tanto su nombre, como su icónico valor de límite fronterizo.

De ahí los rasgos apocalípticos de la hora actual. El socorrido mote de la invasión haitiana27 recobra vigencia en la conciencia del pueblo dominicano –hic et nunc- debido al trasvase poblacional de Haití hacia la República Dominicana. Trasvase ese que acontece “con la abulia y cobardía típica de los mercaderes de la política, de los negocios e incluso de unos uniformados que han incumplido con sus deberes” (Báez Evertsz, 2021).

Legado fallido

“Los dioses nos envidian.

Nos envidian porque somos mortales,

porque cada instante nuestro podría ser el último,

todo es más hermoso porque hay un final.”

Homero

Haciendo memoria

Ese otro e invasor que atenta contra el dominicano viene entrecogido por los dos extremos de una misma tenaza. La una mantiene una visión favorable de Haití -en tanto que excolonia liberada gracias a su propio valor, heroico-; la otra carga con la defensa de la patria asediada, dada la siempre latente y recordada amenaza del malqueriente y envidioso, bárbaro e invasor.

Independiente de qué lado de la misma tenaza le imprima más carácter, el sujeto haitiano pocas veces se libra de ser centro de notables controversias en el lar dominicano; o moneda de cambio, debido al desorden institucional que reina en Haití, así como de indiferencia, en la comunidad internacional.

La literatura consultada confirma ese flujo y reflujo de posiciones. Y la paradoja es innegable. El país se constituye con una mayoría de afrodescendiente que no se reconoce en la alteridad del haitiano, sino en la mismidad hispánica. A todas luces, fue durante la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (1930-1961) cuando “se convirtió en razón de Estado la idea de que la República Dominicana era un país de origen exclusivamente hispánico, donde lo negro, lo mulato, no figuraba como parte del colectivo nacional” (de León Olivares, 2019, p. 83)28.

Valoración intelectual

Si bien intelectuales de la talla, por ejemplo, de Américo Lugo evitaron adoptar un discurso antihaitiano e incluso hablan de una confederación dominico-haitiana o antillana, empero, otros de la valía de Manuel Arturo Peña Batlle y Joaquín Balaguer idearon y propagaron la antedicha dominicanidad-hispanófila. Según esta, todos los rasgos que brindan identidad al pueblo dominicano –lengua castellana, religión católica, moral cristiana, tecnología, organización del poder, jurisprudencia, costumbres y cultura occidental, e incluso preferencia racial– se llegan de conformidad con el molde hispánico y las aspiraciones y expectativas propias al mundo estadounidense y occidental.

En contraposición, la haitianidad refleja la amenaza, el resentimiento, la incivilidad y la miseria económica y cultural que le llega, a contracorriente, a la sociedad dominicana. En cuanto tal, encarna una condición que para algunos no deja de ser un llamado a la solidaridad; pero, para muchos otros, es más que una clarinada de alerta por el tumor sociocultural que se propaga, sin orden ni control, en el seno del cuerpo social de la nación dominicana.

La Patria

En ese marco de referencia, se reconoce que hay que defender la causa sagrada de la Patria -así, con mayúscula. Protegerla, - del “éxodo masivo y ocupación” del territorio nacional que con sigilo demográfico realiza de manera progresiva la población haitiana (Movimiento, 2018, pp. 4, 11; Núñez, 2017, pp. 35-39, 73-81, 615-624, 633, 639-644; Arno, 2024).

De ahí dos consecuencias paralelas, aunque paradójicamente convergentes por sus implicaciones:

1)Primera consecuencia, hay que defender la integralidad territorial de la Patria y objetar cualquier intento conducente a la “fusión” de ambos estados políticos y sus respectivas poblaciones en una sola entidad política; y,

2)Segunda, evitar a toda costa que “la internacionalización de la solución a los problemas planteados por el colapso de Haití” recaiga en los hombros del pueblo dominicano y no en las espaldas de la comunidad internacional (Castillo, 2018, pp. 20-22).

La justificación primera y última de esa postura nacionalista es que el pueblo dominicano considera un atentado a su existencia soberana, defender los derechos de las personas, desconociendo o subordinando el derecho de las naciones y de sus sustratos patrióticos, culturales e históricos29.

De ahí el corolario de esa decisión. No hay en la República Dominicana, tampoco desde ella, solución alguna al sinfín de crisis institucionales que llevan a la República de Haití a ser definitivamente un estado frustrante y fallido30.

El “cuco” ...31

El sano raciocinio recomienda valerse de la virtud de la prudencia para no afirmar como incuestionable y evidente lo que no esté avalado por pruebas objetivas y fehacientes. Sin embargo, lo que sí queda avalado por la información disponible son estas tres situaciones de naturaleza distinta, pero de muy alto impacto en la apreciación dominicana:

a.El sesgo anti dominicano de las decisiones de la comunidad internacional. “La criminal conspiración para derribar la soberanía de la República Dominicana en materia de nacionalidad, migración y control en fronteras”, por parte de referentes extranjeros como Estados Unidos, la Unión Europea y los Organismos Internacionales. Por eso, el rechazo de cualquier indicio de utilización de la República Dominicana como “Estado Pivote y Zona de Amortiguamiento” por parte de cuantos asuman “erróneamente que los dominicanos no lucharán por su Patria” (Castillo Semán, 2022).

b.El antihaitianismo, como si fuera hechura dominicana y no occidental, aun cuando en verdad es expresión de la condena europea y estadounidense a la violenta insurrección de los antiguos esclavos en la colonia francesa de Saint-Domingue (Torres-Saillant, 2012).

c.La falacia de abogar por una federación dominico-haitiana, pues no solo se presta a la confusa fusión de ambos países, sino que “no es idea extranjera, sino de Balaguer y Casado Soler” (Olivo Peña, 2017; Rodríguez Huerta, 2015), debido a que versa sobre “un pacto de unión permanente que salvaguarde los preceptos de paz, progreso y justicia que se han trazado nuestros dos pueblos...” (Citado en Olivo Peña, 2017).

…Y la contrariedad dominicana

Develado el trasfondo del referido espantojo, tal problemática ofusca el sentido de las mejores enseñanzas, entre muchas otras, de Juan Pablo Duarte, relativas a la población de Haití y sus virtudes:

“Yo admiro al pueblo haitiano, veo cómo vence y sale de la triste condición de esclavo para constituirse en nación libre e independiente. Le reconozco poseedor de dos virtudes eminentes: el amor a la libertad y el valor, pero los dominicanos que en tantas ocasiones han vertido su sangre, ¿lo habrán hecho solo para sellar la afrenta de que en premio de sus sacrificios le otorguen sus dominadores la gracia de besarles la mano? ¡No más humillación! ¡No más vergüenza! Si los españoles tienen su monarquía española y Francia la suya francesa; si hasta los haitianos han constituido la República Haitiana, ¿por qué han de estar los dominicanos sometidos ya a la Francia, ya a España, ya a los haitianos, sin pensar en constituirse como los demás? ¡No, mil veces no! ¡No más dominación! ¡Viva la República Dominicana!” (citado en Sang Ben, 2013).

El propósito de Duarte para fundar la República Dominicana, libre, independiente y soberana de toda dominación extranjera, se sustentaba “en un sentimiento netamente liberal, que abogaba por la libertad absoluta como principio y se inspiraba en los movimientos nacionalistas del siglo XIX, y no en sentimientos en contra de Haití.” (Op. Cit.).

A propósito del sentimiento antihaitiano, un ejemplo clarifica cuán enclaustrada puede llegar a estar la tradición duartiana en sí misma, cuando es alejada de su aporte positivo a los demás, tal y como enseña la posición de Juan Bosch, en 1943, porque “nuestro deber como dominicanos que formamos parte de la humanidad es defender al pueblo haitiano de sus explotadores, con igual ardor que al pueblo dominicano de los suyos...”, (Bosch, 1943).

La comprensión de raigambre duartiana implica, hoy día, superar la tentación de “hegemonía” (Muñiz y Morel, 2019) impuesta por los sectores dominantes de ambos países que se benefician del flujo migratorio haitiano, sobreexplotado al igual que su descendencia, en condiciones de precariedad e irregularidad.

El conflicto antillano de civilizaciones

“Tú me diste paz en una vida de guerra.

Vete, vete, Troya ha caído, vete…”

Homero

El desafío

El reinado de la “globalización” se entenebrece cada día más bajo el peso abrumador de su pretendida universalidad. Su predominio no se reconcilia con el pujante nacionalismo que por doquier se propaga como verdolaga, a la derecha, a la izquierda y en el centro político de las más diversas formaciones gubernamentales. Por vía de consecuencia, dado el innegable impacto que la adversa inmigración de nacionales haitianos indocumentados tiene en la composición demográfica, sociocultural e institucional de la República Dominicana, esta no deja de experimentar en y para sí misma una versión antillana del “conflicto de civilizaciones” (Huntington, 1993; 2004).

Recuerdo para fines de esta exposición que Samuel P. Huntington previó tan temprano como 1993 que “la idea occidental” -de que sería posible contar con una “civilización universal”- contraría el esfuerzo de pueblos enteros que reafirmaban su propia identidad (1993, pp. 40-41). Para él, dado que la ley y el orden son el primer requisito de cualquier civilización, esta parece estar diluyéndose en su inagotable diversidad. Así, pues, siempre de acuerdo al profesor de referencia, más que la globalización económica, lo que nos llega es la barbarie cultural. Y, al cedérsele el paso a “la barbarie”, una nueva Edad Oscura comienza a descender sobre la humanidad32.

Cierto, dicho conflicto civilizatorio no llega en suelo dominicano, al menos por ahora, a la bifurcación de dos etnias y dos lenguas contrapuestas entre sí, como efecto de la contraposición y adversidad de las respectivas proles (dominicana y haitiana)33 que cohabitan al este de la isla de La Española34; pero sí permite presagiar una radical alteración de la identidad histórica del pueblo dominicano y de su ordenamiento institucional. Por eso, para la nación dominicana, se trata de “un asunto de Estado” (Alcántara Almánzar, 2017, p. 215); o, adaptando el universo conceptual de Huntington, es cuestión de visualizar si la pretendida idea occidental naufraga o no en un pueblo antillano que, se ha acogido, motu propio, al legado hispano como vía valedera de eludir cualquier atasco de civilidad menos moderna.

El recelo dominicano de estar constantemente bajo amenaza -de contaminación lingüística, racial, axiológica, cultural y de civilización- por efecto de la indiscriminada presencia haitiana radicada en el lado dominicano de la isla, lo enuncia fidedignamente el padre Romain. Este personaje -sacado de la laureada novela Cosecha de huesos, de Edwidge Danticat,- es un sacerdote haitiano y de misión pastoral en las parroquias fronterizas que reproduce el siguiente discurso nacionalista después de volverse loco por las torturas sufridas en prisión durante la matanza de 1937:

“En esta isla, en cualquier dirección que uno camine un poco, encontrará gente que habla en otro idioma -continuó el padre Romain con un ahínco sin objeto-. Nuestra madre patria es España; la de ellos, el África más oscura, ¿entienden? (…) Los dominicanos debemos conservar nuestras tradiciones, nuestro modo de vida. De lo contrario, en menos de tres generaciones seremos todos haitianos. A menos que nos defendamos ahora mismo, dentro de tres generaciones la sangre de nuestros descendientes se habrá teñido totalmente, ¿me entienden?”, (Danticat, 1998, pp. 257-258).

El desenfrenado éxodo haitiano hacia el oriente del Río Dajabón, desafía, tanto la facultad imaginaria dominicana, como su capacidad institucional de ordenar, organizar y culturizar a nuevos inquilinos en su mercado laboral y en todo el territorio nacional. En otras palabras, ese flujo humano, mayoritariamente indocumentado, pone a prueba con su descendencia la capacidad de resiliencia que tan exitosamente exhibió la sociedad dominicana, en particular, con sucesivos grupos de inmigrantes procedentes de España, Siria, Antillas inglesas, Italia, Alemania, Japón, China, Cuba, Colombia, Venezuela, Rusia y otras tantas procedencias más. (Ver, Ferrán 2022 y 2023)35

En cualquier escenario imaginable, de no superarse aquella prueba institucional de integración y transculturación dominicana de cuanto inmigrante y sus descendientes habiten en el territorio nacional, el batey azucarero, símbolo añejo de reclusión y de exclusión, pasaría a ser el emblema por excelencia de objetables guetos y cuestionables minorías étnicas en el futuro previsible del país.

Por demás, he ahí lo que, lejos de salvaguardar, reniega y contraría el legado cultural de la sociedad dominicana, esa que a todos ha acogido e integrado sin chistar durante siglos. En ese incierto porvenir, de llegar a ser, daría pie a una estirpe metafóricamente hablando de ‘rayanos’36; es decir, descendientes de progenitores haitianos y/o dominicanos, enraizados en la República Dominicana que, en términos de convivencia social y de formalidades, aun cuando no residan la zona fronteriza, terminarían desafiando -en la práctica, no en derecho37- la ley de la gravedad: son de aquí y de allá, es decir, por mera lógica social, ni de aquí, ni de allá.

El choque insular

En la medida en que el desorden y la ausencia de oportunidades frustran la confianza de los lugareños e incitan a la desesperanza en un avenir inalcanzable en territorio haitiano, surge el drama patrio dominicano contenido en términos, no solo culturales, sino por igual geográficos. En 1945, Peña Battle le preguntaba retóricamente al canciller cubano, Jorge Mañach, “cuál es el porvenir” de la población haitiana en constante crecimiento demográfico, antes de responder axiomáticamente: “Haití no puede ni podrá resolver sus propios problemas fundamentales: los problemas haitianos pesan tanto sobre nosotros como nuestros propios problemas” (citado en Balcácer, 2018; ver, también, Núñez, 2017, p.491) Y, por eso,“constituyen necesariamente para nuestro país una permanente y trágica amenaza de penetración masiva hacia los centros feraces y productivos de la isla, que no podemos, que no debemos, que no queremos descuidar los dominicanos de ahora so pena de conspirar nosotros mismos contra la felicidad y la tranquilidad presentes y futuras de nuestro pueblo”, (Op. Cit.)38.

Ahí reside la verdadera, si no única Espada de Damocles, que pende sobre todo el que y lo que sea dominicano. Y, por vía de consecuencia, la compleja envergadura del susodicho desafío que enfrentan el pueblo y la nación dominicana -en función de su propia memoria histórica- a propósito de la presencia disminuida de Haití y de su prole, cada día más empobrecida, allá y aquí.

Dimensiones del conflicto

Dada la pluralidad de los relatos acerca de la realidad consciente del dominicano, el choque de cultura dominico-haitiano bien podría ser concebido en tres dimensiones:

1ª Demográfica. Auscultada la vulnerabilidad de la frontera, así como la consecuente alarma por el incontenible flujo migratorio que procede de Haití, lo cuestionable reside desde una perspectiva demográfica en que, del lado occidental de la división fronteriza, no hay interés ni capacidad de contener la ola migratoria que perturba el orden dominicano; y, del lado oriental, sobreabundan las complicidades que lo estimulan y permiten.

De ahí que, en la actualidad, convenga juzgar esa inmigración en función de tres variables interdependientes entre sí, a pesar de que inflaman el debate39.

a.Tras la desaceleración del crecimiento poblacional dominicano, disminuye la población nativa en edad laboral, se pierde el bono poblacional y se incrementa la vulnerabilidad ante los otros;

b.La economía dominicana ha ido progresando, hasta necesitar en la actualidad la mano de obra haitiana en actividades tan diversas como la agricultura, la construcción y los servicios; y,

c.La interdependencia de ambas economías se analiza bajo el prurito de la mezquindad, es decir, que una se beneficie y que la otra se damnifique.

Esas tres variables socioeconómicas en nuestra actualidad histórica, trenzan a ambas poblaciones en condiciones de inequidad. Así, presagian -en un avenir poco halagüeño- la existencia de dos adversarios sumidos en un altercado característico del choque frontal de pueblos colindantes, pero desiguales, contendientes y divergentes.

2ª Cultural. Esta contraposición enfrenta dos puntos de vista, irreductibles en sí mismos. De un lado, está el legado cultural hispánico, sostenido por el insigne Manuel Arturo Peña Batlle (1951 y 2011) y secundado por otros tantos autores contemporáneos de la talla de Manuel Núñez (2001). Y, del otro, un contrapunteo a ese legado. En este sobresale la no reducción ni subordinación de los patrones de comportamiento culturales y organizacionales dominicanos a su sola hispanidad y rasgos de occidentalización40.

En tal contexto, se inducen tres imperativos categóricos a propósito del encontronazo cultural dominico-haitiano, desde el punto de vista dominicano. Ellos son:

a.No se trata de confundir dos grupos poblacionales diferentes entre sí, pues el haitiano no es el dominicano, ni viceversa;

b.Imposible detener el reloj histórico y forzarlo a retroceder con la concepción enarbolada por Toussaint Louverture de la “indivisibilidad política” de la isla; y, por fin,

c.No es cuestión de edulcorar las relaciones dominico-haitianas, bajo la modalidad de una “confederación” de ambas poblaciones encontradas desde sí mismas, debido a que, sin reconocimiento recíproco, no hay coexistencia ni armonía.

Esos tres imperativos avalan lo que justifican: tanto la existencia de la frontera política insular entre ambas sociedades adyacentes, como la independencia de cada una de las respectivas formaciones políticas -la haitiana y la dominicana- en tanto que cohabitan en un único territorio insular.

3ª Internacional. El porvenir dominicano está condicionado por el destino, entendido este como finalidad, de Haití. Se trata de un porvenir sobre el que penden más incertidumbres que soluciones. En particular, tras una década y media en la que la comunidad internacional, revestida de fuerza de pacificación en suelo haitiano, da signos de cansancio a causa de los intricados y urticantes vericuetos de la organización social, la idiosincrasia cultural y la estructura de poder del conglomerado haitiano41.

Frustrada quizás, o al menos alejada de lazos y responsabilidades históricas, antiguas metrópolis coloniales, al igual que acontece en capitales americanas, manifiestan cansancio e indiferencia ante la incapacidad demostrada de encauzar el dinamismo y el desarrollo haitiano, tanto por iniciativas de la comunidad internacional, como por la “inanición y autofagia haitiana” (Ferrán, 2024).

Ante tales desafíos, estas evidencias quedan sobre el tapete; a saber,

a.No se perfila por el momento alguna instancia institucional -de raigambre nacional y/o internacional- que supere esa práctica del fait accompli y de la recíproca indiferencia, que es la que pone en entredicho la vida diaria, tanto en Haití, como en la República Dominicana.

b.Se le presta un flaco servicio a los intereses institucionales de ambos pueblos isleños, en la medida en que viene estrechándose sobre ellos un cerco narrativo, reductor y controversial, que raya en lo antagónico e irreconciliable42;

c.En lo que se alza en brazos una nueva intervención de la “comunidad internacional”, durante el año 2024 y siguientes, es prorrogada una situación hasta ahora incapaz de revertir la existencia de una sociedad y un Estado no funcionales culturalmente no funcionales ni capaces de amortiguar el raudal de talentos y de mano de obra no calificada que emigran de Haití.

En ese horizonte de cosas, es imprevisible lo que queda por concebir antes de concluir.

El Caballo de Troya y la pregunta cartesiana. Ambos a modo de conclusión

“A nadie le va mal durante mucho tiempo

sin que él mismo tenga la culpa”,

Michel de Montaigne

Por consiguiente, a modo de fin temporal a tan imperioso conflicto antillano en la República Dominicana, aflora un reto que a todos nos concierne en la isla de Santo Domingo. Se trata más bien de un cerco que, como la luna, tiene dos caras: el desafío y sus alternativas. Ambos lados centellean en un universo poblado de más incertidumbres que disyuntivas.

A. Desafío. Primera cara, coexistir y convivir dominicanos y haitianos, en la República Dominicana, en paz y mutuo respeto43. Para alcanzar ese estado de cohabitación, en términos ideales, hay que llevar a término una “diplomacia para la democracia” (Despradel Cabral, 2015), sustentada en el diálogo y la confianza interétnica y nacional en la isla. E igualmente, respetar la institucionalidad dominicana y su régimen de consecuencias, sin distingos de ascendencia, abolengo, renombre o poder de quien quiera que viole el Estado de derecho dominicano y/o el internacional.

Dada la importancia de la cuestión, conviene reiterarlo: hay que hacer valer el marco de referencia legal e institucional dominicano en función del cual la inmigración haitiana que habita en el país44, sea expuesta a un sistema coherente de regularización de indocumentados y, por vía de consecuencia, de inclusión y aculturación, -pero sin que por ello la República Dominicana asuma el papel de madrastra a cargo de un aglomerado haitiano que -hasta prueba en contrario- da muestras de avanzar históricamente al garete.

En cualquier hipótesis, llega la hora de superar sambenitos y estigmas. Ni el haitiano se limita a ser lo que se aduce ser el otro del dominicano, ni la frontera es un mero lugar militarizado y de tránsito de intrusos que vienen a ocupar el país e implantar el desorden. Como advierte Mario Serrano, la sola frontera no es “un lugar donde hay caos, cuando en realidad la mayoría de los inmigrantes ilegales se encuentran en las ciudades, pues el inmigrante haitiano lo que busca es insertarse” en el país al que llega (citado en Molina, 2017).

En cualquier relato, si y solo si se logra superar satisfactoriamente el susodicho desafío, la figura mítica del Caballo de Troya, fruto de la respectiva imaginación poética de Homero, en la Odisea, y de Virgilio, en la Eneida, devendría irrelevante. La inmigración haitiana, en condiciones de irregularidad, pasaría a ser insignificante en la República Dominicana y el choque de civilizaciones antillano, cuestión del pasado. De lo contrario, para decirlo de manera llana, la nación dominicana se enredaría en las patas del caballo.

B. Alternativas. La otra cara del cerco para depurar el actual reflejo haitiano en la conciencia dominicana advendría de la mamo de Haití, dispuesta a adoptar las medidas indispensables para reencauzar finalmente su propio devenir. Ese sería el símbolo eficiente -en y desde su propio territorio- para alcanzar finalmente su propio rescate progresivo y, por ende, amortizar y superar las fuerzas centrífugas que conducen a ese país al descalabro.

Precediendo la puesta en marcha de esa opción oriunda de Haití, puede asumirse de manera realista que la percepción dominicana -respecto a todo lo que integra el mundo haitiano- se enriquecería más.

Mientras tanto, en lo que eso acontece, la actitud dominicana ha de ser de:

B.1.Contención, con la finalidad, de controlar y reorganizar el ingreso e indiscriminada presencia de inmigrantes haitianos, así como de su prole, en condiciones de irregularidad en el territorio dominicano. Y, eso así, aun cuando el Talón de Aquiles de tal contención yace en la consabida cuestión de cómo erradicar la interminable corruptela que facilita la llegada de migrantes indocumentados, pero hasta ahora indispensables para el funcionamiento del actual aparato productivo dominicano.

B.2.Promoción recíproca de iniciativas en general, e inversiones en particular, encaminadas a hacer “algo” -cada uno según sus posibilidades45- convencidos de que, aun lo poco que pueda realizarse por interés propio y en aras de la concordia haitiana-dominicana, será más que seguir gritando por un auxilio que no llega.

B.3.Evaluar y aprender de los reiterativos “fracasos” (OEA, 2022) de la “comunidad internacional”, en todo lo concerniente a Haití y sus emigrantes. También, segundo, la impotencia de la República Dominicana y lo estéril que es el repetido llamado de auxilio, cuantas veces se interpela a alguien específico “para hacer algo a favor de Haití” (Espinal, 2022).

B.4.Pragmatismo en la retención de las mejores lecciones de las alternativas anteriores, en tanto que adaptadas -circunstancialmente- a un contexto complejo en plena evolución geopolítica y cultural.

Por último, quisiera subrayar que el libre debate de aquel desafío y sus respectivas alternativas están al alcance -no del fusil, ni de la malquerencia recíproca, sino- de la respuesta que traduzcamos -bona fide- en hechos, a la siguiente duda.

C. La duda cartesiana. La duda la origina la incierta respuesta a este dilema circunstancial en el imaginario de todos los presentes, no en el reino de este mundo, sino en el gran teatro de la República Dominicana:

-Si, en el conjunto de los relatos en los que se manifiesta el choque antillano de dominicanos y haitianos se reproducirán por fin los versos mitológicos del celebérrimo Caballo de Troya, gracias a tanta doble moral, complicidad, tráfíco humano, sobreexplotación laboral, maledicencia e impunidad, de la que nos rodea; o, por el contrario,

- Si, a propósito de todos los implicados por el fenómeno migratorio y sus consecuencias, se personificará o encarnará -como espero y creo- la sentencia de Juan Pablo Duarte (s.f.): “Sed justos lo primero, si queréis ser felices”.

D. Recomendación. En ese contexto duartiano, aunque desbordando con las sugerencias siguientes los límites de este escrito, se impone mencionar, al menos, dos sugerencias con una finalidad única: encauzar, por una vía más objetiva, la imagen haitiana en la actual conciencia dominicana.

En los momentos en que escribo, dos factores son los de mayor incidencia en todo lo relativo al devenir de aquella percepción subjetiva. Ellos son: la porosidad de la frontera terrestre y la opacidad del mercado laboral dominicano. Ambos factores están condicionados, favorecidos, por un imponderable fuera del alcance directo de la nación dominicana: el desgaste social e institucional de la República de Haití.

Por consiguiente, solo aquellas dos variables quedan a tiro de piedra dominicana, exclusivamente.

A propósito de la primera, en lo que al lado dominicano se refiere, es imprescindible quebrar con autoridad la complicidad que vulnera la razón de ser de un Estado de derecho en dicha frontera. La opinión pública, pero no solo esta, alude, de forma cotidiana, a quienes son, cómo operan y dónde están, los cómplices del tráfico de personas indocumentadas (por solo hablar de estas) cuya presencia en el país inquieta e incomoda -sin perturbar por ahora- a una abrumadora mayoría de connacionales.

La segunda variable es correlativa a la primera. El incesante flujo de inmigrantes procedentes de Haití, en condiciones migratorias irregulares, labora, a plena luz del día, en el mercado laboral dominicano. Y, esto así, porque los empleadores los acogen eximidos de requisitos laborales formales, con tanta complacencia, como cuando saben de su entrada subrepticia al país.

Ambos factores son constitutivos de la simiente actual que propicia el estado de ánimo que prima ante la figura contemporánea del otro de los dominicanos, -el haitiano bárbaro, invasor y demás atributos-. Pero, entonces, ¿cómo superar ese estado de cosas y de figuraciones?

Una forma eficaz de contravenir malos entendidos y de reducir a su mínima expresión el nivel de impunidad que todo lo tolera y propicia en el actual desorden -solo hipotéticamente formal- de la sociedad e instituciones dominicanas, sería extirpando de cuajo cualquier complicidad y violación de un orden legítimo establecido, pero adulterado por autoridades y representantes de todas sus clases sociales; léase bien, no solo por los de abajo.

Hasta prueba en contrario, a la luz de una nueva dimensión de la realidad propia a las relaciones dominico-haitianas, emergerán nuevos adjetivos y figuraciones de lo haitiano en la intelectualidad y, en general, en la población de la República Dominicana.

Por supuesto, del dicho al hecho, hay un gran trecho.

De ahí que, mientras perdure como buena y válida la política según la cual no hay solución en la República Dominicana a la tragedia escenificada en los últimos años en suelo haitiano, institucionalizar ambas recomendaciones al mismo tiempo, seguirá siendo la forma más conveniente y eficiente de darle rienda suelta al mismo proceso por el que han pasado los más diversos flujos migratorios étnicos aculturados en el país46-. Así, podrán ser reconocidos, por fin, infinidad de nuevos destellos y facetas de la sempiterna presencia haitiana en la representación dominicana y, con ellos, la eventual disolución de nuestro desafío antillano, por lo menos, desde la perspectiva dominicana.

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1 Todas las citas de Homero son tomadas de una de sus obras, La Ilíada (s.f.).

2 Esa visión de conjunto, no se adentra en lo que Haití “le dio de materialidad al principio africano ni en lo que contribuyó a la formación de la imagen de un Caribe negro voraz e insurrecto, partícipe de sangrientas ceremonias de vudú y canibalismo, y capaz de crímenes atrocesJáuregui, 2008, p. 277. Ver también, Maríñez, 2016, p. 70 y ss.

3 Se trata de un proceder de lógica formal idóneo a un ensayo de naturaleza cualitativa como el presente pues, si bien recoge experiencias personales de estudios de campo antropológico del autor, no depende ni se basa en ellos, sino en las conclusiones propias a un sinnúmero de autores que han estudiado las más diversas figuraciones que, a nivel subjetivo, de representación consciente, recibe el sujeto haitiano de su adlátere y/o adversario dominicano. En función del procedimiento adoptado, se partirá siempre de autores y sus respectivas afirmaciones particulares, pasando de los unos a los otros gracias a la similitud y/o la contrariedad de sus afirmaciones, hasta poder presentar la elaboración de una comprensión más general del objeto de estudio: la imagen del haitiano a nivel de la percepción consciente del dominicano. Dado que el estudio es de índole cualitativa, donde cada afirmación puede ser válida en y por sí misma, no incide en el análisis alguna necesidad metodológica de pasar por un conteo y comparación de casos aglomerados en razón de su similitud o disimilitud.

4 El autor, Yri Hosten (2008, p. 8), especifica que la calificación del haitiano como bárbaro vago proviene de su interpretación de las obras de Manuel Núñez (2001) y Joaquín Balaguer (1989).

5 La argumentación asume que, en la Constitución de Haití de 1805, redactada bajo el gobierno del emperador Jean-Jacques Dessalines, se menciona explícitamente que todos los ciudadanos de Haití, independientemente del color de su epidermis, serían llamados genéricamente “negros”, como un símbolo de orgullo racial y rechazo al racismo que justificaba -en la mayoría del mundo occidental- la esclavitud moderna. No obstante, a pesar de su rechazo a cierto racismo, afirma que “ningún blanco”, independientemente de su nación de procedencia, puede poner sus pies en territorio haitiano, alegando su condición de señor o de propietario; ni siquiera está en facultad de adquirir alguna propiedad. (Ver, Arts. 12, 13 y 14 de la Constitución de Haití del año 1805)

6 Solo para fines de precisión, compruébese que el argumento de Mena (2024) -relativo a que el dominicano no es racista, sino que “es peor”, resulta ser más complejo de lo que él asevera. En efecto, en la significación lingüística de la población dominicana, la taxonomía racial que va: del ‘rubio’, pasando por el ‘blanco’, ‘blanco de la tierra’, ‘piel canela’, ‘jabao’, ‘moreno’, ‘mestizo’ y otras tantas denominaciones, por fin llega al grupo racial más bajo de todos: a saber, el ‘haitiano’. Este último viene precedido por el ‘negro’, en tanto que penúltimo eslabón de una cadena que va, de lo más a lo menos admirado. Así, pues, en contexto de pigmentación humana, ‘negro’ y ‘haitiano’ son dos eslabones finales inconfundibles entre sí. De ahí que el antihaitianismo dominicano no sea equivalente a racismo en contra del negro haitiano, por aversión a la raza negra. La contraposición es entre el dominicano -digamos- ‘indio’, ‘mulato’ o ‘negro’, de un lado, y del otro lado, el haitiano ‘haitiano’.

7Al hacer una sinonimia de lo negro y lo opresivo, negamos nuestra propia negritud. Cobijados bajo la bandera del antihaitianismo, se colaron discursos racistas que prontamente fueron refrendados por la mayoría de nuestros intelectuales. Desde César Nicolás Penson hasta el Premio Nacional Juan Carlos Mieses, planos del discurso político, literario, cotidiano, nos crearon la imagen diabólica de lo haitiano” (Mena, 2024).

8 A no confundir con el “antihaitianismo histórico” (Acento, 2022). La distinción de ambos tipos de antihaitianismo -histórico por motivos culturales y de Estado, por razones de políticas estatales, de seguridad nacional u otras- es original del historiador Frank Moya Pons.

9 Ver, Ferrán, 2019, p. 191.

10 Otra aproximación al tema, Silié & Segura, 2002.

11 Desde un punto de vista arqueológico, ver Kulstad-González, 2022.

12 Esta dicotomía encuentra su raigambre en Domingo F. Sarmientos y su paradigmático “civilización y barbarie” (2009).

13 A pesar de la creencia de antaño en el sentido de que Europa comenzaba en los Pirineos, no en la península ibérica.

14 Como contrapunto a lo anterior, véase Jimenes Grullón, 1975: tomo II, p. 56.

15 León Olivares subraya que una vez nacida la República Dominicana, ni los dominicanos liberales, ni los conservadores-anexionistas contravinieron los referidos logros históricos de Haití; cuestión tanto más notable según él, dado que durante el proceso de “ciudadanización coexistió con la construcción de un discurso de identidad nacional en el que resultó problemática la aceptación del elemento “negro” como parte constitutiva de la nacionalidad” (2019, pp. 85-86).

16Todo lo que es auténticamente haitiano —lengua, costumbres, emociones, creencias— estaba viciado por el mal gusto a los ojos de una élite afectada por la nostalgia por su patria perdida” (Price-Mars, 1928, p. 8; ver, Stieber, 2020; Ferrán, 2023, p. 50 y nota 25).

17 Para ahondar desde otra perspectiva sobre el tema, ver a Núñez, 2003.

18 Otra comprensión del mismo fenómeno social fronterizo dominico-haitiano es que se trata de “una realidad cotidiana para cientos de millones de personas” (Dilla y Carmona, 2010: 17) porque, “a pesar de mucha retórica nacionalista…, la región fronteriza entre la República Dominicana y Haití debe ser considerada como una región económica que contraría con frecuencia las políticas de ambos Estados-naciones. Los procesos de cambio social y económico se dieron a través de la frontera desafiando las autoridades” (Baud, 1993, pp. 5-6)

19 La cuestión supera con creces el tema aquí tratado del impacto de ese crimen en la autocomprensión dominicana. Desde el punto de precisiones impregnadas en el imaginario esta vez no dominicano, sino haitiano, así como de estudiosos foráneos, incluyendo un estudio de campo antropológico, es de interés recurrir introductoriamente al menos a Danticat, 1998; Stecher y Oliva, 2011; Derbys & Turits, 1993 y Lee Turits, 2002.

20 Como bien se sabe, las décadas del siglo pasado transcurrieron con tropiezos de poca monta, salvo lo acontecido durante la masacre del “perejil” y la sangre inocente derramada en la Línea Noroeste. Dicho sea a vuelo de pluma, ese solo incidente, arbitrario, cruel y cruento, le ha valido al pueblo dominicano el sambenito per se de antihaitiano. Y no por las acciones y recelos de la población dominicana, sino por las de un gobernante dictatorial.

21 Según el sugestivo título de la obra de los investigadores Wooding y Moseley-Williams (2004), “needed but unwanted”, requeridos pero no queridos.

22 Difícil olvidar el rosario de incidentes históricos que aúpa los resquemores. Ese rosario va, desde 1895, cuando el gobierno haitiano y el dominicano acordaron someter sus diferencias fronterizas al papa León XIII, sin que por eso se llegara a algún acuerdo definitivo en materia fronteriza, pasando por el 21 de enero de 1929, cuando los gobiernos de Louis Bornó y de Horacio Vázquez firmaron un convenio fronterizo y de paz, que finalmente se asentó el 27 de marzo de 1936, cuando los gobiernos de Haití y de la República Dominicana, encabezados por sus respectivos presidentes -Sténio Vincent y Rafael Leónidas Trujillo- firmaron un protocolo de revisión, del tratado dominico-haitiano de 1929.

23 Ver, en ese tenor, la opinión admonitoria de Vinicio A. Castillo Semán (2021); y esto así, aun cuando las cifras demográficas y el análisis de las mismas no avalan tales temores, según el análisis de Bidegain Geising, 2019.

24 Ver, Pelegrín Castillo Semán (2021), Guía de Acción y Pensamiento No. 85.

25 Ver, a propósito de esa crítica, Yri Hogen, 2008, pp. 95-98.

26 Por supuesto, no faltan reconocidas voces que adversan tal interpretación. Para ellas, “el cuco de la imposible fusión dominico-haitiana beneficia a políticos sin votos que viven de ese cuento. Si nos haitianizamos como podría pasar, será por incumplir nuestras leyes y flojedad fuenteovejunesca, no ningún plan” (Báez Guerrero, 2022).

27 El tema es omnipresente en las redes sociales, en la prensa y en los demás medios de comunicación social. Para una radiografía elaborada y fidedigna de su origen en arcanas intenciones políticas del presidente Joaquín Balaguer, ver Rodríguez Huertas 2015; adicionalmente, Olivo Peña, 2017.

28 No obstante, algún valor guarda la memoria histórica de los pueblos. Ya, en 1850, “Buenaventura Báez, sin pudor, en su ‘Manifiesto al Mundo Imparcial´, describió al pueblo haitiano de manera despectiva, no muy lejano al acercamiento a la animalidad… Báez dijo sobre los haitianos que ‘las ideas no tienen allí colocación; todo se reduce a sensaciones de mero instinto y éste nada tiene de racional. Por eso, entre ellos el hombre no pasa de un instrumento, la mujer de una materia bruta, incapaz de ejercer influencia alguna en las costumbres’” (Citado en Lora, 2014). No fue hasta un siglo más tarde, en 1950, “al calor de la política de dominicanización de la frontera, que Manuel Arturo Peña Batlle se congratulaba de que ‘El Generalísimo Trujillo ha sabido ver las taras ancestrales, el primitivismo, sin evolución posible que mantiene en estado prístino, inalterable.’ a los vecinos haitianos” (Lora, 2014).

29 Que se sepa, en ese ambiente discursivo no se concibe ni se promueve una defensa patria que reedite la masacre de octubre 1937. Con el respaldo de todo un movimiento popular, “se demostrará que el hecho de ser el pueblo (dominicano el) más solidario con el drama de Haití, obedeciendo a los valores cristianos que lo guían, en modo alguno significa que será el chivo expiatorio de los pecados de las potencias y los organismos internacionales” (Castillo, 2018).

30 Notable excepción a lo precedente, ver Domínguez Trujillo, 2014.

31 Para el término “cuco”, ver las pesquisas de Olivo Peña, 2017; así como de Rodríguez Huerta, 2015.

32 Para una muestra de ese choque de civilizaciones en nuestro hemisferio, entre Estados Unidos y México, ver Huntington, 2004.

33 En cualquier escenario, si el conflicto con el inmigrante en condiciones de irregularidad es más infrecuente, debido a su cualidad más dócil y sumisa como recién llegado a una tierra extraña, sin embargo, es más frecuente que ese no sea el caso con sus descendientes nacidos en patria ajena: a no ser por otra razón, porque no heredan el estatus migratorio de sus progenitores ni sus respectivos procesos de socialización y de transculturación han sido similares.

34 A propósito del modelo de dos etnias en disputa en un mismo territorio nacional, como el conflicto bélico en la región serbia de Kosovo, a finales del siglo XX, puede consultarse en una óptica dominicana el ensayo de Pelegrín Castillo Semán, 2018.

35 Dicho desafío será tanto más acuciante y crucial si llegara a adoptarse como ley de las naciones -e implementarse- el cuestionable principio según el cual la migración es un derecho del individuo y no un privilegio que concede cada Estado recipiente al inmigrante. Al respecto, ver Dauhjare, 2016.

36 Rayanos, no ya en términos de población fronteriza, pues estarían dispersos e insertos a lo largo y ancho de todo el territorio de la República Dominicana.

37 Se trata de un fenómeno sociocultural, es decir, a no confundir con la apatridia de índole constitucional. A propósito de la apatridia en el país, ver los escritos contrapuestos de Ray Guevara (2024) y de Sousa Duvergé (2024). Y, en lo concerniente a las contradicciones de toda una serie de letrados a propósito de la envergadura del derecho de suelo, en contraposición al derecho de sangre, para fines de otorgar la nacionalidad dominicana, puede consultarse a Castillo Pantaleón (2012) y a Rodríguez Huerta (2021).

38 Para un análisis más amplio a propósito del intercambio epistolar Mañach - Peña Batlle, ver Naya Despradel 2016.

39 A modo de ejemplo, ver Vega 2022 y Dunker 2022.

40 Desde esa perspectiva, imposible minusvalorar las implicaciones socioculturales recibidas en la otrora Atenas de América -prematuramente devenida a menos, una vez quedó despoblada y abandonada a su suerte de parte de la metrópolis española, ni la envergadura propia al estado de “orfandad” (Ferrán 2009, pp. 452-455; 2019, pp. 105, 166) que afectó al reducto de población que quedó en la colonia española. Ver, Fumagalli, 2015, pp. 152-168 y ss., 346-351; Pérez, 2002, pp. 103-121 y 184-188.

41 Véase a este propósito de la denominada “comunidad internacional” y Haití en el presente: OEA, 2022; Washington Post, 2022; Naciones Unidas, 2022, a y b.

42 Ver a este propósito, Editorial, 2024.

43 A propósito de la serenidad que requiere la República Dominicana para obrar con inteligencia, ver Taveras, 2018.

44 En la medida en que la cuestión de Haití “es un problema nuestro, aunque no queramos” (Mañón, 2022, a y b), procede tener en cuenta las afirmaciones y sugerencias de Espinal (2022).

45 Uno de los contados ejemplos es el de CODEVI1. Y eso así, a pesar de que cuanta iniciativa salta a la palestra nacional, no recibe suficiente respaldo del Estado y de sus políticas públicas en la materia. Ver, Hollander y Alves, 2022.

46 Proceso que, a nivel internacional, caracterizo en tanto que singular o exclusivo a la sociedad dominicana, como “sancocho cultural” migratorio del pueblo dominicano, verdadera puerta de entrada a su reconocimiento identitario. Ver, Ferrán 2023.