Ciencia y Educación Vol. 3, No. 3, septiembre-diciembre, 2019 • ISSN (impreso): 2613-8794 • ISSN (en línea): 2613-8808 • Sitio web: https://revistas.intec.edu.do/

Hacia una red universitaria rural para la paz (Discurso de agradecimiento al recibir el Premio Interamérica 2019)

Towards a rural university network for peace (Thank you speech for receiving the Inter-America Award 2019)

DOI: https://doi.org/10.22206/cyed.2019.v3i3.pp53-56

Es el actual Superior del Distrito Lasallista de Bogotá, antiguo rector de la Universidad de la Salle de Bogotá, Colombia. Correo-e: carlosgomez@lasalle.edu.co

INTEC Jurnals - Open Access

Cómo citar: Gómez Restrepo, C. G. (2020). Hacia una red universitaria rural para la paz (Discurso de agradecimiento al recibir el Premio Interamérica 2019). Ciencia y Educación, 3(3), 53-56. Doi: https://doi.org/10.22206/cyed.2019.v3i3.pp53-56

Apreciados amigos y amigas:

Cuando recibí la noticia de que mi nombre era considerado para el Premio Interamérica, pensé que era una posibilidad remota. No me cabe la menor duda de que en el Continente Americano abundan las mujeres y hombres que se la han jugado por hacer de la educación superior una dinámica que se replantee continuamente su papel en nuestros pueblos; personas, todas ellas, que se han consagrado a encontrar respuestas a tantas necesidades sociales, políticas, educativas, científicas, económicas y ambientales. 

Colombia y, en general nuestra América Latina y el Caribe, parecieran ser un polvorín a punto de incendiarse. Muchas causas se arrastran desde siglos, sin encontrar respuestas acordes con las demandas: la inequidad campea por doquier; la falta de oportunidades para los jóvenes —incluso los profesionales— es una constante; la marginación de la ruralidad profunda es patética; la seguridad y soberanía alimentaria peligran; el irrespeto a los derechos humanos es evidente; y la Madre Tierra está herida de gravedad por la explotación agrícola, minera y la deforestación rampante. Sin embargo, en el norte del continente estas situaciones tampoco son ajenas y pareciera que se vuelven cada vez más comunes. 

A esto se une otra preocupación que debería concitar a las universidades. La política, nacida para la búsqueda del bien común, preconiza en estos tiempos la concentración de la riqueza y la dispersión angustiosa de la pobreza, dando paso a aventuras populistas, irresponsables y totalitarias que, apalancadas en elecciones de cuestionada transparencia, devienen pronto en el irrespeto a la democracia misma y socava los principios que la inspiran: libertad, equidad, inclusión, derechos humanos, justicia y paz. 

Por estas sombrías circunstancias, llego a la profunda convicción de que la educación no es neutra en tanto que hunde sus raíces en la promoción de la dignidad humana, la solidaridad entre todos los seres humanos y el desarrollo integral y sostenible. La neutralidad no es posible cuando se opta por la justicia y la humanización, y la democracia, como inspiración, insumo y resultado educativo fundamental. 

La no-neutralidad nos remite a claridades conceptuales y vitales definidas, entre otros aspectos, por el lugar social, las poblaciones a las cuales servir, los contextos sociopolíticos, los modelos educativos y pedagógicos, las aproximaciones filosóficas, la defensa de la vida, la protección de la Tierra, la concepción del papel de la ciencia y la tecnología —que siempre tienen intencionalidades—, la ética de la responsabilidad y la formación para la ciudadanía. Y en estos temas no se puede ser neutral. Frecuentemente nos gustan los posicionamientos asépticos, esos que no ofenden a nadie, pero tampoco inspiran a ninguno. La corrección política ha secuestrado el lenguaje y las opciones personales e institucionales enmaraña la vida académica y apaga su voz cuestionadora.

Creo que la universidad es esencialmente pregunta y corazón de la conciencia ética y moral de nuestros pueblos. Ella es un lugar fértil para pensar, debatir, discernir y crear; además, tampoco tengo duda de que hay asuntos que difícilmente otra institución puede realizar, tales como la formación del pensamiento crítico y la recuperación del humanismo, del ejercicio de la libertad y de la defensa de la democracia. 

No obstante, el mundo de hoy pareciera padecer de “ceguera moral”, tan lúcidamente conceptualizada por Bauman como “adiaforización”, y que se define como indiferencia moral, o mejor, la acción o el efecto de hacer que el acto y el propósito de dicho acto se vuelvan moralmente neutros o irrelevantes. La mayor preocupación de Bauman es la ética pública, que se complejiza y agrava porque en la globalización el poder ya no reposa en la política, sino que se ha trasladado a otras instancias inalcanzables al control democrático. Es la futilidad de la moral que no está muy lejos del concepto Arendtiano de la banalización del mal; o, de la “aporofobia”, concepto acuñado por Adela Cortina y que significa el temor a los pobres, los migrantes, los irrelevantes. 

No obstante, algo se resiste en nosotros. Algo humano sigue tratando de emanar, algo que siempre hemos oído y sentido como punzadas de conciencia o escrúpulos morales, aunque se intenten mitigar o callar. El sucedáneo es recurrir al consumismo. Bauman sentencia: “A medida que la negligencia moral crece en alcance e intensidad, la exigencia de analgésicos asciende imparable, y el consumo de tranquilizantes morales pasa a ser una adicción”. No creo que los académicos en las Américas lleguen a estos extremos, pero ciertamente que la tentación existe.

Dije antes que la educación no es neutra ni en sus medios ni en sus fines. Permítanme entonces afirmar algo que puede sonar incorrecto: la educación es política, aunque esa expresión disguste. La política es la búsqueda del bien común y esto es, precisamente, lo que nos permite formar ciudadanos. Obviamente no me refiero a militancias partidistas; la educación es política porque, sea estatal o particular, tiene un objetivo esencial: la defensa y construcción de lo público; además, la universidad en cualquier lugar del mundo no puede sustraerse a estas reflexiones, debates, y contradicciones, ni mucho menos a actuar desde sus inmensas posibilidades para crear oportunidades, abrir caminos y prestar un servicio a la verdad, a la justicia, a la equidad y a la paz. 

Felizmente llegan tiempos en que necesitamos unirnos en torno a sueños posibles y propósitos comunes. Qué bueno poder pensar que esta vez sí será viable generar una dinámica científica y educativa que encuentre respuestas a los grandes problemas de la humanidad y trabajar simultáneamente para vencer la pobreza en la que viven buena parte de nuestros países, construir equidad, reformar la política y desterrar para siempre los políticos incompetentes; además, para consolidar la institucionalidad, sancionar social y moralmente la corrupción, construir sistemas educativos que propicien verdaderamente la igualdad de condiciones para luchar por las oportunidades, y sienta vergüenza por la mala educación para los pobres. En fin, es tiempo para soñar, es tiempo para vivir.

Peco de idealista, ya lo sé. Pero prefiero recuperar la fuerza de la utopía a vivir en la placidez del pesimismo paralizante que crea culpables en los demás para eximirnos de la urgencia y el compromiso de luchar. Claro, hoy más que nunca, tenemos que recuperar el poder de la utopía en las dinámicas sociales y políticas. Necesitamos que nuestros jóvenes puedan vislumbrar futuros, que nuestros mayores compartan su sabiduría, y que mis contemporáneos vuelvan a creer que uno llega a viejo cuando deja de soñar. 

Es en este contexto que nació Utopía y por utópico es que hoy estoy frente a este selectísimo y exigente escenario, recibiendo un premio que me compromete enteramente a seguir buscando caminos y tejiendo redes. Utopía es una respuesta educativa a un problema político. Debo aclarar, sí, que utopía no es sinónimo de quimera o fantasía; en el mejor sentido de la filosofía política, la utopía es ciertamente una narrativa que vislumbra el futuro y contesta el presente, que anima el caminar, pero cuestiona siempre el presente para transformarlo. 

Los poetas lo dicen mejor. Eduardo Galeano y Fernando Birri lo expresaron magistralmente:

La Utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.

Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar. 

Tres sentimientos afloraron en mi corazón desde que conocí la noticia del premio. El primero, la certeza de que el honor de esta distinción sobrepasa mis méritos personales. Siento que solo la generosidad de los postuladores y la prodigalidad del jurado me ayudan a entenderlo. Asimismo, este merecimiento va también para otros apasionados con quienes hemos soñado y construido Utopía y para la Universidad de La Salle, la plataforma que permitió hacerla realidad. 

El segundo, me viene de recordar un libro que recoge doce ensayos, al estilo de lectio magistralis, escritos por Umberto Eco para “La Milanesiana”. El primero de ellos, le da el título al libro, “A hombros de gigantes”; bellas palabras para referirse a la omnipresente lucha de padres e hijos en la historia o, mejor, para enseñarnos que unos suceden a los otros y, si algo aportan, es por la grandeza de quienes les han precedido. Eco no solamente apunta a estas dinámicas históricas, sino al papel del intelectual y cómo se enriquece por la presencia previa de “gigantes”. Solo de pensar en la estatura moral e intelectual de quienes me han precedido en este Premio, me siento enano y me aterroriza la responsabilidad que se genera al recibirlo. Espero estar a la altura; solo porque voy “a hombros de gigantes”. 

Tercero, Utopía es una gota de agua en el mar, un grano de arena en el desierto; pero, ciertamente, ha tocado la vida y marcado la diferencia para jóvenes rurales sin posibilidades ni oportunidades. Fue siempre pensado como un proyecto para facilitar la paz cuando en Colombia solo se hablaba de guerra. De hecho, una cosa es “hacer la paz”, y otra, “construirla”. Muchas cosas más tienen que pasar en este país para aclimatar la paz y ayudar a que dejemos de estirar el pasado y nos convirtamos al futuro; o como dijera nuestro inolvidable García Márquez, “para que las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra”. 

Por supuesto que este es un papel insoslayable y una responsabilidad indelegable de la universidad como motor de la conciencia moral de los pueblos e inspiradora de nuevos caminos y oportunidades. Indudablemente que la universidad sigue siendo una fábrica de sueños y una catalizadora poderosa de posibilidades para proponer, caminar, señalar y crear horizontes.

Y, un compromiso emana para mí de este Galardón. La idea completa de Utopía es llegar a una “Red universitaria rural para la Paz”. La Utopía existente es una de las cinco que fueron planeadas desde los inicios y que le pido a Dios no morirme sin verlas hechas realidad. La idea de fondo es jalonar el desarrollo rural integral y territorial y formar el liderazgo para apoyarlo con los jóvenes campesinos que conocen sus territorios y pueden ser los protagonistas de su desarrollo. Todas conservarían el modelo pedagógico, la inspiración filosófica, la población objeto, pero cambiarían el programa ancla, a saber: agroforestería, producción animal, agroindustria, y formación de maestros rurales. 

En un foro como este, no puedo dejar pasar la oportunidad para invitar al gobierno nacional y los gobiernos locales, al mundo universitario, al empresariado, a la cooperación internacional, a los hombres y mujeres de buena voluntad para poder hacer realidad esta red. Tengo la convicción profunda de que en Colombia la paz verdadera que lleva a la equidad pasa por el desarrollo rural integral y territorial que, a su vez, tiene en la educación de calidad, la columna vertebral. 

Finalmente, solo una palabra puede sintetizar todo lo que se arremolina en mi corazón: Gracias, muchas gracias. A David Julien, a los miembros del Jurado, al Consejo Directivo de CAEI (Congreso Americano de Educación Internacional), a la OUI (Organización Universitaria Interamericana) y a los postuladores, mi profunda gratitud por tan inmerecido galardón. Que el buen Dios los bendiga a todos ustedes y les siga inspirando los caminos para fortalecer la vida universitaria en las Américas como un servicio a la justicia, la equidad, la inclusión y la paz. Muchas gracias. 

Datos de filiación

Carlos G. Gómez Restrepo, hermano de las Escuelas Cristianas, colombiano, es licenciado en Educación, Magíster en Estudios Políticos y Doctor en Educación. Ha recibido la Orden de la Democracia por parte del Congreso de la República de Colombia, y el Doctorado Honoris Causa de Saint Mary’s University de Minnesota, EE. UU., entre otros reconocimientos. Es ampliamente conocido por su labor educativa y de atención a los niños y jóvenes más afectados por los conflictos bélicos de Colombia. Se destaca entre sus acciones, el Proyecto Utopía, el cual ha formado cientos de estudiantes y generado más de 200 proyectos productivos comunitarios en las áreas rurales más afectadas por la guerra. El jueves 24 de octubre de 2019, la Organización Universitaria Interamericana (OUI) durante la celebración del Congreso de las Américas sobre Educación Internacional (CAEI-2019) le otorgó el Premio Interamérica. Al final de su discurso el Hno. Carlos se compromete a hacer realidad una “Red universitaria rural para la Paz”, compromiso y propuesta que hemos seleccionado para titular su discurso. La revista Ciencia y Educación se honra compartiendo las palabras de agradecimiento del hermano. Carlos como “Eco Educativo” e invita a sus lectores a conocer sobre el proyecto (http://www.utopia.edu.co/) y a comunicarse con él en el esfuerzo de formar la red propuesta.

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