Introducción
En muchos trabajos revisados, que se presentarán a continuación, Maqroll ha sido analizado desde diversas ópticas, en especial, desde la desesperanza y el sentimiento del fracaso. En este sentido, se le ha vinculado más con la decepción y el determinismo, que con el existencialismo. Además de que su accionar, con mucha frecuencia, se ha escrutado desde el análisis puramente literario. En la presente investigación se combinarán el análisis narratológico y el filosófico, o se analizará la obra literaria desde una perspectiva filosófica para demostrar que Maqroll, contrario a reaccionar ante las circunstancias, tiene dos propósitos claramente definidos: el primero de ellos es llegar a los aserraderos; el segundo, reencontrarse con Flor Estévez, como lo manifiesta, por ejemplo, el 21 de junio. Dicho de otra manera, se probará que él no es un títere del destino: ha decidido cada paso, aun cuando haya errado y ello lo angustie. De ahí que su viaje, circular, concéntrico2 —de La Nieve del Almirante a los aserraderos y viceversa, con partida y retorno—, más que determinista, sin voluntad o propósitos expresos, es existencialista: lo angustia saber que sus decisiones, que no han dado los frutos esperados, son su absoluta y exclusiva responsabilidad. Ese es el enfoque desde el que se analizarán sus acciones.
En el presente artículo, como se ha explicado, el abordaje de los personajes o actantes no se realiza solo desde la óptica meramente literaria o narratológica, sino que se integrará la perspectiva filosófica, en concreto, desde el existencialismo —palpable en su relación con Flor Estévez, en Maqroll, y en la travesía de este hacia los aserraderos en búsqueda de bienestar económico— y del análisis textual; se toman citas de la obra y se estudian a la luz de la crítica literaria y de la filosofía para evidenciar que la angustia de Maqroll se origina en su voluntad y no en las circunstancias: es fruto de sus decisiones (causal) y no de la casualidad o del azar (casual). De modo que se estudiará la obra desde un enfoque interdisciplinario: literario y filosófico.
Dicho de otra manera, partiendo del marco narratológico, nos concentraremos en el filosófico para explicar el accionar del personaje principal, en relación con Flor Estévez y los aserraderos. En esencia, se demostrará que su vida, la de Maqroll, es un viaje existencial o existencialista. Ahora bien, su sino va marcado por su ritmo y no por las eventualidades. Él no es una marioneta de las circunstancias. No es un barco a la deriva: él es su barco y el capitán. No controla el agua, es cierto, pero sí el timón. Puede actuar según sus instintos o contenerlos; decide tomar un camino u otro; puede continuar o regresar: tiene libertad, tiene albedrío, precisamente, por eso sufre.
En lo referente al nivel literario, el análisis incluirá el contexto, la subclasificación y aspectos puntuales de la estructura y la estilística general de la obra, pero se concentrará en el estudio del personaje principal, sus intenciones esenciales y sus ejes de acción más notables, citados con anterioridad: los aserraderos (material) y Flor Estévez (emocional), esta última percibida como central en la vida de él, contrario a lo que afirma Gómez (2000) de que ella “solo aparece como una evocación en la novela” (p. 160). La obra, pues, se abordará partiendo de un análisis literario puntual, con la intención de demostrar que el existencialismo es la corriente filosófica que subyace en las acciones e intenciones del personaje principal.
Como nota final es necesario acotar que metodologías similares ya han sido implementadas, incluyendo trabajos recientes sobre el análisis de la cuentística de Juan Carlos Onetti (Moreno, 2021) y de otros autores como Eduardo Maella y Ernesto Sábato (Rodríguez, 2015; Cardona, 2020).
En el primero de los casos, se analizan los cuentos del escritor uruguayo desde la óptica existencialista, en combinación con el análisis estilístico y, en especial, la presencia de la conciencia en las acciones que se narran en sus cuentos. De su lado, el segundo autor estudia las similitudes entre El pozo (Onetti), El retorno (Maella) y El túnel (Sábato)3, sustancialmente desde la conexión existencialista compartida por los personajes principales, quienes están atrapados en una pensión, en una habitación y en una cárcel, respectivamente (Maqroll lo estará en un río). En tercer lugar, la autora reflexiona sobre la angustia de los personajes de la novela Sobre héroes y tumbas, también de Sábato. En adición, hay otros trabajos sBenedetto (Rodríguez, 2020; Urralburu, 2020). En general, los estudios revisados tienden a concentrarse, principalmente, en Onetti y Sábato, así como en Di Benedetto. Se desarrollan con base en una contextualización literaria, con énfasis no solo en los personajes y sus acciones, sino, especialmente, en los autores y en varias obras, y se concentran en una reflexión histórico-filosófica del existencialismo. Otro análisis afianzado en la literatura comparada, en el cual se le concede a Mutis-Maqroll, o viceversa, un espacio importante (con acento existencialista), fue realizado por Montoya (2020). En él se revisan textos de Michel de Montaigne, Albert Camus y León Tolstoi (en este último se hace una vinculación con la obra de Mutis, a partir de Maqroll). Por otra parte, Bizzarri (2019) trabaja la presencia de Maqroll como itinerante y como viajero perpetuo en la obra de Mutis.
De modo pues que, en el presente estudio, se asume un esquema de análisis parecido, pero tomando como punto de partida la crítica literaria para llegar a la caracterización existencialista del personaje principal (Maqroll), con base en la obra La Nieve del Almirante, no tanto aduciendo su extensa presencia en la obra de Álvaro Mutis o en la comparación de este con otras obras del escritor colombiano (y con las obras de otros autores), sino descubriendo el perfil filosófico que emerge de las propias reflexiones del personaje, de sus acciones y de sus intenciones.
Precisiones contextuales
La Nieve del Almirante (1986) es la primera de seis obras. Le siguen: Ilona llega con la lluvia (1987), Un bel morir (1988), La última escala del Tramp Steamer (1989), Amirbar (1990) y Abdul Bashur, soñador de navíos (1991). Además, la obra que inaugura esta saga se vincula con su obra poética:
La novela La nieve del almirante es una ampliación del poema del mismo nombre incluido en el libro Caravansary (1981), en la que Álvaro Mutis […] establece por medio de la técnica de la caja china o de la narración dentro de la narración, un hábil sistema de autorreferencias que le permite referirse a temas ya tratados y adelantar otros que serán desarrollados posteriormente para contar de forma enlazada y sin cesuras esa prolongada historia hecha de historias que es la saga del Gaviero (Centro Virtual Cervantes, s.f.).
De la cita precedente se coligen dos aspectos importantes. En primer lugar, se infiere un aspecto estilístico de suma importancia: la técnica empleada por el autor. Mutis recurre a la mamushka o caja china (Milovich, 2017), estrategia de integrar una narración en otra. En este aspecto, al utilizar el recurso del manuscrito —tipo diario— se asemeja a La vorágine4 y al Quijote, por ejemplo. Con ello, logra imprimirle un halo de suspenso, de misterio, de leyenda y de verosimilitud, con lo cual despierta el interés del lector. La lectura del primer libro, adquirido en la librería, pasará al segundo plano (aunque por momentos aparezcan pinceladas en la obra). La historia principal no es la del asesinato del noble, sino sobre la vida de Maqroll. Mutis (1992) narra el hallazgo de manuscrito con oraciones como las siguientes: “En su lugar encontré un cúmulo de hojas, en su mayoría de color rosa, amarillo o celeste, con aspecto de facturas comerciales y formas de contabilidad” (p. 8). Así se introduce una especie de alter ego. El autor asume la voz del narrador. El lector, pues, irá inmiscuyéndose en la vida del personaje, como cuando lee la biografía de un coetáneo.
Ahora bien, en segundo lugar, lo anterior no concluye ahí, sino que evidencia la interconexión e intertextualidad de Maqroll en la obra de Mutis. De modo que él no es un personaje acabado, aislado y exclusivo de una obra, sino que está en permanente construcción: en búsqueda constante de sí mismo y de sus objetivos. De ahí que muchos críticos se hayan orientado hacia el análisis del personaje principal, e incluso, hacia la transposición Mutis-Maqroll. Tres ejemplos de ellos son Camacho (2007, p. 229), Rodríguez (2000, p. 96) y Porras (2005, p. 39)5. De hecho, hay autores que plantean que, alrededor de esta desesperanza intermitente experimentada por él (que conduce al desánimo, pero no a la derrota) se cierne una especie de isotopía, en la obra de Mutis, (Echeverría, 2020, p. 31). De ahí que la omnipresencia de Maqroll no es superficial, sino central. Incluso, se refiere que “su creatura Maqroll es el pivote que permite hablar de etapas en el universo literario de este autor; estas son las siguientes: el ciclo poético maqróllico, el ciclo poético posmaqróllico y el ciclo maqróllico novelístico” (Bustos, 2017, p. 235).
Clasificación genérica
En otro preámbulo necesario, debemos destacar que La Nieve del Almirante es considerada como parte de las novelas de viaje, pero no en el sentido tradicional que el término encierra. Usualmente, hay tres características que identifican a este subgénero: son relatos factuales, suele sobresalir la descripción ante la narración y se destaca la presencia del testimonio, con lo cual se pretende lograr mayor objetividad (Alburquerque, 2011, p. 16). Esta obra encaja, en sentido general, con la estructura citada. ¿Por qué? A continuación, lo explicaremos con varios argumentos.
En primer lugar, resulta obvio que hay una sucesión de múltiples hechos, que se interrumpen y se superponen en el epílogo, concatenados por dos principales: la búsqueda exterior de los aserraderos y el deseo interior de reencontrarse con Flor Estévez en La Nieve del Almirante. Ahora bien, estos no fueron acontecimientos reales, efectivos, verídicos, sino verosímiles. En otras palabras, en lugar de real-efectiva, esta obra se puede catalogar como ficcional-verosímil6 porque se refiere a un hecho fantasioso como si fuera real.
En segundo lugar, descripción y narración ocupan espacios importantes, en ocasiones, difuminados, pero sobresale esta última. Además, hay presencia de una densa prosa poética, filosófica y espiritual:
La vegetación se hace más esbelta, menos tupida. El cielo está a la vista durante buena parte del día, y, en la noche, las estrellas, con la cercanía familiar que las distingue en la zona ecuatorial, despiden esa aura protectora, vigilante, que nos llena de sosiego al darnos la certeza, fugaz, si se quiere, pero presente en el reparador trecho nocturno, de que las cosas siguen su curso con la fatal regularidad que sostiene a los hijos del tiempo, a las criaturas sumisas al destino, a nosotros los hombres. La cantidad de facturas y memoriales de aduanas que encontré en la cala de la lancha y que el Capitán me obsequió para escribir este diario, único alivio al hastío del viaje, se están terminando. También el lápiz de tinta está llegando a su fin. El Capitán me explica que, en la base militar, a donde llegaremos mañana, podré conseguir nueva provisión de papeles y otro lápiz. (Mutis, 1992, p. 33)
En cuanto al tercer elemento, es preciso destacar que prevalece la carga subjetiva. Por ejemplo, pensemos en la concepción de la selva que acabamos de citar: “nos llena de sosiego al darnos la certeza, fugaz, si se quiere, pero presente en el reparador trecho nocturno [...]”.
Al utilizar un narrador homodiegético7 (el personaje asume la narración) y con focalización interna fija8, el autor parece que quiere dar la sensación de que lo que se cuenta tiene valor testimonial.
Sin embargo, no es menos cierto que el autor trata de imprimirle una gran carga objetiva al texto. Por ejemplo, inicia con un prólogo y concluye con un epílogo. La siguiente cita permite visualizar la simbiosis objetividad-subjetividad de Mutis/Maqroll: “Por esta razón, he reunido al final del volumen algunas crónicas sobre nuestro personaje, aparecidas en publicaciones anteriores y que aquí me parece que ocupan el lugar que en verdad les corresponde” (Mutis, 1992, p. 9). Con esta estrategia el autor pretende dotar de objetividad el relato que presentará al lector. Así, la frontera entre objetividad y subjetividad se funde en una sola narración.
Todo lo anterior evidencia que La Nieve del Almirante coincide plenamente con el subgénero de novelas de viaje; no obstante, se trata de una travesía muy particular. Tal como lo afirma Rodríguez (2000): “El viaje implica, entonces, un arrastrar consigo el sí mismo y un encuentro con el otro” (p. 268). En el caso presente, Maqroll sale de sí para encontrarse con Flor y con los aserraderos y consigo mismo. Su viaje es una metáfora de sí mismo. “El protagonista, es cierto, remonta un río, pero para él, el verdadero sentido del viaje es el de un buceo en las materias más secretas de su mente y de su alma” (Rodríguez, 2000, p. 269). La Nieve del Almirante (el establecimiento), en primera instancia, es un puerto del que Maqroll parte hacia los aserraderos y al cual regresa en busca de Flor, para partir de nuevo. Pero en realidad, ambos puntos no están conectados por una recta —¿simbolizada en el río?—, sino por una infinidad de travesías, por medio de las cuales Maqroll busca llegar a sí mismo.
Existencialismo vs. determinismo en Maqroll
A modo de introducción a este apartado, hay que destacar que los inicios de Mutis coinciden con la última etapa de los cuadernícolas9 (que publicaban sus poesías en cuadernos, cuyo conjunto se titulaba Cánticos) y, posteriormente, con el grupo MITO, de marcada tendencia existencialista, fruto de la Segunda Guerra Mundial. En el plano local, el sangriento enfrentamiento de los dos partidos políticos tradicionales en Colombia también tendría su peso (Ortega, 2005).
Nos hemos referido a estos aspectos porque conectan con el planteamiento de fondo de nuestra reflexión: el viaje existencialista de Maqroll.
Para abordar el existencialismo10, teórica y conceptualmente mejor, es necesario diferenciarlo de otra corriente filosófica, similar pero distinta: el determinismo. Leibniz, citado por Arana (2004), definía al segundo en estos términos:
De esto se desprende entonces que todo acaece matemáticamente, esto es, infaliblemente, en todo el ancho mundo, de suerte que, si alguien pudiese tener una percepción suficiente de las partes inferiores de las cosas y tuviese bastante memoria y entendimiento para captar todas las circunstancias y tenerlas en cuenta, sería un profeta y vería lo futuro en lo presente, como en un espejo (p. 575).
En este sentido, Gibert (2009, p. 265) plantea que: “La existencia de estructuras o determinismos sociales permite que ciertos eventos humanos puedan ser calificados como libres ya que, precisamente, su característica consiste en quebrar o innovar en las cadenas causales vigentes o crear nuevas cadenas causales”. Se hace necesario destacar, en la cita precedente, que la libertad aparece cuando se “quiebra” este principio de causalidad, determinada externamente. De ahí que el determinismo tenga una expresión o manifestación social, y que es en la innovación, a partir de estas reglas o contrato social, que se descubre la libertad. Maqroll quiebra, constante y conscientemente, las circunstancias en las que se desenvuelve. Un determinista estaría a merced de ellas. Se movería como un péndulo: impulsado externamente. Y se detendría cuando cese la fuerza que lo puso en movimiento. Fiel ejemplo de la Inercia de Newton11, como el Capitán.
Las precisiones anteriores permiten concebir al determinismo como la tendencia del ser humano a reaccionar, literalmente, acorde con las circunstancias y a variar con ellas. Reacción porque, con frecuencia, se carece de propósito, de intención, de planificación. El motivo siempre está fuera del ser: es exógeno. Se recorre el camino que ya está trillado. Juaristi, citado por Barrero (2008) expone:
La bestia no sabe propiamente nada. […] No sabe siquiera que va a morir, cosa que sabe de sí mismo el más romo de los caravaneros. Maqroll convierte ese no saber del animal en un saber superior al de sus dueños: un saber que sólo llegan a compartir los desconfiados, los que desesperan del todo. Éstos intuyen la ausencia de sentido, saben que la vida es trágica, es decir, que el proyecto nunca llegará a cumplirse, que el viaje se interrumpe, que la caravana nunca llega a la meta. (p. 240)
Maqroll, distinto a la bestia, como se expresó al principio, se mueve con y por objetivos: avanza hacia los aserraderos, contra todas las dificultades (del planchón, de la salud, de la milicia, de la selva…). Igual, persevera en el recuerdo constante de Flor Estévez y todo lo que ella representa. En el epílogo, que lleva el mismo título de la obra, cuando se refiere al pasillo por el que los clientes van a orinar, se lee, entre otras, la siguiente inscripción:
Sigue a los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. No te detengas. Evita hasta el más humilde fondeadero. Remonta los ríos. Desciende por los ríos. Confúndete en las lluvias que inundan las sabanas. Niega toda orilla (Mutis, 1992, p. 100).
La vida de Maqroll es una resistencia a la tierra firme: él es un velero. Él, contrario a lo expuesto por el autor citado, llega a la meta, aunque no consigue lo que buscaba, a pesar de sacrificar elementos más valiosos. Y sigue tratando de lograrlo. “Sigue a los navíos”. Maqroll tomará esto tan en serio que, al final, será su propio navío y su propio capitán. Incluso, su propio puerto y su propio destino. “Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones”. Seguirá las rutas establecidas (hacia Flor Estévez y hacia los aserraderos), pero terminará por definir y crear su propia ruta o sus propias rutas. “No te detengas”. Esta arenga es casi innecesaria; a Maqroll nada lo detiene: ni la desilusión ni la adversidad ni la pérdida ni la angustia ni la incertidumbre ni la desesperanza ni la soledad.
“Evita hasta el más humilde fondeadero. Remonta los ríos. Desciende por los ríos. Confúndete en las lluvias que inundan las sabanas. Niega toda orilla”.
Este parece ser el credo de Maqroll el Gaviero, resumido y sintetizado en su esencia original:
Allí está, allí sigue, hecha de la suma de todos los momentos en que deseché ese recodo del camino, en que prescindí de esa otra posible salida y así se ha ido formando la ciega corriente de otro destino que hubiera sido el mío y que, en cierta forma, sigue siéndolo allá, en esa otra orilla en la que jamás he estado y que corre paralela a mi jornada cotidiana. Aquélla me es ajena y, sin embargo, arrastra todos los sueños, quimeras, proyectos, decisiones que son tan míos como este desasosiego presente y hubieran podido conformar la materia de una historia que ahora transcurre en el limbo de lo contingente.
Una historia igual quizá a esta que me atañe, pero llena de todo lo que aquí no fue, pero allá sigue siendo, formándose, corriendo a mi vera como una sangre fantasmal que me nombra y, sin embargo, nada sabe de mí. O sea, que es igual en cuanto la hubiera yo protagonizado también y la hubiera teñido de mi acostumbrada y torpe zozobra, pero por completo diferente en sus episodios y personajes. Pienso, también, que al llegar la última hora sea aquella otra vida la que desfile con el dolor de algo por entero perdido y desaprovechado y no ésta, la real y cumplida, cuya materia no creo que merezca ese vistazo, esa postrera revista conciliatoria, porque no da para tanto ni quiero que sea la visión que alivie mi último instante (Mutis, 1992, p. 29).
Es como si en Maqroll todo estuviera oscuro y claro al mismo tiempo. Su oscuridad lo lleva a una claridad insospechada, que lo sumirá en una nueva oscuridad. Pero su vida no se llenará ni de luz ni de oscuridad, ni de una ni de otra, sino que se convertirá en ambas o en la oscilación entre ellas.
Él tiene consciencia de que su destino ha quedado atrás y de que lo aguarda adelante. Flor se marchó, pero siempre lo esperará. Los aserraderos nunca serán lo que él piensa, pero siempre estarán a su alcance. Vive en paralelo entre lo que puede y lo que quiere ser. Estas dos rectas infinitas —sus vidas— son su vida, en sentido general. Pero él no está atrapado en una sucesión de puntos gemelos que se extienden hasta el infinito, sino que él va trazando esos puntos y esas líneas hasta que aparezcan nuevos puntos y nuevas líneas. Su horizonte no está frente a él para ser alcanzado, sino para ser siempre un horizonte. Es como si fuera una especie de meta tangible, pero pospuesta. De hecho, cuando alcanza sus metas estas se desdibujan y se transforman en otros puntos de partida.
Tal como él señala: “Una historia igual quizá a esta que me atañe, pero llena de todo lo que aquí no fue, pero allá sigue siendo”. En su vida, los vacíos están llenos de oportunidades y de búsquedas y sus oportunidades están vacías de lo que ha dejado atrás, pero el reloj sigue corriendo y él, también.
Para que se comprenda mejor lo anterior, abordaremos las características del existencialismo. Aclaramos que no abordaremos a profundidad la tipología de esta corriente filosófica ya que implicaría una mayor extensión, debido a los diversos enfoques. Por ejemplo:
Se puede hablar, en efecto, de una edad del existencialismo romántico, desde Kierkegaard a Kafka, de una edad del existencialismo metafisico, con Heidegger, Marcel, Jaspers, Berdjaef y otros y, en fin, de una edad del existencialismo humanístico representada por Sartre y su escuela, y en Italia especialmente por Abbagnano. (Prini, 1957, p. 4)
De su lado, Maritain (s. f., pp. 2-3) veía el existencialismo bifurcado entre el que afirma la primacía de la existencia, pero como implicando y salvando las esencias o naturalezas (existencialismo auténtico) y el que resalta la la primacía de la existencia, pero como destruyendo o suprimiendo las esencias o naturalezas (existencialismo apócrifo). Otros como Navarro (2014, p. 123), identifican una corriente pesimista (Heidegger, Jasper y Sartre), otra teológica (Marcel, Kierkegaard) y una tercera, neutra (Abbagnano y Melea).
Más que las diferencias, nos interesan las semejanzas entre estas vertientes, corrientes o expresiones del existencialismo, por ello sintetizaremos las ideas fundamentales expuestas por Sartre en una conferencia dictada el 29 de octubre de 1945, posteriormente, presentadas en un texto escrito (versión que seguiremos): El existencialismo es un humanismo. En este texto, el expositor trata de responder a las críticas; esta corriente filosófica siempre ha contado con fuerte oposición. Uno de los ejemplos es el caso de Bunge que lo considera una seudofilosofía (2005, p. 75).
De acuerdo con la apología del existencialismo de Sartre (2009), este no es contemplativo (por contraposición a la acción), tampoco se opone a la solidaridad (aunque se resalte la subjetividad) y, por último, rechaza que este no contenga valores (fruto de la supresión de los valores impuestos por Dios). Los valores, más que espirituales, son humanos. Son propios de la naturaleza humana. El filósofo francés defiende esta corriente apelando a los siguientes postulados y razonamientos (pp. 21-38):
1) La existencia precede a la esencia (Heiddegger12 reflexionó sobre este particular): primero existimos y, luego, con nuestras acciones, nos definimos. El ser humano es lo que él hace de sí mismo: él es su responsabilidad, no la de Dios. Es responsable de lo que es y de lo que no es. El ser humano se lanza hacia un porvenir y es consciente de proyectarse hacia él. Subjetividad. Su relación con la realidad es la que lo define como entidad. Su identidad está íntimamente vinculada con la visión de sí mismo, con su cosmovisión y con su accionar. Maritain critica esta posición porque la concibe como contradictoria13.
2) La elección que toma no es solo individual: al elegir, elige a todos los hombres. Elegir ser algo es afirmar el valor de lo elegido. Aduce el ejemplo de que un obrero, al adheririse a un sindicato cristiano propone esos valores a los demás obreros.
Con la decisión viene, también, la implicación. La primera es personal; la segunda, social. Cuando Maqroll se marchó pudo arrastrar consigo a Flor o perderla, como en efecto ocurrió. Su actuación personal tuvo consecuencias interpersonales y permanentes, a modo de efectos colaterales. La gestión emprendida tendrá resultados no planificados o previstos. El determinista se mueve y ondea según las circunstancias, a merced de las mismas. Nuestro personaje, contrario a un determinista, toma decisiones libres. No culpa a nadie por las consecuencias de sus acciones. Eso nos lleva al tercer aspecto destacado por el intelectual parisino y, obviamente, decisiones como la de aventurarse en un viaje más allá del punto de llegada, tendrá implicaciones para él y para sus potenciales acompañantes.
3) Los dos postulados anteriores permiten compren- der el tercero: la angustia (de Abraham, según Kierkergaard14). Las decisiones van más allá del acto y del individuo mismo. Son como una espiral que se expande en el agua. Existencia, esencia, subjetividad, elección y angustia, pues, se configuran como el campo semántico del existencialismo (representado en Maqroll). Él tiene conciencia de sí y para sí. Tiene perspectivas propias y persistirá en ellas. Toma decisiones libres. Sufre porque no logra lo que pretende. “Solo el Dasein puede verse reflexivamente a sí mismo y entonces puede experimentar temor” (Korstanje, 2010, p. 139). Hay que considerar que la angustia o desesperanza de Maqroll se va desarrollando con los hechos, pero él es consciente de que su vida es fruto de sus decisiones. Y tiene anhelos: de vivir, cuando está enfermo; de llegar a los aserraderos, aun cuando todo parece estar en contra; de regresar a La Nieve del Almirante. Más desesperanza se percibe, por ejemplo, en el Capitán.
¿Cómo estar seguros de que hemos elegido correctamente, o de modo más conveniente, al momento de hacerlo? ¿Cómo saber que todas las variables que se consideran son como se aprecian o son las más relevantes? ¿Qué ocurre con la esencia cuando la existencia, que debe revelarla, ha sido comprometida?
Sartre toca el meollo de la dificultad: es esa incertidumbre la que provoca la angustia. El ser humano anhela seguridad antes de decidir, pero eso no es posible. La única posibilidad es actuar y asumir las consecuencias, sin culpar o responsabilizar a otros.
Como cuando explica que nadie nos designa Abraham y, sin embargo, estamos compelidos, con frecuencia, a realizar actos encomiables. El hijo o la voluntad de Dios. El patriarca se ve imbuido en dos horizontes irrespirables: la desaparición física de su hijo (un milagro ocurrido a su esposa) o la desobediencia a quien le concedió el referido milagro. Las circunstancias se tornaron en una verdadera encrucijada. Cualquier decisión era terrible: con una aniquiliaba a su hijo; con la otra, su fe.
Como se colige de la síntesis precedente, cuatro conceptos están en el centro del existencialismo descrito por el autor del Ser y la nada: libertad, elección, responsabilidad y angustia. Somos libres para elegir y, por tanto, somos responsables de nuestras decisiones, pero como no conocemos —nunca— todo el panorama, nos angustiamos. Tal parece ser una paráfrasis sencilla de la tesis del compañero de Simone de Beauvoir.
El existencialismo de Maqroll en La Nieve del Almirante
Maqroll encaja en el perfil existencialista tanto como el Meursault de Camus15. Y cuidado si más. Él se va definiendo a través del ensayo y error de su propia vida. Sale de su zona de confort. Se resiente de sus heridas, pero continúa moviéndose de un punto a otro. Sin embargo, estos puntos no son fijos, son movedizos. Su horizonte se reinventa con cada llegada y con cada partida. Analicemos otros fragmentos y expresiones que puedan seguir iluminándonos en este sentido.
En su primera reflexión, en el diario, Maqroll cierra manifestando que no sabe por qué se embarcó en esa empresa (Mutis, 1992, p. 11). De ello, se concluye que no sabía por qué tomó esa opción, pero, al mismo tiempo, cabe señalar que no culpa a nadie. Es evidente que nadie lo obligó. No huía (como Arturo Cova en La vorágine, de Rivera) ni fue forzado. Es más un lamento o un desahogo que una afirmación, como tal. Una evidencia de un profundo sufrimiento y hasta de un abismal arrepentimiento. En realidad, sí sabe por qué se embarcó hacia la cordillera.
Maqroll lo decidió, aunque los motivos no eran tan claros, en ese entonces. No obstante, recordemos que oyó hablar de los aserraderos en ese negocio. Y que entendió que la venta de madera podía ser muy rentable. ¿Partida involuntaria? Absolutamente no. ¿Lo lamentó? Todo el camino. ¿Responsable? Él. ¿Alternativa? Seguir aventurándose.
Una idea general de la acción principal sería la siguiente: Maqroll se encuentra en el establecimiento, en plena convalescencia bajo los cuidados y muestras de cariño de Flor Estévez. Parte de ahí para llegar a los aserraderos, en un viaje con fines lucrativos. Al no conseguir lo que pretendía, regresó a La Nieve del Almirante, sin dinero y habiendo perdido, también, a Flor. Y nueva vez, hacia el río. Nótese el personaje principal pretendía una mejoría por obtener (dinero fruto de la venta), pero el resultado fue un empeoramiento: perdió dinero, tiempo, salud y a Flor16.
Él fue devorado, pero no por la selva (como Arturo Cova en La vorágine), sino por las opciones que tomó. Libremente eligió ese destino y como es el responsable de ello, sufre. Su angustia es fruto de sus decisiones y decidió porque era libre para hacerlo. “Siempre me ha sucedido lo mismo: las empresas en las que me lanzo tienen el estigma de lo indeterminado”.
De acuerdo con Korstanje (2010): “Según Martin Heidegger, la angustia surge como parte inherente al ser-ahí […], en consecuencia, el autor define al ser anclado a un existir preciso, óntico y ontológico, al cual denomina Dasein o ser-ahí o estar-en-el-mundo” (p. 139). Es un ser-ahí, es decir, un ser situado: el negocio, el río, el aserradero. Por una parte, el deseo material (dinero); por el otro, emociones (Flor). Maqroll es y sabe que es, por eso su angustia. Por eso, también, le aplica lo de óntico y ontológico17. En él, la esencia del ser y el modo del ser se confunden en un accionar indetenible. Un empujón metafísico lo acerca a una realidad material, pero en el mismo movimiento regresa a su origen para volver a partir.
Arriesgó su vida por dinero y no obtuvo nada. Arriesgó su tiempo por dinero y no obtuvo nada. Arriesgó su relación con Flor por dinero y no obtuvo nada.
A la inversa, parte desde lo concreto hacia la búsqueda de lo que ya tenía, pero la nada es lo único que lo espera en cada recodo del camino: sale sin nada, llega a donde desea y no obtiene nada; regresa a su punto de partida y no encuentra nada. La nada, entonces, se levanta como un muro infranqueable a cada paso que da. Sigue caminando, pero la nada parece adelantársele ágilmente. No tiene nada, parte hacia la nada y regresa hacia la nada. La nada es un círculo elegido que lo envuelve. Pero continúa.
Otras citas relevantes son las siguientes: “Me intriga la forma en cómo se repiten en mi vida estas caídas, estas decisiones erróneas desde el inicio […] cuya suma, vendría a ser la historia de mi existencia”. “A mi lado ha ido desfilando otra vida. Allí está, allí sigue, hecha de la suma de todos los momentos en que deseché ese recodo del camino” (Mutis, 1992, pp. 16-18).
Ello coincide, casi exactamente, con lo expresado por Heidegger: “Todo ser-ahí queda subsumido en su propia tradición que es historia e historiografía” (Korstanje, 2010, p. 139). Esta realidad, Maqroll la afirma, literalmente, como se ha visto. Metafísica. No solo su situación actual es diáfana para él: las otras vidas paralelas que ha soslayado, cuando ha decidido, también le aparecen con claridad meridiana. Los anhelos de su corazón le son transparentes. Igual que su dolor por no poder alcanzarlos. Su vida se desdobla a cada instante. Su ser, su no-ser, su ser-ahí y la nada se han conjugado en un tenebroso paisaje, en el cual se dibuja (o se desdibuja) su vida. Estas palabras evidencian que no ha tenido los resultados esperados: él no sabe qué pasará, pero se aventura. Es un viajero. La responsabilidad de sus caídas no es exógena: sus yerros son su historia. La que libre y responsablemente ha construido: equivocándose, eligiendo, desechando, asumiendo consecuencias, condenado por su libertad.
No hay certezas. No hay culpables… Fuera de él. Solo le resta existir y seguir siendo.
En su vida no solo se repiten caídas y errores, sino aciertos. En este sentido, cada punto de llegada se transforma en otro punto de partida. Su vida entera es un viaje hacia dimensiones nuevas: nunca regresa al mismo puerto; nunca llega al mismo destino. Su realidad se desdibuja, se difumina y se reafirma en cada partida. Literalmente, Maqroll lo expresa como sigue: “Pero meditando un poco más sobre estas recurrentes caídas, estos esquinazos que voy dándole al destino con la misma repetida torpeza, caigo en la cuenta, de repente, que a mi lado ha ido desfilando otra vida” (Mutis, 1992, p. 29).
El 18 de abril reflexiona sobre sus inconvenientes y los asume así: “El mero hecho de meditar sobre todo esto me ha proporcionado la apacible aceptación del presente […] tan poco afín a mis asuntos” (Mutis, 1992, p. 43). El determinista ve entremezclados sus deseos y la realidad externa (la cual se termina imponiendo, sin que se valore una alternativa): se le difumina la frontera.
El existencialista nota la dicotomía y, en consecuencia, sufre. Maqroll lo sabe y, por ello, acepta. Aprecia la bifurcación entre lo que persigue y lo que consigue, pero prosigue.
Otro elemento que se puede destacar es la revelación que hace el Capitán (el 17 de mayo) sobre el error que cometió al abandonar a la china: “Usted no imagina lo que fue para mí, dejar a la china en Hamburgo” (Mutis, 1992, p. 51). No veía la posibilidad de encontrarla de nuevo. Probablemente, a él, ese error le costó la vida. Lo sumió en una tristeza que lo encerró y lo sepultó en un río. Se podría decir que, de alguna manera, él se quedó con ella.
A Maqroll, por el contrario (que ha empezado a entender que no debió abandonar a su pareja), lo alienta y lo anima la esperanza de reencontrarse con ella. “Flor Estévez. Nadie me ha sido tan cercano, nadie me ha sido tan necesario”, “antes de una semana estaré en La Nieve del Almirante contándole a Flor Estévez cosas que, de seguro, tendrán poco que ver con lo que en verdad sucedió” (Mutis, 1992, pp. 40; 90). Como se puede apreciar, la compañía de Flor es más valiosa que el dinero que pudo haber obtenido con la madera. Ahora la ve como fundamental en su vida: “Nadie me ha sido tan necesario”.
Ella es, prácticamente, imprescindible. La inmisericorde soledad que ha sufrido lo ha hecho reflexionar sobre el valor de la compañía. La soledad del existencialista. La angustia de Abraham. En ese tenor, su deseo de regresar a La Nieve del Almirante no es tanto para contar sus odiseas, sino para contárselas a Flor. La veracidad de su relato queda supeditada a la placentera compañía de su amada. El énfasis de su narración no recae sobre los hechos ni sobre el relator, sino sobre su enunciataria, sobre su interlocutora. Flor es una nueva cordillera, un nuevo aserradero y, como tal, también será inaccesible. Otra vez debe decidir en medio de la incertidumbre.
Kierkergaard (2005, p. 52) sentenció:
[…] la angustia es una reflexión, por lo que se distingue específicamente de la pena. La angustia es el sentido por el cual el individuo se hace de la pena y la incorpora. La angustia es la fuerza del movimiento por el que la pena se asienta en el corazón humano.
La cita que antecede se enmarca en el mismo lineamiento que se ha explicitado: se sufre como producto de un proceso, no solo de un sentimiento. “La angustia es una reflexión”. Es una trayectoria personal, emocional. Se asumen las consecuencias del error. “La pena se incorpora”. Pero, a la vez, la angustia se convierte en la motorización de nuevos sentimientos y de nuevos impulsos. “Es la fuerza de un movimiento”.
“Según Heidegger, la angustia surge cuando el Dasein se encuentra con la nada y decide en su libertad continuar existiendo” (Korstanje, 2010, p. 123).
Maqroll sufre, pero sigue existiendo: sigue, libremente, decidiendo; continuará negando las orillas. Encontrará la nada en el río, en los aserraderos, en La Nieve del Almirante —cuando regrese—, pero se embarcará de nuevo. El viaje consiste en trasladarse desde el punto A al B. Niega toda orilla. La vida es dinámica y vivir, por tanto, es estar en movimiento. Si hay pausa, es justamente eso. Maqroll es un viajero. Persevera en sus objetivos, aunque nos los consiga. Esto lo angustia, eso sí, pero solo sufre quien desea. Sabe que al decidir puede equivocarse. Aun así, decide. Él es el responsable. Sabe que se ha equivocado, sufre, pero vuelve a decidir. En su mente, dos motores potentes (que ya hemos señalado) son su inclinación al beneficio económico y la compañía sentimental y reparadora de Flor Estévez.
Contrario a un determinista, ha navegado contra circunstancias adversas. Ni el río ni los militares ni la enfermedad ni la soledad ni la desesperanza ni la frustración: nada lo detendrá. No ha sido un títere de esas circunstancias: ha decidido cada paso que ha dado. Tuvo relaciones con la india (“fuera del episodio con la india, más inquietante que gratificador”), pero no con el indio. No se convirtió en un asesino ni en un traficante de personas (como el Práctico e Ivar). No se rindió, como el Capitán. Siempre ha decidido, aprovechando ese margen de libertad de las situaciones.
Tampoco se dejó amilanar por todos los comentarios desfavorables sobre los aserraderos:
¿Los aserraderos?, preguntó como si evitara la respuesta. Vuelve a mover la cabeza en señal afirmativa, mientras alza las cejas y extiende los labios en un gesto que quiere decir algo como: No puedo hacer nada, pero cuente con toda mi simpatía (Mutis, 1992, p. 64).
Ni molinos ni gigantes detendrán a este Quijote: nada lo amilanará.
Continuó su viaje después de una enfermedad casi mortal. Siempre fue consciente de los peligros de la selva, pero prosiguió. Decidió no regresar por el Paso del Ángel (pudo haberse hundido con la embarcación y la escasa tripulación). Podía confiar en el Mayor o no. Tenía opciones y las tomó. Su lamento no es porque no ha vivido sin opciones y condenado por las circunstancias: su tristeza es por no lograr sus objetivos, en los cuales había perseverado. Incluso, apostó la vida hasta que pudo conversar con alguien en los aserraderos. De hecho, contra todos los pronósticos fatalistas, llegó. De modo que la angustia que experimenta no es pasiva, sino activa.
Maqroll expresa que había decidido viajar hacia las tierras bajas, pero recapacita y el 12 de junio, todavía con los estragos de la fiebre del pozo, confiesa (refiriéndose a la cordillera): “De allá soy y ahora lo sé, con la plenitud de quien encuentra el sitio a sus asuntos en la Tierra, pero no será para tornar a los parajes de los que ahora vengo” (Mutis, 1992, p. 68). Como se aprecia, es el arquero y la flecha. No va arrastrado por las circunstancias hacia la cima. No: va libremente.
Se dirige a un lugar que lo transforma. No tornará a su anterioridad, aunque vuelva a los mismos lugares; estos habrán cambiado y él, también. Sus pasos desandarán el camino que ha recorrido hasta el momento y, al final, su punto de llegada se trastocará en otro punto de partida. Salió con un propósito: obtener un beneficio material y exterior (venta de madera); regresó con otro: el beneficio emocional e interior (la compañía de Flor Estévez). Tiene plena conciencia de ambas realidades. Decidió partir. Decidió regresar. Nadie lo obligó. A nadie culpa. Su angustia es fruto de que tomó las opciones equivocadas, libremente. Él es el responsable, no el destino o las circunstancias: su viaje es existencialista. Se inclinó, voluntariamente, hacia las decisiones que tomó. Sus caminos fueron escogidos, no impuestos. Su angustia, su nostalgia y su melancolía son fruto de sus acciones. Y sus acciones son fruto de su voluntad.
Como nota vinculante con el título, tanto Flor como los aserrados, están conectados con el establecimiento comercial: “La historia de la madera la escuché por primera vez en La Nieve del Almirante, la tienda de Flor Estévez” (Mutis, 1992, p. 15). Posiblemente, esto explique que este sea su punto de partida y de retorno: su puerto circular.
Tal vez, sin quererlo, este será su fondeadero temporal. Volverá al río. Es un navegante nato. Lo ha perdido casi todo, excepto su libertad y sus ansias de seguir intentando. Flor representa su dimensión humana (¿espiritual?, ¿emocional?) y la madera, su progreso económico. Las decisiones que lo llevaron a alejarse de Flor, las tomó libérrimamente. Su angustia, pues, es el resultado de sus acciones: es endógena. Su dolor es el resultado de sus pretensiones. Quiere mejorar su situación financiera y parte en consecuencia. En el camino, se da cuenta de que su compañera es tan relevante como el beneficio económico; más de lo que pensaba. Y toma conciencia de que no ha priorizado adecuadamente. Aquí radica la fuente de su angustia. De hecho, el mismo Mutis, en su conferencia titulada La desesperanza, afirmó que la desesperanza tenía cuatro condiciones: 1) lucidez, 2) incomunicabilidad, 3) soledad y 4) conexión con la muerte (Mutis, 1981, pp. 288-289). Lucidez: la desesperanza y la claridad sobre la realidad son recíprocas. Incomunicabilidad y soledad: la responsabilidad es sobre todo una convicción íntima y personal. Y lo anterior hace que la muerte se asuma de una manera más amplia. Maqroll ve todo con claridad, es consciente de lo que ha pasado y de lo que ocurre. Y, aunque no controla lo que podría suceder, se anima a continuar porque si la muerte lo encuentra en el camino, la asumirá responsablemente, también.
Consideraciones finales
Cerramos como iniciamos: “Va al mismo sitio adonde yo voy: a la factoría que procesa la madera que ha de bajar por este mismo camino y de cuyo transporte se supone que voy a encargarme” (Mutis, 1992, p. 112). Maqroll nunca vio eso que describió, lo cual parecía ser el indicador de que iba por el camino correcto; sin embargo, prosiguió su viaje. Su peregrinación mosaica y su intuición nomáda lo guiaron hasta la añorada madera y, allí, se dio cuenta de que su tierra prometida era un corazón: un maná que se desintegraba mientras más se aproximaba. ¿Ahora volverá a su inusitado Egipto?
La Nieve del Almirante, el establecimiento, se convirtió casi en un fantasma del pasado. Los aserraderos revelaron lo inaccesible de su naturaleza social. Pero todavía le quedaba el río. Sus aguas podían lavar su dolor. O provocarle más. No importa. Al fin y al cabo, era su decisión.
Tal como se estableció al inicio, Maqroll el Gaviero es el diseñador de su destino. Da la impresión de que, lejos de asemejarse al determinismo y en lugar de tomar partido por una etapa o una expresión del existencialismo, él no aborda la clásica disyuntiva entre esencia y existencia, tampoco se aboca al pesimismo (todo lo opuesto), pero mucho menos se inclina hacia una corriente teológica o neutra. No. Sin dejar al margen las consideraciones anteriores, Maqroll parece lograr un sincretismo existencialista que llega a ser humano, sin ser humanístico. Y también es como si respondiera a los críticos de este enfoque o corriente filosófica, porque sus acciones descartan de plano que lo que guía sus pasos sea una seudofilosofía.
El trabajo que hemos desarrollado, pues, no se concentra en las figuras literarias, en las técnicas, en los temas o en la estilística de Mutis; incluso, sin soslayar lo esencial, tampoco se vincula con la omnipresencia de Maqroll el Gaviero en el universo textual del colombiano. Todo el análisis literario y filosófico ha tendido a convenir en que el personaje principal tiene el control de lo que piensa, de lo que hace y de lo que pretende. Se ha demostrado que con este enfoque multidisciplinario sale a la luz un nuevo rostro de Maqroll, tal vez no iluminado —posiblemente más oscurecido—, que evidencia que él toma decisiones consciente y libremente, aunque no tenga una total claridad del final del sendero que ha decidido recorrer o, incluso, del mismo camino o recorrido. Él siempre será el Dasein (el ser-ahí), el ser situado; pero no él y sus circunstancias, sino él reaccionando ante sus circunstancias. Él decidiendo ante ellas, enfrentándolas, deconstruyéndolas, creándolas, recreándolas: nunca acepándolas con resignación.
Partió. Regresó. Volvió a partir. No fue el destino, fue él. Nadie lo obligó. Decidió por sí mismo. Perdió su dinero, su salud, a Flor y a sus sueños. Nadie es culpable. Maqroll es el responsable. ¿Abatido? Sí. ¿Vencido? No. “Bajo para llevar un planchón vacío y, si río abajo consigo algunos pasajeros, reuniré algún dinero para embarcarme de nuevo” (Mutis, 1992, p. 112). Se perpetúa el antagonismo “sujeto - objeto” de Greimas (1987, p. 199). Su viaje existencialista será reanudado. Se multiplicarán los aserraderos. Otras flores brotarán en su jardín. Nuevas angustias ya aguardan por él, pero Maqroll no permanecerá en tierra firme. En el universo mutisiano, Maqroll es el barco, el capitán, el río y el destino. En ello, coincide con lo ya expresado por Kierkergaard (2005): la angustia es una reflexión y es el sentido por el cual el individuo integra la pena (p. 52). De igual manera, se ratifica lo aseverado en el postulado de Heiddeger, de que “la angustia del Dasein emerge cuando se encuentra con la nada, pero decide libremente continuar existiendo” (Korstanje, 2010, p. 123).
Se confirma, pues, la tesis de que Maqroll no se mueve empujado por las cambiantes circunstancias que le rodean, sino que lo hace con total conciencia de lo que busca o pretende y de lo que deja, lo cual lo angustia y lo hace libre simultáneamente. Y, con ello, se ratifica la importancia de estudiar el universo mutisiano desde nuevas perspectivas y ópticas, como en este caso, desde un enfoque transdisciplinario integrando el análisis literario y la filosofía.