Introducción
Cada ser humano posee, en sí mismo, la posibilidad de filosofar. Porque hacer filosofía no es más que reflexionar a profundidad sobre los grandes temas que nos invaden y que nos inquietan, y otras veces nos angustian, pero que debemos enfrentar si queremos vivir a plenitud nuestra propia humanidad. En este orden, pensar a nivel filosófico es un reflexionar lo más posible sobre la vida, la muerte, el ser, el sentido, el hombre, el conocimiento, la libertad, la moral, el arte, el tiempo y la sabiduría.
Ahora bien, no existe alguien de manera exclusiva para abordar estos temas. El filósofo será aquel que se detiene porque se asombra allí donde los demás pasan de largo, urgidos por la prisa de lo inmediato. Y eso también vale para los poetas. La poesía, tal como lo expresa Eugenio Trías, cuando es profunda, expresa los problemas que aborda la filosofía, uniendo sus caminos la razón y la poiesis, en lo que él denomina sujeto pasional (Trías, 1997).
La relación entre la poesía y la filosofía ha sido objeto de preocupación por muchos pensadores durante largo tiempo. El debate se inicia con la concepción platónica de la expulsión de los poetas de la ciudad, pero que Aristóteles, en su poética, le reserva un espacio fundamental al expresar que la poesía es incluso más filosófica y mejor que la historia, pues la poesía dice más de lo universal mientras que la historia dice más de lo particular (Aristóteles, 2002). Ya antes, Parménides había incursionado en la poesía filosófica con su famoso poema acerca de la inmutabilidad del ser. Del mismo modo, Lucrecio, en su maravilloso poema titulado “De rerum natura” desarrolla en versos las ideas filosóficas de Epicuro, el maestro del jardín (Sponville, 2009).
María Zambrano sostiene que en el hombre está el filósofo y el poeta. En la poesía podemos encontrar al hombre concreto y en la filosofía al hombre universal. Seguidor del ideal platónico, piensa que el poeta expresa una verdad producto del encuentro con la divinidad, mediante el delirio, en el mito, por ejemplo. Para Heidegger, la filosofía no es simplemente un adorno para hacer más placentera la existencia, es sobre todo una experiencia estética. Según este autor, el arte hace brotar la verdad (Sponville 2017); la verdad del ente. La filosofía es una búsqueda incansable de la verdad.
La razón moderna, con su afán de certezas y evidencias, encuentra firmes oponentes en pensadores como Nietzsche, Gadamer y el propio Heidegger. Estos apostaron por una relación entre la poesía y la filosofía, tarea a la que también se el pensador español Eugenio Trías.
Este pensador sostiene que la filosofía es literatura de conocimiento, en estrecha relación con la poesía, afirmando que esta, al igual que la filosofía, aspira a conocer, solo que con otras estrategias y recursos. Afirma que los filósofos no deben olvidar el carácter creador que encierra la propia filosofía. Trías afirma que no hay verdadera filosofía sin estilo, escritura y creación literaria; por lo tanto, la filosofía posee aires de familia con la buena poesía (Trías, 2003).
El arte y, sobre todo, la poesía es una interrogación y contemplación del hombre por sí mismo. “Todas las artes –decía Alainson como espejos en los que el hombre conoce y se reconoce algo de sí mismo que antes ignoraba” (Alain, citado en Sponville, 2017). Esta idea sustenta en gran medida nuestra concepción de que poesía y filosofía tienen un recorrido común que se inicia en la propia interrogación humana.
Como una especie de antecedentes a las líneas que aquí desarrollamos en torno a la poesía filosófica de Manuel del Cabral, podríamos identificar cómo Manuel Rueda, en su Antología Mayor de la Literatura Dominicana incluye los poemas “Carta a mi padre”, “Mulata”, “Aire negro”, “Negro Manso”, “La preñada”, cinco poemas de “Compadre Mon”, Manuel y su cadáver”, y “Aire Durando”. Como puede verse, se trata de una selección mas bien de corte social, que es uno de los temas principales de la poesía de Manuel del Cabral.
En el año 2001, en los coloquios preparativos de la Feria del libro, se analizó la obra de Manuel Del Cabral. En esta colección, correspondiente a la Editora Nacional, destacados intelectuales escribieron sobre diversos tópicos del autor. Pura Emeterio Rondón escribió Metafísica y belleza en 14 mudos de amor; Odalís Pérez aportó Poeticidad metafísica y pronunciamiento nouménico en Los huéspedes secretos de Manuel Del Cabral; León Félix Batista escribió El tercer personaje siempre es gris; Julio Cuevas creó Compadre Mon: un canto mitotierra; Juan José Ayuso escribió Poesía, ideología y Manuel del Cabral; Rafael García Romero nos regaló La magia de lo permanente y Clara Mercedes Jorge su obra Manuel del Cabral: poeta, escritor, cuentista y defensor de los negros.
Joaquín Balaguer, en su obra Historia de la Literatura Dominicana, se refiere a Manuel del Cabral como “poeta de rica y extensa producción, que ha cultivado con acierto la llamada poesía negroide”.
Con motivo de la feria del libro del año 2007, se llevaron a cabo los coloquios preparativos en los cuales se trataron algunos temas del referido autor. Así, por ejemplo, Bruno Rosario Candelier escribió La metafísica en la poesía de Manuel del Cabral.
Bruno Rosario Candelier es uno de los pensadores que más se ha acercado a la poesía filosófica en sus estudios, ya que el movimiento interiorista que preside se dedica, entre otras cosas, a analizar el discurso metafísico y trascendente en los poetas.
La Editora Nacional, del Ministerio de Cultura, publicó en el año 2011 la poesía completa del poeta, obra que será de referencia fundamental en nuestro trabajo, en vista de que contiene toda su obra poética, rescatando algunas que incluso ya se habían agotado.
Lupo Hernández Rueda, en su obra Sobre poesía y poetas dominicanos, sitúa a Manuel del Cabral entre sus contemporáneos, como Tomás Hernández Franco, Pedro Mir, Carmen Natalia, y hace la precisión de que Del Cabral es el más conocido en el exterior, pero resalta, sobre todo, el enfoque social de la poesía de este último (Hernández Rueda, 2007).
Manuel del Cabral es uno de los poetas más importantes, no solo de nuestro país, sino de toda Hispanoamérica. El intelectual José Rafael Lantigua, en el prólogo a la obra poética completa de este vate del pensamiento, expresa: “No sólo debe afirmarse de él que es una de las figuras cumbres de la poética hispanoamericana, sino que, mucho más aún, por encima del cerco insular, su voz a alcanzado vuelos poéticos de similar, o superior, hondura y estructura que varios de los más importantes poetas de nuestra lengua” (Del Cabral, 2011, p. 31).
En Manuel del Cabral se expresan con agudeza conceptual los más profundos y genuinos problemas filosóficos y metafísicos que han aguijoneado la inteligencia humana desde los inicios mismos de la filosofía. Los problemas relativos a los valores, la finitud del hombre, el sufrimiento, la justicia social, la muerte y las ansias humanas constituyen el punto de partida para la creación de una obra poética que es, al mismo tiempo, arte y pensamiento, o lo que es lo mismo, una obra artística con innegable profundidad reflexiva. Por tal motivo, esta obra, emanada de una racionalidad emotiva o de una emotividad racional, deja una marca, como una especie de sutil tatuaje al que la lee, siendo así el espejo donde cada lector se ve a sí mismo, en un viaje infinito hacia lo más profundo de su ser.
Recapitulando en torno a lo expresado hasta el momento, debemos afirmar que la poesía de Manuel del Cabral contiene en sí misma una profundidad filosófica digna de ser tomada en cuenta, que trata la mayoría de los temas tratados por los filósofos, desde la antigüedad hasta nuestros días. Del mismo modo, es preciso decir que el poeta ha sido objeto de estudios por muchos intelectuales, pero que básicamente han analizado su poesía a la luz de su contenido social. Falta ahora exponerlo a la luz de la filosofía.
Todo esto, motivado por la idea de que no hay contraposición entre el quehacer poético y filosófico. Que puede darse, como de hecho se da, una familiaridad entre ambos, donde los grandes poetas son también filósofos. Filósofo no es solamente el profesional de la filosofía, sino todo aquél que dedica sus esfuerzos sinceros a la búsqueda de la verdad y de la sabiduría. Manuel del Cabral es un claro ejemplo de eso.
Solo nos resta decir en esta parte introductoria que uno de los objetivos del presente ensayo es mostrar cómo en Manuel del Cabral van de la mano la poesía y la filosofía y, en sentido general, de qué manera los grandes poetas son también filósofos. Asimismo, decir que constituye un aporte al análisis del pensamiento dominicano a través de uno de sus mejores exponentes.
“Lo que cantaba el boyero”
Todo ser humano fue puesto en la existencia sin previo aviso. A nadie se consultó ni se le pidió su opinión sobre la posibilidad de nacer, simplemente nacimos, pero sin una agenda, sino que la vida es algo que cada uno tiene que hacer, tal como diría Ortega y Gasset. Por eso la vida pasa a ser la responsabilidad ineludible de cada uno y la responsabilidad mayor que tenemos que afrontar. Ortega lo representa muy coloridamente cuando escribe que nuestra vida es semejante a alguien que lo ponen en un escenario sin previo aviso, lleno de espectadores, pero que no le han dicho qué papel debe representar, por lo tanto, tiene que inventar. Para Ortega, la vida es invención.
Esta referencia a Ortega viene de la mano con lo que expresa Del Cabral en su poema titulado: “Lo que cantaba el boyero”. Veamos:
“Padre y madre están callando, mas como están en mi cuerpo no duermen... están cantando.
Pero no sé todavía cuál de los dos fue el que quiso que a la tierra viniera yo. Orgullo y amor trajeron esta cosa que ya soy. Todavía estoy pensando cuál de los dos fue el que quiso que yo viniera a la tierra. Amor, no pidió permiso, menos lo pidió el dolor”. (Del Cabral, 1940, p. 152)
Se presenta aquí la misma preocupación que planteaba Ortega. Ante el tema del sufrimiento, del dolor, de la faena de la vida, se pregunta el poeta cuál de los dos progenitores fue el que quiso que él naciera. El amor no pidió permiso, pero tampoco el dolor. Este tipo de reflexión que se hace normalmente cuando el sufrimiento hace su entrada en la vida de las personas pone de manifiesto el desamparo al que estamos sometidos. A nadie se le pidió permiso para nacer y, al mismo tiempo, para muchos el sufrimiento viene incluido. Esa es al parecer la queja del poeta. Inmediatamente concluye con su poema corto “Remate”.
“Ay, madre, si tú me hubieras interrogado: Hijo mío, quieres ir o no a la tierra? Es el único permiso, ay, madre, que yo no hubiera querido que tú me dieras!” (Del Cabral, 1940, p. 152)
Al parecer, al poner en una balanza las bondades de la vida, con sus extremas dificultades, el poeta llega a la conclusión de que hubiese preferido no nacer. Es el tipo de reflexiones que surgen como consecuencia del mal y del sufrimiento en el mundo, que se vive como experiencia propia, aguijoneada por la inevitabilidad de la muerte.
El poeta deja ver de manera implícita que el nacer constituye una aventura que luego se transforma en una tortura por el peso inevitable que conlleva el vivir. Se percibe una concepción un tanto pesimista de la existencia, al estilo, por ejemplo, de Cioran.
Félix Batista señala, a propósito de esta poesía de Del Cabral, que: “Así, cuando el hombre asimila la decisión, la aceptación de su existir, también asume que su mañana está constituido por una carrera hacia el delta de la muerte, pero en cambio, en el intento, hay que vivir (con el dolor, con la alegría, con la esperanza y la desesperanza alternándose: vivir). Entonces debe aprovechar al máximo las posibilidades estructurales, constructivas, de esa existencia plagada de dolor” (2002, p. 92).
“Agua”
“La del río, ¡qué blanda!
Pero qué dura es esta:
La que cae de los párpados
Es un agua que piensa”. (Del Cabral, 1940, p. 155)
Las lágrimas que brotan no son blandas como el agua del río. Es un agua que piensa. Expresado metafóricamente, se refiere a que hace pensar. Las situaciones dolorosas, tristes o las situaciones límites nos hacen reflexionar sobre la razón de las cosas y el sentido de nuestros planes y proyectos. Las desilusiones y los fracasos se constituyen en una poderosa fuente para filosofar.
El cuestionarse a nivel filosófico puede tener varias causas. La admiración constituye una de las más prominentes. El asombro ante la realidad, ante lo dado, ante el misterio. Aunque nos podemos asombrar también al ver la paradoja que encierra el mismo ser humano, capaz de actos heroicos y virtuosos, pero también, lamentablemente con mucha frecuencia, capaz de la barbarie, de lo inhumano, de lo más vil y abyecto que se pueda pensar. Ayuso (2002), al comentar este poema, expresa que es un rasgo del poeta que trabaja como filósofo y una filosofía que comprende su ideología sociopolítica.
En ese mismo orden, su poema titulado “Sed” expresa que nos enseñan más nuestras propias experiencias que las de los demás. Y es que la vida de cada uno no es transferible, nadie puede vivir ni sufrir ni morir por el otro. Cada vida es una experiencia única. Podemos aprender de otras experiencias, pero solo podemos vivir las nuestras.
“Sed”
“Agua de afuera no enseña, mas cuando el agua del ojo cae al labio, solo él, sabe entonces, para qué sirve la sed”. (Del Cabral, 1940, p. 156)
La existencia es responsabilidad de cada cual, como afirma Ortega, pero con mucha frecuencia delegamos en los demás, en la masa, esa responsabilidad, con lo cual caemos en la inautenticidad y el anonimato, asumiendo así una actitud antifilosófica, donde vamos arrastrados por las corrientes sociales. El otro se convierte entonces en el ser más determinante para nuestras vidas, es siempre quien nos dirige y nos da las pautas a seguir.
Sobre la justicia, uno de los valores supremos en que se asienta toda sociedad, no siempre se pone de manifiesto en todo su esplendor, más aún, muchas veces brilla por su opacidad y la penumbra en que se expresa.
“Juez”
“El juez, mientras descansa, limpia sus anteojos ¿Y para qué los limpia, si el sucio está en el ojo?”
(Del Cabral, 2011, p. 156)
Es una crítica breve y profunda a los que, en vez de hacer prevalecer la justicia, la marchitan con acciones cuestionables, propias de aquellos que hacen lo contrario de para lo que están llamados; los que, por agrandar su fortuna, empequeñecen su profesión.
El poeta cuestiona, sin mencionarlo, uno de los grandes males morales que azotan gran parte de las naciones, el tema de la corrupción que socaba la confianza de las personas y desvirtúa el bien interno del ejercicio profesional y del servicio que se está llamado a dar. El sucio no está en el lente, sino en el ojo, en la mirada interior de las personas. De nuevo se deja notar el necesario viaje al interior que cada uno debe realizar, una autocrítica que debe llevar al autoconocimiento, al escrutinio de la conciencia, a una autocrítica moral. ¿Y para qué los limpia si el sucio está en el ojo? No se debe atacar el reflejo, sino aquello que lo produce.
“Inicio tercero”
Es un poema metafísico que expresa la pequeñez humana ante la grandeza del infinito, que se torna en misterio.
“Hoy he recobrado todas mis fuerzas, me he preparado para poder contemplar tu plural presencia.
El hombre, es verdad que piensa, pero es difícil, dentro de su brevedad, que pueda comprender lo total de tu anchura, la dignidad de tus nieblas, la cualidad de tus abismos; ni siquiera presiente la grandeza de los pequeños seres que lo rodean y que tienen su secreto tan justo, tan virgen como el de los astros”. (Del Cabral, 1951, p. 387)
Ya el filósofo Protágoras, del grupo de los sofistas, en el siglo V antes de Cristo, manifestaba que sobre el tema de Dios no nos podíamos pronunciar porque la brevedad de la vida o la complejidad de la cuestión impedían que pudiésemos tener un conocimiento cierto (Sponville, 2017). En este orden, ante la magnitud del infinito y la brevedad de la vida, Del Cabral expresa que es difícil que el ser humano pueda comprender el misterio de Dios o del infinito o del ser. No obstante ser un ser reflexivo, esta tarea se le hace imposible ya que ni siquiera puede conocer los seres que le rodean.
Sin embargo, esto ni impide para que el poeta que es objeto de estudio en este trabajo deje de lado la preocupación metafísica. En este sentido, Rosario afirma: “La dimensión metafísica, que es un ámbito de la realidad que va más allá de lo que revelan las percepciones sensoriales, late en la obra de los grandes creadores que en el mundo han sido. Una parte importante de la poesía de Manuel del Cabral se inscribe en la vertiente trascendente de la lírica metafísica puesto que su lírica no está centrada en la búsqueda de lo divino al modo de los místicos sino en las apelaciones de la trascendencia en su nivel metafísico” (2008, p. 96).
En ese mismo orden, podemos encontrar ecos de ese misterio que el ser humano se empeña en descifrar, pero que no puede, en el poema titulado “Voz”.
“Me puse a cavar la tierra, porque oí mi voz al fondo. Y el hoyo cruzó la tierra. Y allá… Más allá…
La voz lejana se oía. Seguí cavando. Cavando. Es solo una voz el fondo”. (Del Cabral, 1951, p. 426)
El ser humano, buscador perpetuo de la verdad, inquieto interrogador de sí mismo y del mundo en que se encuentra, no puede menos que pensar, analizar, buscar, aunque la tarea se vuelva agobiante y a pesar de que nuestros esfuerzos se vean frustrados por el abismo de lo desconocido. Ese poema titulado “Voz” pone de manifiesto ese ser humano como eterno buscador de la verdad, paradoja viviente que, en la medida que conoce, se reconoce ignorante. Pero, sobre todo el ser humano es buscador perpetuo de sí mismo. El poeta persigue su propia voz que le conminaba a buscarse a sí mismo, recordando la tan reconocida frase socrática “Conócete a ti mismo”. O la sugerencia de Pico De la Mirandola de llegar a ser lo que eres, ese ideal del hombre renacentista, que soñaba con la realización de las capacidades humanas en toda su plenitud. Rosario (2008) nos dice que en Manuel del Cabral la metafísica, como búsqueda de sentido, se une a la poesía, que es también una búsqueda, y ambas encuentran un punto común en esta poesía de corte trascendente.
Aristóteles empieza su metafísica afirmando que todo hombre tiene naturalmente el deseo de saber, deseo que se pone de manifiesto a través del asombro. ¿Pero qué sucede cuando el ser humano busca y se interroga y ese constante cuestionar lo lleva a una especie de escepticismo sobre sus propias capacidades? Sucede que también sería una actitud filosófica. Es decir, aunque nos veamos perdidos y pequeños en el marasmo de la realidad, el propio Aristóteles afirma que como quiera tenemos que filosofar. Como el poeta expresa, no queda más camino que seguir, porque así lo exige nuestra propia naturaleza humana. Y es que en Del Cabral la idea está unida a la metáfora e intenta filosofar a pesar de las dudas y las inquietudes que le atormentan (Bobadilla, 2008).
El ser humano es esencialmente deseo, decía Spinoza (Sponville, 2016), y eso significa insatisfacción. Somos intradistantes, siempre lejos de nosotros mismos, de nuestro ideal (Andrés, 2016). Una meta lograda es otra que se abre, una ilusión colmada nos abre un nuevo vacío. Así somos. En este sentido, el poema de Del Cabral, titulado “Sed de agua”, lo expresa de forma breve, pero a profundidad.
“Aquí me encuentro, me dije, y empecé a sacar arena. Luego vi el agua en el fondo,
Y en ella el cielo y mi cara. Después…Me bebí el azul, pensando que mi sed no era de agua”. (Del Cabral, 2011, p. 418)
Como puede verse, el poeta se detiene, entiende que ya logró lo que buscaba, pero entonces constata que no era eso lo que buscaba. En vez de tomarse el agua que brotó, se tomó el azul que se reflejaba en ella, es decir, el infinito. Se muestra cómo una meta que se logra no nos satisface y queremos siempre más. Por eso termina diciendo “me bebí el azul, porque mi sed no era de agua”. Somos ansia, siempre sedientos, pero que ninguna fuente calma la sed. Nuestra vida se desarrolla en esa paradójica vertiente: queremos algo y luego que lo tenemos ya no lo queremos, deseamos entonces otra cosa. Y así, motivados por la llama incesante de la insatisfacción nos movemos, como un péndulo, de la ilusión al hastío. En otras palabras, deseamos lo que no tenemos y sufrimos; tenemos lo que ya no deseamos y nos aburrimos (Sponville, 2016). A lo mejor por eso se nos escapa la felicidad. El ser humano es materia de reflexión para sí mismo. Siendo limitado por naturaleza no se satisface y, tal como lo expresa el poeta, está en busca del azul, del infinito.
Del Cabral experimenta la misma inquietud del filósofo al buscar la verdad, pero no la verdad parcial e incompleta, sino la verdad total. Por eso experimenta que siempre le falta algo, que siempre está sediento. Al respecto, Andrés nos dice “El hombre, abierto por el conocimiento a todo el ser, no puede contentarse con la verdad de una parte, o de una serie, o de un tiempo. El hombre se siente llamado por la verdad total. En concreto, el hombre no puede contentarse con las verdades científicas, por necesidad parciales y busca la verdad filosófica, la verdad total. Pues bien, el filósofo es el hombre que hace de su vida una búsqueda incesante y denodada de la verdad total. Un hombre que se entrega a la indagación de la verdad, que hace de la verdad su propia profesión. Como el artista la hace de la belleza; como el político de la cosa pública; el filósofo es el hombre de la verdad, buscador incansable de la verdad” (2006, p. 53). Y podríamos decir que es también el esfuerzo del poeta, con sus propios métodos. El poeta quiere descubrir la verdad del ser a través de la bella escritura y la profundidad del pensamiento.
“Los muertos”
Los seres humanos se afanan por muchas cosas, sobre todo por tener y acumular, como si en la partida inevitable esas cosas le acompañarán. Manuel del Cabral advierte sobre esto en su poema titulado “Los muertos”.
“Los muertos entregan sus huesos a la tierra. Pero jamás su libertad. El aire que le negaron los amos de la materia, ahora les sobra. El espacio sospechoso que le dieron sus zapatos, ahora les sobra.
El ataúd con que midieron su cadáver, ahora les sobra. La gota de mar que el abogado dejó caer de su frente, ahora les sobra”. (Del Cabral, 2011, p. 433)
Vanidad de vanidades, había dicho el autor del Eclesiastés, todo es vanidad. Afanes tras afanes y al final todo sobra. Cabría preguntarse: ¿qué es lo realmente importante? Se puede ver en dicho poema una crítica hacia aquellos que hicieron de todo para subir, sin calcular que un día tendrían que bajar. Al final de los días, todo sobra.
El filósofo de la antigüedad griega, Epicuro, hacía una distinción entre las cosas que son naturales y necesarias, como el alimento, por ejemplo, y las cosas que no son ni naturales ni necesarias, como la fama, el poder o la riqueza. Este último grupo es más difícil de satisfacer, pero es a lo que los seres humanos más se dedican. Precisamente a lo que no es ni natural ni necesario. Con el agravante, como hemos visto, de que las ansias solo van en aumento, prisioneros de una sed que no se quita podemos ser presa de la desesperación y la angustia existencial.
“Allí los esperan”
“Los hombres no saben repartir su eternidad, los poderosos siempre creen que la muerte es su fortuna y amontonan el tiempo detenido en la espada.
Pero la tierra los espera, allí les tiene juntos todos, todos los huesos que amueblaron el mundo, allí les tiene intacta el hambre que no pudo llegar a sus palacios, allí les tiene limpia el agua de limosna que le dieron al llanto, allí les tiene tibio el beso que une a veces dos abismos”. (Del Cabral, 1965, p. 631)
En este poema, Del Cabral manifiesta la idea de la finitud y lo perecedero de las cosas. La tierra nos espera, no solo al rico, al que pudo amontonar muchas cosas, la tierra nos espera a todos, sin distinción. Es una secuencia de la idea del poema anterior y de nuevo aparece el tema de la muerte.
“La carga”
“Mi cuerpo estaba allí...nadie lo usaba. Pero lo puse a sufrir…le metí un hombre.
Pero este esquino triste de materia si tiene hambre me relincha versos,
Si sueña, me patea el horizonte; Lo pongo a discutir y suelta bosques,
Sólo a mí se parece cuando besa…No sé qué hacer con este cuerpo mío,
alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo…Me lo dieron desnudo, limpio, manso, era inocente cuando me lo puse, pero a ratos, la razón me lo ensucia y lo adorable…
Yo quiero devolverlo como me lo entregaron; Sin embargo,
Yo sé que es tiempo lo que a mí me dieron”. (Del Cabral,1951, p. 442)
Se puede ver aquí el trasfondo de una visión dualista al estilo platónico. El alma y el cuerpo son cosas muy diferentes y se han unido de manera accidental, no están hechos el uno para el otro. En esta visión del cuerpo que prevalece en la filosofía platónica, pero también en la mayoría de las concepciones religiosas, predomina una idea negativa del cuerpo que está sometido a todos los avatares, las debilidades y las dolencias que lo convierten en una carga para el espíritu.
Se vuelve a notar la idea de la existencia como algo unido al sufrimiento. El ser humano, con todas sus ambiciones y deseos, es una fuente de preocupaciones; y es que el cuerpo está sometido a las inclemencias del tiempo y a todas las debilidades propias de su finitud.
El poema “Ellos” presenta el tema de las injusticias y las desigualdades sociales. El problema de la pobreza, pero sobre todo el de la explotación del hombre por el hombre, encierra un problema moral que el poeta no pasa desapercibido. Con frecuencia encontramos esta especie de llamado a la conciencia donde se pone de manifiesto esa situación por la que muchos seres humanos sufren grandes injusticias. Ese poema titulado “Ellos”, refiriéndose a los pobres, plantea esa contradicción mediante la cual proporcionan a los demás lo que ellos mismos no tienen.
“Ellos no tienen lecho, pero sus manos son las que hicieron nuestras casas.
Ellos comen cuando pueden, pero por ellos comemos cuando queremos.
Ellos son zapateros pero están descalzos.
Ellos nos visten pero están desnudos”. (Del Cabral, 2011, p. 629)
El poema narra todas las dificultades que tiene que enfrentar y vivir este ser que no tiene nada. La vida de los que nada tienen, que también deben enfrentar las negligencias y las persecuciones, muchas veces arbitrarias, de los que están llamados a defenderlos. De nuevo el tema ético de la justicia social, de la acumulación de riquezas a expensas de la pobreza de otros.
Lantigua, jugando con los temas y los títulos de la amplia producción literaria de Del Cabral nos dice: “Se abrió paso entre la muchedumbre con un pilón de agua bordeado de palomas, mientras Compadre Mon le recordaba en sus cartas las vivencias entrañables de su tierra natal, y él afirmaba convencido que un día le enseñó a ser poeta y a ensancharle el corazón el retazo de cielo de un viejo callejón. Su canto subió entonces porque ya no cabía en las banderas y catorce mudos de amor enaltecieron a la mujer, a la mujer que se reparte entre sus cosas y que pasa por su boca como el agua que no quita la sed” (2012, p. 340).
Conclusiones
La poesía de Manuel del Cabral aborda grandes temas analizados por la filosofía, como son la naturaleza humana, el dolor, el sufrimiento, la muerte, el bien y el mal, el cuerpo, el alma y lo trascendente.
Estos temas son recurrentes y se mantienen a lo largo de toda su trayectoria poética, desde “Compadre Mon”, en 1940, hasta “La Espada metafísica”, en 1989.
Los Huéspedes secretos (1951) constituye uno de los libros más filosóficos del autor.
En sentido general, el tema filosofía-poesía es un tema pendiente de estudio en la República Dominicana.
Sobre la obra de Del Cabral se han realizado estudios dirigidos sobre todo a la dimensión social, como en el caso del poema “Compadre Mon”, el más conocido de todos.
De la lectura de la poesía de Manuel del Cabral se puede extraer una concepción del ser humano que tiene en cuenta su propia finitud y las limitaciones humanas.
Referencias
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Aristóteles. (2002). Poética. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva.
Ayuso, J. (2002). Poesía, ideología y Manuel del Cabral. Santo Domingo: Editora Búho.
Belliard, B. (2013). El imperio de la intuición. Santo Domingo: Ediciones del Banco Central.
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Del Cabral, M. (2011). Permanencia inmaterial. Obra poética Completa. Santo Domingo: Editora Nacional.
Emeterio, P. (2002). Metafísica y belleza en 14 mudos de amor. Coloquios 2001. Santo Domingo: Editora Búho.
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Hernández Rueda, L. (2007). Sobre poesía y poetas dominicanos. Santo Domingo: SEESCYT.
Lantigua, J. (2012). La palabra para ser dicha. Santo Domingo: Amigo del Hogar.
Pérez, O. (2002). Poeticidad metafísica y pronunciamiento noúmenico en Los huéspedes secretos, de Manuel del Cabral. Coloquios 2001, Santo Domingo: Editora Búho.
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Rosario, B. (2008). La metafísica en la poesía de Manuel Del Cabral. Coloquios 2007. Santo Domingo: Editora Búho.
Sponville, A. (2017). Invitación a la filosofía. Barcelona, España: Paidós.
Sponville, A. (2016). La felicidad desesperadamente. Barcelona, España: Paidós.
Sponville, A. (2009). Lucrecio, la miel y la absenta. Barcelona, España: Paidós.
Trías, E. (2004). El hilo de la verdad. Barcelona: Editorial Destino.
Datos de filiación
Domingo de los Santos. Es doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco, España, tiene además una maestría en Planificación y Gestión Educativa por la universidad Autónoma de Santo Domingo, de la cual es profesor de filosofía desde el año 1999. En el 2015 fue galardonado con el Premio Anual de Ensayo, por su libro: El sujeto pasional, pasión, razón y límite en Eugenio Trías. Línea de investigación: la relación entre la filosofía y la literatura, relación entre filosofía y poesía. domasantos6@gmail.com