Ciencia y Sociedad, Vol. 48, No. 1, enero-marzo, 2023 • ISSN (impreso): 0378-7680 • ISSN (en línea): 2613-8751 • Sitio web: https://revistas.intec.edu.do/
Placeres tecnosexuales. Claves hacia la comprensión de la sexualidad humano-máquina1
Technosexual Pleasures. Keys for the understanding of human-machine sexuality
Cómo citar: Radrigán, V. (2023). Placeres tecnosexuales. Claves hacia la comprensión de la sexualidad humano-máquina. Ciencia y Sociedad, 48(1), 9–32. https://doi.org/10.22206/cys.2023.v48i1.pp9-32
Introducción
Sabemos que un aspecto central en la definición de la sexualidad humana es la búsqueda y necesidad del placer por sobre el instinto reproductivo2 (Lucas, 2009). En esta disposición al goce hemos ido desarrollando, a lo largo de la historia, diversas tecnologías que nos ayudan en nuestra exploración y que resultan profundamente relevantes en las concepciones del sexo. Podríamos decir, en esta línea, que toda sexualidad es tecnosexual: las tecnologías, tanto desde su dimensión material como en su nivel discursivo/político nos conforman corporalmente y determinan las formas en las que nos vinculamos sexualmente (Preciado, 2002, 2020).
En los últimos 30 años, el desarrollo específico de dispositivos que mediatizan el cuerpo y las relaciones ha conllevado profundas reconfiguraciones de la sexualidad humana, especialmente en lo que respecta a la necesidad de compañía física de otras personas. Las tecnologías de telepresencia, por ejemplo, (aplicaciones móviles de citas, chats, videollamadas, etc.) ya posibilitan compartir una actividad sexual a distancia, mientras que la propia industria del sexo y sus aparatos (pornografía, juguetes, robótica, avatares de videojuegos, softwares y modelos de inteligencia artificial, etc.), no solo nos permiten prescindir de un interlocutor humano, sino que nos abren a la posibilidad de experimentar placeres inéditos: placeres tecnosexuales.
Hoy buscamos intensidades más que trascendencias, y vivimos conexiones que se instalan en las lógicas del entretenimiento, entornos sensoriales y goce aumentado. Del mismo modo, existe una mayor variabilidad en lo sexual y en los afectos, cosa que verificamos principalmente en dos ámbitos: por una parte, a nivel social, es evidente una progresiva aceptación y validación de las relaciones casuales (sin necesidad de compromisos ni vínculos sentimentales entre los involucrados), lo que resulta en un menor cuestionamiento o enjuiciamiento negativo hacia este tipo de vínculos. Luego, vemos la emergencia de nuevas formas de entender la afectividad y el romance, aspectos que han hecho que las personas se permitan explorar tanto el sexo sin amor, como el amor sin sexo como otras posibles combinatorias del campo (Radrigán, 2021a). De esta forma, se han abierto nuevas posibilidades de definición de códigos ético sociales en lo que respecta a los afectos y la sexualidad.
Surgen así, corporalidades cargadas de energía múltiple, vibrantes, en constante búsqueda de afectación, de ser sentidas de todas las maneras posibles. Cuerpos anhelantes de placeres hoy accesibles a través de tecnologías que todo lo acercan, que todo lo disponen, que te disponen a otros y sus deseos. Y nunca ello se había manifestado en tanta variabilidad: estamos expuestos a una cantidad abrumadora de imágenes cuerpo que friccionan nuestras concepciones del erotismo. La adaptabilidad y maleabilidad propias del mundo digital nos sitúan en un terreno donde nuestra corporalidad se desborda y es inundada por aparatos y códigos que nos permiten modificarnos, ampliar nuestras fantasías, contactarnos con otras pieles antes inalcanzables.
Hacemos de nuestro cuerpo un territorio expuesto hacia nuevos (con)tactos: caricia pixel, masturbación cámara, orgasmo plástico, mirada que, en el contacto con un ojo robótico, devuelve el placer a la unicidad de la propia carne. Así, desear un objeto (fetichismo3), amarlo (objetofilia4) o el disfrutar de ser objetualizado (en ámbitos del BDSM5, por ejemplo) son prácticas que podemos aceptar “no tanto como perversiones marginales en relación con la sexualidad «normal» dominante, sino más bien como elementos esenciales de la producción moderna del cuerpo y de la relación de este con los objetos manufacturados” (Preciado, 2002, p. 86). Hoy en día, se nos insta como sociedad a actualizar lo que consideramos “normal”6 o “saludable”7, ampliando los márgenes de la sexualidad convencional. Siguiendo al sexólogo Manu Catalán (2022):
Cuando piensas en relaciones o prácticas sexuales tienes cuatro: masturbación, sexo oral, sexo anal y sexo vaginal. Sin embargo, una vez que desgenitalizas la sexualidad, o expandes la idea del orgasmocentrismo y el falocentrismo, más allá de la hetero-cis-mono-norma, más allá de su asignación social, entras a nivel de todo lo que es no convencional. Sin embargo, ahí te das cuenta de que en realidad muchas veces estas conductas tildadas de “inusuales” solo lo son porque no es lo que está normado en la vida cotidiana.
Motivaciones
La apertura que este gesto implica, resulta para nuestro estudio central: no nos interesa revisar hasta qué punto las relaciones humano-máquina pudieran ser “meras actualizaciones” del autoerotismo8 ni menos cuestionar si estas prácticas son o no parte de la sexualidad per se9, más bien queremos centrar la atención en las especificidades de la tecnosexualidad contemporánea, que se manifiesta en las formas inéditas de goce que los nuevos aparatos proponen. En concreto, ellos parecieran superar, en su operatividad, a otros objetos masturbatorios previos, en la medida en que su diseño promueve contactos y placeres imposibles de lograr mediante el tacto de una persona. De esta forma, las particularidades de la tecnosexualidad actual se sustentan en las cualidades de los nuevos dispositivos, los cuales, con distintos grados de sofisticación, nos enfrentan a una serie de avances que van desde la mayor eficacia (o hasta rapidez) en la consecución de un orgasmo (en la producción de diversos sistemas vibratorios, presión o succión, tratamiento de texturas, materiales, formas, etc.), a la invención de campos propios de la imaginación o lo fantástico (nuevas corporalidades, exofilia, etc.). A su vez, mediante el desarrollo de algoritmos que permiten mayores niveles de agencia (retroalimentación/comunicación con el objeto), vemos casos donde las tecnologías logran incluso satisfacer necesidades afectivas10.
Nos enfrentamos al despliegue de aperturas inéditas donde las zonas erógenas se hibridan, se virtualizan y retornan a la carne en un constante bucle, generando movimientos que nos transforman e involucran la producción constante de significados, sensorialidades y afectos conectivos. Estamos en un campo en el que las experiencias del placer y la imaginación continúan en el centro de la atracción, pero ¿qué placeres?, ¿qué imaginaciones?, ¿cómo comprender esta (nueva) dimensión de la sexualidad?
Hipótesis
Consideramos que este proceso debe partir por subrayar las mutuas pregnancias que existen entre el mundo objetual y el orgánico en la contemporaneidad. Así como nuestras relaciones interpersonales se han modificado, los aparatos tecnológicos (y más aún, aquellos diseñados específicamente para el placer sexual) también, vinculándose con nosotros de formas inéditas. De esta forma, la especificidad de la tecnosexualidad contemporánea debe comprenderse atendiendo a estas transformaciones. Neutralizando la carga tecnofóbica de una lectura sobre la anulación de la experiencia interpersonal,11 proponemos un análisis que actualice las jerarquías entre personas, objetos, cuerpos y deseos, ingresando quizás a lo que Perniola (1998) llamaría una “sexualidad neutra”: el “ingreso a una experiencia desplazada, descentrada, liberada del propósito de alcanzar un fin” (p. 10).
Metodología
Para trabajar esta idea, proponemos una metodología cualitativa de abordaje interpretativo, lo cual nos permitirá desarrollar un texto de reflexión teórica de carácter crítico y argumentativo. Resulta evidente, que tanto la sexualidad contemporánea como los estudios en torno a las relaciones humano-máquina no pueden abordarse sino a través de enfoques transdisciplinares, por lo cual hemos realizado una revisión sistemática del estado del arte, en la que confluyen referencias de la filosofía de la tecnología, teoría cyborg, ciencias humanas, sexología y psicología, ámbitos que se entrelazan con la cultura popular y medial a partir de la lectura y discusión de fuentes bibliográficas primarias. Del mismo modo, consideramos crucial la atención en la dimensión experiencial de las prácticas de sexualidad alternativa, por lo cual hemos optado por contactar a través de entrevistas directas a especialistas y/o activistas de los campos mencionados. En este sentido, el valor metodológico y teórico de este artículo está en extender las fronteras de diálogo entre diversas áreas del conocimiento.
Objetivos
Como objetivo principal, el texto busca contribuir al avance de la reflexión en torno a la sexualidad contemporánea desde una perspectiva multifocal, abriendo nuevas percepciones sobre los placeres que despliegan en las relaciones humano-máquina. Además, atendiendo al actual desarrollo tecnológico y al estado de la discusión en torno al tema, vemos que los diversos estudios existentes omiten dos aspectos fundamentales: primero, desconocen u obvian las formas de relacionamiento sexual humano contemporáneo en un amplio espectro, desatendiendo los vínculos utilitarios o desafectados de la actualidad (influenciados por las propias tecnologías y la cultura medial/digital), mismas prácticas “no convencionales” en las que procesos de objetualización entre personas entran en juego. En segundo lugar, pareciera no haber una consideración del rol que los objetos (y en particular los aparatos tecnológicos) cumplen en la relación con nuestros cuerpos y subjetividad hoy, espectro que implica hibridaciones con el mundo maquínico en diversos niveles. En consecuencia, este texto pretende aportar con una actualización a estos aspectos que han quedado fuera de la discusión crítica, otorgando una lectura sobre la tecnosexualidad que no se instala desde una comparación a la sexualidad humana “tradicional”, sino que propone una atención en sus especificidades.
Desarrollo
Actualizando nuestros vínculos con los objetos
Entendemos que las relaciones entre los cuerpos humanos y las tecnologías se fundamentan en un proceso de transformación mutua. Esta tecnomorfosis (Radrigán, 2015), teorizada extensamente por investigadores e investigadoras de la filosofía de la técnica (Simondon, 2008; Stiegler, 2002; Heidegger, 1983; y otros.) y la teoría cyborg (Haraway, 1995, 1999; Aguilar, 2008, 2013; Braidotti, 2015; y un largo etcétera), nos permite comprender que todo vínculo entre personas y objetos resulta en un acoplamiento o interfaz que tensiona categorías modernas de límites y jerarquías. De esta forma, surge la propuesta de:
pensar en la humanidad como un elemento más dentro de una ecología más amplia de fuerzas interdependientes. Esto podría enfocarse de manera provechosa como una difuminación deliberada de las distinciones de los confines de la especie, es decir, en torno a los límites entre nosotros y los objetos inanimados (como los dispositivos tecnológicos), por un lado, y entre nosotros, y los organismos no humanos (desde otros mamíferos hasta bacterias intestinales), por el otro (Laboria Cuboniks, 2022, p. 95).12
Bajo estas premisas, la determinación y valoración que hacemos del campo de lo objetual cambia: ya no hablamos de simples cosas “dispuestas” para nuestro uso e “históricamente vacías de ser” (Bulo, 2022, p. 31) —cuestión a su vez anclada en la lógica del capital “como condición de posibilidad de la existencia” (p. 33) que “hace aparecer a los entes como disponibles porque es aquello que fuerza al ser de los entes para el consumo” (p. 32)— sino de entidades que proponen afectaciones complejas. “El problema no está, por tanto, en optar por una priorización de lo “natural” frente a “lo técnico”; el problema está en una coexistencia dominante con los otros cuerpos” (p. 36).
En consecuencia, podemos atender a otras dinámicas relacionales con las cosas; por ejemplo, considerar su papel en la sustitución de las relaciones interpersonales. En efecto, si bien los artefactos cumplen objetivos y solucionan problemas determinados, bien sabemos que tienen otros valores que muchas veces acaban por superar las funciones para las que fueron originalmente diseñados. De esta forma: “en su función concreta, el objeto es solución a un problema práctico. En sus aspectos inesenciales, es solución a un conflicto social y psicológico” (Baudrillard, 2012, p. 144). Luego, esta “concepción del objeto y de la técnica como sustitutivos de los conflictos humanos” (p. 144), extensible a toda una organización mecánica de la civilización, se ha complejizado en la actualidad. Siguiendo a Baudrillard (2012), “el sistema de los objetos” que configuran nuestro universo ha trascendido ampliamente su dimensión de funcionalidad “hacia un nuevo orden práctico de organización” (p. 19), en el que las dinámicas de juego, interpretación simbólica y vínculo afectivo serán claves fundamentales.
En este contexto, la distinción y separación entre las personas y los objetos resultará compleja en una serie de niveles. Uno de ellos es el desarrollo cada vez mayor de la cyborgización, no solo en la incorporación constante de elementos orgánicos e inorgánicos en nuestra propia corporalidad, sino en la expansión de este proceso hacia la virtualización digital, cuestión que vemos en la utilización permanente de aparatos tecnológicos que se han vuelto indispensables en nuestras vidas como el celular, por ejemplo. En una era de “neoprótesis proyectivas” (Radrigán, 2015), el cuerpo humano se ha vuelto una interfaz en sí misma, un “canal de flujo” (Espósito, 2009, p. 26) que permite conexiones entre muy diversos planos de la realidad. El contacto con geografías o temporalidades alejadas, pero también con otras corporalidades humanas y no humanas, así como el despliegue de un imaginario digital con sus propias reglas y afectaciones, son condiciones ya basales de una contemporaneidad en la que “las cosas son prolongación de mi cuerpo y mi cuerpo, prolongación del mundo” (Espósito, 2009, p. 15). Hablamos de un nuevo panorama de relaciones:
En las pantallas, los cuerpos se desintegran en bloques energéticos donde se pierde toda noción fija de aquello en lo que se deviene. No hay un término o final para lo devenido [...] un devenir otredad puro que actúa por contagio, por “orden de la alianza” (Deleuze y Guattari, 2004, p. 245), por “una manada, una banda, una población, un poblamiento, en resumen, una multiplicidad.” (p. 245). En consecuencia, la virtualización permitiría una transformación en la que —eventualmente— podemos devenir cualquier cosa. Se “ponen en juego términos completamente heterogéneos: por ejemplo, un hombre, un animal y una bacteria, un virus, una molécula, un microorganismo” (Deleuze y Guattari, 2004, p. 248), a lo que agregaríamos (por qué no) un objeto, un sonido, una entidad binaria emergente (Radrigán, 2016, pp. 85-86).
Luego, nuestras relaciones interpersonales también se han modificado. Si bien la búsqueda de intimidad emocional sigue siendo factor central en la sexualidad de muchos individuos, el tecnocapitalismo avanzado nos ha posicionado en un “mercado sexual” y en una “economía de los afectos” (Radrigán, 2021a) donde devenimos productos susceptibles de ser adquiridos e intercambiados libremente. Así, la variedad, la sensación de novedad, la ausencia de complicaciones y el deseo de experimentar sensaciones positivas —cuestiones que bien podemos encontrar en los objetos— son motivaciones hoy cada vez más válidas y aceptadas culturalmente como razones para concretar un encuentro sexual. Resulta indispensable, por tanto, actualizar nuestra comprensión de las relaciones en el marco de una hookup culture (Radrigán, 2021a) generalizada, alejándonos de visiones moralistas (Hauskeller, 2014) que consideran la trascendencia o incluso la significación intersubjetiva como únicas vías posibles en los vínculos humanos. Siguiendo a Espósito (2017), si la mano es “el órgano que humaniza el mundo” (p. 36), las personas son hoy cosas que se encuentran literalmente a la mano.
Otro aspecto radica en las cualidades particulares que el propio desarrollo tecnológico ha imprimido sobre los objetos, haciéndolos cada vez más atractivos y fundamentales, entramándolos con necesidades cotidianas y aspectos estéticos, identitarios, de pertenencia, pero también de goce, proyección y autodescubrimiento, en una dimensión que no percibíamos con tecnologías anteriores. Las lógicas de posesión, dominio, servilismo y utilitarismo que determinaban nuestras relaciones con los aparatos hasta hace poco tiempo atrás (Espósito, 2017) se han vuelto difusas y problemáticas: así como objetualizamos a las personas, personalizamos a los objetos.
En una sociedad de consumo, acumulación y materialismo, donde prima una máxima customización y sofisticación del diseño, los artefactos no solo satisfacen carencias, sino que generan nuevos deseos, dentro de los cuales la superación de la monotonía en la producción de atmósferas de placer y evasión son fundamentales (Illouz, 2009; Lipovetsky, 1990; Baudrillard, 2011). Los objetos de hoy crean vínculos de seducción con nosotros fuertemente sustentados y avalados por una cultura de masas hedonista en la que los valores primordiales “son el placer y la libertad individual” (Lipovetsky, 1990, p. 143). Así, la seducción artificial “actúa por la embriaguez del cambio, la multiplicación de los prototipos y la posibilidad de elección individual” (p. 107), aspectos que generan una satisfacción privada que se despliega “en vistas al bienestar, la funcionalidad y el placer en sí mismo” (p. 196).
Si bien en términos generales aún podemos identificar una distancia básica entre el individuo y los objetos sustentada en el eje de la posesión —“una cosa no es ante todo lo que es, sino lo que alguien tiene” (Espósito, 2017, p. 36)— en un contexto de transhumanismo pronunciado (Radrigán, 2015), la función servil de los mismos se vuelve problemática. La distorsión de las jerarquías de uso para con los aparatos, en lo que ya Flusser (1990) denominó la lógica del “sujeto funcionario”, hoy se complejiza aún más: los sistemas de control de la web 3.0, el fenómeno de la internet de las cosas (IoT) y los avances en materia de software, interfaces e inteligencias artificiales, entregan ciertas propiedades de agencia (retroalimentación y autonomía)13 que desembocan en la generación de relaciones afectivas de nosotros para con ellas, vale decir, en la capacidad de afectar y ser afectados.
Las relaciones con estos nuevos objetos, así, claramente trascienden la premisa de la pasividad: las cosas no están simplemente ahí dispuestas para nuestros fines y objetivos, sino que ellas activan en nosotros significaciones, necesidades, sentimientos, intensidades y conexiones inéditas. Siguiendo a Espósito (2009), las cosas y personas:
no solo interaccionan, sino que en realidad se complementan entre sí. Más que herramientas u objetos poseídos por la propiedad privada, las cosas constituyen el filtro a través del cual los humanos sin modelar aún por el dispositivo de la persona, entran en relación entre sí (pp. 25-26).
Si trasladamos esta reflexión a objetos tecnológicos más avanzados, en lo que respecta a los computadores, por ejemplo, mucha gente manifiesta preferencia por interactuar con ellos a con otras personas (Chávez, 2020), y el desarrollo robótico avanza hacia la creación de máquinas cada vez más atractivas a nivel físico y relacional. El símil antropomórfico y las habilidades sociales e incluso sensibles de estas entidades nos plantean constantes modificaciones a nuestra percepción, aspecto que se manifiesta en estudios humano-robots (Calo, 2015), donde se ha teorizado sobre la posibilidad de estos últimos de “pertenecer a una “categoría ontológica” completamente nueva. “Los sujetos no tienden a pensar en robots personificados como vivos, pero tampoco los consideran objetos” (Chávez, 2020, p. 63).
En esta línea y siguiendo la tradición de la cultura material, podríamos proponer una reivindicación antropológica de los objetos, entendiéndolos:
como parte constitutiva de nuestras maneras de ser y ver el mundo, derrocando la primacía de los sujetos como los únicos capaces de crear significado y sentido, y desplazando en muchos casos la pregunta de qué significan los objetos por aquella de qué hacen, qué producen, qué conectan y cómo importan (Miller, 1998 y 2005; Tilley et al., 2006; Edwards, 2012), y constituirse quizás, de acuerdo con Laviolette (2013), en los nuevos “otros” del encuentro antropológico. (Alonso Rey, 2016, p. 43).
Es, entonces, en esta particular condición de otredad en la que quisiéramos detenernos. Proponemos que la emergencia de campos relacionales y de sentido entre cuerpos humanos y objetuales, especialmente cuando hablamos de aparatos tecnosexuales, debe analizarse atendiendo a una cualidad de desjerarquización entre los mismos. Para ello, podemos referir a la propuesta de mediación de Simondon (2008), donde lo humano y su corporalidad son “condición de existencia del objeto técnico inventado” (p. 247) y este “funciona como medio asociado al cuerpo, en cuanto necesario promotor de su ser, devenir y mutación en el mundo”. (Radrigán, 2015, p. 100).
Siguiendo lo planteado por Simondon (2008), la propuesta sería considerar una relación de mediación “de tres términos: hombre, máquina, mundo, y la máquina está entre el hombre y el mundo” (p. 99). Desde esta mirada, el individuo no es “inferior ni superior a los objetos técnicos” (p. 108) sino que puede “abordarlos y aprender a conocerlos manteniendo con ellos una relación de igualdad, de reciprocidad, de intercambios, de cierta manera, una relación social” (p. 108). Para ello y siguiendo al autor, sería necesario superar las tecnofobias que hacen emerger por parte de la cultura actitudes contradictorias: de una parte, se considera a los objetos técnicos mera materia utilitaria, por otra “supone que estos objetos son también robots que están animados con intenciones hostiles para con el hombre, o que presentan para él un peligro permanente de agresión, insurrección” (Simondon, 2008, p. 32). De esta forma, la puesta en servicio de las máquinas opera, en tanto “reducción a la esclavitud, un medio seguro de impedir toda rebelión” (p. 33).
Así:
la cultura se comporta con el objeto técnico como el hombre con el extranjero cuando se deja llevar por la xenofobia primitiva. El misoneísmo orientado contra las máquinas no es tanto odio a lo nuevo como negación de la realidad ajena. Ahora bien, este extranjero todavía es humano y la cultura completa es lo que permite descubrir al extranjero como humano. Del mismo modo, la máquina es el extranjero; es el extranjero en el cual está encerrado lo humano, desconocido, materializado, vuelto servil, pero mientras sigue siendo, sin embargo, lo humano. (Simondon, 2008, p. 31).
Trasladando esta reflexión al campo de lo sexo- afectivo, pensar en los aparatos como otredades no —esclavas, más allá del servilismo, supone la consideración de sus propiedades y potencialidades como interlocutores válidos para la experiencia del placer. Si las máquinas han devenido en “los nuevos otros”, en “extranjeros”, superemos nuestra tecnoxenofobia y abramos la posibilidad de un diálogo corporal— matérico en el que la dimensión lúdica del descubrimiento despliegue la mutua transformación de nuestros universos.
El problema de la agencia en la tecnosexualidad
Dos problemas aparecen de forma enlazada frente a esta propuesta. Uno de ellos tiene que ver con el nivel de “interlocución” y “diálogo” que efectivamente sea posible establecer con una máquina, y el otro, el espacio de juego y experimentación que emerge en este tipo de relaciones.
En relación con lo primero, es preciso reflexionar sobre las nuevas características de los objetos tecnosexuales; en términos de la agencia —o retroalimentación— que estos puedan tener en un vínculo sexual. Si bien esta capacidad evidentemente tendría niveles distintos en dispositivos como un vibrador, un robot o un algoritmo de inteligencia artificial avanzada, para investigadores como Migotti y Wyatt (2018) ninguna máquina tendría consciencia de la interacción implicada, aspecto clave en su lectura de la noción de agencia: “la agencia es compartida cuando las personas hacen algo en conjunto con otras, en oposición a hacerlas simplemente junto a otras”14 (p. 19). La agencia, además, daría cuenta de la comprensión de la sexualidad como una “relación significativa” (p. 9), cuestión que demanda de un “cierto grado de reciprocidad emocional” (p. 9). Siguiendo esta línea argumental: “si un robot es un simple autómata —no tiene vida interior en sí mismo— entonces no puede corresponder de la manera adecuada”.(p. 9) En este sentido, señalan: “Si los robots sexuales instigan una revolución en nuestras relaciones sexuales, será porque ellos, en virtud de su interactividad, parecen ser potencialmente capaces de tener sexo con nosotros, en vez de simplemente servirnos como ayuda pasiva a la gratificación sexual (p. 23). En efecto “los accesorios sexuales son meros objetos, los compañeros sexuales son también sujetos en su propio derecho” (p. 21).
Existen una serie de aspectos en este argumento que nos parece podemos poner en cuestión acorde a lo propuesto hasta este punto: primeramente las diversas consideraciones con respecto a lo que resulta “significativo” para los implicados en el sexo, más aún, la necesidad de una “reciprocidad emocional”15 en un vínculo erótico son cuestiones que en la actualidad resultan extremadamente variadas e imposibles de generalizar como factores determinantes para la sexualidad. La amplitud de significaciones, importancias, afectos, sensaciones presentes o no en el sexo no implican que la relación en cuestión —ya sea humana o no humana— no pueda considerarse válida. Incluso, en esta línea, la cuestión de la pasividad es cuestionable, tanto a efectos de los objetos, tema que ya desarrollamos, como entre las personas. La idea del compañerismo sexual no debiese entenderse como una correspondencia en términos de esperar/demandar del otro una respuesta activa (cuestión que no puede confundirse con la fundamental entrega de un consentimiento16), puesto que la disposición a dejarse utilizar, a devenir carne que otorga/recibe placeres es un aspecto ampliamente válido en las relaciones sexuales entre humanos. Podemos distinguirlo tanto en experiencias eróticas habituales del contexto del capitalismo tecnomediado, en la asistencia sexual a personas con discapacidades, en el trabajo sexual o en prácticas sexuales alternativas como el BDSM, solo por nombrar ejemplos.
En particular, en este último marco, podemos destacar el ejercicio del bondage, que no solo remite al uso de amarras, sino también a un tipo de vínculo de dominación-sumisión. Según la activista BDSM Diana Morales (2022, comunicación personal), el bondage alude a la “constricción, privación de sentidos, facultades y restricción de movimientos (físicamente a través de cuerdas, cadenas, gags (mordazas), vendas, etc.)” y a una “relación vinculatoria como objeto”. En ella, “una persona domina a una que se somete, hay un intercambio de poder erótico en dónde una adquiere las facultades y la posibilidad de dominar, instruir o llevar la batuta en una dinámica sexual y la persona que se somete, entrega el poder para que la otra lo tome”.
En tanto esta objetualización implica el ejercicio de actividades/pasividades en distintos niveles, caben también experimentaciones en torno a la pérdida de las facultades humanas a nivel estético como orgánico. Desde la utilización de envoltorios corporales completos de plástico, látex u otros materiales, corsets, mordazas, esposas de hierro, binders que inmovilizan brazos u otras partes del cuerpo a cajas o utensilios que demandan de las personas restricciones extremas del movimiento o incluso de la respiración, someterse a enterramientos, a las nuevas tecnologías en cinturones de castidad, etc. En ello, también se abre el paso para un devenir objeto que puede tener consecuencias directas en un determinado rol a asumir en la relación sexual (como el Doll o el Toy, por ejemplo que implican la transformación y/o el uso de la persona como una muñeca o juguete) a la fornifilia, donde el cuerpo (o parte de él) se convierte/simula ser un objeto del tipo ornamental o mueble. Según el sexólogo Manu Catalán (2022, comunicación personal) esta práctica, así como el deseo de la objetualización en general, guardan relación:
con el proceso y el deseo de deshumanización, por ejemplo: “estoy tan aburridx de ser humano que quiero ser una mesa”, “quiero estar tranquilo y que nadie me moleste”, “quiero ser útil”. Tiene que ver con el tema de servir a las personas, los objetos nos sirven, entonces quiero ser útil. [...] también va relacionado a una deshumanización física-capacitista, con un intercambio de poder, con soltar un poco el control, recibir órdenes. Entonces, es como quitar toda la responsabilidad de tener que pensar en qué tengo que hacer, qué voy a hacer.
En todo ello, se friccionan a su vez los límites de las fantasías y eroticidades para con los propios objetos, variando los niveles de intensidad de los fetichismos como sus potenciales afectaciones en los otros o en uno mismo: “quizás no el objeto en sí, sino imaginarme utilizando el objeto, ya significa para mí un entusiasmo en términos eróticos” (Morales, 2022, comunicación personal). Así, las ampliaciones eróticas de lo servil y las posibilidades sensibles e imaginarias de los aparatos nos invitan a dejar de considerarlos como “meros objetos”, subestimándolos en un nivel de inferioridad al de un humano como par sexual, cuestión que obvia los campos relacionales que emergen entre los implicados.
Ahora, volviendo al argumento de la necesidad de consciencia, si bien esto nos parece a un punto17 irrebatible, nos preguntamos si acaso las sexualidades humano-máquina, pueden seguir definiéndose desde el pilar de la racionalidad humana. Si el eros y el placer sexual hasta este punto en la historia parecen ser experiencias que exceden la reflexión y el lenguaje (Bataille, 2007) ¿por qué tendría que haber una consciencia que los anteceda y delimite? Quizás exista, en el anhelo de crear “máquinas conscientes”, o que posean una cierta agencia, reaccionando sexualmente de forma similar a las personas (con gemidos, inclusión de frases que emulan afectos y expresión de emociones, etc.) un deseo de asegurar que la otredad pueda actuar bajo códigos reconocibles, poniendo por tanto a la sexualidad humano-máquina nuevamente bajo el dominio y las determinaciones de nuestra especie.
En este punto nos preguntamos: ¿hasta qué punto la tecnosexualidad contemporánea está proponiendo cambios sustantivos en el sexo “así como lo conocemos”?, ¿no subyace quizás un temor profundo a hacer explotar los límites de nuestras relaciones y placeres con las máquinas? Reflexionaremos en torno a esto a continuación.
Terror, control y descontrol
El descentramiento de lo humano no equivale a la deshumanización, sino que simplemente puede posibilitar algo distinto. Un proceso que no se producirá de forma “natural” por lo que evitar dicha equivalencia requiere la correspondiente recalibración de la perspectiva: trazar dónde estamos, en lo genérico, y provocar un reencuadre de lo humano a la vista de su humillación (Laboria Cubonix, 2022, pp. 87-88).
Con base en la la teoría de “lo Unheimlich” (Jentsch, 1906; Freud, 1919) y la propuesta del “Valle Inquietante” (Mori, 1970),vemos que las tecnofobias se activan especialmente frente a objetos tecnológicos cuyo parecido a la figura humana se acerca demasiado. Ello nos sitúa en un punto ambivalente en el que la atracción por un objeto artificial de símil humano siempre se expresa hasta un límite “en que la empatía se vuelve repugnancia” (Radrigán, 2015, p. 116), repulsión que “se explica por factores vinculados a reacciones instintivas de protección de la especie y también por causas de origen cultural” (p. 117). De esta forma, si bien el parecido de un juguete sexual a un órgano humano es altamente valorado en los consumidores (Mery, 2021, comunicación personal), y la fascinación por muñecas o robots sexuales radica en altísima medida por la sofisticación de sus gestos y antropomorfia (Balistreri, 2021), esto debe ser en un punto preciso,18 produciéndose de lo contrario una perturbación del orden consciente del sujeto ante la posibilidad de pérdida de su propia autonomía19. Ahora, es preciso reconocer que en esta letal seducción del antropomorfismo robótico, se halla también inscrito el oculto deseo de experimentar la propia aniquilación. Ello nos lleva directamente a pensar las paradojas del control y el descontrol inscritas en la sexualidad humana, y que operan como base clave para entender tanto tecno como erotofobias.
Detengámonos en este aspecto: concretamente, en lo que refiere al tema de la energía sexual, la trayectoria teórica de Freud hacia la crítica de Marcuse discurre sobre la necesidad de su restricción. El psiconalista, como bien sabemos, propone que el “principio del placer”, como búsqueda/necesidad básica humana se vería contrapuesto al “principio de realidad”. (Freud, 1992). Este último regula la sexualidad humana, inherentemente “polimorfa y perversa” y tendiente al descontrol del goce, orientándola hacia la genitalidad, la procreación y la organización de lo que conocemos como civilización (bajo claves occidentales).
Luego, con base en esta propuesta, Marcuse (1968) identifica el desarrollo de la sociedad en términos del control del placer en pos del trabajo, cuestión que resulta en una enajenación del individuo quien luego reproduce “espontáneamente”(p. 10) y como “una necesidad y satisfacción propia” la represión de su cuerpo y goce.20
La libre gratificación de las necesidades instintivas del hombre es incompatible con la sociedad civilizada: la renuncia y retardo de las satisfacciones son los prerrequisitos del progreso. “La felicidad —dice Freud— no es un valor cultural.” La felicidad debe ser subordinada a la disciplina del trabajo como una ocupación de tiempo completo, a la disciplina de la institución monogámica, al sistema establecido de la ley y el orden. El metódico sacrificio de la libido es una desviación provocada rígidamente para servir a actividades y expresiones socialmente útiles es cultura (Marcuse, 1968, p. 17).
De esta forma: “el principio de la realidad invalida el principio del placer: el hombre aprende a sustituir el placer momentáneo, incierto y destructivo, por el placer retardado, restringido, pero «seguro»” (Marcuse, 1968, p. 27). A su vez, es fundamental recalcar que esta represión es, ante todo, interpretada como un fenómeno cultural que afectaría tanto a aspectos biológicos como a la misma existencia social, en tanto lo que se busca —en la lectura de Freud— es la subyugación de fuerzas instintivas que se consideran destructivas e incompatibles con normas establecidas a nivel comunitario, gubernamental e institucional. En suma, “la libertad cultural aparece así a la luz de la falta de libertad, y el progreso cultural a la luz del constreñimiento.” (p. 30).
En este punto, la crítica de Marcuse apunta a la necesidad de atender que el principio de la realidad se sustenta en una base fundamental de “escasez”, vale decir, supone que la existencia humana se desarrolla en “un mundo demasiado pobre” (Marcuse, 1968, p. 46), que no posee los suficientes recursos para dar satisfacción vital a las necesidades de todos sin una constante restricción, siendo necesaria siempre la adecuación y el trabajo para procurar un bienestar mínimo. La imposición de este “estado de escasez”, con sus consecuentes sistemas de represión, conlleva tanto la introyección de miedos y angustias en el individuo y el distanciamiento de su propio cuerpo como núcleo de poder y energía de placer. La sexualidad se focaliza en la genitalidad y se normaliza en ámbitos como la monogamia y el matrimonio heterosexual con fines reproductivos, anulándose otras posibilidades de experimentación y goce.
Si pensamos en que Más allá del principio del placer es del año 1920 y Eros y civilización fue publicado en 1955, atendiendo al desarrollo cultural y tecnocientífico que hoy nos sostiene, ciertamente es pertinente una actualización de estas miradas: ¿no habremos llegado quizás a un tiempo en el que —como humanidad— ya tenemos las necesidades básicas cubiertas, al punto que podamos permitirnos una más libre gestión del placer? Sin duda, considerando particularidades económicas y geopolíticas, creemos que la cultura humana se encuentra en un momento donde puede validar otras experiencias, sensaciones, y modos de relación con lo sexual. Siguiendo a Sandy Stone (2020), es preciso atender a “las incidencias del capital y la visión de un sistema de mundo binario en la percepción del cuerpo humano y sus relaciones” (p. 88), cuestión que ha incidido profundamente en la determinación de coordenadas que delimitan la categoría del placer así como en la valoración que un sujeto hace de sus propias experiencias corporales. Según la autora, se identifica en el occidente moderno:
un intento por imponer orden en el teatro caótico y anárquico de experiencias sensibles que supuestamente el cuerpo representaba, con todo su potencial disruptivo y productivo. Categorizar los tipos de sensibilidad que un cuerpo puede experimentar tiene diferentes funciones: pone en marcha un sistema discursivo, constituye un esfuerzo por delimitar un cuerpo como un conjunto ordenado de impresiones que pueden ser interrumpidas y reordenadas (lo que implica la existencia de una estructura que lleve a cabo el ordenamiento) e implica también una concepción binaria de las maneras en que la experiencia corporal es mediada: la oposición de orden y caos dentro de una sola entidad física. (Stone, 2020, pp. 88-89).
Aquí podemos nuevamente pensar en los cruces que se producen con sexualidades “no convencionales” que validan el goce de oscilar en un desborde desintegrativo. Así, perder la forma, ceder el control21 o incluso el deseo de ser objetualizado, son dinámicas que conforman un repertorio de placeres que trascienden y anteceden el desarrollo de tecnologías específicamente tecnosexuales y que, “en el devenir (in)certidumbre, instauran “otras” versiones en las trayectorias de la corporeidad” (Parra, 2011, p. 50). Como veremos, será justamente en el terreno de la experimentación de estas corporalidades y en su vivencia en-carnada, matérica, donde se sitúen las claves para reflexionar sobre posibles agencias con los aparatos. Aquí, la dimensión lúdica y la ampliación del espectro sensorial serán ejes fundamentales.
Juego y sensibilidad técnica: el Satisfyer
En un minuto vi el cielo, y lo cronometré
(Alonso, 2019, párr. 5).
La dinámica del juego será entonces clave en la tecnosexualidad: ya habíamos hablado de que parte importante de la relación con los aparatos (y las personas) hoy se sustentaba en los ejes del entretenimiento y goce, revelándose que “las relaciones que mantenemos con los objetos ya no son de tipo utilitario, sino de tipo lúdico” (Lipovetsky, 1990, p. 181). Siguiendo este hilo, no es menor considerar que en el lenguaje popular y comercial de los aparatos tecnológicos para el placer se hable hoy ampliamente de “juguetes sexuales”.
En este punto, debemos recordar la potencia antropológica del juego. Siguiendo la definición de Huizinga (1972), el juego “es una acción libre ejecutada y sentida como situada fuera de la vida corriente, pero que, a pesar de todo, puede absorber por completo al jugador (…) que se ejecuta dentro de un determinado tiempo y espacio, que se desarrolla en un orden sometido a reglas” (p. 33). Estas reglas (u objetivos) tienen particularidades interesantes: son susceptibles al cambio, puestas de mutuo acuerdo entre los participantes y no tienen ninguna utilidad práctica ni externa a la actividad del juego en sí mismo. Se caracterizan, entonces por poseer un margen de improvisación y apertura, demandan de la igualdad de los implicados y de una total improductividad.
Lo que sucede entonces con los juguetes sexuales es que, en sus diversos niveles de interactividad, generan sincronías con quienes los utilizan. Ciertamente no podemos hablar de “igualdad” de condiciones, pero sí de ciertas acciones simultáneas que sitúan al objeto y al sujeto en una horizontalidad donde la satisfacción sexual se retrotrae a su dimensión procesual y experimental. Emerge un espacio en el que resulta posible ir redefiniendo constantemente el uso del aparato y la propia disposición corporal como cosa para el placer que allí se desborda. Es interesante considerar, por ejemplo, cómo amplia y popularmente se utilizan los juguetes alterando los géneros y los genitales o lugares para los que originalmente fueron imaginados, aspecto que nos permite pensar en un pequeño hackeo a las economías y disciplinamientos corporales de la industria del sexo. En esta línea y siguiendo la hipótesis de Guzmán (2018), las tecnologías para el placer sexual exceden las funcionalidades atribuidas por sus propios sistemas de diseño y marketing, generando lo que ella llama una “sensibilidad técnica” (p. 1). Esta se construiría con relación al cuerpo y al medio con el que el objeto se vincula (Hörl, 2013), existiendo, por tanto, siempre una apertura a posibilidades condicionantes de futuro (Massumi et al., 2009) en el vínculo con nuevos cuerpos, nuevos medios.
En este sentido, la autora propone que el desarrollo de los aparatos tecnosexuales contemporáneos “no está guiado por sus requerimientos técnicos de evolución —la resolución de sus disparidades internas—, sino por aquellos constituidos por su marketing: mímesis, singularidad, enhancement (mejoras)”22. Estos tres aspectos serían, así, aquellos en los que verificaríamos de formas más concretas las mutuas interferencias entre cuerpo-placer-tecnologías. En relación a la mimética, se argumenta cómo los juguetes buscan, sino en su parecido físico con partes humanas, la imitación de una sensación sexual interpersonal. Si bien, como ya señalamos, estos objetos son los más preferidos y vendidos, destaca en el mercado una amplísima gama de diseños únicos, cuya forma guarda más bien concordancia con la funcionalidad del juguete y sus posibles adaptaciones a los genitales humanos. Al mismo tiempo —y con esto llegamos al tema de la singularidad— se abre una esfera en la que se ofrece una variedad de contactos y estímulos particulares que generarán, en relación con cada corporalidad, placeres específicos de altísima eficiencia. Atendiendo entonces al enhancement que proveen los aparatos, justamente podemos problematizar esta cuasi ausencia de falla que emerge en la tecnosexualidad y generar interesantes tensiones con el tema del juego antes propuesto.
Un ejemplo concreto del que nos podemos valer para estos propósitos es el vibrador para clítoris comúnmente conocido como Satisfyer23. Este popular juguete opera con una tecnología de vibración sin contacto que activa las terminaciones nerviosas de la zona a través de ondas de presión ajustables en varias intensidades y niveles. El aparato posee una cabeza de silicona generalmente removible con un agujero dentro del cual se coloca el clítoris para recibir, a través de un efecto de vacío, la estimulación sexual. Como parte de los upgrade del producto, se han propuesto diferentes interfaces para controlar la intensidad de las vibraciones (ruedita o botón de hasta once variaciones en el Satisfyer pro 2), evolucionado en protección Waterproof, del mismo modo que se ha reducido el volumen de su motor y disminuido la potencia de la luz del botón, haciéndolo más “discreto”).
El Satisfyer ha sido ampliamente premiado por diseño e innovación, siendo reconocido por su gran efectividad: tanto a través de su página web oficial como en diversas ventanas de difusión y venta del producto, se menciona que el 83 % de quienes lo han probado han podido llegar a un orgasmo en menos de dos minutos:
-El 83 % de las mujeres ha llegado al orgasmo en menos de dos minutos ¡VERÍDICO! (Lo hemos comprobado).
-Hasta un 75 % de las que lo han probado han conseguido orgasmos en secuencia
-El 70 % afirma haber descubierto un nuevo mundo de sensaciones con orgasmos mucho más intensos. (Platanomelón, 2017).
Más allá de la exactitud de estos datos (no se menciona en ningún sitio fuentes ni características del estudio/encuesta o información sobre la muestra abordada), este énfasis en la eficacia nos hace preguntarnos: en la práctica, si este juguete reduce el placer a menos de dos minutos de experimentación ¿De qué tipo de juego estamos hablando?, ¿no será que nuevamente volvemos a situar al orgasmo como fin/objetivo de la sexualidad?
En este sentido, podemos considerar que está operando aquí una mirada en torno a la sexualidad, que la considera “completa” o “incompleta” en función de la consecución del clímax. Si bien el Satisfyer actúa como garante del orgasmo en una vía no-medicalizada, recordemos que en la tradición de tecnologización del orgasmo (Maines, 2010), los vibradores han cumplido un rol fundamental como aparatos “terapéuticos” del género femenino, cuestión que identificamos como propia del paradigma del control de la sexualidad (Radrigán, 2021b) que impera de forma bastante general hasta la contemporaneidad. Aquí emerge una suerte de paradoja sobre el tema del control, puesto que si bien la tecnosexualidad despierta, como hemos señalado antes, evidentes temores en torno a la pérdida de los límites, por otro lado, lo que atrae en una potencial relación maquínica es justamente el hecho de que en ella estaría todo controlado: sé cuándo llegará mi orgasmo y cómo, programo al objeto para mi placer, este está siempre a mi servicio; cerrándose la posibilidad del riesgo o incluso del dolor asociado a la pérdida, al fracaso, a la no correspondencia.
Pareciera ser, en esta línea, que los placeres tecnosexuales están directamente vinculados con la optimización, cuestión que, en su relación con el propio goce, debe ser analizada atendiendo a las condiciones propias de la realidad socioeconómica en la cual se desenvuelven las personas que usan estos aparatos.
Entre toda esa sensación de estar trabajando constantemente, de vivir atrapadas en las notificaciones y de mostrarnos siempre disponibles en nuestros trabajos, correos electrónicos y teléfono móvil; entre ese barullo de autoexplotación forzada en la era de la productividad sin frenos, el Satysfier es una herramienta más que nos permite optimizarnos para pasar, acto seguido y satisfechas, a la siguiente tarea. El capricho al que recurrimos para mejorarnos y liberarnos de todo es otro cebo de adaptación y supervivencia en esta sociedad acelerada. Un minuto de placer y listas para la batalla. Una bendita trampa (Ramírez, 2019, párr. 7).
Efectivamente, aquí operaría una lógica de beneficio en la que el orgasmo se vuelve una decisión segura, un tipo de juego en el que no hay nada que perder. El espacio de experimentación antes aludido, solo se abriría en la promesa del “cómo” el resultado aparecerá, cuestión que promete ser única: “Lo que viene después es impresionante, y cada una tiene que experimentarlo por sí misma” (Satisfyer, 2022, párr. 4). Pareciera ser, así, que dado los altos grados de desempeño de los aparatos en la certeza de un orgasmo que llegará de forma “segura”, se despliega un derrame de formas y contactos desligado de ciertas ansiedades propias de la performance sexual interhumana.
Me decidí a probarlo cuando mi amiga me confesó que había quedado con un chico y que se pasó la cita deseando que el pobre se fuera a su casa para poder disfrutar de su Satisfyer. Tenía que hacerme con uno [...] ¿El resultado? En un minuto vi el cielo, y lo cronometré porque le había puesto un Whatsapp a mi amiga avisándole de que lo iba a probar. Al minuto siguiente volví a escribir dos palabras que lo resumían todo: “QUÉ MARAVILLA” (Alonso, 2019, párr. 5).
¿Es posible, entonces, que estemos idealizando una sexualidad perfecta?, ¿tiene ello implicancias en las formas en las que nos relacionamos con nuestro propio cuerpo y el de los otros humanos en una relación sexual orgánica?, ¿qué aprendizajes podemos recoger de este sexo cósico? Una línea argumental que no podemos desatender nos instala en el cénit de una sociedad del rendimiento (Han, 2012) en la cual “los seres humanos se autoexplotan —en términos de ser más eficientes, de producir más placer— a la vez que desconocen al Otro como complemento de su deseo” (Montoya, 2015, p. 24). La tecnosexualidad entregaría, entonces, una respuesta económica inmediata a un “cansancio esencial” [dado por una] “demanda desbordada” [de un] “complacer ilimitadamente” (p. 61), volviéndose una salida a la “evitación de todo sentimiento negativo, como exceso de positividad” (p. 24). Las necesidades de un desempeño sin falla, del máximo dominio del cuerpo, su imagen y sus deseos nos situarían en una “percepción de disfuncionalidad sexual” (p. 61) frente a una sexualidad que debe ser siempre “plena y sublime” (p. 33). El psicoanalista Lucas Sánchez (2022, comunicación personal), agrega en este sentido:
Las categorías que usábamos a comienzos del siglo XX estaban orientadas a la represión del goce sexual. Lo que vemos hoy día es que el mandato es “a gozar”. Justamente, el capitalismo entra muy bien en esa lógica, porque entrega una infinidad de objetos con los cuales gozar. La promesa es: “todos vamos a ser felices. Sé feliz y si no eres feliz algo está mal”.
Así, nuestras nuevas relaciones con este mundo objetual tendrían consecuencias directas en nuestro goce y en nuestro deseo:
Hay una relación muy distinta con los objetos en la actualidad. Hay una satisfacción que es inmediata. Hay cierta eficacia que promueven los objetos tecnológicos que anteriormente no existía, entonces se demoraba más el goce sexual en ser satisfecho. Nos encontramos en un momento en dónde el deseo se encuentra en riesgo, en peligro de extinción, donde lo único que habría es goce (porque si bien el goce está vinculado al deseo no es lo mismo). El deseo se encontraría amenazado por la inmediatez, por la eficacia, porque la satisfacción es muy fácil y está llamada al consumo. La pulsión sexual hoy día podría ser descrita como infinita, en el sentido en que uno siempre puede estar demandando, pidiendo, exigiendo. Consumista, porque como es infinita siempre podemos estar consumiendo un objeto u otro, e inmediata (Sánchez, 2022, comunicación personal).
Del mismo modo, veríamos incidencias en nuestras relaciones con las otras personas:
Hoy ese tiempo está borrado, es la inmediatez absoluta y en ese sentido los modos de goce han cambiado, o sea, si la pulsión es infinita, consumista, las subjetividades a las que estamos acostumbrados son narcisistas, normalmente, paranoicas y en un estado de guerra constante. El otro se presenta como amenaza, no como opacidad (Sánchez, 2022, comunicación personal).
Sin desconocer estos efectos, también hemos podido comprobar una dimensión de distensión, relajo y divertimento emergente en este contexto, donde muchos sujetos declaran que el mercado sexual actual resulta ser tan vasto que su implicación en él les resulta en una suerte de “neutralidad” de las expectativas frente a un vínculo sexual (Radrigán, 2021a). Desde esta perspectiva, más que un “exceso de positividad” nos encontramos con un espacio que permite una descarga de ciertos juicios y exigencias de la cotidianidad, tanto con respecto a la relación con el propio cuerpo como con los otros. A un punto, “da lo mismo” ser rechazado o tener un mal polvo, el display de posibles nuevos candidatos es tan amplio que no es necesario cumplir con ningún tipo de expectativa. Si incluímos además a los objetos como candidatos potenciales y “perfectos” en su efectividad, quizás el mandato de la autoexigencia y la “ansiedad del desempeño” (Lombardo, 2021, comunicación personal) baje aún más…
Ahora: ¿no debiéramos considerar un factor de complejidad en esta inmediatez y no opacidad que existe tanto con los objetos como con las personas? Si pensamos en las tensiones de la homogeneidad e hipervariabilidad del mercado sexual, también debemos considerar el espacio que emerge para que las prácticas no convencionales cuestionen la normalidad, surgiendo espacios para la experimentación. En ese sentido, la experiencia de la falla retorna como posibilidad renovada: en las relaciones interpersonales otorgamos mayor espacio al error y lo inesperado, y en los vínculos tecnosexuales, ello se retrotrae a la autoindagación corporal. De este modo, la “ausencia de riesgo” criticada por varios teóricos como sintomática de las relaciones sexoafectivas contemporáneas, debe entenderse en dimensiones acotadas: ciertamente las personas buscan protegerse de enfermedades, violencias, juicios o rechazos, pero la seguridad, comodidad y tranquilidad de la sexualidad cósica abre una ventana mayor a la indagación del propio disfrute e, incluso, del autoconocimiento.
Este ámbito de aprendizaje de las prácticas masturbatorias (tecnoasistidas), recobra acá relevancia, puesto que muy concretamente el placer tecnosexual que se despliega posee una particularidad imposible de concretar en una relación interhumana. Es en la experiencia corporal que se genera íntimamente con el aparato, que aparecen aperturas del campo de lo sensorial que demandan de nuevas coordenadas para su comprensión. Hablamos de un goce de una ondulancia entrópica, dirigido nada más que a la experimentación de su propia condición: “El placer sexual se dirige al placer” (Bulo, 2019, p. 26). Agrega Catalán (2022, conunicación personal): “Podemos pensar en usar la piel como el órgano sexual más importante, más allá del pene o la vagina. Estimular los órganos de los sentidos u ocupar efectivamente recursos extra que van más allá de uno mismo…”
Al respecto, podríamos pensar qué aspectos de la tecnosexualidad facilitan y/o promueven este tipo de ampliaciones sensoriales. Volviendo específicamente al Satisfyer, es interesante considerar el tema de la forma, ya que este aparato no imita ningún órgano humano. Este aspecto no es menor: si bien, como hemos señalado, los consumidores parecen preferir aparatos antropomórficos, en los que incluso se reproducen visualidades erotizadas propias de un imaginario sexual altamente mediatizado (principalmente a través de la industria del porno mainstream), como penes de gran tamaño, vulvas sin pelo o robots que obedecen a una serie de estereotipos físicos y conductuales (Balistreri, 2021, p. 26), la apertura a los placeres tecnosexuales en cuanto placeres otros, podría quizás emerger con mayor potencia en objetos que amplíen nuestra sensorialidad e imaginación. Ello nos permite valorar, así, no solo aparatos con características fluidas más allá de lo masculino/femenino, sino cuerpos objetuales con genitalidades mixtas y tentaculares, colores y texturas extrañas, ampliando las fantasías hacia las ambigüedades y los flujos.
Conclusiones
Especular más allá de lo humano
Hemos planteado la posibilidad de un estado lúdico y exploratorio entre cuerpos humanos y maquínicos, que conlleva tanto una personalización de los objetos, como una objetualización de las personas. Este proceso es ampliamente asumido por la industria del sexo, que opera comercializando el deseo a través del financiamiento y producción de tecnologías para el placer de alta sofisticación. Como consecuencia, el goce se instala culturalmente como un imperativo que, a su vez, podemos asociar con un paradigma del control: sé cuándo llegará mi orgasmo y cómo, programo al objeto para mi placer, este está siempre a mi servicio, cerrándose la posibilidad del riesgo o incluso del dolor asociado a la pérdida, al fracaso, a la no correspondencia, todos aspectos siempre posibles en los vínculos humanos.
De forma paralela, es innegable la emergencia de todo un abanico de nuevas eroticidades que conllevarán profundos cambios a futuro, y que tienen que ver con el desdibujamiento de los límites entre las relaciones interpersonales y las tecnologías más avanzadas. Desde luego, no debiéramos entender este borramiento fronterizo como una anulación total de los vínculos sexo-afectivos cuerpo a cuerpo (del mismo modo que las tecnologías de telepresencia o las cibercitas, por ejemplo, no han sustituido la experiencia de la piel), sino realmente comprenderlo como una invitación a actualizar las formas en las que amamos, deseamos, sentimos, ampliando el imaginario de lo que implican las sensibilidades humanas y objetuales. Resulta evidente, en este punto, que solo podemos fantasear o especular respecto a las formas de placer de lo no-humano, pero sí podemos desde lo humano pensar en descentramientos que aporten a la comprensión de esta alteridad sexoafectiva emergente.
Aquí podemos, muy directamente, seguir a Perniola en El sex appeal de lo inorgánico (1998)24: “la cosa y el sentir reclaman que se los considere en sí mismos y no en función del sujeto pensante” (p. 16), proceso que implicaría “una profunda transformación de lo humano que lo vuelve completamente ajeno e irreconocible” (p. 13). Volverse cosa demanda, de la persona, su propia sustracción a un estado neutro, donde la experiencia sensorial de la materialidad corpórea supera el despliegue sensible, racional o incluso imaginativo. “Hacerse el cuerpo extraño como una vestidura, por el sustraerse al ciclo de tensión, descarga y reposo” (p. 24). Así, entramos en un estado de disponer de lo otro disponiéndonos como otro:
...es decisiva la experiencia de una disponibilidad para acoger ser acogidos ilimitadamente, como si los cueros no fuesen más que poros, cavidades, agujeros, y en todas las partes lisas y compactas se abriesen huecos en los que introducirse y ser introducido, como si todas las determinaciones, las figuras y las formas se deshiciesen, abriendo cráteres y tragaderos (p. 95).
Al situarnos desde este eje, se hace preciso atender otra vez a las utilidades y finalidades con las que usamos los objetos. Si bien de modo bastante evidente podemos decir “usamos un aparato tecnosexual para gozar”, este goce aparece como un campo en el que la excitación no necesariamente se construye en dirección exclusiva del orgasmo como fin, sino que aparece como un espacio de experimentación de la unicidad del placer en sí mismo: “... si hay algo inuniversalizable es el placer [...] es tan particular y singular que cada vez es distinto y quizá —y en esto nos detendremos más adelante— tenga por ello algo de incompartible” (Bulo, 2019, p. 12).
En este punto, nuevamente las prácticas BDSM nos otorgan ciertas claves para actualizar las posibilidades de los objetos y los placeres en la sexualidad, atendiendo a la ampliación del campo de la sensorialidad y las extensiones materiales del cuerpo:
Una vez que se rompe el paradigma de la genitalización absoluta de la sexualidad,se puede dar rienda suelta a los fetiches desde la estética o desde el uso (entendiendo un fetiche sexual como un objeto o contexto en particular al que se le atribuye un poder erótico). Hay gente que le gusta, como yo, vestir no un textil como tal, pero si un material en particular, como el látex, el cuero o algunos tipos de PVC, plásticos, incluso a veces hay derivaciones a otros puntos, hay gente que le gusta más la furry, que le gusta más la lana como los woolies, he escuchado el papel, gente que le gusta embetunar en algunas cosas, digamos en fluidos. Hay de todo, en términos de sumergirse sensorialmente en un objeto… (Morales, 2022, comunicación personal).
Hablamos, entonces, de la posibilidad de exponerse a una especie de contagio con el material, en el que este fricciona las fronteras con nuestra piel y demanda de nosotros también una inmersión en él. Ello nos recuerda nuevamente la tecnomorfosis (Radrigán, 2015) como condición constante de transformación del cuerpo, en tanto este requiere de la extensión de sus facultades para habitar el mundo. Esta necesidad, puesta en este caso al servicio del placer, se verifica en la selección de diversos objetos que amplifican la experiencia:
Una persona que practica Spank sabe que la mano es la mejor manera de comenzar siempre, porque te permite un feedback de la otra persona, pero una vez que ya la mano no permite aplicar más fuerza físicamente, el objeto permite superar eso, traspasar lo humano, golpear con más fuerza, con otra textura, o bien no hacerlo y recorrer con otro tipo de sensaciones. Yo puedo ocupar una paleta para pegar más fuerte o bien ocupar un flogger, un pequeño látigo de muchas colas como un objeto sensorial que va más allá del golpe, es decir, yo lo paso, lo froto ligeramente, lo dejo caer sobre la persona un poco y va a sentir unas cosquillas… yo puedo ocupar eso como parte de una dinámica para generar expectativas de qué es lo que se viene después y puedo variar la intensidad, o hacer bailar el flogger que permite además dar un sentido estético a lo que está sucediendo (Morales, 2022, comunicación personal).
A su vez, esta extensión de facultades puede entenderse en distintos niveles:
hay una relación simbólica muy fuerte con respecto a algunos objetos en el BDSM, que permiten extender la función no solamente de manera práctica, plástica, material, física, sino además en un sentido simbólico, lingüístico que tiene que ver con la experiencia más psicológica, emocional, más estética que se tenga con el BDSM, con la dinámica sexual o erótica de la que estemos hablando. [...] Entonces, yo estoy ocupando el mismo objeto como una amplificación mía, como una extensión de mis funciones, como parte de mi estética y como un conjunto sinergia de todas las tres, que al final forma un símbolo concreto bedesemero como tal (Morales, 2022, comunicación personal).
Ya concluyendo, nos preguntamos si estas prácticas, que actualmente forman parte de repertorios no convencionales, puedan tener injerencias efectivas en una aceptación y validación social mayor de los vínculos sexuales y/o afectivos entre humanos y máquinas. Si bien se verifica una sucesiva diversificación de información respecto a sexualidad, una masificación y popularización de aparatos para el placer, y el desarrollo tecnológico en este campo avanza en generar objetos con capacidades de agencia mayores, pareciera ser que todavía existe un “punto de tope” para la normalización de las objetofilias (Levy, 2008). Al menos en lo que respecta a los marcos específicos de la occidentalización, resulta difícil pensar en la posibilidad de significar culturalmente estas relaciones, existiendo aún dinámicas de tensión y ajuste entre la aceptación de las propias personas respecto de su deseo sexual por un objeto y un “afuera” en el que confluyen las propias expectativas del individuo y la apreciación que su círculo social hace del mismo deseo (Sánchez, 2022, comunicación personal).
En el marco de estas tensiones es que hemos considerado necesario incluir una discusión sobre la tecnosexualidad que considere un ejercicio de apertura y especulación: salir de lo humano como eje, devenir objeto, situarse en la indeterminación y reposicionar/resignificar al aparato como una otredad equitativa en la experimentación del placer (por qué no, humanizarlo). El aparente no-misterio que un dispositivo altamente programado (y programable) trae consigo, parece contactarnos, paradójicamente, con la máxima incógnita de su propia alteridad. Si el vínculo sexual humano —justamente, en sus dimensiones erótica y afectiva— apela a un portal de apertura con misterio de la otredad (Bataille, 2007), es preciso cuestionarse por las coordenadas de contacto con este nuevo otro:
… el carácter amenazador del otro, del extranjero que aparece en el medio de su cotidianidad, se puede explicar aludiendo, en primer término, al riesgo que este implica para la tranquilidad, para la seguridad, es decir[,] el carácter de posible destructor o desestabilizador de la vida cotidiana que, como se decía, fue construída justamente en busca de seguridad. La llegada del foráneo, especialmente si lo es “absolutamente”, se presenta como un elemento caotizante que podría atentar contra la estabilidad y previsibilidad lograda en virtud de la cotidianidad. El fundamento de dicho carácter caotizante del extranjero se encuentra fundamentalmente en su capacidad de abrir nuevas alternativas impensadas, in-sospechadas en medio de una vida diaria con márgenes controlados. El extraño abre la posibilidad de la transgresión (Santos, 2012, p. 80).
Proponemos así, pensar y valorar los placeres tecnosexuales justamente, en su dimensión de descontrol e improductividad: abrirnos a un espacio de pura indeterminación, de contacto con el propio cuerpo, abierto al disfrute con otras corporalidades, ámbito de apertura y frotación, más allá de la razón, más allá (y acá) del éxito de las máquinas.
Notas
- Texto escrito en el marco del Postdoctorado ANID-Fondecyt Chile N.°3200078, 2020-2023
- Este aspecto, fundamentado en bases antropológicas y biológicas, ciertamente ha tenido detractores históricos relevantes en el desarrollo de la sexología, siendo la teoría freudiana una de las corrientes más reconocidas al respecto. Con todo y en la actualidad, incluso la OMS reconoce la “aptitud de disfrute” como base definitoria de la salud sexual, considerando la finalidad reproductora, pero en un segundo plano. (Véase Organización Mundial de la Salud, 2022)
- El fetichismo ocurre, según Freud (2000), cuando “el objeto sexual normal es sustituido por otro relacionado con él, pero al mismo tiempo totalmente inapropiado para servir al fin sexual normal” (1182). Actualizando dicha mirada, el psicoanalista Lucas Sánchez (2022, comunicación personal) agrega: “Este objeto fetiche sería, simbólicamente, un reemplazo del falo, vale decir, se manifiesta en ausencia a lo que este significa culturalmente. Ahí es importante atender a las temporalidades. En la época de Freud, el pene se identifica con potencia, cierta estructura machista, el orden entre las generaciones, prohibición del incesto, la ley (la figura del padre estaría relacionada con la ley)”. A su vez, “uno pudiera decir que el fetichismo está más vinculado a lo sexual que a lo amoroso… entendiendo amor, goce y deseo sexual como cosas distintas y como operaciones diferentes, como lógicas, no como sentimientos”.
- La objetofilia es una parafilia que consiste en sentirse emocionalmente atraído por un objeto. En algunos casos, esta seducción se manifiesta vinculada con el deseo sexual, pero generalmente parece estar más del lado de los sentimientos (románticos). (Véase Objectùm-Sexuality Internationale, 2022). Actualmente, no existe consenso en la comunidad científica para definir la objetofilia en los manuales de diagnóstico. (Véase American Psychiatric Association, 2017). Sin embargo, es pertinente su diferenciación con un trastorno parafílico, definido como “una parafilia que causa malestar y disfuncionalidad (deteriora el funcionamiento social y relacional) en la persona, produce daños personales o riesgos hacia sí mismo o hacia los demás, así como tiende a ser persistente y estable en el tiempo” (Zara, G. en Balisteri, 2021, p. 199).
- Acrónimo que alude a prácticas sexuales como el bondage, la disciplina y dominación, la sumisión y el sadismo y el masoquismo. Se construye entre participantes de forma voluntaria consentida. “El BDSM es un término que no se acuña sino hasta el 1990, es relativamente nuevo [...] BDSM es parte de la sexualidad extrema alternativa o del “kink”, como se conoce. Se separa la sexualidad convencional o “vainilla” —en nuestros términos— que es lo exclusivamente genital, coital, etc., y todo lo que deriva de eso” (Morales, comunicación personal, 2022).
- Este proceso no está exento de debates: la aceptación o no de estas prácticas, corporalidades y deseos, así como su posible catalogación en tanto enfermedades, perversiones, rarezas o, incluso, como actividades “fuera” del ámbito de lo sexo-afectivo, debe comprenderse en una trayectoria de tensiones no resueltas entre el “descubrimiento y la autogestión erótica de los individuos” (Lombardo, comunicación personal, 2021), lo que diversas producciones disciplinarias califican como patológico (Foucault, 2005) y las derivas de la cultura popular y mediática (Radrigán, 2021a), que efectúan constantes negociaciones en torno a las coordenadas y lógicas de lo “aceptable” en la obtención del placer.
- “En general, la incomodidad o percepción de algo enfermo, perturbado o que genera daño opera siempre en la discordancia de un sujeto cuya intimidad se ve condicionada con un “afuera” (social) que le insta a reprimir su deseo/placer o bien, cuando este está tomando un lugar que le impide a la persona desarrollar su vida cotidiana (trabajo, desarrollo de otros vínculos, etc.) de forma óptima. Entonces, llega un momento en que el síntoma se vuelve intolerable. Hay algo que los excede con lo que no pueden lidiar. Uno podría decir que todos portamos nuestros síntomas, que son nuestras economías de goce, pero hay un punto en donde el síntoma se vuelve insoportable” (Sánchez, 2022).
- Algunos autores “han sostenido que el autoerotismo sería una manera de negar la relación con otros, una interrupción injustificada de las relaciones interpersonales y/o una incapacidad de experimentar amor y sentimientos por los demás (Scruton, 1986, p. 38).” (Balistreri, 2021, p. 35).
- Reflexiones en torno a esto, desde miradas más conservadoras, pueden encontrarse, por ejemplo, en Danaher y McArthur (eds.), 2018.
- Si bien en muchos casos resulta imposible separar la dimensión sexual de la afectiva, abordaremos el tema de los afectos, dada su extensión y especificidad, en un próximo artículo. Con todo, es importante atender a que las razones por las que las personas actualmente gustan o incluso prefieren de un acompañante maquínico son sumamente variadas, y van desde la dificultad de mantener relaciones con otras personas, la comodidad, el deseo de no alentar un sistema de prostitución que consideran abusivo, la discapacidad física, los peligros de contraer una ETS, y un largo etcétera. (Véanse Balistreri, 2021; Levy, 2008)
- Al respecto, puede considerarse la mirada de Le Breton (2002): “Nos enfrentamos a la abolición del cuerpo en la relación con el otro. El otro es descartado a favor de los signos de su presencia. El puritanismo se conjuga con el mito de la salud perfecta. La sexualidad sin cuerpo elimina cualquier riesgo de contaminación o de encuentro y no aporta nada al confort de la vida cotidiana. Desaparece la necesidad de salir de uno mismo y de someterse a la seducción y al encuentro con el otro. El cuerpo del otro será un día un disquete, un fichero, un programa, un site. Eros electrónico”.
- Desde aquí podemos pensar no solo en vínculos más extensos entre humanos y máquinas, sino en relaciones de parentesco (kin) y asociación entre especies (Haraway, 2019), cuestión que daría pie a la problematización sobre sexualidades interespecie, tema que podría ser abordable en investigaciones futuras.
- Sin ir más lejos, en la medida en que las tecnologías evolucionan a dotar a los robots de capacidades de decisión autónomas, debemos “considerar la posibilidad real aunque potencialmente distante aún —sobre todo en los país en vías de desarrollo— de que los robots lleguen a convertirse en “agentes morales artificiales”(Chávez, 2020, p. 60), aspecto que ha llevado al parlamento de la Unión Europea a generar una resolución en torno a la personalidad jurídica de los robots. (Véase Parlamento Europeo, 2017).
- Original en inglés. Traducción propia de todas las citas del artículo.
- Podríamos cuestionarnos hasta qué punto dotar a los robots de una programación emocional: “¿estaríamos mejorando y perfeccionando sus vidas o los condenaríamos a la infelicidad? Los entes insensibles no experimentan placer, pero tampoco pueden ser infelices porque con la sensibilidad aparecen las alegrías pero también el sufrimiento. ¿Estamos seguros entonces de que dotar de sensibilidad a los robots será positivo?” (Balistreri, 2021, p. 20).
- Es importante señalar que, la discusión a efectos del consentimiento en las máquinas se encuentra en discusión, especialmente frente al debate suscitado por muñecas sexuales diseñadas para la negación del acto sexual. (Balistreri, 2021)
- A un punto, puesto que lo que es o no consciencia y cuál es el nivel que de ello puede alcanzar las inteligencias artificiales está aún en debate.
- “Si el robot muestra tan claramente su carácter de prótesis mecánica (su cuerpo es metálico, sus gestos son discontinuos, a sacudidas, inhumanos) es sin duda para fascinar. Si fuese el doble del hombre hasta en la suavidad y armonía de los gestos, nos provocaría angustia. Tiene que ser símbolo de un mundo funcionalizado en su totalidad y, a la vez, personalizado; por consiguiente, tranquilizador en todos los planos y en el que pueda encarnar el poder abstracto del hombre hasta el límite extremo, sin hundirse en la identificación” (Baudrillard, 2012, p. 138).
- Debemos reconocer aquí, sin duda, la infiltración de otros temores, como el miedo a la insurrección del (objeto) esclavo, imaginario generalmente inscrito en la mitología del robot. Ahora, es preciso notar que la ficción de una revolución apocalíptica secreta de las máquinas frente a un mundo humano que ha perdido a su vez toda ética en su relación con el mundo, no solo genera horror, sino que también es fascinación de generaciones. Sobre tecnofobias y tecnofilias, véase Radrigán, 2015.
- “Ahora, las restricciones externas que, primero los padres y luego otros cuerpos sociales, han impuesto sobre el individuo son «introyectadas» en el ego y llegan a ser su «conciencia»: de ahí en adelante, el sentido de culpa —la necesidad de ser castigado generada por las transgresiones o por el deseo de transgredir estas restricciones (especialmente en la situación edipiana)— atraviesa la vida mental”. (Marcuse, 1968, p. 27)
- A propósito del descontrol, Morales (2022, comunicación personal) destaca en las prácticas BDSM la noción del “subespacio”: “Cuando tú llevas harto tiempo practicando, empiezas a saltarte ciertos protocolos porque quedan implícitos dentro de la relación y la confianza, pero esto también significa una entrega de poder enorme para la persona que va a estar controlando. A veces lxs sumisxs o quienes que se someten a algunas dinámicas no estarían técnicamente en la capacidad de entregar un consenso real, porque entran en un estado que se llama el subespacio, que es una activación alternada entre el sistema simpático y parasimpático que te deja confundiendo totalmente dolor y placer sin ninguna capacidad de tener noción espacio tiempo y es maravillosa [...] Esta persona que está colgando de un punto fijo en un techo, siendo varillada en el trasero, que no puede gritar porque tiene vendas, mordazas, etc. y está bajo ciertas condiciones y está así pero tan, tan feliz, tan erotizada, tan erógenamente estimulada por tantas cosas que están sucediendo, entra en este subespacio y todo dolor es placentero y todo placer es doloroso y puede estar ahí en esta euforia máxima durante un tiempo que es incapaz de llevar registro…”
- Todas las citas en original en inglés, traducción propia.
- El invento fue originalmente de Michael Lenke y se llamaba “pleasure air technology”, se comercializó primero bajo el nombre de Womanizer y posteriormente se popularizó bajo la marca Satisfyer. Véase https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20191128/inventor-succionadores-clitoris-orgasmo-instantaneo-satisfyer-womanizer-7753414
- La propuesta del autor en torno a lo que él llama “una sexualidad neutra” apunta a dinámicas de excitación interhumanas que: “no pueden practicarse a solas, no son formas de masturbación. Requieren una interacción, un feedback entre amantes inteligentes y sensibles. Me parece difícil entrar en la sexualidad neutra a solas, aunque sea por medio de una máquina” (Perniola, 1998, p. 51). Sin embargo, nos parecen rescatables las ideas que refieren a estrategias de deshumanización o cosificación de lo humano, claves que nos permitirían entrar en la idea de horizontalidad y desjerarquización con los aparatos que aquí hemos desarrollado.
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