Ciencia y Sociedad, Vol. 43, No. 2, abril-junio, 2018 • ISSN: 0378-7680 • ISSN: 2613-8751 (en línea) • Sitio web: https://revistas.intec.edu.do/

INTERCULTURALIDAD, IDENTIDAD PERSONAL Y REDES SOCIALES: CAMINOS DE ATESTACIÓN DE SÍ

Interculturality, personal identity and social networks: Roads of attestation of self

DOI: http://dx.doi.org/10.22206/cys.2018.v43i2.pp25-33

Profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), República Dominicana.  santos_roque@hotmail.com

Recibido: Aprobado:

INTEC Jurnals - Open Access

Cómo citar: Santos Cueto, R. (2018). Interculturalidad, identidad personal y redes sociales: caminos de atestación de sí. Ciencia y Sociedad, 43(2), 25-33. https://doi.org/10.22206/cys.2018.v43i2.pp25-33

Resumen

A partir de la hermenéutica del sí, de Paul Ricoeur, y del concepto central de atestación, en este ensayo se analiza la incidencia de las redes sociales en la configuración de la identidad personal desde un enfoque intercultural, es decir, más allá de las meras relaciones multiculturales. Aunque las redes sociales son un fenómeno de masas con tendencias homogeneizadoras, el público usuario de ellas es predominantemente joven, por lo que la constitución de una identidad personal narrativa es de vital importancia en esta etapa del desarrollo. A partir de un análisis bibliográfico sucinto se establece que la relación entre el enfoque intercultural, la cultura de paz como objetivo individual y colectivo, las redes sociales como instrumento o mediación y la atestación de sí como producto subjetivo e intersubjetivo son propicios para una construcción hermenéutica del sujeto joven y de su identidad.


Palabras clave:

interculturalidad; redes sociales; cultura de paz; atestación; identidad narrativa.

Abstract

From the hermeneutics of Paul Ricoeur’s self and the central concept of attestation in this essay, the incidence of social networks in the configuration of personal identity is analyzed from an intercultural approach, that is, beyond mere multicultural relationships. Although social networks are a mass phenomenon with homogenizing tendencies, the user public of it is predominantly young, so the constitution of a personal narrative identity is of vital importance in this stage of development. From a succinct bibliographical analysis, it is established that the relationship between the intercultural approach, the culture of peace as an individual and collective objective, social networks as an instrument or mediation and the attestation of oneself as a subjective and intersubjective product are positions that are conducive to a hermeneutic construction of the young subject and his identity.


Keywords:

social networks; culture of peace; attestation; narrative identity.

 

Introducción

Es evidente que vivimos en la inmediatez y la fragmentación de la cultura de la información. En otras palabras, la sociedad actual, que no solo se caracteriza por la constante renovación de las tecnologías, sino también por el trasiego permanente de nuevas informaciones, es una sociedad de lo fragmentario y lo confuso, en la que la identidad de los individuos parece construirse a espaldas de las redes sociales virtuales o en franca relación bipolar con estas, ya que se observa “la distancia creciente entre globalización e identidad, entre la red y el yo” (Castells, 2000, p. 43).

Si bien los procesos identitarios individuales siempre han estado posibilitados por una serie de mediaciones institucionales y acontecimientos históricosculturales propios de los grupos sociales, generando una variedad de identidades específicas (Castells, 2010, p. 245), la identidad personal parece tener en las redes sociales virtuales un marco de posibilidad problemático, ya que su instrumentalización trae consigo una búsqueda de significados que constituye una apertura hacia lo extraño; sin embargo, parece que las tendencias nacionalistas y de extremismo religioso convierten las posibilidades identitarias de las redes sociales en una vuelta irracional hacia los elementos endogámicos de construcción de la identidad. Dicho de otro modo, las redes sociales son un puente de comunicación intercultural que puede resultar beneficioso en la nueva construcción de la identidad personal, alejada de las mediaciones que refuerzan lo propio en detrimento de lo extraño.

La problemática de las identidades personales y colectivas es una preocupación previa a la revolución de las tecnologías y en su tratamiento los conceptos claves que la han definido –estado, historia, memoria, nación, tiempohan estado alejados del campo semántico de las redes sociales y de los complejos procesos de globalización; a pesar de ser la preocupación por la construcción y constitución de la identidad personal o colectiva la otra cara de los procesos de globalización. La construcción de la identidad personal parece realizarse al margen del fenómeno de las redes sociales y como respuesta existencial contra la homogeneización cultural que trae consigo la globalización.

Aunque debemos, por demás, destacar que siempre hemos tenido globalización. La diferencia del proceso actual con respecto a los procesos anteriores no solo está en que su alcance “se pretende planetario y en el ilimitado poder de su tecnología” (Castells, 2000), sino en las transformaciones que genera en la concepción y las vivencias de la temporalidad, que es un tema de vital importancia para la configuración de la identidad personal.

El tiempo y el espacio en la sociedad globalizada de la información

En esta sociedad de la información y la comunicación el espacio y el tiempo han cobrado nuevas significaciones dado el cúmulo de transformaciones que traen consigo los avances tecnológicos e informáticos. “Las tecnologías de la información y la comunicación son el máximo exponente de la transformación del tiempo de muchas formas, y la inmediatez es una de sus principales características” (Ferreiro Lago, 2015). Por ejemplo, para el joven de principios del siglo xx , el concepto de tiempo poseía una densidad mayor que el que posee para el joven actual, pues para el primero el tiempo es concebido en términos de “distante”, mientras que hoy el concepto “tiempo” se diluye en la instantaneidad, ha perdido, digámoslo de esta manera, “su distanciamiento en el espacio”. En otras palabras, en aquellos tiempos indicaba una lejanía espacial que hoy ya no se percibe, ya que el tiempo se entiende como instantaneidad de una ocurrencia y como complexión de múltiples actividades, esto es, la posibilidad de poder hacer varias cosas con el mismo objeto y al mismo tiempo. Esto se lo debemos a las tecnologías de la información y las comunicaciones: las denominadas TIC.

Con el acceso a la información a través de las TIC hemos descubierto una pluralidad de maneras de estar y habitar en el planeta. La diversidad de mundos se hace consciencia del común de los mortales; ya no es un saber de algunos aventureros o soñadores viajeros. Ahora, desde la comodidad de “mi espacio”, me acerco a otros espacios distantes y diversos. El reconocimiento de esta diversidad de culturas es lo que se denomina multiculturalismo. Ahora bien, la interacción pacífica entre estas culturas es interculturalidad. En este sentido, el multiculturalismo es un hecho, una realidad que está ahí; por el contrario, la interculturalidad es una proyección de un deber ser que aún no es; es utopía, es futuro que mueve a cambiar un presente. Como bien señala Fornet-Betancourt (2006, p. 46), la “Interculturalidad supone diversidad y diferencia, diálogo y contraste, que suponen a su vez procesos de apertura, de indefinición e incluso de contradicción” entre las culturas y las personas.

En el marco de la interculturalidad, la cultura de la paz es un concepto vital, ya que dimensiona el modo y la forma de convivencia posibles entre la pluralidad de culturas. Cultura de la paz o “cultura de paz” no es ausencia de conflictos; sí es un modo nuevo de resolver los conflictos, es una prospectiva de algo mejor, un marco de buena fe que sirve de base para el consenso y la convivencia social, pues de este modo “se potenciará la creación de sociedades cada vez más equilibradas donde las personas sean agentes de transformación ejerciendo su poder de actuación mediante la participación activa” (Educiac, 2014).

Los cambios en las vivencias de las nociones de tiempo y espacio, la constante exposición a las nuevas culturas y la necesidad de instaurar una nueva lógica en las relaciones entre las culturas nos obliga a preguntarnos por la relación que guardan la interculturalidad, la cultura de la paz y las llamadas “redes sociales virtuales” con el proceso de identidad individual. ¿Contribuyen estas últimas a alentar una cultura de la paz y encaminan hacia una interculturalidad desde la construcción de los rasgos de la identidad personal? ¿Cómo las redes sociales pueden incidir en la constitución del sujeto desde una perspectiva intercultural para la paz?

La constitución de la identidad y la atestación de sí

Paul Ricoeur, en su hermenéutica fenomenológica, inspirada tanto en la filosofía analítica anglosajona como en la hermenéutica postheideggeriana, ha señalado la importancia del relato como una réplica poética de la experiencia humana del tiempo. Esto es, la narración o la actividad narrativa es el modo de decir la temporalidad de una vida o, al menos, cada vez que narramos involucramos no solo los agentes de acción y sus motivos, sino que estos están inmersos en un tiempo desde el cual se narran, es el tiempo vivido, el de la historicidad de los agentes narrativos.

En su obra Tiempo y Narración, Ricoeur (1987) muestra cómo a partir del binomio trágico aristotélico de Mythos y Mímesis la configuración del relato mediante la trama (esto es el mythos) es una imitación creadora de la acción humana en la que se suspende cualquier referencia ostensiva a lo real en pos de una “refiguración de la realidad” por medio de la imaginación. La elaboración de la trama resulta ser el modo paradigmático desde el cual se representa el mundo de la acción humana. Esta representación no es un mero calco de lo real, sino una imitación creadora, una configuración de nuevas posibilidades de ser. En este sentido, el juego de la ficción posee una función heurística que no solo atañe a la relación lenguaje-realidad, texto-mundo, sino que muestra la posibilidad de desciframiento del enigma de la creatividad a través del lenguaje y la refiguración del sujeto a través de la cosa del texto. Con otras palabras, Ricoeur muestra que en las obras narrativas suceden unos procesos reglados que permiten aprehender la relación con el mundo, con los otros y consigo mismo.

Estos procesos reglados son frutos de la propia inteligibilidad de la actividad narrativa, de su poética, o bien son esquematismos que vamos descubriendo y formulando en la interacción entre el intérprete y la cosa interpretada. Hay dos procesos reglados que deseo resaltar y que son los constitutivos de la identidad personal: la identidad narrativa y la atestación de sí.

La identidad narrativa se entiende como aquella que “el sujeto alcanza mediante la función narrativa” (Ricoeur, 1996, p. 215). Siempre que escuchemos hablar de función narrativa pensemos en nuestra experiencia humana del tiempo desde el marco de una vida. Así, la identidad narrativa es el resultado de una comprensión de sí que es motivada y efectuada por analogía o variaciones a escalas en el proceso de lectura. Esta primera aproximación al concepto de identidad narrativa depende mucho de la tesis que da origen a la trilogía Tiempo y Narración: el relato es la réplica poética de la experiencia humana del tiempo. En una hermenéutica centrada en la lectura, la identidad narrativa es la que surge por las variaciones imaginativas que experimenta el lector en el proceso de lectura de obras narrativas. Hay un “yo refigurado” por la lectura que es análogo al proceso de construcción del personaje en la historia contada; esto es, para desarrollar la identidad del personaje hay que narrarlo poniéndolo como agente responsable de acciones sujetas a juicio deliberativo y moral. La identidad del personaje resurge solo al final de la historia contada, como una labor sintética producida por el lector a partir de la caracterización episódica de las peripecias.

Lo que hace el lector es trasladar el proceso reglado en la caracterización de los personajes a su propia vida; por tanto, reflexiona y se conoce mejor a sí mismo por la mediación de la cosa del texto. En este sentido, parafraseando al propio Ricoeur: la literatura es un gran laboratorio de variaciones imaginativas del ego. Para los propósitos de una relación práctica entre la configuración de la identidad personal y las redes sociales desde una perspectiva intercultural, esta comprensión de la identidad narrativa es muy pobre. Nos conviene más aquella comprensión de la identidad narrativa desplegada en la obra continua a la trilogía de Tiempo y Narración. Esta obra es Sí mismo como otro (1996), que a juicio de los expertos es la obra síntesis de la hermenéutica ricoeuriana.

En esta última obra hermenéutica ricoeuriana la identidad narrativa es fruto de la hermenéutica del sí. La autocomprensión del sujeto se da en la relación dialéctica entre el análisis y la reflexión, la identidad-mismidad y la identidad-ipseidad; y, por último, en la relación dialéctica entre la ipseidad (en tanto que permanencia de sí en el modo de la atestación) y la alteridad. En esta obra hay un esfuerzo de una ontología hermenéutica que se decanta en la conjunción de estas tres dialécticas a diferentes niveles.

Al hablar de ontología lo hacemos de un modo de ser y decir lo que “hay” en este ser que existe. Este modo de decir ontológico es el modo de la atestación, o sea, existimos en el tiempo desde una llamada al ser verdadero que no viene dado previamente, sino que vamos buscando y rebuscando, con la seguridad de la confianza y la certeza de la promesa, en una conjunción creativa entre la memoria y el proyecto, entre el pasado –de dónde venimos, qué nos ha sido dado previamentey lo posible –el proyecto, el mundo posible, el ser anticipado por el imaginario–. La ontología hermenéutica, en tanto ser que se comprende desde y en el propio existir esperanzado, es una afirmación de sí mediada por el análisis y la reflexión, la permanencia en el tiempo y la incorporación del “otro” en la relación. Todo esto solo es posible si la identidad construida es una identidad narrativa, de modo que podemos afirmar sin equívocos que toda identidad, sea personal o colectiva, es narrativa.

Siempre que preguntamos por la identidad estamos buscando una respuesta cabal a la pregunta ¿quién?

El contenido de esta respuesta estará constituido por niveles de realidad: lingüística, práctica, ética, ontológica. Desde la lingüística, reconocemos el sujeto enunciador de la instancia discursiva si vemos los pronombres personales como elementos de identificación, sabemos que estos son cambiantes, dependen de quién tome la palabra en el contexto enunciativo. Ahora bien, quien habla en una instancia lo hace porque es capaz de decir y para decir es necesario una existencia primordial, como cuerpo propio. ¿Quién habla? Habla un sujeto que puede ser identificado por el nombre propio y posee un cuerpo situado en el espacio y el tiempo, datable a través de los registros comunes del tiempo y localizable a través de estructuras duraderas visibles a los ojos de todos.

Las redes sociales pueden subvertir, y de hecho lo hacen, este modo de identificación en la medida en que la identificación virtual no necesariamente responde al quién real, pero sigue siendo un quién identificable virtualmente por sus huellas digitales; lo que no sabemos es si ese quién es una persona. La construcción de avatares en el mundo del ciberespacio es una representación icónica cuyo origen es rastreable, aunque ambivalente, porque hay robots para robar identidades virtuales. A nivel lingüístico, no es posible identificar la identidad de un sujeto responsable y verdadero, urge llegar a un nivel más profundo, abierto por el campo de la acción humana. Aquí el sujeto no solo habla y tiene un nombre y un cuerpo, sino que es un agente de una acción que interviene en el mundo. El agente que actúa o es un sujeto de cambios en el mundo o padece en su propio cuerpo las acciones de los demás. Somos sujetos actuantes y pacientes en un mundo dado, desde el cual nos relacionamos con las cosas del mundo, con los otros y con nosotros mismos.

Como sujeto de acción, la persona no solo es capaz de hablar y de actuar, sino que puede dar razón de ese actuar y juzgar su proceder desde esquemas de relación instituidos socialmente o desde su propia convicción como sujeto responsable. De este modo, a la identidad propia se suma la relación con el otro, la empatía y la responsabilidad con el extraño a mí, que también es una persona con todos los atributos que me son reconocidos. Entonces, ya no soy una mónada, pues en mi ser más hondo necesito del otro para configurarme. Es más, solo me configuro como un yo reflexivo por la mediación de los otros. La dialéctica entre la identidad-ipseidad y la alteridad nos indica que la autocomprensión incorpora en su dinamismo interno la relación responsable con el otro extraño, sujeto de derechos como yo.

Desde esta ontología hermenéutica, la identidad personal o colectiva no viene por analogía con la “figura” de un personaje, sino por un modo de ser (la atestación) que se va construyendo desde el pasado (la memoria) hacia el futuro (el proyecto), en un presente vivo que se adopta desde las convicciones más fuertes de lucha por la intencionalidad ética de una vida buena. Esta concepción de la identidad narrativa se ha despegado de una hermenéutica centrada en la lectura y ha pasado a un nivel más profundo en la estructura ontológica del sí, más rica en perspectivas y aplicación. En este sentido, la identidad personal no solo es necesariamente narrativa, ya que también es una tensión constante (de ahí la dialéctica) entre los rasgos de permanencia en el tiempo que están en el polo de la mismidad –el carácter: la herencia filo y ontogené ticay la permanencia de sí a pesar de los cambios sufridos (esto es la ipseidad). Entre lo que heredo y lo que construyo, me atestiguo como un sujeto capaz y responsable.

La atestación de sí a través de las capacidades humanas es posible desde los distintos ámbitos en los que el sujeto se encuentra situado históricamente; por tanto, las redes sociales virtuales pueden ser vistas como oportunidades para que ocurra, de una u otra forma, este saberse ontológicamente situado desde una perspectiva intersubjetiva. Las redes sociales virtuales no son dañinas en sí mismas ni son peligros eminentes para la articulación intersubjetiva de los jóvenes nativos digitales, sino que constituyen, de alguna forma, extensiones naturales de su constitución identitaria, apelando a esto es que enfatizamos una mirada positiva sobre lo virtual y el enraizamiento local del sujeto.

Las redes sociales (virtuales) y la atestación de sí

El término redes sociales inicia en las Ciencias Sociales y se ha venido usando para denominar a aquellos individuos o grupos humanos organizados en sociedades o instituciones que poseen fines y objetivos comunes y que se adhieren unas a otras a un sistema de información que los unifica. Se ha estado empleando el concepto desde la década de los cuarenta, pero es solo hasta la década de los sesenta que se ha tomado como fuente de análisis del comportamiento de las personas en el marco de sus relaciones sociales.

El análisis sociológico de las redes sociales se hizo partiendo de diversas disciplinas, pero, ante todo, utilizando la teoría de grafos, que es una rama de las matemáticas. Según esta teoría, es posible cuantificar los vínculos entre las personas que pertenecen a una red social y analizar la estructura de esta. La idea fundamental que nuclea este análisis matemático es la de que la relación entre las personas es más importante que sus características personales. Así, llamando nodos a las personas que componen la red y aristas a las relaciones que se establecen entre ellas, dirán que las relaciones fuertes conforman aristas fuertes y las relaciones débiles conforman aristas débiles.

En términos de expansión hacia afuera, las aristas débiles generan mayores oportunidades que las aristas fuertes, ya que, a menor resistencia, mayor es la oportunidad de acercamiento entre nodos o personas no conectadas. En otras palabras, las relaciones de amistad abren a otras relaciones con personas nunca vistas ni imaginadas; las relaciones íntimas, las aristas fuertes entre nodos, son exclusivas. Aquí está un viejo principio aristotélico de que la amistad posee mayores ventajas que el amor, políticamente hablando.

Hoy, se asocia el concepto de redes sociales con la formación de un espacio digital en el que los usuarios, los cibernautas, colocan datos personales o no y comparten información con fines lúdicos; o sea, el acceso y uso de Facebook, por mencionar a una de las redes más populares del momento, tiene como objetivo principal el entretenimiento. Aunque existan otros motivos para usar las redes sociales, su intención fundamental es el entretenimiento o el “estar conectados”, como muestran las encuestas de usos de dichas redes.

Es evidente que podemos aplicar la teoría de grafos al análisis de las redes sociales virtuales, ya que se amparan en el mismo principio y poseen los mismos elementos estructurales que las redes sociales estudiadas en Sociología. La pregunta es: ¿Cómo las analizamos en términos de interculturalidad y cultura de la paz?

Anteriormente, hacíamos mención a un viejo principio que se encuentra en la ética de Aristóteles: “la amistad es una asociación”, de ahí su gran utilidad para la vida pública. Pero, la amistad no es nada si no está acompañada de la virtud (Aristóteles, 1985). Sabemos que en la antigua Grecia la virtud era un bien y que el mayor bien era la felicidad. Así que una vida feliz es una vida virtuosa. Amparados en estos preceptos griegos, las redes sociales virtuales pueden ser un gran instrumento de expansión de la amistad, pero una amistad virtuosa que lleve a un bien. ¿Cuál es ese bien? Aquí entran los conceptos de interculturalidad y cultura de la paz.

Si el fin inmediato del acceso a las redes sociales ha sido lo lúdico, estas no se reducen ni pueden reducirse al mero entretenimiento, sino que, a través de las aristas débiles, las relaciones flexibles, pueden expandirse las relaciones entre nodos distantes y diversos. El ciberespacio es un mundo polivalente y pluridireccional. El acercamiento a otras culturas es posible a través de las redes sociales virtuales; de igual forma, el acercamiento a otras problemáticas comunes a todos. Ahora bien, no basta con quedarse en el mero acercamiento, la mera multiculturalidad; es necesario trascender hacia la interculturalidad: la convivencia pacífica entre las diversas culturas. Esto es posible si la estima de sí y la obligación moral se hacen acompañar de la empatía hacía el otro como constitutivo de mi modo de ser en el mundo. Las redes sociales virtuales pueden ser medios de contactos, de relación empática hacia grupos que aglutinen diversos sujetos con causas y proyectos comunes de actuación.

La actuación entre los miembros de una red social virtual se puede ver en términos de intercambios. Este intercambio puede ser recíproco, si hay una relación de confianza entre individuos con recursos o carencias similares; cuando no existe una relación de confianza, sino de poder entre individuos con diferentes jerarquías y con recursos desiguales, lo llamamos un intercambio redistributivo. Estos dos intercambios, recíproco y redistributivo, están la mayoría de las veces normados por la sociedad y la cultura y, por tanto, difieren de un conglomerado humano a otro, aunque pueden darse maneras informales de relación en ellos. El tercer tipo de intercambio es el que Kar Polanyi (citado por Trujillo Trujillo, 2012, p. 13) denominó intercambio de mercado, en donde hay circulación de bienes y servicios regidos por las leyes del mercado.

En las redes sociales virtuales, como en la sociedad misma, estos intercambios son posibles y cada uno de ellos está más o menos normado, conformando una trama macrosocial que se orienta hacia aspectos económicos, políticos y socioculturales. Las posibilidades de actuación en esta trama macrosocial que llamamos “ciberespacio” están más claras en sus aspectos económicos y socioculturales, pues son amplias y están sustentadas en movimientos de poder con marcados intereses que la posibilitan y la normalizan. En lo que respecta al ámbito político, también hay mecanismos de poder que las “usan” en provecho del statu quo, es decir, venden la idea de que la relación de poder socialmente establecida es la relación que debe darse para que el mundo fluya con normalidad.

Aquí entran las posibilidades de actuación del mundo virtual en el mundo real y la posible influencia de las redes sociales en la configuración de la identidad personal: las redes sociales virtuales no son tan solo un espacio de “espionaje” y de control de masas por parte de los poderosos; pueden ser y deben ser un espacio de socialización de buenas prácticas y de acción política, entendiendo a estas últimas como una acción militante y organizada tras objetivos o intereses comunes objetivados. Los acontecimientos internacionales en la era de la revolución tecnológica e informativa muestran el uso cada vez mayor de las redes sociales virtuales para mantener informados a los distintos nodos que establecen una relación dentro de la red y muestran cómo los integrantes de este nodo, a medida que se comprometen en un proyecto que los aglutina, surgen con identidades personales más fuertes, puesto que se reconocen (y son reconocidos por los otros) como sujetos no solo de derechos, sino capaces de intervenir de modo significativo en el mundo.

Lo importante es a qué centro nodal se realiza la conexión para pasar de la mera información a la acción y, a partir del compromiso ontológico del agente que interviene en el mundo, constituirse como sujeto capaz. En este paso trascendental, de la información a la acción, la decisión personal es fundamental, pero esta puede ser influenciada por otros iguales en un intercambio sociocultural. Parafraseando, el germen de la sociabilidad puede conducir al germen del compromiso y la acción social en pro de una sociedad más justa, por el bien común; que, en definitiva, es lo que persiguen la interculturalidad y la cultura de la paz.

Conclusión

Los cambios en la vivencia de las nociones de tiempo y espacio han influenciado notablemente el cómo el sujeto configura su identidad personal. Tradicionalmente, la noción de identidad personal poseía un carácter sustancialista que presuponía una concepción lineal y absoluta del tiempo. Tener identidad o darse una identidad es constatar la existencia de un algo, un sustrato, permanente más allá de las variaciones accidentales del ser. Esta noción de identidad obligó a buscar en las relaciones primarias y en las instituciones que aglutinaban y favorecían la cohesión del grupo los elementos propios para definirla; de este modo, nociones como patria, nación, familia, historia, tradición, costumbres se constituyeron en los elementos integrantes de la identidad sustancialista.

Por un lado, la revolución tecnológica e informativa ha conseguido diluir las nociones de espacio y tiempo a tal grado que ha quebrado las bases de la seguridad sustancialista. El individuo se descubre inmerso en una instantaneidad y una fragmentación de los tiempos y los espacios que desequilibra su autocomprensión. Las nociones fuertes de la modernidad y sus vivencias entran en crisis. Por otro lado, la globalización ha pretendido homogeneizar las culturas y lo que ha tenido como respuesta es una afirmación irracional de las relaciones primarias y una defensa atávica de lo autóctono, lo que crea cierto malestar en las relaciones entre las culturas. A pesar de la exposición constante a nuevas formas de vivencias culturales, no nos hemos hecho más tolerantes con los otros, sino que esto ha provocado unas olas de rechazo frente al migrante, enarbolando un discurso nacionalista y de extremismo religioso, en algunos casos; además, los conflictos entre fronteras se han agudizado. Aquí está la pertinencia de la interculturalidad y la cultura de paz como horizontes de posibilidad.

No obstante, este horizonte no es accesible si la identidad personal de los individuos sigue estando amenazada desde su comprensión misma. La pertinencia del concepto de identidad narrativa es dejarnos claro que la identidad personal es una construcción forjada a partir de ciertas mediaciones en nuestra relación con el mundo, con los otros y con nosotros mismos. Al respecto, las redes sociales virtuales son espacios de comunicación, de acercamiento, de reconocimiento, de apertura hacia lo extraño, que debemos incorporar en la constitución de un sí propio. Salir de sí, de las relaciones endogámicas con la propia cultura, nunca ha sido tan fácil como lo es hoy. Desde la revolución tecnológica e informativa, que ha posibilitado el uso y la expansión de las redes sociales virtuales, la identidad personal tiene un enorme desafío y una gran variedad de construcción alejada de los esquemas primarios de las relaciones y sus instituciones.

El cibermundo también es el espacio de una dialéctica entre lo local y lo global. La interculturalidad es el desafío y lo es porque debe sustentarse en una nueva comprensión de la relación entre las diversas culturas, con sus pasados, con su historia. La cultura de la paz es el proyecto desde el cual incidir, a través de la acción responsable, en el mundo. En este actuar sobre el mundo es que afirmo mis potencialidades como sujeto capaz. La identidad personal es atestación, es saberse en el camino verdadero del ser. Camino que, como dijo el poeta Machado (2007), se hace al andar.

Referencias

Aristóteles, (1985). Ética a Nicómaco. Madrid: Gredos.

Castells, M. (2000). La Sociedad Red. Madrid, España: Alianza Editorial.

Castells, M. (2010). Globalización e identidad. Quaderns de la Mediterrània, (14), 254-262. Recuperado de http://www.iemed.org/publicacions/quaderns/14/qm14_pdf_esp/14.pdf

Educiac. (2014). Cultura de paz, prevención y manejo de conflictos. México: Educiac. Recuperado de http://educiac.org.mx/wp-content/uploads/2015/01/Manual_Cultura-de-Paz_Web.pdf

Ferreiro Lago, E. (2015). La transformación del tiempo en la sociedad del conocimiento: una (des) aproximación teórica. Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (29). Recuperado de http://www.eumed.net/rev/cccss/2015/03/tiempo.html

Fornet-Betancourt, R. (2006). La interculturalidad a prueba. Mainz, Alemania: Concordia Reihe Monographien. Recuperado de http://www.uca.edu.sv/filosofia/admin/files/1210106845.pdf

Machado, A. (2007). Campos de Castilla. Madrid: Cátedra.

Ricoeur, P. (1987). Tiempo y narración. Madrid: Cristiandad.

Ricoeur, P. (1996). La identidad narrativa, en Paul Ricoeur, Historia y Narratividad (215-230). Barcelona, España: Paidós.

Ricoeur, P. (1996). Sí mismo como otro. México: Siglo xxi .

Trujillo Trujillo, J. (2012). Intercambio y mercado en el pensamiento de Karl Polanyi. Bogotá, Colombia: Ediciones Universidad Central.

Datos de filiación

Roque Santos Cueto. Doctorado en Filosofía, maestrías en Filosofía y en Educación; especialidad en Lingüística Aplicada. Es profesor de la Pontifica Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM), y profesor adscrito en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y columnista semanal del periódico digital Acento.com.do. Sus líneas de investigación es la hermenéutica (filosófica, bíblica y literaria), la narratología y la literatura dominicana siglos xix y xx . Asesor e investigador en temas educativos y el desarrollo por competencias de la lectura, la escritura y el pensamiento crítico. Correo electrónico: santos_roque@hotmail.com.