Ciencia y Sociedad, Vol. 47, No. 3, julio-septiembre, 2022 • ISSN (impreso): 0378-7680 • ISSN (en línea): 2613-8751 Sitio web: https://revistas.intec.edu.do/

EL NEGRO DETRÁS DE LA DOVELA: LA INTERACCIÓN INDO-AFRO-HISPANA EN LA ESPAÑOLA DEL xvi A PARTIR DE LA RESIGNIFICACIÓN DEL MATERIAL ARQUEOLÓGICO DE LA VEGA VIEJA (1494-1564)

The black behind the dobella: Indo-Afro-Hispanic interaction in 16th century Hispaniola through the re-signification of archaeological material from La Vega Vieja (1494-1564)

DOI: https://doi.org/10.22206/cys.2022.v47i3.pp133-149

Investigadora independiente. Organizadora permanente (en conjunto con el Dr. Manuel Ramos Medina y el Dr. Alfredo Bueno Jiménez) del Webinar “29 años antes: encuentros de dos mundos”, auspiciado por la Universidad Anáhuac-México y Fundación Carlos Slim. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4760-5926, Correo-e: pkulstad3@hotmail.com

Recibido: 10/7/2022 ● Aprobado: 2/8/2022

INTEC Jurnals - Open Access

Cómo citar: Kulstad-González, P. (2022). El negro detrás de la dovela: la interacción indo-afro-hispana en La Española del Siglo XVI a partir de la resignificación del material arqueológico de La Vega Vieja (1494-1564). Ciencia y Sociedad, 47(3), 133–149. https://doi.org/10.22206/cys.2022.v47i3.pp133-149

Resumen

La definición tradicional de “dominicanidad” postula que esta se compone del intercambio entre tres raíces: la hispana, la indígena y la africana, aunque en proporciones desiguales. Esta desigualdad se evidencia en la gran cantidad de artefactos españoles e indígenas exhibidos en los museos del país, mientras que los artefactos de herencia africana son relativamente pocos. ¿Por qué este desbalance? Este ensayo propone la necesidad de un cambio de paradigma dentro de la arqueología dominicana para contestar esta pregunta. Este nuevo paradigma resignificaría la narrativa sobre el intercambio indo-afro-hispano del xvi en la isla La Española, comenzando con el reconocimiento de la presencia de los afrodescendientes desde los primeros momentos de la colonización. Más específicamente, propone una resignificación de las características de los artefactos arqueológicos, cambiando la definición de artefacto, tanto en tamaño como unidad, y priorizando quiénes los usaron sobre quiénes los fabricaron. Finalmente, este ensayo aplicará este nuevo paradigma a la colección arqueológica del Parque Histórico y Arqueológico de la Vega Vieja en un estudio de caso.


Palabras clave:

afrodescendientes; Concepción de la Vega; xvi; interacción; arqueología histórica.

Abstract

The traditional definition of “dominicanidad/Dominicanness” proposes that it is made up of an interaction between three roots, the Hispanic, the Indigenous and the African, although in unequal proportions. This inequality is evidenced by the large number of Spanish and Indigenous artifacts displayed in the country’s museums, while artifacts of African heritage are relatively few. Why this imbalance? This essay proposes the need for a paradigm shift within Dominican archeology to answer this question. This new paradigm would resignify the narrative about the Indo-Afro-Hispanic interaction during 16th century on the island of Hispaniola, beginning with the recognition of the presence of Afro-descendants from the first moments of colonization. More specifically, it proposes a redefinition of the specific characteristics related to archaeological artifacts. More precisely, changing the definition of artifact, both in size and unit, and prioritizing who used them over who made them. Finally, this essay will apply this new paradigm to the archaeological collection of the Vega Vieja Historical and Archaeological Park in a case study.


Keywords:

Afro-descendants; Concepción de la Vega; 16th century; interaction; historical archaeology.

Introducción

La definición tradicional de “dominicanidad” postula que esta se compone del intercambio entre tres raíces: la hispana, la indígena y la africana, aunque en proporciones desiguales (Candelario, 2021, p. 262). Esta desigualdad se expresa de forma tangible en la gran cantidad de artefactos españoles e indígenas exhibidos en los museos del país, mientras que los artefactos de herencia africana son relativamente pocos (Candelario, 2021, p. 253). Al mismo tiempo, un examen exhaustivo de los documentos históricos evidencia una significativa población de la diáspora africana en La Española en el xvi (véase Deive, 1980, 1989; Kulstad, 2008; Kulstad-González, 2020; Stevens-Acevedo, 2019, p. 28). ¿Por qué este desbalance? Esto ha llevado a algunos a considerar que esto es un intento deliberado de minimizar o borrar el papel de la diáspora africana dentro de la dominicanidad (véase Candelario, 2007, 2021; Ricourt, 2016; Thornton y Ubiera, 2019; entre otros).

Surge entonces la pregunta de cuál es el cuello de botella que impide la exhibición de artefactos dominicanos de herencia africana. Una entrevista al director del Departamento de Arqueología de la Dirección de Patrimonio Monumental del Ministerio de Cultura de la República Dominicana reveló una sorprendente razón: en realidad, hay pocos artefactos identificados como “africanos” producto de excavaciones coloniales dominicanas, particularmente de las del xvi, y su presencia en las colecciones de los museos es ínfima. De hecho, la mayor parte de lo que se ha identificado como “africano” está actualmente en exhibición (Duval, comunicación personal, agosto 2019).

Esta realidad ha resultado en dos vertientes. Una relega la herencia africana dentro de la dominicanidad a unas pocas manifestaciones intangibles en prácticas folclóricas, efectivamente marginando a este grupo de las interpretaciones arqueológicas de la vida cotidiana del xvi. La segunda, explorada en este ensayo, propone la necesidad de un cambio en el paradigma a través del cual se interpretan los artefactos arqueológicos recuperados. Más concretamente, se propone resignificar la narrativa sobre el intercambio indoafro-hispano del siglo xvi en la isla La Española. Específicamente, se debe reconocer la presencia de los afrodescendientes desde los primeros momentos de la colonización y reinterpretar el material excavado a partir de esta inclusión, y ver cómo se pueden identificar más artefactos arqueológicos de la tradición africana/afrodescendiente dentro de la dominicanidad. En este ensayo se explorará la aplicación de este nuevo paradigma a la colección arqueológica del Parque Histórico y Arqueológico de la Vega Vieja.

Otra consideración importante es la necesidad de tener más en cuenta los datos empíricos y tangibles sobre la vida cotidiana en La Española del xvi, en oposición a las narrativas que se infieren a partir de la identidad racial o los arquetipos económicos. Esto es particularmente cierto en cuanto a narrativas basadas en otras épocas y/u otras ubicaciones geográficas. Esto no es tan fácil como parece, ya que gran parte de la investigación antropológica y arqueológica sobre los modos de vida de la diáspora africana de La Española del xvi, al igual que la del resto del Caribe, se ha centrado en los procesos de formación de identidad (véase Thornton y Ubiera, 2019). De particular interés es cómo los académicos con sede en los Estados Unidos y aquellos en la República Dominicana clasifican las distintas categorías de identidad dentro de la diáspora africana de forma diferente (Candelario, 2021, p. 71).

No menos problemática es la suposición de que la mayor parte de la diáspora africana del Caribe estuvo involucrada directa o indirectamente con la economía de las plantaciones, de manera particular la basada en la producción de azúcar, un fenómeno denominado por algunos como “la isla que se repite” (Benítez-Rojo, 1996; San Miguel, 2001, p. 46). Según este imaginario, la gran mayoría de la diáspora africana estuvo esclavizada en plantaciones, su movilidad estuvo restringida a los espacios dentro de los límites de dichas plantaciones, principalmente, y estuvo sujeta a extenuantes trabajos agrícolas al aire libre (Deetz, 1977, p. 250; Potter, 1991). Se asume que el modelo de “la isla que se repite” de veras se repite en todas las islas, independiente de su ubicación geográfica y del país europeo que la ha colonizado, pues lo que define el esquema es la dependencia de producción a través de personas esclavizadas (San Miguel, 2001, p. 51). El aspecto de “repetición” sugiere la posibilidad de fácil comparación y hace atractivo este modelo de investigación (véase discusión en San Miguel, 2001; Quiroz-Chueca, 2016, p. 30; Toasijé, 2008, p. 106). Sin embargo, un examen más minucioso del modelo revela que se basa en el sistema económico instituido por los ingleses en el xvii (Petley, 2018), y no es necesariamente aplicable a una colonia española del xvi. De hecho, a diferencia de las potencias coloniales holandesa, inglesa y francesa, las cuales se centraron en la producción económica en entornos rurales, los reinos españoles de Castilla y Aragón estuvieron más interesados en crear centros urbanos para poblar el paisaje (Brewer-Carías, 2008).

Para agilizar este proceso de población, la Corona creó un modelo de asentamiento, conocido como Plan Hipodámico Iberoamericano. Este modelo dispuso el trazado de ciudades en un patrón cuadriculado, ordenado, rectangular y definido. La plaza principal estaría rodeada por la Catedral, las oficinas de la administración, el cuartel militar y las residencias de la élite, todas de materiales imperecederos (Charlton y Fournier, 2011, p. 127; Rodríguez-Alegría, 2005, p. 558; Voss, 2008, p. 870). Para 1509 se habían creado o reorganizado 16 ciudades y/o pueblos en La Española siguiendo este modelo (la lista exacta varía según el autor) (Cassá, 1978, p. 42; Charlevoix, 1730, p. 196; Deagan, 1999, p. 9; García, 1906, p. 65; Moya-Pons, 1987; Sauer, 1966). A pesar de las discrepancias, todos los autores citados incluyen a la Concepción de La Vega, ubicada en el sitio arqueológico conocido, actualmente, como La Vega Vieja.

Sitio Arqueológico de La Vega Vieja (Concepción de La Vega 1494-1564)

El sitio arqueológico de La Vega Vieja fue ocupado por la ciudad de Concepción de La Vega desde 1495 hasta 1564. Se encuentra 8 km al norte de la actual Concepción de La Vega, conocida como La Vega, capital de la provincia de La Vega. Más concretamente está a 1 km al norte del Santo Cerro en la Carretera Juan Bosch que conecta a La Vega con Moca.

Esta es la segunda ubicación de “Concepción de La Vega”, siendo la primera el fuerte fundado por Cristóbal Colón alrededor del 8 de diciembre de 1494, día de la Virgen de la Concepción (Concepción, 1981). Este estuvo ubicado cerca del pueblo indígena de Guarícano, gobernado por el Cacique Guarionex, pero todavía no ha sido localizado en la actualidad (Deagan, 1999, p. 8). El traslado al sitio de La Vega Vieja fue consecuencia de varias batallas contra una coalición de amerindios alrededor de marzo o abril de 1495 (Wilson, 1990, pp. 90-91). La ciudad ocupó este sitio hasta 1564, cuando se trasladó a su ubicación actual debido a las secuelas del gran terremoto del 2 de diciembre de 1562.

Concepción de La Vega no solo fue una de las primeras ciudades europeas planificadas de las Américas, sino una de las más ricas del xvi (Deagan, 1987; 1988; 1995). Es importante notar que su riqueza provino de la minería, no de la producción azucarera, a pesar de ser el primer lugar donde se intentó establecer esta industria, en 1506 (Concepción, 1982; Ortiz, 1947; Oviedo, 1959). De hecho, se reconoce que las ciudades mineras atraen personas de orígenes dispares (DeFrance, 2003, p. 99), y las investigaciones realizadas hasta la fecha apuntan a que ocurrió este tipo de interacción en el sitio de La Vega Vieja.

Aunque los límites del sitio no se han podido delimitar concretamente, un estudio arqueológico realizado por la Universidad de Florida (1996-1999) determinó que la extensión total de los restos culturales, de norte a sur, era alrededor de 430 m, y se extendía por aproximadamente 650 m de este a oeste, cubriendo un área de 279,500 m2 (Woods, 1999, p. 17). Esto indica que la ciudad de Concepción de La Vega fue del mismo tamaño, si no más grande, que el Santo Domingo colonial durante la primera parte del xvi (Deagan, 1999; Woods, 1999, p. 17). Dentro del área del sitio se han encontrado cimientos de una catedral, una casa de fundición, un convento franciscano, casas de mampostería y tapia, además de otras edificaciones (Flores-Sasso, 2009, p. 38). Sin embargo, solo se han protegido y excavado tres secciones del sitio: el Monasterio de San Francisco, la Fortaleza y el Aljibe (véanse figuras 1, 2 y 3). En junio de 1977 estas secciones pasaron a formar parte de la Dirección Nacional de Parques de la República Dominicana (Kulstad, 2008, p. 96; Torres-Petitón, 2009, p. 176). Con la creación del Ministerio del Medio Ambiente en el año 2000, el sitio de Concepción ya no cumplía con los requisitos de un Parque Nacional y fue transferido al Ministerio de Cultura, aunque conservó el nombre de Parque Histórico y Arqueológico de La Vega Vieja (S. Duval, comunicación personal, agosto 2017).

Aunque se han realizado excavaciones de tipo arqueológico en el sitio desde al menos 1893, la gran mayoría de los artefactos almacenados y exhibidos en el museo Lourdes Cáceres provienen de las excavaciones de la Dirección Nacional de Parques realizadas entre 1976 y 1995. El material fue recuperado de las áreas alrededor del Monasterio de San Francisco y la Fortaleza, generando una colección arqueológica que consta de aproximadamente 278,000 artefactos (Deagan, 1999, p. 24). Lamentablemente, esta colección arqueológica no ha sido objeto de una catalogación cualitativa, solo cuantitativa, y la mayoría de los artefactos provienen de excavaciones sesgadas (véanse Deagan, 1999; Kulstad, 2008; Kulstad-González, 2020).

El primer sesgo viene de excavar con un enfoque arquitectónico más que arqueológico (Pérez-Montás, 1984). Las excavaciones se enfocaron en descubrir los cimientos de mampostería para su posible restauración arquitectónica (véanse figuras 2 y 3). El segundo sesgo fue la detención de la excavación en el “piso español”, o lo que se asume es el piso de las edificaciones de 1508-1509 de Ovando. Esto es fácil de determinar dentro de las estructuras, pero difícil fuera de ellas. Un tercer sesgo fue la preferencia de recolección y documentación de ciertos tipos de artefactos, particularmente la cerámica vidriada blanca española, del tipo conocido como “mayólica” (Goggin, 1968), y la “cerámica de transculturación”, de presunta elaboración local, y con rasgos españoles e indígenas (Ortega y Fondeur, 1979).

Artefactos arqueológicos de herencia africana dentro de la dominicanidad

La arqueología histórica estudia la difusión de la cultura europea por el mundo a partir de información recopilada de varias fuentes o vías de investigación (Deagan, 1982, pp. 16-24; Deagan y Cruxent, 2002, p. 4; Deetz, 1977; Hodder, 1986; Jamieson, 2004, p. 432; Little, 1996, p. 45). Estas vías pueden incluir la antropología, la historia, la zooarqueología, la etnobotánica, la economía, la arquitectura e incluso la historia oral, dependiendo de las preguntas de investigación (Deagan y Scardaville, 1985, p. 33). A diferencia de las fuentes documentales, la arqueología histórica presenta una versión más “tangible” de sociedades pasadas. Estudia las cosas pequeñas y efímeras (Deetz, 1977), las estructuras estáticas en sí y en su entorno (Deagan y Cruxent, 2002, p. 85; Kulstad-González, 2020, p. 162; Williams, 1995, p. 115), así como los procesos a largo plazo, a través del ensamblaje material dejado en la tierra (González-Ruibal, 2015, p. viii; Jamieson, 2004, p. 433). Estos datos pueden ayudar a crear una imagen más completa de los habitantes de una comunidad en particular (Deagan y Cruxent, 2002, p. 4; Scott, 1994, p. 3; Singleton, 1998, pp. 72-190). Puede informar sobre la alimentación, las posesiones materiales, la arquitectura y la planificación urbana y, muy especialmente, las interacciones entre los grupos culturales (Deagan, 1987; Deagan, 2002; South, 1977). Se pueden examinar las contribuciones de todos los miembros de la sociedad, no solo las del grupo social, político y económico dominante, como suele ocurrir con los documentos históricos (Little, 1996, p. 45; Scott, 1994, p. 3).

La arqueología histórica ha tenido un interés particular por la vida cotidiana de los afrodescendientes de las Américas (Adams y Boling, 1989; Armstrong y Hauser, 2009; Ascher y Fairbanks, 1971; Baker, 1980; Bullen y Bullen, 1945; Ferguson, 1980; González-Tennant, 2014, p. 43; Otto, 1980; Politis, 2003, p. 128; Schmidt, 2006; Weik, 2012). Sin embargo, gran parte de las investigaciones se han centrado en las colonias de habla inglesa (Armstrong y Hauser, 2009; Baker, 1980; Bullen y Bullen, 1945; González-Tennant, 2014, p. 43), los entornos de plantación (Adams y Boling, 1989; Ascher y Fairbanks, 1971; Ferguson, 1980; Otto, 1980; Singleton, 2015) y/o contextos del xviii (Armstrong et al., 2009; Delle et al., 2011; Deagan y Landers, 1999; Deagan y MacMahon, 1995; Landers, 1990; Marron, 1989; Piatek y Halbirt, 1993; Hauser, 2011; 2015).

La mayor parte del esfuerzo se ha centrado en la identificación de artefactos “africanos”, es decir, artefactos hechos por africanos, encontrados arqueológicamente. El problema de identificar objetos “africanos” en contextos arqueológicos no es exclusivo de República Dominicana. La arqueología afroamericana en los Estados Unidos también ha encontrado dificultades para identificar y recopilar artefactos “africanos” (Singleton y Souza, 2009, pp. 449-469). Ciertos artefactos hechos a mano, particularmente pipas de arcilla y cerámica del estilo conocido como colonoware, han sido identificados como producidos por afrodescendientes en lo que ahora es los Estados Unidos y en varias excolonias inglesas del

Caribe (Ferguson, 1992, pp. 27–32; Singleton y Souza, 2009, p. 453). Sin embargo, al igual que con la narrativa de la “isla que se repite”, debemos considerar la posibilidad de que los artefactos “africanos” de una plantación inglesa del xviii y los de un asentamiento urbano español del xvi no sean iguales. Es necesario revisar los datos históricos para tener idea de las características de estos artefactos.

Ante todo, es importante recordar que, aunque actualmente la isla de La Española se encuentra dividida en dos países, Haití y República Dominicana, en el xvi toda la isla era colonia de la Corona de los Reinos de Castilla y Aragón (actual España). Los primeros colonos franceses no llegaron a la isla hasta la década de 1630, y la primera gran importación de esclavos africanos a la colonia francesa no ocurrió hasta después de 1685, cuando se implementaron plantaciones de azúcar a gran escala (Julián, 2018, p. 36). De hecho, no fue hasta 1697 que la isla se dividió oficialmente entre Francia y España (Knight, 1990, p. 336). Como La Vega Vieja estuvo ocupada entre 1494 y 1564, España era la única potencia colonial europea en la isla en ese momento, y solo sus acciones influyeron en la vida cotidiana de la isla durante el periodo de ocupación que nos concierne.

Esto es importante porque, a diferencia de otras potencias coloniales europeas, España no pudo capturar personas para esclavizar en África, gracias al Tratado de Tordesillas (1493) que cedió el comercio africano a los portugueses en la península ibérica (Deive, 2015; Lockhart y Stuart, 1983, pp. 17-19). Empero, ya existía una gran diáspora africana en lo que actualmente es España durante los siglos xv y xvi. En su mayoría, consistía de afrodescendientes que trabajaban en entornos urbanos domésticos, particularmente en las ciudades sureñas como Sevilla (González-Arévalo, 2019, p. 24; Landers, 1999). Conocían el idioma, la religión y la cultura españolas (Deive, 2015, p. 28; González-Arévalo, 2019, p. 24). Los que estaban esclavizados eran conocidos como ‘ladinos’, mientras que los que eran libres se les llamaba ‘libertos’ (Deive, 1989; Franco, 1975). Independientemente de su estatus de libertad, los artefactos en su posesión, fabricados siguiendo las tradiciones africanas, habrían tenido el estatus de reliquia a su llegada a La Española y, probablemente, no habrían sido descartados en el registro arqueológico (Lillios, 1999, p. 237).

Después de 1516, las nuevas personas afrodescendientes esclavizadas traídas a La Española procedían directamente de los puertos de embarque de trata de esclavos, controlados por otras naciones, sin pasar por España. Este nuevo grupo fue conocido como ‘bozales’. Este cambio en la política migratoria se inició durante el gobierno de los Padres Jerónimos (1516-1519) (Deive, 1989, p. 26; Larrazábal, 1975, pp. 14, 21), y se convirtió en ley en 1526 (Deive, 1989, p. 32; Larrazábal, 1975, p. 100). Este cambio fue parte de un esfuerzo por transformar el principal modo de producción de la isla, de la extracción de oro a las plantaciones de azúcar (Deive, 1989, p. 27; Moya-Pons, 1978, p. 176). Es muy poco probable que los bozales hubiesen traído artefactos de África, particularmente de cerámica. Además, dada su esclavitud, no habrían tenido la libertad de fabricar objetos al estilo “africano” ya en la colonia.

Un cuarto grupo de afrodescendientes vivió en La Española durante este período, a saber, los ‘cimarrones’. Estas fueron personas anteriormente esclavizadas que lograron escapar de la esclavitud. Los africanos esclavizados empezaron a huir a partir de 1501 (García, 1906, p. 67). Sin embargo, las rebeliones organizadas por ellos comenzaron en la década de 1520, con esfuerzos dispuestos para crear comunidades independientes en la década de 1530 (Guitar, 1998, p. 275). Aunque el cimarronaje se desempeñó por toda la isla, los líderes coloniales identificaron dos lugares principales en 1546: Bahoruco (en la parte suroeste de la colonia) y el valle de La Vega, alrededor de Concepción de La Vega (y el sitio de La Vega Vieja) (Marte, 1981, p. 301). El grupo en el valle de La Vega tenía alrededor de 40-50 miembros. Se distinguió por el uso de pieles de ganado como ropa (Moya-Pons, 1983, p. 36). Desafortunadamente, debido a la naturaleza perecedera del cuero, es poco probable que esta ropa se encuentre en el registro arqueológico.

Los españoles debían llevar un registro de sus trabajadores esclavizados, pero no contabilizaron de igual manera los ‘libertos’ y los ‘cimarrones’. Esto dificulta determinar el número exacto de afrodescendientes en Concepción de La Vega durante el período de ocupación de La Vega Vieja (Guitar, 1998, p. 261; Larrazábal, 1975, p. 39), ni en el resto de la isla. Sin embargo, el hecho de que se emitieran varias diferentes Ordenanzas de esclavos durante este período (1522, 1528 y 1544) apunta a una población afrodescendiente considerable en la isla.

A partir de este análisis vemos que los artefactos “africanos” fabricados por afrodescendientes, con características tradicionales del continente africano, van a ser bastante escasos en el conjunto arqueológico dominicano. Además, de encontrarse, estos solo representarían una pequeña porción de la vida cotidiana de los afrodescendientes del xvi, pues la gran mayoría no provino de África en sí, sino de España. Deberíamos pensar entonces, más en artefactos de tradición “afrodescendiente” que en “africanos”. Estos artefactos mostrarían, como los colonowares y los de la cerámica de transculturación, características de dos o más tradiciones cerámicas de culturas diferentes, provenientes de la interacción entre diferentes grupos de personas.

Un cambio de paradigma

Esto, sin embargo, no es suficiente, y entonces, a partir de estas consideraciones debemos plantear la necesidad de cambiar cómo se han clasificado los artefactos encontrados en el sitio de La Vega Vieja. O más bien, priorizar ciertas características sobre otras en el momento de interpretar la “identidad” del artefacto.

Es importante recordar que los esquemas de clasificación nunca son totalmente objetivos, sino más bien incluyen sesgos necesarios para obtener los resultados a las preguntas planteadas por investigaciones específicas (Pollock y Bernbeck, 2010, p. 40). Es válido notar que la mayoría de estos artefactos se clasificaron en su momento sin considerar la presencia afrodescendiente debido a la errónea idea, durante los años de clasificación (1976-1995), de que hubo poca presencia en el área por no existir producción de caña de azúcar (H. Abreu, comunicación personal, agosto 1998).

Hay tres elementos a priorizar en esta resignificación. Primero, ampliar la definición de “artefacto arqueológico” para que incluya tanto objetos móviles como estáticos. Segundo, de manera similar, considerar un conjunto de artefactos como una sola unidad. Y, finalmente, priorizar al usuario del artefacto sobre aquel que lo fabricó. Esta resignificación crea las bases de un cambio de paradigma necesario en el enfoque utilizado tradicionalmente en la arqueología dominicana.

El enfoque tradicional arqueológico ha seguido un camino muy similar al de la historia del arte, particularmente en su gran énfasis en la estética. Su definición de “artefacto” es estrecha, muchas veces enfocándose solo en objetos móviles sin defectos. La arqueología actual maneja una definición amplia del concepto artefacto, incluyendo edificios completos, e incluso conjuntos de piezas o tiestos considerados como una unidad. Esta unidad puede surgir por tratarse de piezas rotas que, originalmente, constituyeron un solo objeto, o una serie de tiestos que formaron parte de una actividad realizada en un mismo momento.

Para poder crear estas unidades de artefactos resultado de una actividad, es necesario cambiar de un enfoque en la manufactura a un enfoque de uso. Es útil recordar que las técnicas de manufactura o fabricación de un objeto se explican a través del concepto de chaine operatoire en arqueología (Soressi y Geneste, 2011). Los diferentes elementos de construcción de un objeto, así como la secuencia de ensamblaje, pueden ser un marcador que ayude a identificar el grupo cultural particular que lo fabricó (Soressi y Geneste, 2011). Sin embargo, la fabricación de un objeto no exige su uso por personas del mismo grupo cultural que lo manufacturó.

Por otro lado, la información sobre el uso de un artefacto se deriva del contexto donde se encontró. El contexto es el patrón de distribución espacial del material arqueológico en la tierra (Jamieson, 2004, p. 433; Symanski y Souza, 2007, p. 217). Estos patrones asumen que la vida cotidiana humana está organizada en formas discernibles (Deagan, 1996, p. 154; Harris, 1974, p. 4). Estos patrones sirven como correlatos materiales tangibles (Deagan, 1981; 1983) de actividades y procesos culturales realizados en una ubicación específica. El enfoque en el uso se centra más en el papel que desempeña un artefacto en las actividades cotidianas que en sus cualidades estéticas.

Rice (2015, p. 417) considera que los artefactos tienen una “biografía”, la cual incluye su uso previsto, su uso real y su uso final. El uso previsto es aquel para el que se fabricó el objeto (Potter, 1994, p. 122). El uso real puede ser el mismo que el uso previsto, o también podría ser un uso secundario o reciclado (Silliman, 2009, p. 211). Finalmente, el contexto de recuperación arqueológica da el uso final: mortuorio, almacenamiento, relleno de construcción o descarte (Rice 2015, p. 417).

La falta de concordancia entre el uso previsto y el uso real en la cultura material es un elemento central de la vida colonial hispanoamericana: la interacción entre lo conceptual y lo material (Fernández, 1991). Los procesos conceptuales representados en las políticas administrativas coloniales, y registradas en los documentos históricos no siempre representan los usos reales de los artefactos (Sluyter, 2001, p. 425; Vargas-Arenas, 1990).

Resultados

A continuación, aplicaremos este cambio de paradigma a la colección arqueológica almacenada en el Parque Histórico y Arqueológico de La Vega Vieja. Esto se hará en un esfuerzo por balancear la cantidad de objetos arqueológicos por raíz cultural dentro de la colección.

Primero fue necesario identificar una actividad que pudieron desempeñar los afrodescendientes en Concepción de La Vega y en qué lugar se realizó. Luego, se revisaron los artefactos arqueológicos encontrados en ese lugar y se reinterpretaron y resignificaron a partir del nuevo paradigma.

Como se menciona anteriormente, los afrodescendientes que se encontraban en La Española en ese momento se clasificaron en cuatro grandes grupos: libertos, ladinos, bozales y cimarrones. Sin embargo, estos grupos no estuvieron presentes en la misma proporción en ambientes urbanos y rurales. Mayormente, el trabajo realizado por afrodescendientes en entornos rurales formaba parte de emprendimientos a gran escala, como la extracción de oro, la siembra de cultivos comerciales en plantaciones y la ganadería (Kulstad-González, 2020). En teoría, los ambientes rurales también habrían incluido a la mayoría de los cimarrones (Deive, 1989; Franco, 1975).

Probablemente, los primeros afrodescendientes en llegar a Concepción de La Vega cuando ocupaba el sitio de La Vega Vieja fueron libertos de la expedición de Ovando de 1502 (Deive, 1980, p. 19). Sin embargo, la mayoría de los afrodescendientes del período anterior a 1516 eran ladinos (Guitar, 1998, p. 124). Al parecer, los primeros ladinos llegaron como mineros en 1505 para trabajar en las minas de cobre de Puerto Real (Incháustegui, 1955, p. 114; Larrazábal, 1975, p. 13). Poco después, se llevaron ladinos a trabajar en la industria del oro en otras partes de la isla, incluyendo en Concepción de La Vega (Deagan y Cruxent, 2002, p. 211; Fox, 1940, pp. 23-24).

Al mismo tiempo, la mayor parte del trabajo realizado por afrodescendientes en entornos urbanos fue a pequeña escala (principalmente doméstico), con una gran excepción: la construcción (Kulstad, 2008). La organización de 16 ciudades/villas siguiendo el Plan Hipodámico Iberoamericano en el lapso de siete años (1502-1509) habría requerido una mano de obra muy numerosa. Los africanos esclavizados fueron solicitados específicamente en repetidas ocasiones para este tipo de emprendimientos (véase, por ejemplo, Archivo General de Indias (AGI) Indiferente, 418, L.1, F.130v131; AGI Indiferente, 419, L.5, F.275v.; AGI Santo Domingo, 18 julio 1534), aunque esto no excluye la posibilidad de que los indígenas también trabajaran en la industria. Los afrodescendientes no solo aportaron fuerza bruta, sino que también se desempeñaron como carpinteros, techadores, canteros y albañiles, entre otros, quizás hasta bajo su propia supervisión (Bernand, 2000, p. 24).

Dados los sesgos de excavación mencionados anteriormente, las actividades a considerar se limitarán a aquellas que podrían haber ocurrido dentro de entornos urbanos, específicamente dentro de la fortaleza y/o el Monasterio de San Francisco. Por defecto, esto nos hace investigar cuáles artefactos de la industria de la construcción en ambos edificios pudieron haber sido utilizados por afrodescendientes en el xvi.

Se ha encontrado evidencia documental de que en 1514 hubo una solicitud específica pidiendo afrodescendientes esclavizados (no indígenas) para la construcción en piedra de la catedral de la Concepción y de otras iglesias de la zona (Rodríguez-Morel, 2000, p. 14). Sin embargo, la catedral no se construyó en mampostería hasta 1525 (Palm, 1950, pp. 34-35), lo que apunta a una clara posibilidad de que estos edificios se construyeran con mano de obra bozal. Más importante, existe evidencia de que el Monasterio de San Francisco fue construido en mampostería durante el mismo período (1525-1528) (Palm, 1955, pp. 22-23), y es probable que este complejo también fuese construido por trabajadores bozales.

Por otro lado, es difícil determinar quiénes constituyeron la mano de obra de la fortaleza, dado su historial de construcción. La primera fortaleza en el sitio (pero segunda de la Concepción), fue construida en 1495 por órdenes de Bartolomé Colón (Marte, 1981). Ovando encargó una nueva fortaleza en 1509, pero no se comenzó a construir hasta 1512 (Marte, 1981, pp. 68, 86, 90). Esta tercera fortaleza se mantuvo en pie hasta 1543, cuando los funcionarios de la ciudad pidieron su reparación (Marte, 1981, p. 400; Vadillo et al., 1543). Es posible que la construcción de 1512 fuese realizada por ladinos, mientras que la reparación de 1543 por bozales, pero no se ha encontrado evidencia documental hasta el momento.

El sesgo de excavación que priorizó descubrir todos los cimientos tanto del Monasterio como en la Fortaleza, confirma que en ambas estructuras de mampostería utilizaron tiestos de cerámica desechados como soporte de construcción, una práctica que data de la ocupación romana de España (Lister y Lister, 1981, p. 66). Esta técnica consistía en colocar ánforas, tinajas y cangilones verticalmente para formar el soporte de las dovelas y los estribos de los arcos, una dentro de otra, o si no colocarlas horizontalmente para formar la curvatura de la cúpula de la bóveda (Lister y Lister, 1981, figura 2). Las menos enteras y/o más planas se colocaban en el piso como relleno para ayudar en la deshumidificación (Amores y Chisvert-Jiménez, 1993, p. 274; Kulstad, 2013). La práctica fue traída a las colonias caribeñas españolas por arquitectos contratados, tanto por la Corona española como por comunidades eclesiásticas, para construir edificios de mampostería (Goggin, 1964; Lister y Lister, 1981; Ortega y Fondeur, 1978).

La práctica no pudo ser replicada fielmente. En las construcciones de este tipo en Santo Domingo se utilizaron tiestos de todo tipo como relleno cerámico, sin intento de encajar o encontrar formas apropiadas. Esto agregó peso innecesario y poco soporte a las estructuras, causando desplomes, tal como la caída del coro de la Iglesia de las Mercedes de Santo Domingo durante un terremoto en 1600 (Lister y Lister, 1981, p. 76). Aunque no ha sido posible determinar si los tiestos arqueológicos recuperados en el Monasterio de San Francisco en La Vega Vieja fueron originalmente colocados al azar alrededor de los cimientos del edificio, o si esto fue resultado del terremoto de 1562, la variedad de tipos de tiestos encontrados apunta a una situación similar a la de la Iglesia de las Mercedes de Santo Domingo (Kulstad-González, 2020, p. 205). Es interesante notar que los tipos de artefactos cerámicos encontrados en el Monasterio de San Francisco de La Vega Veija incluyen una mezcla de tiestos indígenas y españoles (Kulstad, 2013). ¿Podría este vicio de la construcción ser consecuencia del uso de mano de obra bozal con poca interacción previa con la cultura española?

Discusión

Si aceptamos el paradigma del uso de artefactos como bueno y válido, entonces potencialmente podríamos decir que todos los tiestos de cerámica usados como agregados de construcción en el Monasterio de San Francisco en La Vega Vieja podrían clasificarse como de uso por africanos/afrodescendientes. El cambio de paradigma también implica que estos tiestos son importantes por su función en conjunto, parte de una acción, y no por su valor estético individual. Estos tiestos formaban parte de vasijas desechadas, más específicamente de basura que fue reciclada como relleno de construcción. Características como tamaño, planitud o forma relativamente cilíndrica habrían sido más importantes que el color u otros tipos de decoración para los hombres que construyeron estos edificios.

Incluso, es posible especular que el hecho de que no se encuentren artefactos identificados como de manufactura “africana/afrodescendiente” dentro de este relleno de desecho denota que los que realizaron la construcción probablemente fueron en su mayoría afrodescendientes. Es decir, serían afrodescendientes los que determinaron que el material era basura solo apta para relleno de construcción, sin valor monetario o estético. Este relleno no debería incluir reliquias con valor sentimental y/o conexión a “Mama África.”

Conclusiones y sugerencias para futuras investigaciones

En conclusión, este ensayo propone una manera de sacar a la luz el patrimonio africano tangible dentro de la dominicanidad, particularmente, a través de un cambio de paradigma dentro de la arqueología dominicana. Más específicamente, propone una resignificación de las características de los artefactos arqueológicos, cambiando la definición de artefacto, tanto en tamaño como unidad, y priorizando quiénes los usaron sobre quiénes los fabricaron. Esto incluye desechar el enfoque limitado en identificar artefactos con rasgos tradicionales “africanos”, y expandir a un enfoque más bien “afrodescendiente”, puesto que hasta 1516 la gran mayoría de las personas de este grupo étnico vinieron de España y no de África. Además, aquellos que estuvieron esclavizados no tuvieron la libertad de escoger qué objeto utilizar en sus actividades cotidianas, ni tiempo para manufacturarlos.

Este enfoque contrasta con el de la mayor parte de las investigaciones existentes sobre los modos de vida afrodescendientes caribeños durante el período colonial, centradas en actividades rurales a gran escala, particularmente aquellas relacionadas con la producción agrícola en plantaciones.

En el caso particular de La Vega Vieja, la necesidad de este cambio de paradigma se debe a que se hicieron interpretaciones incorrectas durante el análisis de los materiales recuperados en las excavaciones en La Vega Vieja. Como en otros lugares de colonización temprana del Caribe, la presencia de la diáspora africana no fue reconocida, dado el enfoque limitado de lo que constituye un artefacto “africano” dentro de la dominicanidad. Más concretamente, se pensó que la presencia afrodescendiente en el área fue ínfima al no haber cultivo de caña de azúcar en esa región.

Al aplicar el nuevo paradigma, y a partir del análisis de datos históricos y del legado arqueológico, consideramos que el conjunto de artefactos cerámicos utilizados en los rellenos alrededor de los cimientos del Monasterio de San Francisco en el sitio La Vega Vieja constituyen una representación tangible de la vida cotidiana urbana afrodescendiente en el xvi. Más específicamente, es un ejemplo tangible de la labor afrodescendiente en la construcción.

Este pequeño ejercicio ha demostrado que es posible vislumbrar de manera tangible esa herencia africana aparentemente oculta, pero en realidad bastante omnipresente, en todos los aspectos de la dominicanidad cotidiana del periodo colonial temprano. El uso del nuevo paradigma del uso de los artefactos versus el enfoque en la manufactura y la estética abrirá nuevas e inesperadas perspectivas sobre la importante raíz africana de la dominicanidad y, más importante, proveerá grandes cantidades de evidencias tangibles de su existencia.

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