Introducción
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la participación laboral de las mujeres en zonas rurales es primordial para erradicar el hambre, la pobreza y la malnutrición, ya que representan más del 50 % de la mano de obra agrícola en los países en vías de desarrollo, donde comúnmente se enfrentan a un mercado laboral de bajo estatus, informal, mal pagado y poco cualificado (FAO, 2019). ONU Mujeres (2015) afirma que, cuanto mayor es la cantidad de mujeres laboralmente ocupadas, se genera un mayor crecimiento en la economía; de ahí que la conformación de organizaciones colectivas es clave para el desarrollo sostenible, la productividad económica, y para el bienestar de familias y comunidades campesinas.
La incorporación de las mujeres en actividades como el turismo supone una forma de independencia económica, también es una vía para potenciar sus capacidades intelectuales y físicas, ya que contribuye al proceso de empoderamiento femenino e, incluso, promueve su participación igualitaria en las organizaciones sociales, del Estado y en su propia familia (Castillo et al., 2020). De acuerdo con la Organización Mundial del Turismo (OMT), el turismo rural se realiza en territorios con escasa densidad demográfica y paisajes en los que destacan sistemas de vida tradicionales y formas de producción vinculadas a la silvicultura, la agricultura u otras actividades primarias (Organización Mundial del Turismo, 2019). Esta modalidad de turismo es impulsada en las comunidades rurales, generalmente, por las políticas públicas o por iniciativa de la población local (Cejas et al., 2020). Cuando se trata de una iniciativa impulsada por integrantes de la comunidad, las formas organizativas más comunes son los emprendimientos y las organizaciones colectivas; ambas estructuras son una alternativa económica para las mujeres quienes se enfrentan a un mercado de trabajo eminentemente masculinizado y con escasas opciones (Cruz et al., 2023; Nieto, 2003).
En particular, es el trabajo estructurado colectivamente por mujeres el que coadyuva a la cohesión social, al desarrollo individual y colectivo, a la autonomía, la sociabilidad y el aprendizaje (Nobre, 2015). El colectivismo busca resolver problemas que darán soluciones efectivas a las integrantes de los grupos; este es impulsado, principalmente, por la necesidad del bien común, donde el apoyo de la pareja y la familia juegan un rol protagónico que las fortalece en las actividades colectivas (Medina, 2007), elementos determinantes en el proceso de empoderamiento femenino.
En México, las mujeres de diversas comunidades rurales han impulsado iniciativas turísticas que, generalmente amparadas por la figura ejidal, promueven el aprovechamiento de los recursos naturales y culturales de carácter colectivo para incidir en el desarrollo local (Kieffer, 2018; Robinson et al., 2019). En el estado de Chiapas, las mujeres —en su mayoría indígenas— experimentan diversas formas de violencia estructural, las cuales derivan de la pobreza y la alta marginación que, históricamente, han caracterizado a los municipios que conforman esta entidad (Secretaría de Igualdad de Género, 2021). En este contexto, los proyectos turísticos rurales han tomado gran relevancia debido a la diversidad de recursos naturales y culturales presentes en el entorno, tales como zonas arqueológicas, centros ecoturísticos y productos artesanales, y, por supuesto, también a su alto potencial para la generación de oportunidades de desarrollo económico, principalmente a partir de la generación de empleos (Ávila, 2015).
Siendo así, este trabajo de investigación tiene como objetivo identificar los factores de naturaleza económica y cultural que propician o inhiben el empoderamiento de las mujeres en organizaciones colectivas de turismo rural en el estado de Chiapas, México.
Se trata de un trabajo de tipo descriptivo que utiliza el estudio de casos múltiples y la aplicación de entrevistas semiestructuradas a mujeres que participan en actividades relacionadas con el turismo en los municipios de La Trinitaria y Amatenango del Valle en el estado de Chiapas que, a pesar de mostrar un alto índice de rezago social y marginación, se encuentran entre los principales destinos receptores de turistas en la entidad, debido a las características naturales y culturales del entorno.
En el primer apartado se explica la relación que guardan las organizaciones colectivas de turismo rural con las mujeres y el empoderamiento femenino; posteriormente, se indaga sobre los factores que impulsan e inhiben este proceso. En el último apartado se expone la metodología del trabajo empírico y, finalmente, los resultados y las conclusiones.
Mujeres, organizaciones colectivas y turismo rural
El turismo rural surge por el interés de los visitantes de zonas urbanas en la cultura y paisajes únicos de los sitios campestres, dando lugar a la diversificación productiva con emprendimientos o actividades que fomentan la creación de organizaciones colectivas en la oferta turística rural (Varisco, 2014). Desde la perspectiva de la oferta, el turismo rural (TR) conlleva prácticas relacionadas con el medio rural, de tal forma que el agroturismo, el ecoturismo o todas aquellas actividades vinculadas a la agricultura, la ganadería o la silvicultura forman parte de esta modalidad de turismo (Duarte y Pereira, 2018; Lane, 2013). Para la Organización Mundial del Turismo, se trata de una actividad que se desarrolla en entornos no urbanos, con baja densidad demográfica y donde los paisajes y la ordenación territorial está basada en actividades del sector primario (OMT, 2019).
Además de su importancia para estimular el crecimiento de las economías locales, en este trabajo interesa reconocer el potencial de la actividad para tejer redes centradas en las relaciones laborales formales e informales entre personas sin importar su raza, etnia o género, pues su objetivo central es alcanzar la calidad de vida de quienes integran las comunidades locales, a través de la oferta de productos vinculados al TR.
De esta manera, el turismo rural comunitario (TRC) se concibe como un turismo de pequeño formato donde es la población local, a través de sus estructuras organizativas colectivas, la que gestiona actividades vinculadas al aprovechamiento de los recursos del medio natural, social y cultural para entablar un intercambio de experiencias entre residentes y turistas (Kieffer, 2018). Desde esta perspectiva, el desarrollo del turismo rural se apoya de las estructuras sociales comunitarias para hacer de esta actividad un eje articulador en el desarrollo económico y social de las comunidades locales.
En países periféricos, es bastante común que la actividad sea desarrollada por campesinos y campesinas que, apoyados en sus formas de organización tradicional, contribuyen a la plena conservación de sus recursos naturales, ecológicos, patrimonio cultural y formas de vida a través de la oferta de actividades de turismo rural (Thomé, 2008). Particularmente, son las mujeres quienes contribuyen en actividades que dinamizan y diversifican las estrategias necesarias y precisas para mantener un entorno rural sostenible, a partir de esta modalidad de turismo (García et al., 2020); no obstante, continúan siendo los hombres quienes comúnmente tienen mayor poder decisorio en temas importantes, aunque también la desigualdad entre los géneros se expresa en otros determinantes para el desarrollo de la actividad, tales como la propiedad de la tierra, la división del trabajo relacionado con los cuidados de la familia, la repartición de las tareas domésticas y no domésticas, entre otros (FORMAGRO, 2017).
El TR en su forma colectiva o de emprendimientos, se distingue como una herramienta de desarrollo humano para las mujeres, contribuye en el cumplimiento de necesidades estratégicas de género, mejora sus capacidades administrativas, de negociación, liderazgo, autonomía y libertad, e impulsa la generación de ingresos económicos que las beneficia, debido a que las integra en múltiples espacios de aprendizaje que posibilitan cambios en su vida, transferibles a otras generaciones (Sánchez et al., 2019). Con la actividad turística como opción de desarrollo alternativo es cada vez más frecuente que, por ejemplo, existan mujeres indígenas que participan en organizaciones campesinas para crear un sustento económico y modificar su estado de opresión que se origina en su clase, raza y género (Nasser, 1999).
Las organizaciones colectivas son entidades que se establecen con el fin de crear cooperación, solidaridad, cumplir metas comunes, alcanzar la participación de todas las asociadas (Uribe, 2010) a partir de la libre incorporación y la baja voluntaria, y, principalmente, satisfacer las necesidades económicas y sociales con base en una estructura democrática (Yoldi, 2018). Este tipo de actividades comerciales promueven el desarrollo económico, el consumo local y, al mismo tiempo, mejoran la calidad de vida comunitaria.
Las organizaciones colectivas de TR se vislumbran como una opción económica que diversifica y complementa la economía familiar, las opciones de trabajo y de producción de las comunidades. Aunque las mujeres deberían involucrarse en los procesos de producción, planificación y desarrollo de la actividad turística, su participación en este tipo de organizaciones se concentra en tareas vinculadas a su género. Específicamente, su labor se concentra en actividades feminizadas, tales como la preparación de alimentos, labores de limpieza y elaboración de artesanías, entre otras, que las mantienen al margen del contacto con agentes externos. Las mujeres asumen con relativa facilidad estos roles por considerar que son actividades que, aparentemente, requieren menor esfuerzo comparado con las actividades agrícolas o que no les exigen tener una formación técnica (Cruz et al., 2023; Murguialday et al., 2015).
A pesar de los argumentos que colocan al turismo rural como una actividad que refuerza los roles de género, algunos autores señalan que su asociación con este tipo de actividades turísticas les otorga mayores oportunidades de intervenir en asuntos públicos en su comunidad (Cañada, 2009; Scheyvens, 1999; 2000). Asimismo, el TR surge como una estrategia de desarrollo económico y social; en lo social busca lograr que las mujeres se empoderen para lograr un reconocimiento social y, en lo económico, adquirir capacidades emprendedoras para asumir retos de manera permanente o solucionar problemas estratégicamente, pensando en generar oportunidades.
Además, su incorporación a la actividad puede incitar a la transformación de las relaciones tradicionales de género y de poder, debido al intercambio y contacto que tienen con otras personas; incluso, su conocimiento y forma de ver la vida, así como el trabajo doméstico, la maternidad, entre otros patrones de comportamiento, podrían estar cambiando a razón de su participación en la oferta de servicios turísticos (Boonabaana, 2014). Si bien, las mujeres son excluidas en ocasiones del acceso a oportunidades laborales, la creación de organizaciones colectivas puede ser un instrumento que aumenta su aprendizaje, les permite controlar sus recursos económicos, hacer frente a la marginación y lograr un mayor nivel de empoderamiento (Moswete y Lacely, 2015; Sánchez et al., 2019).
La participación de las mujeres en organizaciones colectivas de turismo otorga un valor efectivo al modelo rural de vida; disminuye la migración, lo que beneficia al núcleo familiar; permite una mejor concepción del trabajo realizado por la mujer que amplía su valor en la familia y tiene diversas consecuencias sobre la autoestima femenina, debido a que sus ingresos se originan de una actividad productiva independiente del hogar; además de que su trabajo se visibiliza (Lorés, 2002).
Mujeres y turismo rural: factores que impulsan el empoderamiento
Para Batliwala, el empoderamiento es un proceso mediante el cual las mujeres desafían las relaciones de poder existentes y obtienen un mayor control sobre “los recursos materiales, el conocimiento y la ideología que gobierna las relaciones sociales, tanto en la vida pública como privada…” (1997, p. 192). Para esta autora, el empoderamiento no solo es un proceso individual, sino también es un proceso que debe permitir a las mujeres organizarse en colectividades para que les sea posible romper el aislamiento individual y crear un frente unido, a partir del cual será posible desafiar su subordinación. De acuerdo con García et al. (2022), el control sobre bienes materiales y recursos económicos, capacidad de ahorro, libertad de movimiento, así como la transformación de la subordinación doméstica, son componentes fundamentales y determinantes para el empoderamiento, tanto en el plano individual como en el de relaciones cercanas.
Para algunas autoras (Aghazamani et al., 2020; Batliwala, 1997; Young, 2006), el empoderamiento colectivo es posible a partir de las transformaciones que las mujeres logran a nivel individual; sin embargo, no se trata de un proceso unidimensional, automático ni lineal, debido a que el proceso de empoderamiento puede construirse desde todas las dimensiones de la práctica cotidiana de las mujeres. Para Rowlands (1997), una visión amplia del empoderamiento debe considerar las tres dimensiones de la vida de las mujeres: la personal, que involucra la destrucción de la internalización de la opresión; la dimensión de las relaciones cercanas, que contempla la habilidad para negociar y renegociar la naturaleza de sus relaciones, principalmente, con la pareja y la familia; y, finalmente, la dimensión colectiva, que no es otra cosa que la suma de los poderes individuales para la solución de problemas en conjunto. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), el empoderamiento femenino ocupa un lugar prioritario en el desarrollo humano, debido al efecto positivo multiplicador que tiene en las siguientes generaciones, y debido a que ayuda a promover el crecimiento económico e impulsa el desarrollo social y económico (PNUD, 2019).
Es por demás importante reconocer que los diferentes planos en los que se construye el proceso de empoderamiento de las mujeres, se encuentran atravesados por factores que pueden promover o inhibir su acceso a los recursos, los conocimientos y todo aquello que puedan controlar mediante el proceso de empoderamiento. Se entiende que los factores que impulsan el empoderamiento son un conjunto de procesos —psicológicos, condiciones de las relaciones sociales y características de las organizaciones en las que participan— que capacitan a las mujeres a nivel individual o colectivo para “actuar e interactuar con su entorno de tal forma que incrementa su acceso al poder y su uso en varias formas…” (Rowlands, 1997, p. 19).
Respecto al rol que juega el turismo rural en el proceso de empoderamiento, la Organización Mundial del Turismo (OMT) en el Objetivo 5 de Desarrollo Sostenible refiere a que esta modalidad de turismo puede empoderar a las mujeres de diversas formas, particularmente, puede hacerlo a través de la provisión de puestos de trabajo y oportunidades de generación de ingresos en empresas y organizaciones del sector (OMT, 2019). En el ámbito académico, son diversas las investigaciones que sostienen que, a pesar de la precariedad de las condiciones del trabajo en el turismo rural para las mujeres, esta actividad es un mecanismo que les permite independencia económica al acceder al control de sus propios ingresos para mejorar su vida y la de sus familias (Dadvar, 2015; Ferguson, 2010; Rico y Gómez, 2005).
Algunas otras investigaciones reconocen que el empleo en el turismo supone un mayor reconocimiento laboral que las actividades que realizan en el ámbito doméstico y agrícola, permitiéndoles ganar confianza en sí mismas y aumentar su estatus social (Abou-Shouk et al., 2021; Knight y Cottrell, 2016; Rico y Gómez, 2005). Aunque el empleo y el acceso a los recursos económicos son considerados en los países en desarrollo, como los principales factores que impulsan el proceso de empoderamiento (Dadvar, 2015), algunos otros trabajos académicos señalan que esto no es suficiente para provocar dicho proceso, por tanto, también se enfocan en los factores sociales, psicológicos, culturales y políticos (Aghazamani et al., 2020; Batliwala, 1997; Scheyvens, 1999, 2000). Siendo así, se identifica que la incorporación de las mujeres en organizaciones del turismo rural puede fortalecer el autoconcepto, la autoestima y, en general, contribuye a cultivar el sentido de orgullo sobre sí mismas y la autodeterminación (Gil et al., 2019; Panta y Thapa, 2017).
De igual forma, la participación en las organizaciones dota a las mujeres de la capacidad de agencia; es decir, de la habilidad para la toma estratégica de decisiones y de la capacidad para actuar a favor del bienestar individual y/o colectivo, en función de lo que ellas consideran sus necesidades (Kabeer, 1999; Rowlands, 1997). Tanto la participación como la capacidad de agencia son factores que motivan a las mujeres para tomar el control de sus organizaciones y/o proyectos turísticos, ambos factores les permiten mantener un papel activo en la dirección del desarrollo turístico (Scheyvens, 1999; 2000).
De la mano de la participación y la capacidad de agencia, el empoderamiento desde la dimensión colectiva se fortalece a partir de otra serie de factores, tales como el liderazgo, que es un elemento que cohesiona el compromiso de las mujeres con las organizaciones (Erazo et al., 2013); las relaciones sociales y de seguridad en la familia y la sociedad; el acceso a la educación o la capacitación técnica.
Factores que inhiben el proceso de empoderamiento de las mujeres
El proceso de empoderamiento procura que las mujeres alcancen algún tipo de dominio sobre los diferentes aspectos de su vida; sin embargo, los factores que actúan como inhibidores del proceso, surgen de la poca posibilidad que tienen de controlar los aspectos que determinan su condición y posición como mujeres1. Desde un modelo feminista de empoderamiento, se entiende que los inhibidores derivan de las escasas oportunidades que tienen de modificar los procesos y las estructuras de poder que reproducen su subordinación (Young 1997; 2006). Si bien, la participación de las mujeres en el turismo rural les provee de las condiciones para incrementar su control sobre los recursos, también es cierto que, cuando estas formas de poder, desencadenan violencia, conflicto, despojo, manipulación u opresión, se convierten en barreras internas y externas que pueden ser reconocidas como factores que inhiben su proceso de empoderamiento.
Aunque este trabajo enfatiza en el empoderamiento de las mujeres en el plano de lo colectivo, se entiende que este es un proceso dinámico; por tanto, se considera que los factores de opresión y subordinación que inhiben el proceso en el plano de la vida personal y en las relaciones cercanas de las mujeres, pueden influir en el surgimiento de inhibidores en el ámbito colectivo y viceversa.
En la dimensión personal y de las relaciones cercanas de las mujeres se identifica, por ejemplo, la internalización de la opresión, que no es otra cosa que la asimilación del discurso de la “naturalización” que da cuenta de lo que “deben de ser las mujeres”. Para Guillaumin (2005), es la interiorización de las formas ideológicas que toman las relaciones sociales entre hombres y mujeres lo que permite que las mujeres asuman su rol de reproducir la especie, la división sexual de las actividades, entre otros aspectos, sin cuestionar las estructuras de poder que generan sus formas de actuar, de autorepresentarse y de percibir el mundo. Así, las mujeres que participan en el turismo rural asumen como algo natural desempeñar tareas no remuneradas, altamente feminizadas, encasilladas en tareas reproductivas, entre otras características inherentes al empleo en el turismo (Cruz et al., 2023; Abellan et al., 2020; Boonabaana, 2014).
A nivel personal y de las relaciones cercanas, Young (1997; 2006) encuentra una serie de aspectos que, si bien son el cimiento de las desigualdades entre hombres y mujeres, también pueden actuar como inhibidores en el proceso de empoderamiento; se refiere al control masculino sobre el trabajo de las mujeres, al acceso restringido de las mujeres a los recursos económicos y sociales, y a la violencia masculina y el control de la sexualidad. Siendo así, se puede afirmar que, en esta dimensión de la vida de las mujeres, los inhibidores encuentran su origen en las pocas posibilidades que estas tienen para desafiar las relaciones condicionadas por el género y las relaciones de poder con la pareja.
A nivel colectivo, las organizaciones pueden ser un lugar de apoyo y cuidado, aunque también de pugna y desempoderamiento. Para Rowlands (1997), los factores inhibidores más comunes en este plano son el machismo, la comunidad sin cohesión, la falta de control sobre la tierra, la falta de apoyo técnico, la opresión internalizada que es reforzada desde afuera, dependencia en individuos clave, cultura caudillista, políticas locales inestables, fuerzas religiosas que reproducen las desigualdades de género, entre otros.
Por su parte, Batliwala (1997) enfatiza en la necesidad de que las mujeres se apropien, en este caso, de las organizaciones en las que participan; las mujeres deben evitar convertirse en integrantes pasivas, pues tendrán pocas posibilidades de desarrollar un pensamiento crítico que no solo les impida cambiar sus condiciones de vida, sino también su posición como mujeres. Al igual que Rowlands (1997), esta autora enfatiza en que la falta de liderazgo y asesoramiento a las mujeres al interior de sus organizaciones puede privarlas de información y conocimiento que les permita cuestionar la ideología y las estructuras de poder que gobiernan sus vidas.
De acuerdo con Aguilar et al. (2008) y Cruz (2009), la opresión internalizada reforzada desde afuera crea, entre otras cosas, dificultades para que las mujeres funden una imagen positiva de sí mismas y de sus capacidades como grupo, uno de los riesgos más importantes es la perpetuación del discurso de la “naturalización”. Finalmente, algunos otros autores y autoras (Abou-Shouk et al., 2021; Aghazamani et al., 2020; Boonabaana, 2014) enfatizan en la falta de procesos participativos y democráticos al interior de las organizaciones, este hecho puede limitar las posibilidades de incidir en las decisiones que pueden transformar las condiciones colectivas en las que desarrollan su vida en las comunidades.
Metodología
Este trabajo de investigación se llevó a cabo con mujeres incorporadas a organizaciones colectivas que ofrecen productos para los turistas en Amatenango del Valle y La Trinitaria en el estado de Chiapas, México (véase Figura 1). En ambos municipios, la mayor parte de la población está conformada por indígenas tsotziles y tseltales que encuentran su principal fuente económica en la industria manufacturera y el comercio al por menor, así como en el servicio de alojamiento temporal y preparación de alimentos, respectivamente. Aunque, es importante señalar que la distribución de la fuerza laboral femenina a nivel estatal se concentra en actividades como el comercio, el trabajo doméstico, empleos en ventas, apoyo a la agricultura, elaboración de pan y tortilla, y preparación de alimentos (Data México, 2022b).
Estos municipios presentan un grado de rezago social y marginación catalogado como muy alto. Para el caso de la Trinitaria, la tasa de analfabetismo es de 63.4 % en las mujeres y 36.6 % en los hombres, y en Amatenango del Valle, el 70.3 % en mujeres y 29.7 % en los hombres (Data México, 2022a). Las principales carencias sociales en estas municipalidades están relacionadas con el acceso a la seguridad social, servicios básicos en vivienda y rezago educativo, indicadores que muestran un mayor impacto sobre la población femenina (Data México, 2022b). Sin embargo, por su cercanía con ciertos destinos y atractivos turísticos de la región sur de la entidad, y por su desarrollo turístico-artesanal2, se han convertido en motivo de desplazamiento para turistas nacionales y extranjeros, y las mujeres residentes, en las principales anfitrionas mediante su incorporación a distintas actividades económicas vinculadas a la actividad.
Siendo el interés de este trabajo la indagación empírica del proceso de empoderamiento de las mujeres en su contexto natural de vida a través del trabajo turístico en organizaciones colectivas, se optó por la metodología de estudios de casos, como un procedimiento de investigación cualitativa que apoya a la descripción sistemática y profunda de un fenómeno anclado en escenarios reales (Njie y Asimiran, 2014; Yin, 2003). Dicha metodología estuvo conformada por tres fases: la primera consistió en una revisión teórica-empírica de los posibles factores económicos y culturales que propician o inhiben el empoderamiento de las mujeres en organizaciones colectivas.
La segunda se enfocó en una estrategia metodológica de tipo explicativa que utilizó como métodos los estudios de casos múltiples, la entrevista semiestructurada y la observación. Y finalmente, la tercera que consistió en el análisis de los resultados.
Como método, los estudios de casos múltiples exigen establecer criterios para la selección de las unidades de análisis (Stake, 1995; Yin, 2003). Es importante mencionar que durante el trabajo de campo, las condiciones de contexto y el criterio de las investigadoras también influencian dicha selección (véase Tabla 1).
En este trabajo, el método de estudios de casos no tiene por objetivo indagar en las diferencias y similitudes entre las unidades de análisis, sino busca explicar los factores que contribuyen o limitan el proceso de empoderamiento de las mujeres que se encuentran involucradas en organizaciones colectivas ubicadas en dichos municipios. Siendo así, el tratamiento de los casos es de tipo instrumental (Stake, 1995 citado por Baxte y Jack, 2008, p. 550) (véase Tabla 1).
Diversos autores (Ortiz, 1998; Stake, 1995; Yin, 2003) reconocen que la entrevista semiestructurada y la observación son algunas de las técnicas más eficaces para la recolección significativa y profunda en los estudios de casos. Se aplicaron cinco entrevistas semiestructuradas a mujeres que participan en organizaciones colectivas que ofertan productos para los turistas en los municipios mencionados. Se elaboró un guion de entrevista, las preguntas buscaron indagar sobre el plano individual y colectivo de la vida de las sujetos de estudio. Respecto al primero, se abordaron temas vinculados a la historia personal de emprendimiento, control y administración de sus percepciones económicas, el rol de sus familiares y pareja, la distribución del tiempo trabajo/familia, entre otros. En el plano de lo colectivo se trataron temáticas como la organización y participación en el trabajo turístico, toma de decisiones, liderazgo, gestión de recursos colectivos y distribución colectiva del tiempo, entre otros.
Las mujeres fueron entrevistadas y observadas para la descripción profunda de sus prácticas y relaciones con otras y otros en sus talleres-espacio de trabajo, de tal forma que, algunas de las entrevistas se tornaron en pláticas grupales con otras mujeres incorporadas al trabajo turístico. El enfoque metodológico predominante es de tipo interpretativo, que se concreta en un diseño metodológico articulado con los preceptos de la Teoría Fundamentada (TF). Este método permite la inmersión en los datos. Se utilizó el software Atlas.ti para el tratamiento de las entrevistas y las descripciones realizadas por las investigadoras. Después de su transcripción y del análisis del contenido, fueron surgiendo los factores impulsores e inhibidores (códigos) recurrentes en las argumentaciones de las entrevistadas (véase Tabla 2).
Además de identificar los factores que impulsan o inhiben el empoderamiento de las mujeres, el software también permitió reconocer la relación que guardan entre sí (impulsores-impulsores, inhibidores-inhibidores, impulsores-inhibidores) y entre los pertenecientes a dimensiones/planos diferentes (económicos-culturales, individuales-colectivos). A través de la matriz de coocurrencias o de atracción, el software muestra la relación o coincidencias (coeficiente C) con un valor que varía entre 0 y >1; entre más cercano sea el valor a 1, más fuerte es la relación entre los códigos (factores o factores de planos/dimensiones diferentes).
Resultados Factores que impulsan el empoderamiento femenino
La población de estudio constó de cinco casos. La edad de las entrevistadas oscila entre los 23 y los 56 años de edad; son mujeres indígenas, en su mayoría con estudios de secundaria. Tres de las organizaciones donde participan se ubican en el municipio de Amatenango del Valle, pueblo tzeltal donde comúnmente las mujeres se dedican a la venta de alfarería que elaboran con métodos tradicionales que aprendieron desde corta edad, instruidas generalmente por su mamá, hermanas, abuela o tías, con el objetivo de aportar a la economía familiar. Al respecto, algunas de las entrevistadas señalan: “Mi mamá me enseñó la alfarería, yo vendía en San Cristóbal, lo que aprendí más fue la pintada, todo me lo enseñó mi mamá, empecé a vender con ella…” (Alejandra, entrevista, 2021), “Empezamos a hacer alfarería desde los 10, 12 años, nuestras mamás y abuelas nos enseñó, y antes no pintábamos así, ahora ya pintamos con los colores…” (Eufrasia, entrevista de campo, 2021), “A mí me enseñó mi hermana, porque a mis hermanas ya les había enseñado mi mamá…” (Susana, entrevista de campo, 2021).
Con respecto a las mujeres que participan en organizaciones colectivas ubicadas en el municipio de La Trinitaria, específicamente en el Parque Nacional Lagunas de Montebello, se dedican a la venta de alimentos típicos regionales en los denominados comedores tradicionales. Ahí las entrevistadas mencionaron: “Aprendí a cocinar esta comida desde muy pequeña, quizás como a los 10 años y sí me ha permitido salir adelante, mi pasión es cocinar, nos ha sostenido, sí claro, hay días malos…” (Jennifer, entrevista de campo, 2021), “Yo soy casada e inicié el negocio para llevar el sustento a la familia, para poder colaborar…” (Nohemí, entrevista de campo, 2021).
A partir del análisis de las entrevistas, se identificaron cuatro factores que, en el plano colectivo, juegan un papel importante en su proceso de empoderamiento, estos son: el (B4) trabajo turístico, el (B7) trabajo visible, la (B6) estructura organizacional democrática y los (B5) procedimientos consensuados en las organizaciones. Algunas de estas categorías guardan relación entre sí y con otros factores a nivel colectivo. El (B4) trabajo turístico es visualizado por las mujeres entrevistadas como un factor que les permite (B7) visibilizar su trabajo y lo reconocen como una fuente para acceder a la (B2) capacitación técnica. A partir de las relaciones que guarda con los factores individuales, el (B4) trabajo turístico les da la posibilidad para acceder a un (A1) trabajo remunerado, a (A6) controlar sus recursos económicos y (A6) otros bienes materiales (véase Tabla 3).
Lo anterior mantiene coincidencia con lo planteado por Casique (2010), al mencionar que la incorporación de las mujeres a una actividad productiva remunerada las dota de mayor independencia y control sobre sus vidas; además de impulsar el empoderamiento femenino, la remuneración de las actividades que realizan reivindica y visibiliza la importancia del trabajo que realizan.
Igualmente, emergen algunos factores directamente relacionados con la dinámica para la toma de decisiones al interior de las organizaciones en las que participan; por ejemplo, las mujeres perciben que existen una (B6) estructura organizacional democrática que les permite establecer (B5) procedimientos consensuados en las organizaciones. Aparentemente, estas dinámicas de organización en los grupos de trabajo les dan la posibilidad de (B3) contribuir activamente en el colectivo; sin embargo, en el siguiente apartado sobre los factores que inhiben el proceso de empoderamiento se visualiza que las integrantes mantienen una actitud pasiva frente a los retos en innovación que les impone la oferta de sus productos y servicios, manteniéndose a la espera que las líderesas de las organizaciones establezcan las pautas sobre decisiones en las que debería actuar colectivamente.
En la Tabla 4 se observan los vínculos entre algunos de los impulsores individuales y los impulsores del entorno colectivo; existe una fuerte relación entre el (B4) trabajo turístico y la (A4) mejora de la calidad de vida en su plano individual; sin embargo, las argumentaciones no dan certeza de que, efectivamente, las actividades productivas en las que participan estén contribuyendo en su proceso de empoderamiento económico o de (A7) control de los recursos económicos. Por ejemplo, una de las mujeres menciona: “Uno de los principales problemas es que cuando venimos, casi no vendemos, por ejemplo, hoy no hemos vendido nada, por ejemplo, sábado y domingo a veces sí…” (Alejandra, entrevista de campo, 2021).
En la interdependencia entre el plano individual y colectivo, se observa que las mujeres relacionan las formas de (B9) poder decisorio a las que han podido acceder a razón de su participación en las organizaciones colectivas con la (A2) seguridad para la toma de decisiones en su vida personal. Al respecto, una de ellas menciona: “Dispongo yo de que, si voy a hacer mi trabajo o no lo voy a hacer, por ejemplo, si tuviera patrona tengo que venir a la hora que diga estar presente, en cambio ahora yo decido si vengo o no, si tengo prisa recojo y me voy…” (Jennifer, entrevista de campo, 2021). Sobre todo, señalan que el trabajo turístico les ha provisto de una mayor (A10) libertad de movimiento; es decir, sus actividades ya no se limitan al espacio doméstico.
A nivel de lo colectivo, el acceso de las mujeres a un actividad laboral remunerada potencia el crecimiento inclusivo, así como el desarrollo de liderazgo a través de la participación pública, robusteciendo las alianzas entre mujeres para una transición en los estereotipos de género y la subordinación: “Si, por ejemplo, si algo anda mal, nos ponemos de acuerdo todas y luego la encargada tiene que pasarlo al comité, para externar las necesidades de todas, para elegir a la encargada votamos, es una persona que ya tiene más experiencia en cuanto a las necesidades…” (Nohemí, entrevista de campo, 2021).
Factores que inhiben el empoderamiento colectivo
A lo largo de esta investigación no solo fue posible identificar los factores que en el contexto individual y colectivo impulsan el empoderamiento de las mujeres, también emergieron algunas categorías que refieren a los factores que tienden a inhibir el proceso de empoderamiento. Para Rowlands (1997), los inhibidores son factores que dificultan el empoderamiento y se generan en el contexto de donde provienen las mujeres o de las acciones negativas de las organizaciones donde se desenvuelven. En los casos estudiados, estas son algunas de las tendencias encontradas en el análisis de los datos. Por un lado, se observa que los factores que inhiben el empoderamiento provienen de las dinámicas internas de las organizaciones en las que participan las mujeres. Por el otro, se identifica que los inhibidores emanan de las relaciones condicionadas por el género que se reproducen en el entorno cercano de las mujeres, particularmente de las pocas posibilidades que han tenido para desafiar y renegociar las relaciones y los roles de género en el entorno familiar. Y finalmente, aquellos relacionados con la naturaleza de las actividades que promueven dichos grupos de trabajo colectivo.
Si bien, los procesos democráticos y participativos al interior de las organizaciones colectivas pueden contribuir en el proceso de empoderamiento; en este caso, los resultados evidencian la (C9) falta de apoyo en el entorno colectivo. Específicamente, las mujeres refieren a estrategias que les ayuden a mantener un flujo constante de ventas en sus productos, al respecto una de las entrevistadas menciona “no nos caería mal un apoyo para promocionar, para que asi nos beneficiemos y valga la pena de pagar lo que nosotros damos…” (a la cooperativa) (Jennifer, entrevista de campo, 2021). Aunque estos argumentos reflejan las necesidades prácticas (Young, 1997) que surgen en la oferta de productos y servicios para los turistas, dejan entrever que las mujeres entrevistadas no encuentran en los colectivos un entorno que las involucre activamente en el análisis y búsqueda de soluciones a las situaciones cotidianas relacionadas con sus negocios; incluso, algunas señalan la carencia de lideresas que orienten el rumbo de las organizaciones.
Partiendo del hecho que las organizaciones colectivas a las que pertenecen las entrevistadas son iniciativas que, en su mayoría, son concebidas y planeadas por organismos gubernamentales que han priorizado la conformación de estos grupos como formas de intervención económica más que social, el análisis de las entrevistas evidencia que las mujeres se asumen como integrantes pasivas de estos colectivos; particularmente, se observa la (C13) falta de autoconfianza para emprender acciones que favorezcan sus propios emprendimientos.
Desde lo colectivo son diversos los factores que contribuyen a inhibir el empoderamiento de las mujeres de estudio; no obstante, deben entenderse que también intervienen otros que se gestan en los diferentes planos de su vida (individual, colectivo, entorno cercano). En este caso, la participación de las mujeres en las organizaciones ha (C10) sumado cargas de trabajo sobre las actividades que realizan en su vida cotidiana; se identifica que el origen está en las pocas o nulas posibilidades que han tenido para negociar las relaciones y los roles de género con sus parejas y, en general, con los integrantes de su núcleo familiar.
La organización de la dinámica familiar y social en la que se desenvuelven encuentra fundamento en la tradicional (C11) división sexual del trabajo. Esta categoría emerge en el análisis como un eje principal, a través del cual es posible observar distintos factores que inhiben su proceso de empoderamiento. Aunque la participación en las organizaciones les ha permitido acceder a recursos económicos, a estrategias de capacitación, a una mayor libertad de movimiento, entre otros recursos, esto no las ha exonerado de las actividades que les han sido atribuidas casi de manera “natural” (trabajo doméstico). Su colaboración en las organizaciones colectivas sumada al trabajo doméstico ha propiciado una (C4) brecha en el tiempo promedio destinado a quehaceres, lo que implica el desempeño de jornadas extendidas, dobles jornadas laborales e, incluso, su trabajo en las organizaciones colectivas se ha convertido en una extrapolación de este tipo de labores. De ahí que, parte importante de las actividades derivadas de su incorporación a las organizaciones colectivas puede catalogarse como trabajo no remunerado.
Las actividades que desempeñan las mujeres en las organizaciones no solo se han convertido en una extensión de las labores domésticas, sino también de los cuidados de los miembros de la familia: “El día que me toca trabajar acá me vengo a las siete, me tengo que parar muy temprano, a las cinco de la mañana para subir las cosas, preparar el café de mi esposo y alistar las cosas de mi bebé para traerlas …” (Nohemí, entrevista de campo, 2021).
Por supuesto, esta dinámica de organización social se encuentra ampliamente reforzada por la (C1) jerarquía patriarcal; esta categoría emerge en el análisis de los datos para reconocer, entre otras cosas, que las mujeres han internalizado las diferencias funcionales entre los sexos desde que son pequeñas, de tal forma que los roles de género les parecen justos y naturales (Batliwala, 1997), por ejemplo, una de las entrevistadas afirma “… es diferente en la casa, así tuviéramos veinte negocios en la casa el jefe es el jefe…” (Jennifer, entrevista de campo, 2021).
Finalmente, aunque el acceso al (B1) trabajo remunerado se coloca como un factor que impulsa —desde lo colectivo— el empoderamiento de las mujeres, también se reconoce que las ganancias generadas por la venta de sus productos al turista, no alcanzan para proveerles de las condiciones básicas materiales de su existencia (salario, prestaciones, seguro médico, entre otras); por tanto, no debe asumirse que las mujeres mantienen una condición económica sólida. A lo anterior, se suma la emergencia del (C7) trabajo invisible como uno de los inhibidores del proceso de empoderamiento. De acuerdo con lo argumentado por las entrevistadas, el trabajo realizado en sus emprendimientos es una extrapolación de las actividades que realizan en el hogar; de tal forma, que el trabajo realizado para la elaboración y venta de sus productos se considera como fruto de su posición como mujer y de los roles que les han sido asignados socialmente. De esta forma, las entrevistadas no lo conciben como un trabajo que merezca una valoración económica y social. Al respecto argumentan: “Yo veo bien que se herede el conocimiento y que las mujeres hagan esto, ya le enseñé a mi sobrina” (Eufrasia, entrevista de campo, 2021); “Todas las mujeres de aquí es nuestro trabajo esto” (Alejandra, entrevista de campo, 2021).
Se observó que existe una relación significativa entre la (C11) división sexual del trabajo y la (A8) reducción en cargas de opresión, esto se debe a que las mujeres que participan en estas organizaciones colectivas no han logrado vencer la barrera de los esquemas culturales en que son asignadas las actividades y los roles de género: “… Es la misma carga de trabajo aquí y en mi casa, nadie me ayuda en mi casa, las que tienen hijas, sí…” (Eufrasia, entrevista de campo, 2021) “Al regresar a la casa también hacemos labores en la casa, mi esposo solo trabaja en el campo…” (Nohemí, entrevista de campo, 2021).
Así mismo se observa que la brecha en el tiempo promedio destinado a quehaceres domésticos es una limitante en el empoderamiento de las mujeres que participan en estos colectivos, sobre todo, en relación al alto índice de actividades feminizadas, las cuales tienen conexión con los roles de género que se establecen en cada comunidad como apropiados para cada sexo: “En un día me levanto, lavo mi nixtamal, voy a moler, después hago las tortillas, todas empiezan a barrer porque el patio es muy largo, luego la otra va a trapear y yo con mi cuñada y mi mamá empezamos a hacer la tortilla, entre todas nos ayudamos …” (Susana, entrevista de campo, 2021).
El (C2) ingreso salarial en razón de género tampoco es un dinamizador del empoderamiento para este grupo de mujeres, puesto que limita sus posibilidades, ya que comúnmente reproducen actividades aprendidas dentro del entorno doméstico.
Conclusiones
El empoderamiento femenino es un proceso que se constituye por múltiples categorías y acciones sociales. En esta investigación, se observó que es el trabajo colectivo lo que les ha permitido alcanzar ciertos avances en su contexto social y económico. De manera general, se argumenta que la incorporación de las mujeres en organizaciones colectivas del turismo rural supone, entre otras cosas, romper con esquemas de subordinación que habitualmente están presentes en su contexto familiar y social; lo cual constituye un desafío, principalmente, en las relaciones de poder en la pareja, que puede desencadenar diversas formas de obstaculización en el proceso de empoderamiento femenino, tales como la reproducción de relaciones patriarcales, trabajo invisible y subordinación doméstica, mismas que se manifiestan a través de acciones conductuales o verbales que buscan desvalorizar, intimidar o controlar a la mujer.
En este sentido, las mujeres entrevistadas para esta investigación revelan que el trabajo remunerado, a través de su participación en los colectivos turísticos, les ha permitido tener control sobre sus recursos económicos, libertad de movimiento y seguridad en la toma de decisiones, factores que propician el empoderamiento femenino. Sin embargo, hay suficiente evidencia de la presencia de patrones culturales de opresión y subordinación de las mujeres, como elementos inhibidores del mismo. Estos afectan, principalmente, la percepción positiva y la autoestima de las integrantes de las organizaciones colectivas, los cuales son elementos necesarios para tomar medidas que les permitan mejorar sus condiciones individuales y las de sus espacios de trabajo. También limitan la capacidad de negociación de las mujeres para desenvolverse y sobrevivir a partir de sus ingresos propios derivados de su actividad en el turismo, por supuesto, entre otras implicaciones.
De acuerdo con los casos estudiados, se identificó que las pocas posibilidades de negociación con la pareja y, en general, con su entorno familiar, orilla a las integrantes de las organizaciones a mantener las cargas de trabajo relacionadas con los cuidados y el hogar, al tiempo que mantienen sus actividades en el trabajo turístico. Incluso, trasladan el trabajo turístico a la unidad doméstica, pues al permanecer en estado de dependencia económica e identificar acciones de desautorización por parte de sus parejas y entornos cercanos, prefieren optar por el trabajo individual que hacerlo de manera colectiva. Por último, aunque en las organizaciones se ha buscado la manera de que las integrantes desarrollen algunas de sus capacidades individuales y colectivas a través de la capacitación, los argumentos de las entrevistadas evidencian que no han logrado hacer de sus organizaciones espacios de discusión, diálogo y búsqueda de alternativas que les permitan constituirse a sí mismas como agentes de cambio para incidir en los intereses colectivos.